miércoles, 25 de septiembre de 2013

DOSSIER LUIS BUÑUEL III

 

“Abismos de pasión” resultó una aventura condenada de antemano al fracaso. Buñuel, y los surrealistas en general, amaban la obra maestra de Emily Bronte “Cumbres borrascosas” en tanto que cima literaria insuperada del “amour fou”. Buñuel la filmó en México en 1952, con dos intérpretes imposibles para Heatcliff y Kate: Jorge Mistral e Isarema Dilian. El resultado fue mediocre aunque, eso sí, rematado por un portentoso final en el que Heatcliff desciende a la cripta en la que reposan los restos de la fallecida Kate, abre el catafalco y…..todo ello subrayado por el maravilloso preludio de “Tristán e Isolda” de Wagner. Una de las grandes secuencias de la filmografía buñueliana.


Este insuperado ciclo buñueliano culmina en la portentosa “El ángel exterminador” (1962), la mejor película de la Historia del Cine según Ingmar Bergman, y, desde luego, mi Buñuel favorito y el que más actual está en la triste y desvencijada España en la que ahora moramos. Los burgueses quedan inexplicablemente atrapados en la mansión en la que se han reunido para cenar. El largo cautiverio les hará sacar a la luz todas sus miserias y procacidades, y cuando al final salgan rezarán un Te Deum en la catedral de la que tampoco podrán volver a salir mientras suenan ráfagas de ametralladoras. 


Piénsese en nuestro panorama cotidiano. De mediados de 2013. Y lo que aguarda. Lástima que “Simón del desierto” (1965), magistral ensayo minimalista de “La voie lactée” (1969) quedase inacabada. Con sus 43 minutos, el primitivo asceta (creación sublime de Claudio Brook) que se pasó prácticamente toda la vida subido en una columna y provocando la confusión y el mal cuando lo único que intenta es hacer el bien. En esta película intervenía nuevamente la protagonista de, “El ángel exterminador” y “Viridiana”; Silvia Pinal que, otra vez, en el papel del demonio adopta los disfraces más engañosos y seductores para tentar al incorruptible Simón……..lográndolo en un final algo forzado en una discoteca de Nueva York..


Termino esta segunda entrega no sin hacer mención a “Viridiana” (1961) en la que Buñuel, al que se invitó a “volver” a España como un verdadero hijo pródigo, desarrolla el tema de “Nazarín” con mucha mayor ferocidad y profundidad y, yo no tengo dudas, es otra de las cumbres absolutas de su obra. No me explayaré sobre el escándalo tan famoso y tan solo añadiré que Buñuel, como buen surrealista, cree que se debe morder la mano que le da a uno de comer. Tambien en estos años. Buñuel ejecuta su película americana: “The young one” (1960) por la que su autor siempre ha manifestado gran simpatía. No la comparto. “La joven” es un film totalmente serio, un alegato antirracista. Una buena película pero, acaso, la menos personal de don Luis.

Sin cambiar ni hacer jamás concesiones – salvo en “La fiévre monte a  El Pao” (1960).  ¿Por qué  Buñuel aceptó un guión tan malo y trabajar con La Doña?, me parece evidente que el aragonés y “la devoradora” María Felix (bellísima mujer) no estaban hechos el uno para la otra o recíprocamente –, Don Luis de Calanda  demostró una infinita capacidad de renovación. Desde 1960 vino diciendo que su nueva película sería la última de su carrera, cuando de hecho no era sino la continuación triunfante de la misma. En 1956 volvió a aterrizar en Francia  para filmar dos películas irregulares: “Cela s’appelle l’aurore” y “La mort.dans ce jardin”. No estimo demasiado la primera en la que, otra vez como en “The young one”, echo en falta el sentido del humor y se insiste en un tono – nada demagógico – denunciador tan seco como el de un Francesco Rosi en sus peores películas. Si acaso destacar el singular ajuste de cuentas con Salvador Dalí, consistente en que en el despacho del comisario de policía se ve con toda claridad el cuadro de Dalí “El Cristo de San Juan de la Cruz” (Museo de Bellas Artes de Glasgow) que a Buñuel le repugnaba. Curiosamente, el maestro confiesa tener muy buena opinión de esta película.


