viernes, 31 de enero de 2014

EL CINE ESPAÑOL DURANTE EL FRANQUISMO (IV)

RAZA Y JOSÉ LUIS SAENZ DE HEREDIA
 
RAZA (1941)


Si apenas un año antes la muy gay “Harka” (Carlos Arévalo, 1941), había abierto las puertas de un cine de intenciones esencialmente patrióticas, con el empeño puesto en la idea de la “cruzada gloriosa”, “Raza” supone la consolidación del género y su punto de máximo esplendor. En cierto modo, ese era el objetivo esencial de quienes se habían afanado en su producción. Y resulta incuestionable  que los vaticinios en torno a le película se cumplieron sobradamente, pues tras su estreno resultó ser uno de los títulos de mayor éxito de la década de los 40, y, por supuesto, el que más fielmente respondía a la voluntad ideológica de los vencedores de la Guerra Civil. Sin duda, por ello, el cuidado en su realización, sin objetar medios técnicos ni despliegue económico, fue absoluto, así como tambien lo fue el mimo con que fue planificada su exhibición. De igual manera, se puso especial esmero en la elección de quién habría de realizar la cinta, siendo finalmente José Luis Sáenz de Heredia el nombre designado para tan interesada labor. No en balde parecía acreditarle su parentesco con José Antonio Primo de Rivera y el hecho de ser uno de los directores más prometedores del cine español en esos momentos. Sin duda, nadie más que Heredia  podía ofrecer mayor confianza, ni nadie más que él iba a recibir el total beneplácito de quién, tardíamente, iba a revelarse como el autor del guión: el propio Francisco Franco (Joaquín de Andrade).


En efecto, resultaba ser “Raza” una adaptación cinematográfica de un texto novelado del dictador, donde encubiertamente el autor trata de relatar su propia historia familiar, con el trasfondo de la Guerra Civil como escenario argumental básico. Más bien puede decirse que tanto novela como película responden ,en mayor medida, a una reconstrucción autobiográfica, ensalzando situaciones reales y falseando a voluntad  personajes y sucesos. En tal sentido, la visión que se ofrece del padre de la familia Churruca, poco o nada tiene que ver con la verdadera personalidad del padre de los Franco, animado por un espíritu liberal y crítico siempre opuesto a la concepción de su hijo Francisco. De este modo, parece en ocasiones constituir “Raza” más una narración ficticia de circunstancias nunca acaecidas, que un relato fiel al sentido de la Historia. Sea como fuere, no deja de ser la película, un alegato sin miramientos a favor de los nuevos ideales que gobiernan  la España de los 40. Como tal, la visión que se ofrece de su período recientemente acontecido alcanza alarmantes niveles de subjetivismo, lo que convierte al film en un preclaro ejercicio propagandístico. Se glorifica la actitud bélica de los nacionales, al tiempo que se ofrece una definición, entre esperpéntica y despectiva, de quienes se adscriben al bando republicano. En este sentido, la matanza de monjes a orillas de la playa por parte de un grupo de milicianos resume a la perfección el clima partidista de la película, como igualmente contribuye a crearlo la actitud de Pedro Churruca (José Nieto) renunciando a sus convicciones republicanas y transformándose ideológicamente, a pesar de que en ello le vaya su propia vida: el fin de una de las dos Españas  a favor de la otra.


Ciertamente las intenciones elementales que justifican “Raza” son hábilmente construidas por Sáenz de Heredia. Sin alardes formales ni atrevimientos narrativos, fija sus objetivos en el continuo transcurrir de la historia sin que nada la entorpezca ni confunda. Para ello busca con insistencia construir el plano con intenciones psicológicas de igual modo que fuerza la función dramática del mismo, y falsea la atmósfera de la luz, en especial cuando se trata de iluminar esas constantes miradas al vacío llenas de intenciones casi “místicas”…..


