Friedrich Wilhem Murnau
Nada
resulta tan atractivo como el escándalo, sobre todo si se trata de
Hollywood, y los rumores sobre las circunstancias exactas del fatal
accidente de coche ocurrido el 11 de mazo de 1931, en la carretera entre
Los Angeles y Carmel, no dudaron en cebarse en las más sugestivas
imágenes de orgías sobre cuatro ruedas que quepa imaginar. De hecho lo
que ocurrió fue simplemente que F.W.Murnau, que iba en un Packard con
conductor, cedió a las peticiones de su joven ayudante de cámara, un
chico filipino, para que le dejara ponerse al volante. Al conducir
demasiado rápido y efectuar un brusco giro para evitar un camión, el
coche se salió de la carretera. Ninguno de sus ocupantes se vio
gravemente herido, menos Murnau que sufrió una fractura de cráneo y
murió poco después en el hospital. Esa es, al parecer, la prosaica
verdad; pero, curiosamente, las fantasías y especulaciones tejidas sobre
el desgraciado suceso han logrado que el nombre de Murnau sea conocido
por muchas personas que no han visto jamás sus películas. Y, por
supuesto, su figura debería ser conocida por otras razones. Entre otras
de que se trata del cineasta alemán más importante de todos los tiempos
y que las especulaciones sobre su muerte deberían ceñirse al hecho de
que, acaso, hubiese llegado a ser el genio nº 1 de la Historia del Cine.
Tal vez si, tal vez no. Murnau era ya un director fundamental en su
Alemania natal, pudiendo considerársele el más distinguido y de mayor
talento de todos los importados por Hollywood durante la década de los
20. Además, la primera película dirigida por él en Estados Unidos,
“Amanecer” (Sunrise, 1927) sigue siendo considerada entre las diez
mejores del mundo en cualquier época por buena parte de los críticos e
historiadores del cine. No digamos de los cinéfilos: entre algunos de
los que conozco es incluso la obra suprema del arte cinematográfico.
Resulta
difícil seguir la pista de su ascenso a la fama y el éxito en Alemania
ya que se han perdido la mayoría de sus films gestados en ese país antes
de su primera obra maestra indiscutible, “Nosferatu, eine synphonie des
Grauens (1922). Conocemos “Schlöss vogelod” (1921, excelente) y, desde
hace pocos años, “Phantom” (incompleta y sugestiva), “Der brennende
acker” (1921, gran melodrama), “Die finanzen des Grossherzogs” (1924,
ingeniosa comedia) e incluso algunas imágenes de “Marizza (1922). Murnau
se llamaba en realidad Friedrich Wilhelm Plumpe y había nacido en 1888.
De joven destacó por su carácter tranquilo (ello nos ha llegado vía
Greta Garbo, única celebridad que asistió a su entierro y que ansiaba
trabajar con él) y afición al estudio del Arte y la Literatura en la
universidad de Heidelberg en la que formó parte de algunas
representaciones estudiantiles que impresionaron al gran director
teatral Max Reinhardt, quién le ofreció una beca de seis años de
duración para trabajar con él en su teatro de Berlin. Murnau aceptó y
trabajó como actor, y ayudante de dirección de Reinhardt. Esa relación
duró hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial y durante la misma
sirvió a su país como piloto de combate, pero su avión se vio obligado a
aterrizar en la neutral Suiza. Allí fue inmediatamente internado, más
poco después conseguía montar sus primeras producciones teatrales
independientes y trabajar para el cine por primera vez, recopilando
materiales de propaganda para la embajada alemana (ver textos de Roman
Gubern).
Al terminar la guerra, entró en la industria del cine y
empezó dirigiendo “Der knabe in Blau” (1919). Durante los dos años
siguientes rodó siete películas más que abordaban una amplia variedad de
temas, y, por lo que hemos llegado a saber, fueron filmadas en estilos
diferentes. Luego, a finales de 1921, se lanzó al proyecto de
“Nosferatu”, su adaptación de la gran novela de Bram Stoker “Drácula”
(tuvo que cambiar el título por problemas de copyright) pero, en
realidad, la versión de Murnau se acerca mucho más al original que el
“Drácula” sonoro rodado por Tod Browning y que parte de una obra
teatral. Con “Nosferatu”, Murnau demostró que era un maestro en la
creación de esa atmósfera onírica y de terror que bañaba tantas
películas expresionistas mudas. Tambien demostró que poseía un
maravilloso sentido visual y, aunque ninguno de los planos del film
retrasa o impide el avance lógico de la historia, todos ellos se
caracterizan por su enorme belleza y capacidad de sugerencia.