Otro asunto es “La mort dans ce jardin”, pese a los problemas que se acumularon en el rodaje, debidos a que el guión no se terminaba de escribir y a la actitud hostil de Simone Signoret. Buñuel recuerda que en este film conoció a Michel Piccoli que luego se convertiría en amigo personal del cineasta e intérprete favorito del maestro. Piccoli y Claudio Brook insuflan en sus trabajos y en sus personajes un humor, típicamente anticlerical, que acaba por convertir esta película, acaso menor, en un manjar más mexicano que francés, con abundante chile picante. En 1964 Buñuel adapta la novela de Octave Mirbeau “Le Journal d’une femme de chambre”, que ya había sido llevada al cine nada menos que por Jean Renoir en  1946. No haré sangre en el hecho, para mi evidente, de que Buñuel deja en evidencia al autor de “La régle du jeu”. Renoir en Hollywood no filmó más que una gran película: “The southerner” (1945). Su 

“Diario…..” es de un romanticismo y un lirismo pelín cursi, que chocan frontalmente con la feroz denuncia buñueliana de la hipocresía “moral” de la alta burguesía y sus buenas maneras. Película repleta de fetichismos varios, significa asimismo el inicio de una larga y fructífera colaboración con el productor Serge Silberman y el guionista Jean-Claude Carriérte, quienes seguirán ofreciendo al genio las condiciones idóneas  para hacer una película cada vez que se sintiese con fuerzas para ello. La obra maestra que es “Le Journal” se cimenta del todo con el divertido personaje de Piccoli y la actuación de la gran Jeanne Moreau que, al revés que la Signoret, se integró con toda naturalidad en el universo buñuelesco, Tal y como había hecho esta maravillosa actriz en los tan opuestos de Antonioni y, más tarde, de Orson Welles.

Luis Betrán

miércoles, 18 de septiembre de 2013

DOSSIER LUIS BUÑUEL II

En 1938, el grupo surrealista presidido por André Breton y con la ausencia de Luis Buñuel y de Salvador Dalí (expulsado por Breton por manifestar que el acto surrealista supremo era el descarrilamiento de un tren con cientos de obreros muertos), visitaron a su padre espiritual e intelectual: Sigmund Freud. El insigne escritor, científico y padre del psicoanálisis, ya casi en fase terminal de su terrible cáncer de mandíbula les recibió desabridamente en la puerta de su casa de Londres. Breton ordenó a todos postrarse de rodillas ante el SABIO y dijo: MAESTRO, NOSOTROS LE VENERAMOS, A lo que Freud desganadamente respondió: YO A USTEDES NO PORQUE A MI ME GUSTAN LAS MUJERES. Tómese como se quiera.

(1) Una carta sobre homosexualidad.- Freud había escrito por su parte y previamente, cartas a los surrealistas en general y a André Bretón en particular. Buñuel nunca ocultó la influencia de las teorías freudianas en sus obras cinematográficas y lo dijo y escribió en varias ocasiones.. Era consciente de que sin Freud, él no habría rodado ni siquiera “Un perro andaluz”.



Buñuel, en México, es un impecable artesano – que a partir de “Los olvidados” recupera su condición de gran artista – al que le gusta trabajar rápidamente y con eficiencia, y no desdeña los proyectos comerciales siempre que pueda introducir en ellos sus preocupaciones y obsesiones personales. Logra hacer algunas películas de gran éxito popular, sin por ello renegar de su visión esencialmente austera del mundo ni realizar concesiones. De “Susana” (1951) Buñuel escribe en “Mon dernier soupir” que no tiene nada que decir. Autocrítica muy severa. “Susana” es una disolvente y divertida sátira en la que el maestro se carga impasible a Dios, el Diablo y la Familia Católica. Veamos. Susana (Rosita Quintana) es el mal mismo, Belcebú en forma de mujer (como en “Simón del desierto”, 1965) que está enjaulada entre rejas. Pero un rayo del cielo enviado por Dios (o Zeus, que más da) fulmina los barrotes y Susana, demonio y carne, se asoma al exterior. Al Paraíso Terrenal. ¿Qué encuentra?. Una familiar ejemplar, burguesa, rica y católica que acoge a la desdichada para menesteres serviciales. Sucede que Susana está de muy buen ver y destila erotismo por todos los poros de su piel. Hecho que provocará la destrucción de la ejemplar familia ya que el padre y el hijo y….tendrán algo que ver con ella. Susana no es el Angel de la Guarda pasoliniano de “Teorema”. Por tanto no se volverá a los cielos sino que será violentamente expulsada del seno familar, del rancho y hasta de la comarca en donde se ubica la película. La socarronería buñueliana alcanza aquí uno de sus puntos máximos. Buñuel no tiene nada que decir sobre “Susana”. Otros sí. Que es una de las obras maestras más ignoradas de la filmografía del turolense.



