1) Se ha muerto Lena Horne y leo su necrológica en "El País" y no me parece del todo bien informada. Esta mujer que tenía una pigmentación en su piel de color café con leche fue detestada al principio de su carrera de actriz y cantante tanto por blancos (muy oscura) como por negros (muy clara). Así que lo tuvo realmente dificil hasta el éxito de "Cabin in the sky", tanto en los escenarios como en el film de Minnelli. Su filmografía es irrelevante, aunque un amante compulsivo del musical Metro de los 40 y 50 me asesinaría por esta afirmación. Como vocalista fue excelente pero poco o nada tuvo que ver con el jazz. Una gran cantante cuyas versiones de "Stormy weather" y otros standards de Porter, Gerwhin, Kern....e incluso Duke Ellington, son ciertamente magníficas aunque aquejadas, a mi gusto, de un perfeccionismo que neutraliza toda emoción. En roman paladino: algo asi como la otra cara de Billie Holliday.
ARTZAVAD PELESHIAN
El ciclo que comienza hoy en la Universidad preparado por "the young and great Toni" y dedicado a diversas vanguardias del mudo y comienzos del sonorro, culmina con dos sesiones en las que se podrá contemplar prácticamente la obra completa del genial cineasta armenio. Desconocido en todas partes hasta que el gran Henri Langlois le presentó en la Cinematéque de Paris en 1955 - y que sirvió, entre otras cosas, para que el lenguaraz Godard exclamase que se trataba del mayor genio del cine y, de paso, se proclamase su descubridor. Cosas del dios de "Cahiers", que no mío que soy ateo.
No puedo menos que recomendar encarecidamente y con indisimulado apasionamiento la asistencia a estas proyecciones - ver cinegoza - ya que, diga lo que diga Godard que obviamente me importa un rábano, Peleshian es punto y aparte. Sin efectos digitales, sin 3D ni chorradas por el estilo, lo que este hombre era capaz de conseguir con una cámara, sin diálogo alguno y con el único auxilio de unas músicas maravillosamente escogidas pertenece al terreno de lo inefable. Belleza visual sobrecogedora, intensa, de un lirismo solo reservado a los genios de lo que hoy se denomina audiovisual. El año pasado estuvo en persona en Madrid y sus "documentales" dejaron asombrados a todo aquel que tuvo la fortuna de verlos. Ahora nos toca a nosotros. Suerte que tenemos e infinito agradecimiento a la persona que lo ha conseguido que, además, me honra con su amistad. Dado que Peleshian es uno de mis directores de cabecera, otro día me extenderé sobre él en "vergerus"
EL CONSUL DE SODOMA
No es fácil, ni aún en el generalmente execrable cine español Julen Medem incluído, ver una película tan mala como "El cónsul de Sodoma". Dirigida, es un decir, por Sigfrid Monleón, esta "escandalosa" biopic del gran poeta Jaime Gil de Biedma garantiza - no para todo el mundo ni mucho menos, si para mi que viví la época que retrata - casi dos horas de diversión y disparates que creo que cuando me toque en 2011 votar las tres mejores pelis españolas de 2010 en la Tertulia Perdiguer la incluiré. En el bodrio se dan cita, aparte del rijoso poeta, gentes como Barral, Marsé, Colita, Vila-Matas (jovencito, claro), lugares como Bocaccio, los prostíbulos filipinos, el Barrio Chino (hoy Raval), el cine de arte y Ensayo, Jacinto Esteva, Fotogramas, el capitalismo, el comunismo (PSUC), la muerte de Franco. O sea "la gauche divine" y la Barcelona "beautiful" de antes de la democracia y de que el estado de las autonomierdas mandase todo al carajo en nombre del catalanismo militante; como bien supo indicar Vargas Llosa que tambien pasaba por allí liándose a hostias con García Márquez por favores de recia moza y acompañando a mear al eximio Borges que ya estaba totalmente ciego.
Los diálogos son delirantes, las interpretaciones pésimas y Jordi Molla hace lo que puede - que nunca ha sido mucho - perjudicado por una dicción castellana un tanto pedestre y que solo se afina en el recitado de los versos del, repito, gran poeta.
La juerga termina con una escena que puede erigirse, sin sonrojo alguno, entre los más risibles finales de la Historia del Cine. Gil de Biedma ya muy malito es consolado por su último (o no, amante) que en pelota brava se pone a bailar una especie de rock meneando las nalgas casi como una hawaiana de Hollywood. Me lo panse bomba ante tanto dislate. Y es que carecer del sentido del ridículo no deja de ser una virtud. Añado: no me gustan para nada las novelas de Marsé. ¡Hala¡, ya lo he dicho.
Luis Betrán
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