El hilo narrativo, sin embargo, parece enrevesado como si se intuyera una especie  de ansiosa precipitación por decir cosas, con independencia del valor puramente argumental que puedan tener. Así el empleo del flashback parece injustificado (Pedro Churruca relata las hazañas de su antepasado en Trafalgar), y con demasiada frecuencia se pierde la medida del tiempo sobre el cual avanza el argumento. Es decir, se acortan situaciones aparentemente de interés, mientras por el contrario se acentúan sin limitación aquellas otras enaltecedoras y apologéticas. De otro lado todo resulta ser tan simbólicamente claro que nada parece inesperado ni sorprendente. Ni siquiera el fusilamiento de José Churruca (Alfredo Mayo) del cual sale indemne crea incertidumbre pese a lo irreal del suceso. En este sentido su detallada narración  viene a ser como un resumen secuencial de todo el film: José, heroico y valiente, es abatido a tiros al grito por su parte de ¡¡Viva España!!,  mientras en las paredes situadas al fondo deja verse una pintada que reza ¡¡Viva Rusia!!.


Lo demás, quizá, no es más que una intencionada redundancia pergeñada entre Sáenz de Heredia y Jaime de Andrade (Franco). “Raza” no es una buena película. No es “Olimpiada” ni “El triunfo de la voluntad”. No es un documental, que eso vendría en 1964 con “Franco ese hombre”, en el que   Sáenz de Heredia no se acerca ni mínimamente (en lo visual) a Leni Riefensthal,  pero es de obligado conocimiento para hablar con propiedad del cine español durante el franquismo.

Luis Betrán


Posdata: Carlos Arévalo fue un cineasta falangista pero no franquista. Ello explica que los militares de “Harka” sean claramente homosexuales y apenas se disimule. En 1942 este escultor de profesión filmó la extraordinaria “Rojo y negro”, intento de un cine falangista – no aparece ni la figura ni el nombre Franco en toda la película – impregnado de idealismo, de romanticismo, en el que la pareja protagonista vive un amor imposible que roza lo “fou” y que no tiene otro desenlace posible sino el más trágico. La película “desapareció” así como su director. Pero acabó por encontrarse una copia que nos la devolvió en toda su belleza, porque “Rojo y negro” es una de las mejores películas de la Historia del Cine Español.


 JOSÉ LUIS SAENZ DE HEREDIA

Fue un artesano competente, peor que Rafael Gil pero mejor que Juan de Orduña, Antonio Román, Luis Lucia, Pedro Lazaga, Arturo Ruiz Castillo o Antonio del Amo. Aunque todos ellos tengan alguna película interesante. En su abundante filmografía me parecen películas notables y bien dignas de ser revisadas las siguientes:
1934.- Patricio miró una estrella
1935.- La hija de Juan Simón


1943.- EL ESCÁNDALO
1944.- El destino se disculpa
1947.- MARIONA REBULL
1948.-  LAS AGUAS BAJAN TURBIAS


1950.- DON JUAN (en mi opinión su mejor film)
1952.- LOS OJOS DEJAN HUELLAS
1954.- Todo es posible en Granada
1955.- HISTORIAS DE LA RADIO (su mejor comedia y algo más)
1957.- Faustina


El resto es pura basura fílmica presta a ser reciclada por Quentin Tarantino (ni de broma, espero, que la catadura moral del autor de “Django unchained” me parece algo dudosa). Le enviaré un e-mail al respecto por si acaso. “Franco ese hombre” (1964)   en su estreno se aplaudía en todas las Salas de Cine y en todas las capitales de la España  una, grande y libre. ¿Se atreverá el actual Gobierno del P.P. a reponerla?. Difícil y bien que lo siento porque seguramente se vería a Ruiz Gallardón, monseñor Rouco Varela y “tutti quanti” en el milagroso estado de la levitación.


Luis Betrán

BREVE HISTORIA DE LA CRÍTICA ESPAÑOLA DE CINE I

Yo nací en 1947, hijo único de una familia pequeño burguesa que no conoció apenas las estrecheces económicas de la posguerra. Vine a “mondo cane” en el antiguo barrio ferroviario del Arrabal, pero enseguida me trasladé con mis padres a una casa – tan grande como fea – sita en la calle Santiago. Allí viví hasta los 7 años y siendo del todo sincero en la citada “mansión” hacía un frío que pelaba y nos calentábamos con los temibles braseros de cisco. Cuando me tocaba irme a la cama, mi madre – una mujer guapísima que en su juventud fue Reina de las Fiestas del Pilar, y que a la muerte de su padre (al que yo nunca conocí) se vistió del preceptivo negro y en una ocasión en la que paseaba a la altura del Casino Mercantil un caballero se detuvo, la miró y le dijo: ¿quién se habrá muerto en el cielo que va la Virgen de luto? – transportaba el mentado brasero ya casi extinguido y lo introducía en mi cama unos quince minutos antes de que yo me acostase. Tambien padecí las restricciones de la luz eléctrica, comí en una ocasión carne de ballena,  o de lo que fuese, que la sin par Evita Perón había traído a la tenebrosa España franquista. Pero en algunas mesas había ejemplares de “Primer Plano” o “Cine Mundo” y a mis progenitores les gustaba mucho el cine y me llevaban, naturalmente, a las películas toleradas para menores. El primer film que vi fue “A rienda suelta” (The story of Seabiscuit, David Butler,1949, con la ya crecidita Shirley Temple) , del que lo único que recuerdo es que salía un caballo al que llamaban “Huracán”. Y Walt Disney, todo el que llegaba.


