jueves, 17 de noviembre de 2016

CONSIDERACIONES SOBRE LA CRITICA CINEMATOGRAFICA ESPAÑOLA (I)

Mi "visión" del llamado Séptimo Arte difiere ostensiblemente de las de prácticamente todos y todas, cinéfilas y cinéfilos que integran la "Tertulia Perdiguer". Explicándome más pormenorizadamente yo me situó en la fila opuesta al "cahierismo" o "filmidealismo" (o Dirigido por, o Caimán). No admito dogmas de fe ni en la vida ni mucho menos en algo tan secundario como el cine. Creo firmemente que, en una relación, en nuestros globalizados días, cantidad/calidad/coste, el cine americano es el peor del mundo. Que no existe un solo cineasta yanqui que me produzca no ya emoción sino siquiera interés, con las excepciones de Woody Allen, Richard Linklater y Clint Eastwood en penosa decadencia perceptible en su cine desde "Gran Torino". Y, finalmente, que toda película - como toda novela, ensayo o pieza teatral - está ideologizada, guste o no.

Abundando en el tema añadiré que he llegado incluso a recibir amenazas, comentarios irónicos, desplantes etc. La progresiva infantilización del cine americano ha traído consigo la asimismo progresiva infantilización de las cada día más vacías plateas. La estricta lógica de Aristóteles se cumple una vez más. El cine ha sido es y será un formidable vehículo de propaganda incluso cuando deje de existir, luctuoso hecho que sucederá implacablemente y que ya Susan Sontag había previsto hace casi veinte años. La aldea global, el pensamiento único, el capitalismo salvaje constituyen las señas de identidad de nuestro tiempo y ello implica que el cine del amo supremo (USA) manufacture productos que intenten, y consigan, cercenar al espectador su capacidad de pensar y analizar. Ya apenas vemos cine porque las películas las contemplamos mayormente en un televisor, o en un ordenador e incluso en un teléfono móvil. Luego lo que vemos nada tiene que ver con un arte concebido para degustarse en una pantalla y una sala cuando más grandes mejor. ¿Quiere decir esto que el cine ya ha dejado de existir? En absoluto, todavía no. Se hacen excelentes películas en Europa y Asia, pero lo habitual es que solo lleguen a las grandes ciudades y aun así en una mínima proporción. He hablado de amenazas, desplantes…Claro que sí, aunque ello no me produzca ni miedo (¡¡que risa!!) ni inquietud alguna. Citaré tres ejemplos espaciados en el tiempo. No tienen desperdicio.

En no muy lejana ocasión, encantáreme por la calle con un cinéfilo de nuevo cuño. Joven, culto, con más de una carrera universitaria terminada. Le conocía desde unos cinco años no más. Naturalmente charlamos de cine, de que otra cosa iba a ser. Y ante mi escepticismo sobre la calidad de directores como David Finscher, Christopher Nolan o Michael Mann, repondiome contundentemente ¡vaya forma que tienes de hacer amigos!  O sea, la amistad o no puede depender o iniciarse o perpetuarse según se ame o no a los cineastas mencionados. Porque, y este otro suceso es recentísimo, un amigo sobre el que nunca he albergado duda alguna sobre sus sentimientos hacia mi persona viene a visitarme acompañado de su esposa que, para su salud mental, no pertenece a la raza cinéfila. Cuando le comento que el cine americano actual me parece en su mayoría tirando a espantoso exclama sumamente irritado: ¡¡lo que me faltaba por oír!! y al imperativo de ¡¡vámonos!! él y su santa cónyuge se largan de mi casa con portazo incluido. Y tercero y último: coincido en FNAC - y aquí he de remontarme a más de cinco años y un día - con un muy considerado cinéfilo zaragozano al igual que yo con blog incluido. Llevo en la bolsa "ad hoc" dos pelis de Bergman. El muy cretino las mira y con una sonrisa compasiva e incrédula aduce: pero Luis hombre parece mentira si ya sabes que antes de Steven Spielberg no existía el cine. En la crítica cinematográfica de los últimos años hay casi más “americanismos” que palabras en castellano. Y no digan nunca superproducción, digan blockbuster, y no digan nunca cine americano sino estadounidense. Parafraseando a Orwell, todos los países del continente americano son iguales, pero hay uno que es más igual que otros.