Hecho que se repite en la fundamental “Subida al cielo” (1952),  en la que un buen chico que se va a casar con una buena chica tiene que hacer un lejano viaje en antediluviano autobús para buscar unos medicamentos para su mamacita política. Sucede esta vez que al autobús primitivo sube tambien la puta del pueblo – San Jeronimito – y……cuando en el bus ya solo quedan el muchacho, la pelandusca y el conductor surge el sueño del joven mientras se lo pasa bomba con la depravada. Eso en un instante en que el rancio vehículo se para porque no da más de si en la cima de un puerto de montaña llamado…….Subida al cielo. Sublime chiste solo al alcance de Luis Buñuel. Será que los aragoneses somos así (no es cierto).



Menos interés tienen “La hija del engaño” (1951), “El bruto” (1953, aunque en esta abundan las bromas memorables), “Una mujer sin amor” (1952, un buen melodrama que Buñuel consideraba su peor película, a saber porqué), “La ilusión viaje en tranvía” (1954, un agradable divertimento en tono menor), o “El río y la muerte” (1955, tremebunda sátira del machismo mexicano que Buñuel detestaba tanto como los sombreros charros). Y, ahora, me doy cuenta de que me he dejado en el camino la estupenda “El gran calavera” (1949) que siempre que la veo me parece tan inteligente como cachonda y cuenta con el suplemento de una interpretación formidable del gran actor Fernando Soler.



Durante este periodo mexicano surgen obras maestras que superaran a todas las francesas con mayor presupuesto y colores que vendrán después, en plena canonización de Buñuel. “El” (1953) un apasionante estudio, protagonizado por el gran Arturo de Córdova, sobre los celos patológicos y el fetichismo. Esta película, desde los tiempos de Lacan, se estudia para adquirir el título de Doctor en Psiquiatría.  En julio de 2012 vino a Zaragoza un hijo de un gran amigo mío de Santander (ya fallecido, que pena) y, mientras buscaba un piso, se alojó en mi casa. Estaba, y está, haciendo los cuatro años de residencia en el hospital Miguel Servet. A los dos meses, más o menos, me pidió el DVD de “El” ya que habían organizado un seminario los más jóvenes y precisaban la proyección del film de Buñuel.  Su inteligente versión de “Robinson Crusoe”, rodada por primera vez en su obra en color, no poco iconoclasta y con una excepcional secuencia surrealista. Si alguien conserva el primitivo prospecto de este film (fue el primero de Buñuel que se estrenó comercialmente en España), observará que Buñuel figura en el mismo ¡¡como actor!! Y no como director.



La gran comedia negra “Ensayo de un crimen o La vida criminal de Archibaldo de la Cruz”(1955) hace hincapié todavía más en el fetichismo en la secuencia inicial en la que una bala mata a la institutriz del nene Archibaldo, y al caer desplomada se mezcla la sangre….con una piernas con medias de costura altamente libidinosas. Archibaldo no lo olvidará nunca, pero sus asesinatos resultarán fallidos o las muertes las provocará el azar y no él. Como la escena de la monja con sus grandes tocas cayendo al vació por la puerta de un ascensor y…..mostrando lo que una sierva de Dios (ojo, solo las piernas) no debería hacer nunca. Es otro de los grandes logros de Buñuel,  que en México culminan con “Nazarín” (1958) , adaptación de una no muy buena novela de Galdós (uno de los escritores favoritos de Buñuel) y una brutalmente irónica (el Cristo riendo a carcajadas) y conmovedora parábola sobre la imposibilidad de llevar una vida verdaderamente cristiana en un mundo imperfecto dominado por el egoísmo y la corrupción. En realidad, la Pasión de Cristo según Buñuel. Un Cristo altanero en su falsa humildad, que en el desenlace aceptará una caridad mientras resuenan por segunda vez en su obra los tambores de Calanda.