Mi fortuna prosiguió en la siguiente ciudad en la que – manes de la profesión de mi padre – me tocó habitar: Gerona que todavía no se llamaba Girona. Mi memoria alcanza a recordar los nombres de las salas de cine de aquella pequeña y muy bella ciudad: Ultonia, Moderno, Oriente, Albéniz, Coliseo Imperial (ahí queda eso. Y algo mucho más importante: me era permitido ver toda clase de películas porque si el nene iba acompañado de papá y mamá los porteros avisaban de que la película era para mayores y añadían a continuación: ¡¡ahh, su conciencia!!. Y como la de mis padres, aún siendo muy catolizaos y de tridentina derecha, resultó sorprendentemente lasa pude ver films como “Al este del edén” o “Más allá de las lagrimas” y tres veces “El puente sobre el río Kwai” y….Ni que decir tiene que me aburrí soberanamente con la de Elia Kazan y James Dean y disfruté las dos bélicas. Hoy me avergüenzo de haber gozado con el engendro de Raoul Walsh, y del hecho de que la película que más me hechizó aquellos años fue “Sinfonía en oro”. Premio gordo al que adivine de que film escribo (1). 


Mäs tarde Barcelona – solo 1 año pero inolvidable gracias a “Es grande ser joven” (It,s great to be Young, Cyril Frankel) -, Huesca y el definitivo retorno a Zaragoza. Y la compra expectante de álbumes de cromos con “artistas de cine”, como se decía en los 50, y de Fotogramas, “et puis” (superadas pubertad y adolescencia) “Film Ideal” y “Nuestro Cine”. Aunque yo siempre preferí la segunda, comenzaré este relato en capítulos por la primera. Todo llegará, como también llegaron antaño los primeros viajes a Paris y “Cahiers du Cinéma”, y “Positif” y los films prohibidos en Franquistán y…¡¡la Cinematéque de Monsieur Henri Langlois¡¡, el cinepótamo. (2)

FILM IDEAL I


Durante los verdes años del nacional-catolicismo, solo había un profeta cuya voz era audible en los hogares españoles. El padre Venancio Marcos. Él era el monopolio de la radio, el resto del clero hablaba desde los púlpitos y su voz formaba parte de una espesa capa que envolvía las entendederas de este pueblo. Cierto que esas voces celestiales se hallaban acompañadas de otros gritos procedentes de gargantas por todos los de mi edad bien conocidas. Pero a finales de los cincuenta el aspecto externo clerical se modificó. No se tronaba desde un infierno de llamas políticas. Una cierta civilización estaba llegando, al menos en sus signos externos. Y apareció una generación de curas que, en vez de nuevos Ripaldas de rostro desconocido y escritos oscuros, daría parlantes de televisión  y comentaristas de muy dispares temas en libros y revistas. Era la primera ola “juvenilista” y de “rostro humano” que iba a producir la Iglesia española y que duraría toda la década de los sesenta. Al conjuro de la frase de Pío XII según la cual la misión del cine es “convertir un rayo de luz en un rayo de Dios”, surgió un repentino interés eclesiástico por el cine. Muchas fueron las causas para que ella sucediera. Unas de tipo meramente práctico, como el tratar de conseguir una mayor presencia en la sociedad española dado que el cine era la principal diversión del españolito medio, otras de carácter explicativo cuando no de recuperación oportunista.