Como diría Godard, jajajajajajajaja, que risa.

Luis Betrán

jueves, 10 de noviembre de 2016

JEAN-LUC GODARD (2)


El nulo encanto del falso anarquista con la cámara

Frases y Citas Célebres de Jean-Luc Godard (16 frases)

En realidad, chorradas o boutades que Godard dijo o escribió tantas o más que películas filmó. Y no han sido pocas, y seguirán. Quel hourreur.


Jean-Luc Godard      
“El estilo es el exterior del contenido y el contenido el interior del estilo, no pueden ir separados.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“El arte nos atrae solamente cuando revela en nosotros secretos.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“La fotografía es verdad. Y el cine es una verdad 24 veces por segundo.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“El cine no es un arte que filma vida, es cine está entre el arte y la vida.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“El cine, como la pintura o la literatura, da y toma cosas de la vida, con la diferencia de que la literatura y la pintura existen como arte desde el comienzo; el cine no.”

― Jean-Luc Godard
 “Lo que quiero sobre todo es destruir la idea de la cultura. La cultura es una coartada del imperialismo. Hay un Ministerio de Guerra. Hay un Ministerio de Cultura. Por lo tanto, la cultura es la guerra.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“Las películas son un mundo de fragmentos.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“Todo lo que se necesita en una película es un arma y una mujer.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“Hago películas para hacer que el tiempo pase.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“Las películas de Hollywood, en los últimos veinte o treinta años, son hechas principalmente por abogados o agentes.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“La alegría no produce buenas historias.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“Cada edición es una mentira.”

― Jean-Luc Godard
“Una historia debe tener un comienzo, un medio y un fin, pero no necesariamente en ese orden.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“El cine es como un diario personal, un portátil o un monólogo de alguien que intenta justificarse ante una cámara.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“La belleza se compone de un elemento eterno, invariable de cantidad sea extremadamente difícil de determinar, y de un elemento relativo que puede estar relacionado con un período, un estilo, pasión.”
― Jean-Luc Godard

Jean-Luc Godard      
“No es posible tener imágenes nítidas cuando hay ideas difusas.”
― Jean-Luc Godard

La mejor de todas: “el cine nació con Griffith y murió con Abbas Kiarostami”. La dijo en 1990 cuando el recientemente fallecido director iraní estaba vivito y coleando.

No caben ideas más difusas que las de Godard, el verdadero y único creador del cine de la nada. Política, social y culturalmente.

Luis Betrán

Pdta: si es un travelling es una cuestión de moral, Godard es inmoral. Yo cuando escribo de cine nunca anoto: “como diría Godard”. ¡Anatema!

jueves, 3 de noviembre de 2016

JEAN-LUC GODARD (2)


El nulo encanto del falso anarquista con la cámara
 
A BOUT DE SOUFFLE (Al final de la escapada)

“Me has hecho una charranada” (Jean Paul Belmondo a Jean Seberg en los diálogos – doblados – de “A bout de souflle” (Al final de la escapada). Ahí queda eso. No cabe imaginar palabra más fea y de sonido más desagradable que la utilizada en el doblaje español de “A bout de soufflé” para indicar la faena que Seberg le hace a Belmondo al final de la película, delatándole a la policía. Es claro que en la España de 1966 no había mucha confianza por parte de distribuidores y exhibidores en que “A bout de soufflé” fuese un éxito de taquilla. Además de la charranada el film fue rebautizado como “Al final de la escapada”, por aquello de si el público picaba y acudía en masa a ver una especie de segunda parte de aquella “escapada” (sorpasso) de Vittorio Gassman y Jean-Louis Tritignant en el memorable film de Dino Risi que había arrasado en 1964. Jean Paul Belmondo era discretamente famoso en este país y las rarezas de ese Godard podían inquietar a más de un mercachifle del cine. Luego la historia se repetiría, corregida y aumentada, en “Alphaville” y “Pierrot le fou”, las tres primeras películas del “genio” que desembarcaron en la franquista España convenientemente dobladas.

