martes, 4 de junio de 2019

Andrei Rublev o Roubliov

Sumergirse en el mundo de Tarkovski requiere un verdadero esfuerzo por parte del espectador, en tanto en cuanto es uno de esos directores que han logrado crear un universo propio, una forma particular no sólo de "ver", sino sobre todo, de narrar. Precisamente por ello es un autor difícil, ante cuya obra conviene, en muchas ocasiones, conformarse con disfrutarla, antes que aventurarse a comprenderla o explicarla enteramente; no obstante, vamos a intentarlo.

"Andrei Rublev" cuenta la historia de un pintor de iconos en la Rusia del siglo XV. Sin embargo, tras este argumento aparente se revela una metahistoria, en la que Tarkovski reflexiona acerca de la difícil relación del artista con el mundo que le rodea, hacia el que siente, en muchas ocasiones, desapego e incomprensión. Así, Rublev es un artista que ha permanecido casi toda su vida "encerrado" en la seguridad de un monasterio, enteramente dedicado a su arte, y será la circunstancia de salir al mundo (para pintar iconos en Moscú) la que desencadene su profunda crisis artística y vital.

El filme se estructura por medio de una suma de historias, que no episodios (no existe una continuidad lógica entre ellos, aparte de la cronológica), en los que Andrei entra en contacto o simplemente observa la realidad del mundo circundante, dominada pr el poder de unos pocos sobre muchos, las reminiscencias paganas perseguidas por el credo oficial, la guerra y el absurdo de las relaciones humanas. El choque resulta tan grande que Andrei se siente incapacitado para proseguir con su arte, y ante la violencia y abusos desatados que contempla, llega incluso a renunciar al habla, a la comunicación. Será tan sólo el tenaz empeño de un mísero y joven fundidor de campanas el que, con su determinación y fe, logre despertar de nuevo en Rublev la conciencia artística, que en su caso es una razón por la que vivir; "tú fundirás campanas y yo pintaré iconos", le dice al volver a hablar, tras años de silencio.

La composición de la película hace que algunas partes estén más o menos conseguidas, pero en todo caso destaca la brillantez de Tarkovski tras la cámara, con sus bellos encuadres y travellings circulares, algunos vistosos planos cenitales (soberbios en la historia del globo), y principalmente, en toda la realización de la fiesta pagana, de gran hermosura. Los actores hacen una correcta labor, y la ambientación y puesta en escena son en todo momento adecuadas y eficaces. El guión interesa especialmente en los diálogos que sostienen Andrei y Teófanes, que reflexionan acerca del hecho artístico y su adecuación o no en el mundo real.

Por todo lo expuesto, merece la pena acercarse a esta obra diferente, honesta con las preocupaciones íntimas del autor; en ocasiones no logrará el espectador penetrar en su universo, pero incluso entonces le quedará el consuelo de haber contemplado una hermosa reflexión visual, y esto tiene su importancia, pues como escribiera una vez Tarkovski, "el pensamiento es efímero, y la imagen, absoluta".

Luis Betrán (consultando Quatermaid)