lunes, 23 de marzo de 2015

DOSSIER BILLY WILDER III

Billy Wilder, el hombre que nunca trabajó con Cary Grant

El crepúsculo de los dioses le proporciona un nuevo Oscar por el guion. Un lúcido y descarnado retrato sobre el mundo del cine. El fracasado guionista Joe Gillis (William Holden) conoce por casualidad a la vieja estrella del cine mudo Norma Desmond (Gloria Swanson) y se convierte en su mantenido. Sueños rotos y nuevos disfraces. De esta época, la película favorita de Wilder es Traidor en el infierno. Ambientada en un campo de prisioneros alemán durante la II Guerra Mundial, el filme pone de manifiesto, con su ironía habitual, cómo las apariencias engañan. J. J. Sefton (Holden de nuevo y Oscar el mejor actor hace apuestas con cualquier cosa y trafica hasta con los alemanes. Por ello sus compañeros le odian y llegan a sospechar que él es el traidor que sopla al enemigo los intentos de fuga. Pero la realidad será muy otra. Nada es lo que parece. Distintos modos de supervivencia en tiempos difíciles.


Finalmente, Con faldas y a lo loco, la obra que le da el definitivo estatus de gran director. Con este filme consigue el derecho sobre el montaje final, algo que muy pocos realizadores logran en su trayectoria. Nuevamente el tema del disfraz como modo de ocultación aparece de forma brillante. Supone el primer trabajo de Jack Lemmon con Wilder. Nadie sospecha que Joe (Tony Curtis) y Jerry (Lemmon) son hombres disfrazados de mujer. Nadie salvo quizá el millonario Osgood Fielding III (Joe E. Brown), que con ese “nadie es perfecto” final, acepta sin problemas la condición de Jerry. En 1960 llega otra obra cumbre, El apartamento (The Apartment). En palabras de Wilder, “un cuento de hadas obsceno”. Cuenta la historia de un sencillo vendedor de seguros, C. C. Baxter (Lemmon), que ha de prestar el pequeño piso que posee para las juergas de sus jefes. Gracias a ello medra sin problema en la empresa, especialmente cuando el jefe de personal, Jeff D. Sheldrake (Fred MacMurray), se entera del asunto. Pero no cuenta con que se enamore de la amante de su superior, la ascensorista Fran Kubelic (Shirley MacLWilder en el plató de Irma la dulceaine). El mundo que Wilder retrata es despiadado. Los maridos engañan a sus esposas sin el menor rubor, todos mienten y para ascender en la empresa hay que hacer ciertos favores. Una película que sigue estando de actualidad, absolutamente moderna. Y un nuevo éxito: Oscar al mejor filme, director y guión original.


Durante los siguientes años, el sarcasmo de Wilder sigue gozando de buena salud, tanto en películas que son bien recibidas, Irma la dulce (Irma, la Douce, 1963), como en las que le suponen un fracaso, Bésame, tonto (Kiss me, Stupid, 1964). Ataca de nuevo al mundo de la prensa, tras El gran carnaval, en Primera plana (The Front Page, 1974), burlándose de paso de la teoría del psicoanálisis (quizá porque Freud no le concedió una entrevista en sus tiempos de periodista). Se introduce en el Berlín dividido en la satírica y avasalladora Uno, dos, tres (One Two Three, 1961), en la que C. R. MacNamara (James Cagney) es un ejecutivo de la Coca-Cola. Logra por fin trabajar con Walter Matthau, a quien quería como protagonista de La tentación vive arriba, en la película En bandeja de plata (The Fortune Cookie, 1966), encarnando al amoral Willie Gingrich. Hace que Wendell Armbuster (Lemmon) se reencuentre con la vida, gracias a Italia y a la hija de la amante de su padre, en ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (Avanti!, 1972). Regresa al mundo del cine como tema en Fedora (Fedora, 1978). Obtiene un particular acercamiento a la figura de Sherlock Holmes en la melancólica La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970), obra muy mutilada respecto a su concepción original y pese a ello muy interesante.