Y es que habían pasado siete años desde el rodaje y presentación de “A bout de soufflé” en la Francia de la “nouvelle vague” y del general De Gaulle. Siete años en los que el bombazo que supuso el primer film de Godard y la eclosión de la nouvelle vague podía haber perdido sus efectos perturbadores, y más de cara a unos espectadores pre-Biarritz a los que poco o nada podía sonarles la muy celebrada ópera prima de Godard. “A bout de soufflé” fue pues un plato fuerte exclusivamente para amantes del cine. Y en verdad que el entusiasmo con que estos acogieron – acogimos – el tardío (incomprensiblemente tardío) estreno de “A bout de soufflé” hizo casi pensar que en la nouvelle vague – y en Godard – todo el monte era orégano.

Las revistas cinematográficas de este país (Film Ideal, Nuestro Cine, Cinestudio, Fotogramas…) voltearon las campanas con casi total unanimidad. Los cinéfilos de Zaragoza llegamos a amar más el debut de Godard que el de Orson Welles (era en 1966 la primera visión de “A bout de soufflé” y de “Citizen Kane”). Se esgrimieron tópicos y frases hechas a tutiplén para tratar de explicar la magia del film: frescor, espontaneidad, naturalidad, novedad, etc., Si la Revolución ideológica de la Francia del siglo XVIII no había entrado nunca en España (pare eso estuvo la Guerra de la Independencia y los Sitios de Zaragoza), la Revolución Cinematográfica solo tarda los mentados siete años en entrar, razonablemente un lapsus temporal admisible.

¿Qué era realmente “A bout de soufflé”? Ante todo, una película de suprema habilidad que recogía las esencias del cine negro americano y a través de un proceso europeizado – es decir, intelectual – proponía un cine de cámara en mano, sin mensajes grandilocuentes, desconectado de raíces literarias y neorrealistas. La historia que contaba “A bout de soufflé” era más bien poco relevante, pero el modo de hacerlo pudo parecer nuevo como nuevos pudieron parecernos Seberg y Belmondo. “A bout de soufflé” o la “charme” puesta al día. Seberg vendiendo el New York Herald Tribune, Belmondo frente a un poster de Bogart. Chabrol y Truffaut echando una mano al principiante Jean-Luc. Cine de camaradería. Una historia de amor “petit fou” en la que Belmondo podía ser engañado, pero no el espectador al que se le facilitaban constantemente pequeñas claves para que amase a Michel Poiccard y su inocencia traicionada. Un “mauvais garçon” alejado del naturalismo. Una carrera final “hasta el último aliento”. Un film triste, impregnado de suave lirismo y de un encanto quizás inmarchitable, quizás no. Para Godard un homenaje a su cineasta bien amado Nicholas Ray, aun cuando la sombra del maldecido (por Cahiers du Cinéma, demasiado ¿rojo? para ellos) John Huston planease ominosamente por la pantalla. Y una cierta – que no total – modestia que jamás volvería a presentarse en los Films sucesivos del falso “anarchiste timide”.

