SEPPUKU
Entre 1960 y 1962), Masaki
Kobayashi realiza “La condición humana” (Ningen no joken), un monumento del
cine de colosales dimensiones, tanto en lo que se refiere a la calidad como a
la duración. Con ella entra ya en la Historia del Cine, no solo japonés sino
universal. “La condición humana” es una obra maestra que yo siempre incluiría
entre las diez más grandes obras que el cine haya llevado a cabo, amén del más
potente alegato antibelicista jamás concebido. Durante muchos años fue el
record Guinnes en lo que se refiere a los films más largos, ahora, a 2013,
superado por las obras del chino Wang Bing o del filipino Lav Díaz. Películas a
contemplar en museos, no en salas, o bien en la comodidad del sillón casero frente
al televisor que proyecta el dvd. correspondiente. Y naturalmente en pequeñas
dosis. Pero cuando vi por primera vez “La condición humana” en el formato
citado en último lugar, confieso que no pude interrumpirla y que prescindí de
cenar a mi hora habitual con tal de llegar al trágico desenlace de semejante, y
cruel, maravilla. Kobayashi, tras el desmesurado film, – divido en tres partes
– se sitúa en la órbita genial de los Mizoguchi, Ozu, Kurosawa, Shimizu, Imai,
Kosho……y acaso “La condición humana” tan solo ceda ante “Cuentos de Tokyo” de
Ozu o alguna otra película del maestro de maestros del cine japonés clásico.
Pero Kobayashi no solo fue el autor de ese portento. Al menos otra obra maestra
asoma en su no muy extensa filmografía.
HARAKIRI
“Harakiri nos propuso una bien
distinta imagen del samurai a la que estábamos habituados en nuestros escasos
encuentros en el cine japonés durante los años 50, 60 y aún 70. El samurai, en
tanto que antiguo superviviente de una nobleza guerrera en el Japón feudal, conserva
hasta los límites que le son tolerables una dignidad que nada tiene que ver con
la mezquindad de otros traidores a su casta convertidos en vulgares guardias
pretorianos. Pero el samurai tiene que comer en su lucha por la supervivencia y
la de su familia. Se encuentra atrapado en una tela de araña que no le deja otras alternativas más que la
prostitución o el suicidio. Si elige la segunda ha de solicitar permiso a los
amos para llevar a cabo el ritual sangriento del harakiri. A veces el samurai
ha llegado a un tan absoluto estado de miseria que no posee siquiera su mas
preciado emblema: la espada o catana. El joven samurai protagonista de la
primera parte del film practicará en su cuerpo el bárbaro suicidio con una espada
de bambú, ante las risas y la indiferencia de los mercenarios.
Pero la venganza no se hará
esperar y otro samurai envejecido y harapiento solicitará de nuevo permiso para
practicar el sepukku ante los mismos espectadores. Tatsuya Nakadai, en cuyo
rostro se reflejan simultáneamente el odio, la honradez y un inexorable fatum,
revelará la baja condición moral de los samurais traidores, los desenmascarará
y deshonrará – con el simbólico corte de coleta – y exterminará a los sicarios
entes de hacerse él mismo el harakiri con una sonrisa en los labios, última
expresión de dignidad sostenida hasta el fin en un nuevo orden que ya no
necesita nobles guerreros sino asesinos sin escrúpulos ni honor.
Resulta difícil acceder a
determinadas claves de “Harakiri” por cuento nada conocemos en tanto que
occidentales de la historia del Japón medieval salvo algunas tópicas imágenes
repartidas en películas de serie que han llegado a las pantallas europeas. “Harakiri”
deja vislumbrar una imponente tragedia, solemne y salvaje, que remite a una
cultura que nos es prácticamente desconocida. No obstante los personajes de
esta película – como los de todo gran drama clásico – adquieren dimensiones
universales porque manejan conceptos eternos – la dignidad, la honra, la
venganza, la miseria – fácilmente generalizables. “Harakiri” posee asimismo un
tono crítico cercano a “La condición humana” y que en vano buscaríamos en
muchos films de Kurosawa. Mizoguchi y Ozu jugaron en otras ligas bien
distintas.
Masaki Kobayashi – que surgió en
las pantallas españolas como un fugaz meteoro del que nada sabíamos y del que
nada supimos después de 1968 – filma esta poderosa tragedia en larguísimos
planos secuencia que refuerzan el carácter teatral de la película. Un
esplendoroso blanco y negro proporciona una intensa luz al peculiar tempo
abrumadoramente pausado de “Harakiri”. Imágenes estudiadas y elaboradísimas, a
un paso del vulgar esteticismo, de quietud infinita que de repente estallan en
violentas sacudidas cuando la pantalla se impregna de sangre. En el arte
refinado de Masaki Kobayashi parece reflejarse toda una tradición
cinematográfica y teatral – Mizoguchi como más socorrida referencia – despojada
de folklorismo y rebosante de emoción, más también el estilo de Kurosawa exento
de latiguillos humanistas, e incluso el ya fallecido Oshima avant-la- lettre si
pensamos que “Kwaidan” mostró unos fantasmas mucho más bellos que los de “El
imperio de la pasión”.
Desgraciadamente no parece que
vayamos a conocer otra cosa que no sean los tres films - “Harakiri” y las muy notables “Kwaidan” y
“Rebelión” – que se proyectaron a finales de los años sesenta. Este precario
conocimiento de la obra de un presumiblemente muy grande artista, no supone por
otra parte menoscabo alguno en la calidad de una película tan extraordinaria
como “Harakiri”
Luis Betrán
Zaragoza, 19 de febrero de 1979
(puesto al día con algunas correcciones)
Postscriptum:
Es obvio que a 19 de enero de 2013
sabemos mucho mas de la historia de Japón gracias al cine y, sobre todo, a la
literatura y hemos visto otras obras de Kobayashi. Incluso el innecesario
remake que perpetró el todoterreno contemporáneo Takashi Mike en unas absurdas
3D. No le quedó mal del todo, pero la emoción está ausente y, aunque se haga
muy a menudo, no dejo de pensar que las cimas del clasicismo – acá, allá y acullá
– no se deberían tocar jamás,