En
apariencia, la siguiente obra maestra de Murnau, “El último” (Der letze
mann, 1925), no podía ser más distinta. “Nosferatu” es un ejemplo
perfecto del pesimista y angustiado cine mudo alemán, de lo que la
escritora Lotte Eisner denomina “la pantalla hechizada”. “El último”
simula pertenecer a una tradición opuesta, a la de los estudios
minuciosamente realistas y detallados sobre la vida cotidiana que toman
como base producciones teatrales a pequeña escala, llamadas
“Kammerspiel”, y que Reinhardt había ido creando junto a sus grandes
espectáculos. Lupu Pick sería el cineasta más representativo de este
estilo, pero hubo otros muchos lamentablemente olvidados. No obstante,
la historia que cuenta Murnau de un portero de hotel espléndidamente
uniformado que desciende de categoría y se ve obligado a convertirse en
encargado de los lavabos, resulta tan evocadora y llena de tristeza como
“Nosferatu”. Y la interpretación de Emil Jannings en el papel
protagonista (con la que dejó, por primera vez, asombrado al público
internacional mostrando lo que era capaz de expresar aún en un plano de
espaldas a la cámara, contribuyó a convertir esta película en otra de
las más grandes de la historia y en una joya resplandeciente del cine
mudo. De hecho fue el enorme éxito de “El último” en Estados Unidos, lo
que hizo que, eventualmente, tanto Murnau como Jannings fueran llamados a
Hollywood.
Sin embargo, antes de ceder a los cantos de sirena
del productor William Fox, Murnau rodó dos películas más en Alemania,
ambas adaptaciones de grandes obras clásicas y las dos con Jannings de
protagonista. “Tartufo” (1925) estaba basada en la pieza de Molière y
fue un ingenioso y conseguido intento de actualizar un texto teatral,
aunque reteniendo la concepción original del gran comediógrafo francés.
“Fausto” (1926), el de Goethe naturalmente, aprovechaba, por el
contrario, todos los medios del cine para convertir el famoso mito en
algo puramente cinematográfico y, con las aportaciones de Berriatúa, se
erige en otra obra maestra en la que la habilidad de Murnau para
utilizar la sintaxis básica del cine en su propio beneficio era tanta
que resulta difícil cual de las dos películas es más auténticamente
cinematográfica. Yo me quedo con la fantasía onírica de “Fausto” que no
es tan revolucionaria en las sobreimpresiones y la escasez de rótulos
como la inconmensurable “El último”.
Murnau fue recibido en
Hollywood con todos los honores. Los estudios Fox pusieron a su
disposición todos sus recursos. Pudo llevarse consigo a su guionista
favorito, Carl Mayer, para que trabajase en la adaptación de “Viaje a
Tilsit” novela muy celebrada entonces de Hermann Sudermann sobre una
pareja campesina. Murnau rodó sin ninguna interferencia, construyendo
decorados gigantescos, repitiendo una y otra vez las mismas escenas para
lograr el efecto que buscaba este exquisito teutón. El resultado,
“Amanecer”, es, en realidad, una película totalmente alemana rodada en
U.S.A. y con actores americanos (Janet Gaynor y George O,Brien), una
obra visualmente asombrosa y dramáticamente sublime. El tratamiento que
le otorga Murnau a su leve argumento es como una sinfonía, alcanzando su
crescendo en la escena de la tormenta en el lago en la que el marido y
la mujer se ven casi separados para siempre. “Amanecer” fue acogida
entusiásticamente por la crítica y consiguió toda clase de premios. Pero
el gran público no fue a verla y ese fracaso relativo ensombreció los
dos siguientes films de Murnau para la Fox.
Quedan pocas imágenes
del drama circense “Four devils” (1928) por lo que no debemos emitir
juicio de valor alguno. “El pan nuestro de cada día” (hoy conocida como
“City girl”, 1930) es una historia sobre las comarcas cerealistas del
Midwest americano en la que una muchacha de ciudad se enfrenta a un
entorno hostil. Resta como una excelente obra y contiene algunas de las
mejores secuencias jamás filmadas por su autor. El, otra vez, tremendo
fracaso en taquilla terminó con la carrera de Murnau en Hollywood. Pero
todavía habría de conseguir rodar su postrera obra maestra. Una
película con recursos financieros privados y sin fines comerciales:
“Tabú” (1930), que comenzó en colaboración con el eximio documentalista
Robert Flaherty y se rodó íntegramente en escenarios naturales de los
Mares del sur y un reparto de polinesios, estaba concebida como una obra
semidocumental. Murnau insistió tanto en hacer una especie de rapsodia
sobre el tema del amor juvenil condenado al fracaso por el fatum y la
estructuró con tanta meticulosidad y cuidado como cualquiera de sus
grandes producciones rodadas en estudio. “Tabú” fue el perfecto canto de
cisne de esta extraordinario cineasta y artista, un himno a las
bellezas de la Naturaleza, de la gente y del paisaje, una apoteosis del
cine estético y y una tragedia de impecable clasicismo. No se estrenó
hasta después de su muerte.
Murnau, lo que pudo ser y lo que
fue. A estas alturas no importa nada. El cine, en su vertiente más
hermosamente artística, siempre volverá a este poeta para el que el
olvido ni existe ni existirá. Luis Betrán