“A bout de soufflé” fue la apología del cine que pregonaban y amaban los cahieristas. Mucho más allá de los latiguillos moralistas de los también primerizos Truffaut en “Los cuatrocientos golpes” o Chabrol en “Le Beau Serge”. Por eso, duda razonable, a casi veinte años de distancia, podemos pensar que se mantiene menos prematuramente envejecida que aquellas primeras muestras de la nouvelle vague para las que el paso del tiempo ha sido tan poco clemente. “A bout de soufflé”, un manjar constantemente degustado desde su estreno en las capillas cineclubísticas. Ni Belmondo, ni Seberg (maravillosa), ni, por supuesto, Godard volvieron a estar tan jóvenes y tan frágiles. Todo ello configuró el estilo – que hoy vemos irrepetible – de una película mítica en la Francia de los cincuenta y en la España de los sesenta. Y es que, sin tajantes afirmaciones, acaso “A bout de soufflé” sea la mejor película de Godard. Por lo menos es la más libre de pedanterías e ingenuos terrorismos culturales y políticos.


ALPHAVILLE

Estoy bien, gracias, no se moleste (Diálogos de “Alphaville”)

Desde que en 1949 se estrenaba “Un día en Nueva York”, no se había dado otra manifestación tan naïf como la presentación de “Alphaville”, aunque sea preciso aclarar rápidamente que no existe otra similitud entre obras tan dispares salvo los resultados – obtenidos desde intenciones muy distintas – ingenuos y presentes en ambas películas. “Alphaville” es un pequeño cuento protagonizado por caricaturas procedentes de los primeros sueños de la adolescencia. Obra de espíritu amateur y de poesía primaria, ensambla a la mujer entonces amada por el director con el personaje de los sueños de la infancia. Los amigos harán el resto. “Alphaville” es el sueño de una siesta, o el recuerdo de una mixtura de tebeos de aventuras y novelas rosa. “Alphaville” no puede ser “la capital del dolor”, como pretende Godard a través de Paul Eluard. “Alphaville” es la ciudad de los bombones y los caramelos poblada por seres malvados. Las setas gigantes de los cuentos de Perrault se han convertido en aparatos de la tercera generación de la electrónica. ¿Es acaso la sucursal de IBM en Paris ese reino de nunca jamás que imagina Godard? Pudiera haberlo sido, pero ese eterno adolescente, a veces tierno, y otras engreído y malo, que es Jean-Luc carece del punch necesario para que así fuera. Como Godard no golpea, su mundo carece de dolor, pero como tampoco hace comedia asimismo carece de humor. Godard se muestra eterno enamorado y se desdobla sobre el pobre Lemy Caution para amar desde otras dimensiones a una Anna Karina que estaba a punto de comenzar a ser la mujer imposible para el cine que luego fue. Pero sus idas y venidas por esta ciudad mágica todavía tienen el encanto de la musa de la nouvelle vague versión Godard.

Que “Alphaville” carezca de cualquier intencionalidad de las que se suponen afines a la ciencia-ficción – política, estética o religiosa – es algo que se cae de puro ver la película. Lo que “Alphaville” trata de ser son unos versos entrecortados, una intromisión vía absurdo doméstico del detective Caution en los cuentos de hadas, un pequeño rompecabezas de recuerdos fílmicos cuyo funcionamiento final estará profundamente ligado a la aceptación, por suerte del espectador, del universo godardiano en su vertiente más sentimental y menos anárquica. “Alphaville” tiene la gracia de los collages en que reconocemos las partes, y la desgracia de que el todo no satisface. Obra construida como película de aventuras según un esquema absolutamente clásico: llegada de un personaje a una ciudad misteriosa en la que deberá llevar a cabo una complicada misión. “Alphaville” cuenta con el casposo Lemy Caution/Eddie Constantine para semejante empresa. Es claro que, si las fuerzas de la poesía no acuden en su ayuda, Caution no podrá conseguirlo únicamente con las suyas propias. Ocurre que Godard como generador de tan delicadas armas no es tan potente como él cree y los resultados, en la mayoría de las ocasiones, están más cerca de la cursilería que del lirismo. Pero este “petit-film” se deja ver, a la espera de que la inspiración de Godard – al igual que la espera de los gags espaciados en los films cómicos – se manifieste de alguna manera. Ello ocurre muy intermitentemente y siempre por la vía de las historias colaterales que flanquearon el núcleo de sus cintas. Godard no se concentra jamás sobre la película y da la impresión que cuando rueda un film está pensando en otro y ese otro acaba por hacerse presente a través de mil citas, homenajes cientos ad-hoc etc, que, o bien distorsionan el primer significado de la película original o le otorgan su mayor atractivo. Esto va a gustos. Así el espectador, entre ingenuo y bonachón, esperará que reciten el próximo verso o que, a fin de cuentas, le hagan el siguiente golpe de efecto, eso si en clave absolutamente “intelectual”, porqué el sentido naïf – antes citado – de “Alphaville” jamás procederá de una actividad espontánea sino de un reelaborado trabajo en que se mezclan a partes iguales el talento fulgurante que estalla en instantes y la impotencia creadora que da sentido y cohesión a un discurso que en “Alphaville” se queda simplemente en frases sueltas.