Cuenta el propio Wilder que en el funeral de Ernst Lubitsch, él mismo y William Wyler llevaban el féretro. El primero dijo: “Qué pena, se acabó Lubitsch”. A lo que replicó el segundo: “Y lo que es peor, se acabaron las películas de Lubitsch”. Podríamos decir de Billy Wilder, con la salvedad de que mientras Lubitsch murió con las botas puestas, nuestro director fue enterrado en vida pues realizó su última película en 1981, Aquí un amigo (Buddy Buddy). Durante algo más de veinte años no pudo volver a dirigir filme alguno ya que había entrado en la “edad de riesgo”. Wilder contaba con 75 primaveras. Un detalle para la reflexión.


Pero si hay algo que Billy Wilder lamenta toda su vida es no haber podido contar con Cary Grant. Resulta irónico que el actor más vinculado a la comedia nunca trabaje con el director austriaco. Lo quiere en varias ocasiones y jamás lo consigue. En Sabrina, antes que Humphrey Bogart, o en Ariane, para el papel que finalmente hace Gary Cooper. Incluso en sus tiempos de guionista lo propone para el personaje de Melvyn Douglas en Ninotchka. Siempre se le escapa por una causa u otra. Y a los espectadores nos priva de un encuentro que podría haber sido realmente jugoso. Veinticinco años después del estreno de su última película, el cine de Wilder sigue estando vivo. Lo está porque, sea bajo el ropaje genérico que sea, sus películas hablan del ser humano, de su comportamiento, de la dureza de la vida, la crueldad o de los maravillosos beneficios del amor. Y eso es algo que en el arte de contar historias nunca va a cambiar.

Luis Betrán.

Bibliografía

CIMENT, Michel, Billy & Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph Leo Mankiewicz, Plot Ediciones, Madrid, 1988.

CROWE, Cameron, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza, Madrid, 2000.

SEIDL, Claudius, Billy Wilder, Cátedra, Madrid, 1991.

SIKOV, Ed, Billy Wilder. Vida y época de un cineasta, Tusquets, Barcelona, 2000.

miércoles, 18 de marzo de 2015

DOSSIER BILLY WILDER II


Billy Wilder, el hombre que nunca trabajó con Cary Grant


A partir de aquí se inicia la brillante carrera como director de nuestro hombre, en la que habrá absolutos éxitos pero también rotundos fracasos. Y su filmografía no sólo se compone de comedias, ácidas la mayoría y alguna más dulce. También aborda otros géneros de los que sale bien parado. En cualquier caso, va a demostrar ser un realizador versátil. De este modo, su siguiente obra se aleja de cualquier modelo de comedia para plantear una intriga bélica con toques de aventura. Cinco tumbas al Cairo (Five Graves to Cairo, 1943) le permite explorar nuevos terrenos y, de paso, trabajar con otro genio al que admira, el incomprendido Erich von Stroheim. En esta película casi todos parecen más víctimas que héroes, incluyendo al Rommel encarnado por Stroheim. Nuevamente, engaños, disimulos y disfraces. También tristeza. El mundo es complejo, aunque se trate de propaganda.


Para su tercera película nuevo cambio y la primera obra maestra. Curiosamente no es una comedia. Perdición (Double Indemnity, 1944) es una obra canónica del cine negro (término que se acuña en Francia en los años sesenta, “film noir”). Brackett no quiere saber nada de una novela que trata de sexo, dinero y crímenes. Por ello se recurre al escritor Raymond Chandler. Otra relación tortuosa entre guionistas. Según Wilder, Chandler no sabe nada de estructura pero escribe frases maravillosas. El resultado es irreprochable. Brillante juego de luces y sombras, cortesía del director de fotografía John F. Seitz. Narración en primera persona. Frases cortas y contundentes. Un ejemplo: tras cometer el asesinato, Walter Neff, el vendedor de seguros, se asegura de que su coartada no va a fallar; entonces, la voz en off dice “Sin embargo, de camino al bar, pensé que todo acabaría mal. Parece absurdo, pero es cierto. No oía mis pasos. Eran los de un cadáver”. Y sin olvidar el descubrimiento de Fred MacMurray como un competente actor dramático, hasta entonces encasillado sobre todo en comedias.