Luis Betrán

miércoles, 11 de septiembre de 2013

DOSSIER LUIS BUÑUEL (I)

En julio se cumplieron 30 años de la muerte de Luis Buñuel. En cualquier país de Occidente – e incluso de Oriente  – el genio de Calanda está considerado como uno de los cineastas esenciales y fundamentales del pasado siglo. Puede afirmarse, sin exageración alguna, que Buñuel es también figura cultural imprescindible, en el pasado, en el presente y en el futuro. Durante su vida y tras su muerte. Esto vale para Francia, Reino Unido, Escandinavia, Polonia, Alemania, Austria, Italia, Estados Unidos, Suiza, Japón….pero no para España y, menos aún, para Aragón. Unicos territorios, que yo sepa, en que se discute a don Luis y hasta se le niega el pan y la sal. Cainismo desaforado, el de la actual Chorizistán. Viene de lejos. Buñuel frecuentó a Unamuno en sus primeros años parisinos y paseó en alguna ocasión con don Miguel, autor de la inmortal nívola “Abel Sánchez” la más acerada crítica a la envidia española que he leído.

DOSSIER LUIS BUÑUEL (I)



“A Buñuel le llaman de todo: traidor, anarquista, pervertido, blasfemo, iconoclasta….pero no le llaman loco, quizá porque el caos y la putrefacción que durante algo menos de una hora nos presenta  en “La edad de oro” no es sino la locura de la civilización, el retrato implacable de los logros del ser humano tras diez mil años de refinamiento”

Henry Miller (Paris, 1932)
Mire usted, conozco todas las películas de Buñuel. Si no se nota en las mías se debe a que puedes ser influido por Bergman, puedes tomar esto o aquello de Fellini, puede influirte Kurosawa, etcétera. Pero Buñuel… Está en la estratosfera, está en otro planeta, no hay manera de que te influya porque es un genio demasiado perfecto.
Woody Allen (2-12-2003)

De todos nosotros, Buñuel es sin duda el mejor y el más astuto. Porque al igual que Antonioni, Tarkovsky o yo mismo, hace siempre la misma película pero es al único que no se le nota.

Ingmar Bergman (entrevista para la televisión sueca emitida por la cadena Arte en 2004)

La famosa paradoja pronunciada en cierta ocasión de Luis Buñuel: soy ateo gracias a Dios”, refleja a la perfección su compleja y contradictoria personalidad. Solo un creyente puede generar una falta de fe, un escepticismo, un exabrupto como los suyos, al igual que nadie que no haya nacido y se haya criado en el seno de una burguesía puede atacar de una manera tan fiera y escabrosa los valores de la misma, como hizo Buñuel a lo largo de más de medio siglo.

Buñuel nació en 1900 en Calanda, un pueblo del Bajo Aragón, y los tambores con los que en dicho lugar se celebra la Semana Santa son uno de los motivos que más frecuentemente reaparecen en sus películas. Su familia era rica y Buñuel parece haber tenido una niñez feliz. Se educó en Zaragoza, con los jesuitas, lo que fomento su incipiente anticlericalismo, aunque siempre como un alumno inteligente y bien educado. Su familia y los criados vivían en una casa seudomodernista  en el Paseo de la Independencia. Luego pasó a la Universidad de Madrid, donde cursó estudios de Filosofía y Letras, alojándose en la famosa Residencia de Estudiantes, donde conoció al poeta Federico García Lorca y, más tarde, al pintor y escritor Salvador Dalí. Participando con entusiasmo en todos los movimientos de vanguardia del momento.

En 1925 Buñuel marchó a Paris, Apuesto y atlético (había practicado incluso el boxeo con el alias de “El León de Calanda”) se abrió rápidamente paso en los círculos artísticos y comenzó a trabajar como ayudante de dirección de Jean Epstein. No obstante sus relaciones terminaron debido a que insultó sin contemplaciones a Abel Gance cuando éste le ofreció un trabajo en su espectacular “Napoleón” (1927). Durante este periodo, Buñuel se dedicó tambien a enviar inteligentes y agudas críticas de cine a la prensa española, lo que le ayudó a sobrevivir durante algún tiempo.