Los movimientos que más influencia habían tenido en el cine mundial desde hacía diez años eran fácilmente interpretables, o más exactamente manipulables por la clase dirigente de un país en el que la inteligencia o era directriz bajo la bandera impuesta o carne de cañón bajo la proscrita. Eran años en los que el neorrealismo italiano o el cine de falsos valores humanos que generó el maccarthysmo americano unido al cine poético francés o al humor británico, presentaron un panel sobre el que cualquier avispado crítico de la ideología oficial podía edificar más teorías que el mismísimo Eisenstein. Se podía arrimar el ascua a la sardina con toda facilidad porque los asideros procedían de un cine sentimental y ambiguo, producido en sus paises de origen en unas condiciones en las que desde luego la libertad no era el denominador común precisamente. Todo ello propiciaba una tentación que aquella Iglesia no iba a superar: la explicación a su modo y manera.


Para el cine no-español que se estrenaba a partir de 1955 había que encontrar los intérpretes oficiales que desmenuzaran ante un público de nula cultura cinematográfica las raíces cristianas del neorrealismo, el inane entretenimiento del british humour, la “charme” del Paris de los vagabundos y la defensa del mundo occidental que suponía el cine presuntamente “comprometido” que llegaba de U.S.A. Y así surgió Film Ideal, que por aquella años estaba comandado por aguerridos nuevos curas – Sobrino, Landáburu – y seglares de rancia estirpe en Acción Católica – Pérez Lozano -, amén de otros de ignota procedencia pero de nítida evolución: Martialay o el exmilitar, Cobos o el aire puro de las prometedoras nuevas generaciones.


Hasta 1960 Film Ideal se movió entre el moralismo de las hojas parroquiales y la estética que se propugnaba en los cinefórums. Su norte y guía parecían ser las hojas de calificación moral de espectáculos de la Iglesia, pero sirvió para anunciar una presencia cinematográfica de mayor peso específico que las gacetillas al uso: Primer Plano y la entonces muy mediocre Fotogramas. Se ensalzaban “Rashomon” y “La ley del silencio”, aunque esta última no se entendiera ni por asomo. Se hablaba de la dulce amargura de “Puerta de las lilas”. Se despreciaba “Gigi”, tildada por Martialay casi de pornográfica. No gustaba “Picnic”. Se desconocía Howard Hawks. Se amaba “El delator” como un mito lejano que nadie conocía. El western era John Ford y el Hombre el neorrealismo de “Ladrón de bicicletas” o “Vivir en paz” (o sea Zavattini y poco más). El cine de la guerra fría nos traía el compromiso del hombre frente al comunismo ateo. No debíamos dejarnos convertir en rinocerontes a lo Ionesco. Años de “El pequeño fugitivo”, “Muerte de un ciclista”, Bardem y Berlanga (Conversaciones de Salamanca incluídas), el cine español no gustaba ni a tirios ni a troyanos., Vittorio de Sica (todos éramos “ladrones de bicicletas”), a veces Cayatte, a veces Dmytryk, siempre René Clair. ¿Quiénes eran Renoir, Rossen, Losey, Griffith, Sjöstrom, Visconti, Huston?. Kazan si, era ambiguo pero se le podía agarrar, había pistas, existía “La ley del silencio” y por si fuera poco “Fugitivos del terror rojo”.


Pero este cine de homilía no rebasó la barrera inicial de los sesenta. “Las nuevas generaciones” tomaron el relevo y elevaron el periscopio para ver si existía algo distinto de lo que con poca convicción se venía adorando. Y supieron de la existencia de “Cahiers du cinéma”. Para un grupo de estudiosos y amantes del cine, absorbidos previamente por la ideología básica de “Film Ideal”, sin la menor radicalidad política, los sueños de cine de barrio y amor a  los mitos de la infancia, apareció como maná  cuanto venía ocurriendo en el no menos mítico Paris. El Peter Pan español, infante perpetuo porque al crecer no auguraba nada nuevo, pensó que solo la recreación intelectualizada del cine del pasado podría darle instrumento de análisis para juzgar el presente y a lo mejor hasta el futuro. Una desconfianza absoluta de la estética del momento halló su mejor soporte en el fascismo español que facilitaba el camino hacia la búsqueda de un pasado, a veces muy lejano en el tiempo, y casi siempre culturalmente roto. Este segundo relevo, que acuñó el término filidealismo , estuvo formado por un grupo de críticos procedentes de la pequeña burguesía y tambien de la alta, universitarios que desconfiaban de cualquier influencia del cine en el camino de transformación de la sociedad, falsamente apolíticos productos de lujo cultural que iban a vender a sus ministros los planes de desarrollo. Sociedad primerizamente consumista.