Cuando le llega el reconocimiento de la Academia de Hollywood no es precisamente por una comedia. Días sin huella (The Lost Weekend, 1945) es un drama sobre un alcohólico y sobre el miedo. Miedo al fracaso. El protagonista es un escritor que siente pánico ante la posibilidad de no ser realmente un artista, de no tener nada que contar. Su reino de fantasía es el alcohol. Tras un pequeño susto en una première en la que el público sale riéndose, el filme entusiasma a la crítica y en la noche de los Oscar se alza con cuatro galardones: película, director, guión y actor (Ray Milland). La década de los cuarenta termina para Wilder con dos títulos bien distintos. En primer lugar, El vals del emperador (The Emperor Waltz, 1948), una opereta musical ambientada en 1906 de la que el director reniega. Un encargo del que no le gusta mucho hablar. Y a continuación, Berlín Occidente (A Foreign Affair, 1948), ambientada en el Berlín de posguerra ofrece una imagen nada halagüeña de la situación. Película inclasificable y hoy bastante olvidada dentro de la filmografía del director.


El asentamiento definitivo de Billy Wilder en la industria tiene lugar en los cincuenta. Dos títulos le enmarcan, El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) y Con faldas y a lo loco (Some Like it Hot, 1959). Palabras mayores. En medio, El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953), Sabrina (Sabrina, 1954), La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), El héroe solitario (The Spirit of St. Louis, 1957), Ariane (Love in the Afternoon, 1957) y Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957). Las debilidades humanas, la mascarada, el pesimismo aparecen una vez más. Pero también la alegría de vivir y hasta cierta inocencia, infrecuente, de la mano de Audrey Hepburn en sus dos trabajos con Wilder (Sabrina y Ariane). Y tras su ruptura con Brackett encuentra de nuevo la estabilidad junto a I.A.L. Diamond. Desde Ariane se hacen inseparables. Quizá, la película más extraña de este periodo sea El héroe solitario, una biografía de Charles Lindbergh, centrada sobre todo en su vuelo por el océano Atlántico. Wilder quiere contar una historia menos conocida: el aviador es tímido y la noche antes de partir unos amigos convencen a una camarera para que seduzca al piloto. El director prefiere centrarse en este suceso pero no puede hacerlo. El resultado es probablemente la película más convencional del realizador.

Luis Betrán

jueves, 12 de marzo de 2015

DOSSIER BILLY WILDER I

Billy Wilder, el hombre que nunca trabajó con Cary Grant


Cuando me siento muy desgraciado, hago una comedia.
Y cuando estoy de muy buen humor, hago una película seria. (Billy Wilder)


Ahora que se cumplen los cien años del nacimiento de Billy Wilder, exactamente en junio, se me hace muy difícil escribir sobre él. Ya saben, “nadie es perfecto”. En vida se dijeron muchas cosas sobre su figura, su cine y todo lo que significa. Pero además, su fallecimiento no fue hace tanto. Nos dejó el 27 de marzo de 2002. Este hecho dio lugar a numerosos ríos de tinta en prensa y revistas especializadas. Y nuevamente salió a relucir uno de los tópicos constantes sobre su obra: Wilder, maestro de la comedia. Como si el peso de la que probablemente es su película más popular, “Con faldas y a lo loco”, hiciera olvidar a todas las demás. Una verdad a medias, pues Wilder fue más allá constantemente. Confío en que las siguientes líneas arrojen un poco de luz y permitan acercarse al mundo “wilderiano” con renovado interés.