Buñuel y el surrealismo

Sin embargo Buñuel encontró su verdadero hogar espiritual en el grupo de los surrealistas franceses, en el que tanto él como Dalí (tambien en Paris desde 1925) se convirtieron en figuras clave. Juntos realizaron la primera película genuinamente surrealista (como dictaminó Louis Aragon, uno de los pontífices del movimiento) con un dinero que adelantó la madre de Buñuel. “Un perro andaluz” (Un chien andalou, 1928) fue el primer y genial intento de crear imágenes  nacidas directamente del subconsciente, ateniéndose únicamente a las normas del surrealismo. Según Buñuel, él y Dalí se contaban sus sueños todas las mañanas y, cuando alguno les gustaba a ambos, lo incluían en el guión. En este breve y fundamental film está ya contenido todo Buñuel, él que se irá desarrollando a lo largo de los años.

FEDERICO GARCIA LORCA: En Nueva York en donde escribiría su mejor poemario bajo la influencia de Walt Whitman: “Poeta en Nueva York”: “Buñuel y Dalí han hecho una mierdesita asi de pequeñita y la han titulado “un perro andaluz”, el perro soy yo”.

El insolente y horripilante plano inicial de la película, en el que una navaja de afeitar corta un ojo por la mitad, basta para asegurar a “Un perro andaluz” un gran “succeés de scandale”, así como para atraer la admiración y los denuestos a partes iguales (ver mi texto “El ojo y la navaja” de Buñuel). Gracias a ésta  película , Buñuel y Dalí  obtuvieron una suma de dinero del vizconde de Noailles, un distinguido mecenas, para rodar su siguiente proyecto, “La edad de oro” (L’âge d’or”, 1930). Finalmente, la película sería realizada solo por Buñuel y marcó el final de su amistad con Salvador Dalí (aunque el verdadero motivo fuese la aversión que Buñuel profesó siempre a SuperGala).


“La edad de oro” no se parece a ninguna otra película ni anterior ni posterior a ella. Con sus extraordinarias imágenes, que revelan los aspectos horribles y disparatados de la vida cotidiana, su anticlericalismo, antiautoritarismo, su oposición a los valores burgueses, sus aspectos sádicos y blasfemos (al final Buñuel evoca la orgía sadiana –  la que tambien usó Pasolini en “Saló” – de “Los 120 días de Sodoma y Gomorra”, y hace salir a los mayores crápulas del festejo. El último en comparecer en la pantalla – mientras suenan ininterrumpidamente los tambores de Calanda – es….Jesucristo en imagen salsupiciana de sagrado corazón), su exaltación del “amour fou” y sobre todo, su enorme carga de ironía y sentido del humor, constituye algo así como la exposición del credo buñueliano, y una fuente de inspiración y referencia para buena parte de sus películas posteriores. Tan seminal como “Un chien andalou”, “La edad de oro” es quizá el título del grandioso cine mudo clásico más impermeable al paso del tiempo. Su estreno en Paris provocó manifestaciones de la extrema derecha, que tiró bombas contra la puerta del cine, e intervenciones de la policía, mandada por Chiappe, que reflejaban la creciente derechización de la sociedad francesa de la década anterior a la Segunda Guerra Mundial y a la que Buñuel haría, posteriormente, una sarcástica referencia al final de “Journal d’une femme de chambre” (1964).