Se fijaron en los franceses “Cahiers du cinéma”, les gustó y al grito de ¡Ya no hay Pirineos!, trasladaron las teorías traducidas como Dios les dio a entender a un medio cultural como el español elevando a su vez a teorías lo que eran simples “boutades”. Si “Cahieres” procedía de una cultura como la francesa, que antes de producir al cineasta Godard o Truffaut y más antes al francés Truffaut o Godard, Film Ideal tenía un arranque completamente distinto, corriendo cuanto pudo para ponerse a la altura de los reverenciados “Cahiers” porque así el drenaje informativo y cultural que procedía de ésta podría ser mejor absorbido por aquella. Se olvidó cuanto hubo que olvidar: que desconocíamos el cine de Ford y Hawks, que no sabíamos que era el cine americano, que el musical sonaba a “Las zapatillas rojas”…….,pero con un desparpajo digno de mejor causa se pontificó sobre Ray a base de oídas, se analizó a Welles con el recuerdo de viejas copias en 16 mm. sin haber visto jamás “Ciudadano Kane”, se amó todo cuanto venía con la vitola cahierista. Años de entusiasmo verdaderamente coronados por el éxito. En capas universitarias como las españolas con solo pequeños sectores comprometidos políticamente durante los primeros sesenta, las alegrías estéticas de “Film Ideal” permitían el gusto por la marginación estética. Aún siendo inocuas políticamente, cuando no cercanas a la ideología oficial, las teorías filmidealistas eran tratadas displicentemente cuando no desechadas como pura broma por los que añoraban el “Film Ideal” de los cincuenta.  Pero aquello les dejaba jugar en el ghetto cultural y artístico con el billete de vuelta en el bolsillo. Se ensalzaban “valores eternos” y ello les emparentaba con la ideología del “vive peligrosamente hasta el fin”.


Film Ideal aquellos años marcó a una generación de espectadores que aprendió el cine acompañado de las páginas acartonadas de la revista. La comedia, el musical, el western, la aventura, tenían por primera vez ante sus ojos una dimensión distinta de la que peyorativamente habían recibido de sus mayores. En el campo de la estricta aportación crítica hay que señalar que el período 1960-65 trazó una auténtica frontera con lo que había sido la crítica cinematográfica española hasta entonces. Se lleno una época, junto a la revista de izquierdas “Nuestro Cine”.

Luis Betrán

1 Sinfonía en Oro, dirigida por Franz Antel. Es una producción austríaca del año 1956, que junta dos géneros en uno: la revista músical y el patinaje artístico muy en boga en esta decada. Un sencillo argumento enlaza una serie de números musicales que se hicieron muy famosos a través del medio de comunicación por excelencia de aquella época: la radio. Titulos como Dong dingui dong o Espejismo azul, de los que después se hicieron infinidad de versiones en todos los idiomas. Un reparto encabezado por Germaine Damar al que secundan Joachim Fuchberger, Hannelore Bollmann, Sussi Nicoletti y Hans Moser. 


2 Asi llamaban algunos al gran (en todos los aspectos) Langlois. Justo es decir que en la fundación de la Cinematéque también estuvo el eminente cineasta Georges Franju, algo que suele escribirse menos.