PIERROT LE FOU

“Pierrot le fou” (1965) fue una de las películas míticas – para la cinefilia, claro está – de mediados de los 60. Su mezcla de cinismo y romanticismo, su notable empleo del color y, otra vez, la pareja Belmondo-Karina produjeron orgasmos y onanismos varios en la tropa filmidealista ya que en esos años eran muy poquitos los que leían “Cahiers du cinemá”. “Pierrot le fou” pareció señalar el final del enamoramiento con Hollywood, sino fuese porque entre aforismo ¿filosófico? y citas literarias se paseará por ahí un ya achacoso Samuel Fuller diciendo chorradas propias o las que Godard le ordenaba. Nada que ver, por tanto, con la presencia de Fritz Lang en la excelente “Le mépris” (1963). “Pierrot le fou” es una película de gánsteres (el título se refiere a un famoso delincuente francés de los años 30); y, aunque utiliza una narrativa elíptica, contiene todavía muchos de los elementos del viejo prototipo hollywoodense. El más importante consiste quizá en el protagonista masculino, Ferdinand, y en que la película gira en torno a las fantasías. La acción no se desarrolla en términos lógicos de tiempo, espacio y verosimilitud, sino a grandes y caprichosos saltos y a modo de una aventura picaresca sin picardía, con gratuitas escenas de violencia (pretexto para la comparecencia de mr. Fuller) y huidas a lo utópico en clave anarquista (de salón).


Mientras que la imagen que domina la película es la de Marianne (Karina) se trata de una visión desde un punto de vista masculino. Nada tiene que ver con las mujeres de carne y hueso sino más bien con las de las protagonistas de algunos poemas románticos (¿Keats?) o con las mantis religiosas del clásico cine negro yanqui. Marianne es el origen de toda violencia. Destructiva y misteriosa (para Ferdinand y para el espectador). De hecho, nuestro Ferdinand-Pierrot-Belmondo deja su hogar y su familia para seguirla a un mundo de violencia y “amour fou”. Este discutible film también cree sexualizar (¡¡¡¡) la oposición entre la cultura burguesa tradicional y la producción masiva de obras de arte propia del siglo XX. La película comienza con él leyéndole a su esposa un texto de Velázquez a su hija. Intento, más bien ridículo, de Ferdinand por representar los problemas de la vida moderna en términos clásicos. Es decir; se plantea una oposición entre el arte europeo y el americano que, en un futuro no previsto cuando se rodó “Pierrot le fou”, Godard rechazaría a favor de una presunta investigación mucho más rigurosa (para él y sus corifeos) de las realidades del cine. Después de adoctrinar al proletariado sobre las películas que debían ver (las suyas cuando creó el grupo Dziga Vertov). Me temo que los respectivos autores de “Las meninas” y de “Corredor sin retorno” no son miscibles ni para el torpe aprendiz de brujo Jean-Luc Godard. Amén de que “Pierrot le fou” políticamente carezca de significado o posicionamiento alguno.


Luis Betrán