Años difíciles



 A su vuelta a España, Buñuel rodó un documental extraordinario. “Tierra sin pan” (“Las Hurdes” o “La terre sens pain”, 1932), que aplicaba una visión  airada y esencialmente surrealista a las duras condiciones de vida de las Hurdes extremeñas, una de las zonas  más pobres, depauperadas y oprimidas de España. La película sería prohibida por la censura de la II República.  Despues, y considerado ya como de las grandes figuras del cine mundial, Buñuel desapareció prácticamente del mismo durante veinte años, dedicándose  a supervisar las producciones de la Nueva Empresa Filmófono, creada en Madrid por Ricardo Urgoiti (entre ellas “Don Quintin el amargao” 1935, “La hija de Juan Simón”  1935 y “Quién me quiere a mi” (1936). Y luego a colaborar en algunos documentales sobre la Guerra Civil Española. En 1939, convertido en un exiliado (no está de más añadir que Buñuel jamás militó en el P.C.E. - si durante pocos años en el P.C.F. - ni en el P.S.O.E., ni sintió la menor simpatía por el anarquismo, el nacionalismo o el terrorismo), aceptó el puesto que le ofrecía  el Museo de Arte Moderno de Nueva York, pero lo perdió poco después merced a una denuncia de Dalí (que informó a los estadounidenses de que Buñuel era comunista) y la intervención definitiva del siniestro Cardenal Spellman y del Departamento de Estado, que amenazaron con represalias si ese “ANTICRISTO” no era despedido de inmediato. Era la época del “new deal” pero la censura a Buñuel lo que profetizaba era la Caza de Brujas.



Buñuel no volvió a rodar hasta 1947, año en que inició en México una larga serie de películas de bajo presupuesto, rodadas en muy poco tiempo y que culminaron en  el mazazo de “Los olvidados” (1950, Patrimonio Mundial de la Humanidad, según la Unesco), un drama sin concesiones sobre los delincuentes juveniles de México D.F. y en el que Buñuel mezclaba los aspectos documentales con visiones y alucinaciones típicamente surrealistas. La obra deslumbró a intelectuales como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Max Aub, Jean-Paul Sartre o Henry Miller. Obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de  Cannes1951 y resta como una de las obras maestras inmortales de uno de los genios, insisto solo discutido en España y Aragón, que más allá del cine conforman la Gran Cultura del Siglo XX. Además, y junto a sus otras tres piezas maestras del surrealismo que  iniciaron  su filmografía, le consagran como al único surrealista que ha resistido, sin fisuras, el paso del tiempo. En 2013 pocos se acuerdan o leen la “Nadja” de André Breton o la poesía de Louis Aragon. En cuanto a Salvador Dalí, excepto en su primera época y cuando era amigo de Lorca y Dalí (a los que dedicó dos maravillosos cuadros significativamente titulados “La miel es más dulce que la sangre” y “La sangre es más dulce que miel”), siempre me ha parecido un pintor melifluo y de colores dulzones y, en muchos aspectos, un invento comercial de Gala. “Los olvidados” inicia tambien la etapa más fructífera y mejor de la filmografía buñueliana: la mexicana.

Luis Betrán Colás

miércoles, 4 de septiembre de 2013

DECÍAMOS AYER

Más de un año “vergerus” en paro. No tiene importancia porque hoy el paro es lo más habitual en la bochornosa España pepera. Yo, en mi condición de jubilado, aguardo con expectación el recorte inevitable de la pensión que sustenta económicamente mi vida y mis pupas. Porqué, ¿de salud, que tal?. No muy bien, gracias. Volvieron los tambores aunque su estruendo es casi un susurro, asi que espero que con una dosis del acostumbrado veneno diga adiós al enemigo. Bueno, tampoco nos pasemos de optimismo. En justica sería un “hasta la vista”. “vergerus” vuelve y traerá a Lucky de la mano tan lenguaraz y grosero como otrora. Y tras este prefacio, exordio o prólogo, vayamos sin dilación al primer texto de esta segunda etapa. Solo cinematográfico. Aviso a navegantes que va a ser – y los que le sigan – a mi estilo. Siempre he odiado las estrellitas o numeritos para decir si una película es buena, mala a regular. Dígase de esa manía cahierista consistente en poner entre paréntesis el título original y la fecha de producción. En la rentrée todavía perdurarán, luego, poco a poco, escribiré al estilo de mi añorada Nuestro Cine o de la francesa Positif. Se han imaginado por casualidad, mis abundantísimos lectores, lo que supondría para la dama o el caballero que hace una recensión de una obra literaria colocar al lado de su título en castellano el original y la fecha en que fue escrito. Dejando volar la fantasía resultaría más bien improbable que si el crítico/a literario comenta un texto de un autor ruso o griego colocara pegaditos los paréntesis, la fecha, y el título original que tendría que ser en ¡caracteres cirílicos!
  