Samuel Wilder nace el 22 de junio de 1906 en la ciudad de Sucha, ahora situada en Polonia pero entonces perteneciente a Austria. Su madre, que siente una gran atracción por los Estados Unidos, lo llama Billie. Muy joven, con 18 años y tras superar el bachillerato, empieza a trabajar como periodista en Viena, ciudad a la que la familia se traslada durante la I Guerra Mundial. Sin ninguna experiencia, se ofrece a un periódico porque es un buen observador. Realiza entrevistas, crónicas deportivas y de sucesos. En 1926 se encuentra en Berlín, adonde llega siguiendo la gira de una orquesta de jazz. Allí se ocupa como reportero especializado en historias de crímenes y escándalos. También llega a ser gigoló, de cara a escribir una serie de artículos que le reportan un buen nombre en el periodismo berlinés. Su lenguaje es directo, breve y conciso. Un importante bagaje vital que sin duda le influye en su visión de la vida. Precisamente, es en el vivaz Berlín de los años veinte donde tiene su primer contacto importante con el cine. Allí, Robert Siodmak, Edgar G. Ulmer y Fred Zinnemann preparan Gente en domingo (Menschen am Sonntag, 1930), cuyo guión escribe Wilder según una idea de Kurt Siodmak. La película, debido a la carencia de presupuesto, se lleva a cabo según un concepto muy moderno: se filma en escenarios naturales y con actores aficionados. Se capta la alegría de vivir en todo su esplendor. Una ciudad bulliciosa y llena de energía. Como el propio Billy Wilder, cuyo brío le acompaña hasta sus últimos días. Pero todo eso va acabar pronto. En 1933 Hitler accede al poder y ya nada vuelve a ser lo mismo. Muchas personas huyen. Otras no tienen tanta suerte. Es el caso de la madre de Wilder, quien fallece en el campo de concentración de Auschwitz junto con su padrastro, al que no conocerá, y su abuela. No es un tema que al director le agrade recordar. En las entrevistas apenas se refiere a ello. Sin embargo, esta mezcla de júbilo y amargura está presente en toda su obra posterior. La prueba de que todos estos acontecimientos le marcan.


En el mismo 1933 abandona Berlín camino de París. En una huida de película, oculta el dinero que reúne en el forro del traje que lleva y toma el tren nocturno. Deja un saldo de algo más de una decena de películas como guionista, además de trabajos no acreditados. De éstas, se estrenan en España unas nueve. Hoy, pese a la existencia del dvd y de internet, es muy difícil verlas. En cualquier caso suponen su fogueo como escritor y un aprendizaje crucial. En estos años ya trabaja en equipo con otros guionistas del cine alemán como Kurt Siodmak, Walter Reisch, Paul Frank o Max Kolpé. Así, no es algo que hace exclusivamente en Hollywood, debido a sus problemas con el idioma inglés, como tantas veces se ha dicho. Prácticamente desde sus inicios colabora con otros escritores. Y también aprende las primeras reglas de la escritura cinematográfica: no es lo mismo escribir para el cine mudo que para el sonoro; requieren tiempos distintos, especialmente si se trata de hacer reír pues hay que dejar respirar al espectador entre un chiste y el siguiente, ya que de lo contrario pueden pisarse y ya no se enteran del segundo. En París, la ciudad de las luces, coincide con otros exiliados y rueda la que es su primera película como director: Curvas peligrosas (Mauvaise graine, 1934), codirigida por Alexandre Esway. Filme poco conocido y que Wilder despacha sin darle demasiada importancia, no la tiene.


En 1934 y gracias al director alemán Joe May, se traslada a los Estados Unidos. Vuelta a empezar. Sus primeros años no son precisamente un camino de rosas. May le consigue un contrato de seis meses en la Columbia pero el guión en el que trabaja no se hace. Se termina su contrato y expira su permiso de turista. De este modo, pasa a México para solicitar un visado de inmigración. Situación absurda y desesperante que posteriormente refleja en un guión, Si no amaneciera (Hold Back the Dawn, Mitchell Leisen, 1941).Tras un pequeño periplo no demasiado exitoso por la 20th Century Fox y una breve estancia en un pequeño estudio que dirige Merian C. Cooper, Wilder recala en Paramount y su suerte cambia. En 1936 le presentan a Ernst Lubitsch y a Charles Brackett. El motivo tiene un nombre: La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard’s Eighth Wife, 1938). Wilder y Brackett escriben el guión, Lubitsch dirige. La película no es un éxito en su momento sino todo lo contrario. Sin embargo, permite a Wilder conocer el modo de trabajar de Lubitsch, sus ideas y su genialidad. Desde entonces siempre tiene presente “¿Cómo lo haría Lubitsch?”. Éste participa en el proceso de escritura del guión, puliendo lo que los otros dos escriben, pero nunca aparece en los créditos. Por otra parte, inicia una relación con Brackett que se prolonga a lo largo de catorce películas entre 1938 y 1950. Un matrimonio profesional extraño: Brackett es un hombre conservador que vota a los republicanos, mientras Wilder manifiesta actitudes liberales contrarias al “buen gusto”, que da frutos enormemente ricos.