miércoles, 22 de enero de 2014

LA INSOPORTABLE PESADEZ DEL TEDIO


Bien sabido es que el aburrimiento no es un estado de ánimo que pueda generalizarse. En uno de los textos de la semana pasada se hablaba de Marcel Proust y la “Recherche”, y no me dolían prendas en reconocer que había precisado tres intentos para conseguir leer, y disfrutar, entera la magna obra. Pues bien, conozco a un amigo que se la tragó a los 30 años, la repitió a los 50 y la adornó con la más que voluminosa biografía de Proust escrita por Georges Painter,  y a una muy alarmante mayoría que no ha pasado de Charles Swan. En música, en cine…..sucede lo mismo. Yo no me he aburrido nada con películas de tan enorme duración como “La condición humana” (Masaki. Kobayashi), “la Trilogía de Apu”(Satyajit Ray), “Satantango” (Bela Tarr), “Voces espirituales” (Aleksandr.Sokurov), “Milestones” (Robert Kramer), “Misterios de Lisboa” (Raúl Ruiz), “El zapato de raso” (Manoel de Oliveira), “La vie d’Adéle” (Kechiche)…….más el tedio me ha derrotado en tan cortas como insignificantes novelas: “El guardián en el centeno” (que cuenta los bobos pensamientos de un adolescente bobo que no medita más que en boberías), “El astillero” (tras ésta y “Juntacadaveres” jamás retorné a Santa María ni a Larsen ni a Brausen, tampoco a Región pero el ingeniero Benet las escribía mucho más largas). Y con el cine me salí de la proyección de “Avatar” (James Cameron) antes de los 40 minutos. Cerca ya de los 70 tacos me importa un ardite el tener que acabar por narices un libro o una película que o me irritan o me son  completamente indiferentes.


Hará como una década, más o menos, que en el Festival de Huesca comparecieron los veteranos críticos peliculeros Carlos Heredero, José Enrique Monterde y Orlando Mora (colombiano). El motivo fue un debate – que a lo postre no fue tal ya que al primer espectador (mira tú por dónde, era yo) que se le ocurrió formular una pregunta a tan ilustre triunvirato, una azafata le frenó en seco con la orden de ¡¡no hay tiempo ya para las preguntas que hay que ir a comer!! – sobre la aplicación al cine de la nueva (¿?) tecnología del 3D. El sr. Monterde, vehemente,  arremetió justamente contra “Avatar” y fue respaldado con no escasa cautela por el sr Mora, en tanto que el sr. Heredero, tras acogerse a Umberto Eco (“Apocalípticos e integrados”), apoyó lo del cine “en relieve” arguyendo que incluso Martin Scorsese iba a filmar su próxima película (así fue, se trató de “La invención de Hugo”) en las dichosas 3D-. Monterde, que ya he escrito que no anduvo con chiquitas, le contrarreplicó: ¿Scorsese?, ya no es un director de cine sino un mercenario. Exabrupto que me sonó excesivo y que no comparto. Si acaso Marty (como le llaman los que han cenado con él) antes que mercenario sería mayordomo de……Leonardo di Caprio, gran actor ciertamente aunque su fusión con el autor de “Taxi driver” esté funcionando regular.


Para nada quiero aparecer como un aguafiestas, pero esta película se ubica en el nivel más bajo al que ha llegado Scorsese. Una vez más la exageración, la truculencia, fuck, fuck, fuck, el desenfreno, fuck, fuck, fuck...hacen que no me crea que la vida de este caballero - por otra parte, individuo sin interés alguno - pudiera ser como nos la cuentan en tres inacabables horas Scorsese y Di Caprio. Film concebido "pour épater les bourgeois" y en el fondo más políticamente correcto que un engendro de superhéroes. La ¿crítica? española - clónica de Cahiers du Cinéma - la pondrá por las nubes PORQUE NO SE PUEDE HABLAR MAL DE UNA PELÍCULA DE SCORSESE. Hace ya años que el sujeto no da una a derechas y no es otra cosa que una venerable reliquia de un pasado que fue espléndido. El mismo caso de F.F. Coppola. Se que el aburrimiento es meramente subjetivo, pero hacía mucho tiempo que no miraba tanto el reloj durante una proyección. Un guión horripilante, como de costumbre en los bloquebusteres, se impone incluso a un payasesco Di Caprio que no nació ni para la comedia ni para la parodia. Lástima, porque cuando se pone serio demuestra una vez más que es un gran actor. Un show de horterismo yanqui modelo Las Vegas, una apoteosis de mal gusto, grosería y ordinariez rematada por la presencia de ese tipo con cara de idiota y que solo sabe hacer de idiota: Jonah Hill. Algunas secuencias producen vergüenza ajena. 