   Aniversarios, siempre muy socorridos, vienen de p….madre para esta reinauguración. Comencemos por el centenario de JOHN FORD
   
JOHN FORD

 
El clásico por excelencia del cine estadounidense falleció el 31 de agosto de 1973. Asi que muy poco no redacto en el 40 aniversario de su defección. Me gusta Jon Ford, naturalmente, pero no es uno de mis cineastas  esenciales. Leo en facebook algo así como que aquel que dijo “me llamo John Ford y hago películas del Oeste”, filmó una sesenta películas y todas ellas fueron obras maestras. ¡Qué barbaridad¡ . Fueron muchas más las que surgieron de la cámara del yanqui de origen irlandés y en cuanto a que todas fueron obras maestras….hum. Veamos. John Ford es  indiscutible. De acuerdo. Pero ni mucho menos todas las películas de su inmensa filmografía fueron buenas. Como escribió hace muuuuchos años François Truffaut "babeaba ante los uniformes". No me interesa, por ejemplo, su trilogía de la caballería con la excepción de "Fort Apache". Filmó bodrios insalvables como "Bill, que grande eres", "Maria Estuardo", "Madre Macrheee"....No me parecen obras maestras para nada ni "La diligencia" ni "Pasión de los fuertes", si películas entretenidas y agradables. Ni a eso llegan las disparatadas "Misión de audaces" o "Dos cabalgan juntos". "La taberna del irlandés" me parece simplemente vergonzante.....y de su época de "qualité" literaria, ni "El delator" ni "El fugitivo" han resistido el paso del tiempo. Y, con todo, jamás discutiré que John Ford es un nombre imprescindible en la Historia del Cine. ¿Porqué?". Por "Hombres intrépidos", por "Las uvas de la ira", por "Young mr. Lincoln", por "Wagonmaster", por "El hombre tranquilo", por "Centauros del desierto", por "They were expendable",por “The last hurrah” ...........y, sobre todo, por las para mí obras maestrísimas "Que verde era mi valle" y "El hombre que mató a Liberty Valance". Fue un hombre contradictorio a tenor de lo que nos han contado de él. Pero tampoco debe olvidarse que la notable "Siete mujeres" no fue su última película. Tras ella Ford filmó un falso documental titulado "Vietnam, Vietnam" en la línea de "Las boinas verdes" de su amigo John Wayne.

EL TESTAMENTO DE JOHN FORD 
Pienso que algo arrepentido de haber matado tantos pieles rojas….
     
  
EL GRAN COMBATE (Cheyenne autumn, 1964), de John Ford.-

Más que cualquier otra obra suya, “Cheyenne autumn” es un calidoscopio fordiano – con mejores intenciones que resultados – de viejas figuras que poblaron su cine a las que une una súbita vitalidad, convenientemente amarilleada por el halo nostálgico. “Cheyenne autumn”  es un paisaje a cuyo fondo se arrimarán algunos mitos del cine de John Ford. Es una línea de horizonte en que pudieran dibujarse oscuras figuras recortadas ante el cielo, a las que un imaginario movimiento de la cámara  nos permitiese sorprender en unas actividades que creíamos fuera de nuestro mundo. Pero que en la cercanía de una pantalla de infinitos 70mm. se revelan como eternas. Ante esa imaginaria línea de horizonte citada podíamos volver a ver a Wyatt Earp jugar su última partida de poker, a los indios peleando por su dignidad y a todos, en fin, moviéndose en un torbellino de vida y violencia. Ahora bien, presentados bajo los entonces modernos apuntes de magia que el show-biz creó para fines de susto y recreo de concurrencias: el color, el sonido estereofónico y la película de 70 mm.

Estas viejas siluetas pueden seguir dictando su lección para los amantes del cine, y su grito de dignidad y dolor ante tanta injusticia para ser oídos por las gentes de bien. Su pelea bajo un sol que desaparece, la agonía de una raza  y una concepción de la vida que sólo empezamos a comprender y apreciar cuando hacen mutis por el foro. Porque únicamente cuando el género de “indios” desaparece se le dedican los últimos segundos de la historia del cine de aventuras clásico. Antes, su papel fue siempre de comparsas, con derecho a muerte anónima y racismo de unos espectadores que vieron en ellos la bestia negra de sus vidas de ficción.
  