El tándem vuelve a trabajar para Lubitsch en Ninotchka (1939). Wilder aprovecha para ver en directo el modo de operar de su admirado maestro pero la protagonista de la obra, Greta Garbo, no quiere. De este modo, cuando puede se esconde entre bambalinas y espía el rodaje. Poco después le llega una nueva oportunidad de estar en un set. La película se llama Bola de fuego (Ball of Fire, 1941), dirige Howard Hawks y protagonizan Gary Cooper y Barbara Stanwyck. Hay un tercer director crucial en estos primeros años de Wilder en Hollywood: Mitchell Leisen. Para éste escribe tres guiones y el último de ellos es definitivo para que decida probar fortuna en la dirección. Estos filmes son Medianoche (Midnight, 1939), Adelante, mi amor (Arise, My Love, 1940) y Si no amaneciera. Medianoche es un ejemplo perfecto del mundo “wilderiano” y, sin lugar a dudas, una de las mejores comedias jamás realizadas en Hollywood. Nos cuenta la historia de Eve Peabody (Claudette Colbert), una corista que llega a París desde Montecarlo, donde ha perdido todo en el juego. Conoce a Tibor Czerny (Don Ameche), un vivaracho taxista que aunque le atrae no es a lo que ella aspira social y económicamente. Poco después logra introducirse en un círculo de la alta sociedad, gracias a la complicidad de Georges Flammarion (John Barrymore). A partir de aquí los enredos están servidos. Eve ama el dinero por encima de todo, pero no cuenta con enamorarse. Georges introduce a Eve en su círculo porque así podrá quitar de en medio al amante de su mujer. El disfraz, físico o psicológico, tan grato en el cine de Wilder, aparece en todo su esplendor. Los nombres de los personajes, sonoros y divertidos. Los diálogos, brillantes, rápidos, Perdición, una obra maestra del cine negro. Y por supuesto, el amor. Para el director y guionista, uno de los mejores temas sobre los que escribir. Eve Peabody se redime de su arribismo gracias al amor, como les ocurre a posteriores personajes de su filmografía.La última de las películas, Si no amaneciera, colma la paciencia de Wilder. En una de las escenas que escribe, el protagonista habla con una cucaracha por la desesperación que lleva ante la imposibilidad de conseguir su visado de inmigración. Leisen la elimina porque Charles Boyer se niega a interpretarla. La considera ridícula. El director no intenta convencerle y directamente la suprime. Wilder se indigna y como venganza escribe más diálogos para las actrices (Olivia de Havilland y Paulette Godard), dejándole a Boyer sólo lo básico. El poder de un guionista.


Poco después, logra debutar como director. El productor de Paramount Arthur Hornblow la da una oportunidad. En aquel tiempo no está en vigor la ley anti-trust y todos los grandes estudios tienen sus propias salas de exhibición, con lo que todas las películas producidas se estrenan aunque sean malas. No se corre riesgo permitiendo que Wilder dirija. Éste piensa que todos creen que a va hacer algo artístico y petulante, y que esperan que se estrelle. Sin embargo realiza la comedia El mayor y la menor (The Major and the Minor, 1942), con la estrella Ginger Rogers y Ray Milland. Nuevamente el tema del disfraz. Susan Applegate (Rogers) se disfraza de niña de 12 años porque no puede pagar un billete de tren de adultos. En el compartimiento coincide con el Mayor Philip Kirby (Milland). Ella se enamora y él se siente atraído por la niña pero ambos han de disimular. El debut de Wilder en la dirección se salda con un gran éxito, manejando con gran habilidad los resortes cómicos y una situación que hoy sería como mínimo delicada, al fin y al cabo el Mayor Kirby no sabe que Susan es una adulta disfrazada. El mundo de Wilder no es nada inocente, como la vida misma.

Luis Betrán