Si a estas alturas Scorsese no supiese donde poner la cámara andaríamos aviados, pero ¿la pone él o Di Caprio para su narcisismo exhibicionista?. Probable que le den el Oscar, es una de esas interpretaciones "bigger tan life” que tanto gustan a los conservadores de Jolibú. Conste que creo que Di Caprio es acaso el mejor actor americano que existe. No le dieron el monigote dorado cuando lo merecía: a los quince años en ¿Quien ama a Gilbert Grape?, ya más que treintañero en "Revolutionary road". Y no, la película no me parece buena sino mala hasta decir basta. No estoy en soledad en esta valoración. Tampoco en “Inside Lewyn Davis”. Gregorio Belinchón en “El País” escribió: “expectación ante el inminente estreno de la última película de los hermanos más universales del cine.”. Naturalmente se refería a Joel y Ethan Coen. Uno, que es deudor de la cultura europea y no de la estadounidense – como se escribe ahora para destacar al Gran Hermano orwelliano de otros insignificantes países del continente americano, de Canadá a Chile – cree que esos “universales” hermanos” son belgas y se llaman Jean-Luc y Pierre Dardenne.


“Inside Lewyn Davis” no me resulta especialmente tediosa aunque si reiterativa y superpoblada de canciones folk que sirven para tapar la nimiedad de la anécdota. Hay un gato que desgraciadamente no es el de Blake Edwards en “Desayuno con diamantes”. El del film de la maravillosa Audrey Hepburn se llamaba Gato, el de los Coen nada menos que Ulises. Lo que ha dado pie a “los canónicos” para que exhumen a Homero, al mito de Sísifo, al sacrosanto Albert Camus y hasta a Wittgenstein. Y todo ello porque el protagonista de la función es un cantante al que no le sale nada bien, ni en su música ni en la vida. A los diez minutos ya estoy aguardando el momento inexorable en el que le van a llamar PERDEDOR, uno de los más terribles insultos que en la ultracapitalista USA se puede espetar a un individuo. 


Y es que con los Coen me sucede exactamente lo mismo que con Scorsese, aunque sean bastante más jóvenes. Todas sus películas a partir de “No country for old men” me resultan mediocres y, en el caso de “A serious man”, un espanto. Ya no queda en su cine restos de las magnificencias de “Sangre fácil”, “Muerte entre las flores” o “Fargo”. La línea dura de su cine – “Barton Fink”, “Oh brother” ha terminado por imponerse. Una pena. No alarmarse; Estados Unidos sigue siendo la tierra de promisión, en el pasado, en el presente y en el futuro aunque probablemente no se lo crean ni sus dirigentes políticos ni sus intelectuales – que sí, que los tiene - , el infausto folksinger Lewyn Davis (apalizado dos veces por decisión unilateral de los Coen) tiene su réplica en el cameo de Bob Dylan. UN GANADOR. Como el viejo Scorsese, los Coen son también políticamente correctos. Un dato: tanto “The wolf of Wall Street” como “Inside Lewyn Davis” estan basadas en sendos bestsellers literarios.

OBITUARIO IMPRESCINDIBLE: CLAUDIO ABBADO


Resistió más de diez años al ataque de un terrible cáncer y cuando nadie daba un céntimo ni por su vida ni su resurrección artística, el gran Claudio resurgió inesperadamente en Lucerna y se ha marchado definitivamente siendo el mejor director de orquesta del mundo. Era de Milán, de izquierdas, tan gran director operístico como sinfónico e incluso camerístico. El último vástago de una gran tradición de eminentes maestros italianos que comienza con Arturo Toscanini, sigue con el el tan joven malogrado Guido Cantelli, el ignorado por las grandes discográficas Víctor de Sabata y alcanza su culminación con Carlo Maria Giulini. Abbado no llegó nunca a la excelsitud de éste último ni a la fama en vida del hoy discutido Toscanini, pero fue/es muy superior a su rival turinés Riccardo Muti hoy titular de la Sinfónica de Chicago. Solo el citado Giulini le superó en Verdi, en Beethoven, en Brahms, en Bruckner…..no así en Wagner o Mahler al que llegó tardíamente pero dejó grabada una Novena Sinfonía del todo impresionante. En nada ni en nadie fue mediocre. Y sí, no albergo duda alguna de que su nombre está inscrito en la dorada lista de los mejores directores de orquesta. Tan solo un escalón por debajo de los Fürtwangler, Celebidache, Walter, Klemperer, Szell, Reiner, Knappersbusch, Giulini, Kleiber padre e hijo (Erich y Carlos)……..y en el mismo rellano que los Toscanini, Böhm, Beecham, Barbirolli, Karajan, Horenstein….Olvídense de Barenboim, por favor.

Luis Betrán