Lamentablemente “Cheyenne autumn” (bello título “Otoño de los cheyennes” y no el espantoso que le pusieron en España) llegó al final de la vida activa de John Ford, le cogió un poco como a quién al ponerse a la altura de los tiempos pudiese ver  que los héroes de su cine lo habían sido gracias a tanto crimen y a tantos expolios perpetrados sobre aquellos que, consumiendo sus postreros días, llegaban a los albores del siglo diecinueve viejos, cansados y con un bagaje cultural absolutamente despreciado. Los arcos y las flechas  hablaban un lenguaje  que probablemente jamás entendieron los que el cine – y solo el cine - creó como héroes de la nueva frontera. Más esos arcos y esas flechas  fueron usados por Hollywood cien años después como punto de partida, base y excusa  para utilizar el Winchester 73. Su avatar se ha repetido tanto en la vida real como en el cine. El siglo veintiuno no podrá desmentirlo.
  
Entonces John Ford detiene su ritmo habitual, y de forma lúcida, dolorida y nostálgica cuenta su film con dulzura y serenidad. El poder del sentimiento de la dignidad parece sustituir la furia de la venganza. Obra lírica, rodada con la facilidad de quién domina todos los resortes, no ya de su propio estilo, sino de toda su generación. “Cheyenne autumn” pertenece a la categoría de las obras de punto y final pero no a las testamentarias. Películas que ligan los universos crepusculares de quienes todavía tienen algo que decir, aunque las circunstancias les son por entero adversas. Ejemplos: “Eldorado” de Hawks, “My fair lady” de Cukor, “Un ganster para un milagro” de Capra, “Dos semanas en otra ciudad” de Minnelli, “Identificación de una mujer” de Antonioni, “Confidencias” de Visconti, “Les tricheurs” de Carné, “La puerta de las lilas” de Clair, “La calle de la vergüenza” de Mizoguchi, “El sabor del sake” de Ozu, “Agantuk” de Satyajit Ray, “Pasaje a la India” de Lean, “Ese oscuro objeto de deseo” de Buñuel, “Lola Montes” de Ophuls, “La saga de Anathan” de Von Sternberg, “Dublineses” de Huston, “Saraband” de Bergman y varias más que podrían venirme a la memoria.
  
Película de itinerario en la mejor tradición americana, “Cheyenne autumn” cuenta la historia de un viaje sin historia, porque los hechos que allí ocurren no proceden de una peripecia argumental sino que surgen, en número variable, del desarrollo de un problema latente en el fondo de los corazones de los hombres y mujeres que recorren un Oeste en un viaje del que ni siquiera podrán decir que fue en busca de su dignidad perdida. Porque la Historia les era tambien adversa. Porque los cineastas que vinieron despues siguieron sin hacerles justicia.
  
Toda esta poesía se viene abajo cuando observamos los desajustes varios de la película. Su estreno en USA fue un fracaso tremendo y la productora (Warner) redujo el metraje en más de treinta minutos. Ello redunda en que la obra quede deslavazada, con episodios que no llegan a comprenderse bien (el del político encarnado por Edward G. Robinson) y diversas fricciones en el guión que se traducen en “elipsis” ciertamente no deseadas por Ford. Tampoco el multiestelar reparto (Richard Widmark, Carrol Baker, Edward G. Robinson, James Stewart, Karl Malden, Dolores del Río, Sal Mineo, Ricardo Montalbán, Gilbert Roland, Arthur Kennedy…) raya a gran altura. Antes al contrario: Widmark y Baker están menos que discretos, Malden está sobreactuado, Del Río, Mineo, Montalbán y Roland en sus papeles de líderes cheyennes no aportan más que presencia física, Robinson despistado y tan solo Stewart en su breve intervención como Wyatt Earp (que, dicho sea de paso, no se sabe muy bien que pinta en el argumento)aporta ironía, clase y sentido del humor.
  
Asi pues “Cheyenne autumn”, que pudo y debió ser una posible obra maestra y el mejor colofón imaginable para la larguísima carrera del gran Ford, devino un fracaso tan bello y tan digno como el otoño de los cheyennes.
   
LuisB