viernes, 26 de marzo de 2010

Semana Santa de Zaragoza

A muchos les va a chocar lo que viene a continuación, dada mi condición de ateo por la gracia de Dios a la manera de don Luis Buñuel de Calanda. No deberían. Como al ilustre paisano no hay que confundir la gimnasia con la magnesia. Aspectos de la liturgia católica me gustan no poco, y en el caso de la Semana Santa  cantiduvi. No en todas partes, naturalmente. Me pareció algo fastuoso y bellísimo la de Sevilla. Y ahí se acaba la cuestión.

En Aragón lo que adoro es el ruido de tambores, bombos y timbales. Cosa antigua por demás en lugares como Alcañiz, Hijar, Calanda, Alcorisa...., la denominada "Ruta del Tambor y Bombo". He estado en casi todas las villas turolenses mentadas. Es hermoso. Y, especialmente, en Calanda que puso de moda don Luis y que hoy es casi imposible disfrutar de algo dada la enorme afluencia turística.

Así que me quedo tranquilamente en Zaragoza. No voy a liarme con la historia de su Semana Santa (aunque podría hacerlo, pero no creo que interesara demasiado). Si evocar que mis padres me llevaban de pequeñito a ver La Piedad, Jesús Atado a la Columna, las Siete Palabras y El encuentro, que entonces se celebraba en la plazuela detrás del Arco de San Ildefonso. Luego estuve viviendo en Gerona, Barcelona, Huesca y, finalmente, retorno a Zaragoza.

Varios acontecimientos cambiaron el antes modesto desfile de cofradías. El que estas se acogieron a los alumnados de los  Colegios Católicos de la ciudad, la imitación - y por tanto considerable aumento de percusión - de la de los pueblos del Bajo Aragón antes citados y, - last but not least - la incorporación de la mujer en todas las cofradías exceptuando la de la Piedad.

A día de hoy la Semana Santa de Zaragoza es más que digna y la sigo fielmente año trás año, como buen penitente que soy aunque no arrastre cadena alguna ni vaya descalzo. Al contrario; más bien abrigadito porque suele hacer un frío que pela y el odiado cierzo acude puntualmente a la cita.

Termino esta introducción afirmando que detesto todos los ruidos habidos y por haber, que no iría ni harto de ginebra a las Fallas de Valencia, que odio todo tipo de cohetes, petardos, fuegos de artificio y demás bombardeos. Tan solo disfruto con los  truenos de las tormentas y....con el acompasado estrépito de los tambores y bombos.

Vistas así las cosas, y tras recomendar fervientemente la Semana Santa de Zaragoza voy a citar lo que en verdad me parece imprescindible en la misma.



Semana Santa de Zaragoza: los grandes momentos

La Semana Santa de Zaragoza hace buena la conseja de Eugenio D’Ors de “lo que no es tradición es plagio”. No obstante se trata de una plagio dignísimo que, con los años, ha adquirido identidad propia, hasta el extremo de haber sido declara de Interés Turístico Nacional. He aquí una panorámica de los momentos más recomendables de esta conmemoración religiosa.


DOMINGO DE RAMOS

12h.- Plaza de San Cayetano (1).- Salida de la Cofradía de la Entrada de Jesús de Jerusalén, notable por la bella marcha que la sección de tambores interpreta al iniciarse la procesión.

18,00h.- Convento de las Agustinas de Santa Mónica al final de la calle Doctor Palomar. Salida de la Cofradía de Jesús de la Humildad y María Santísima del Dulce Nombre. Sevilla en Zaragoza. Los pasos salen portados por costaleros y, dada la angostura de la puerta del convento, con enormes dificultades. Son unos minutos de indescriptible emoción que culminan con la interpretación de la Marcha Real a la salida del Palio de la Virgen. Saetas, lluvia de pétalos de flores, espléndido piquete de cornetas y tambores y banda final que interpreta motivos tan genuinamente sevillanos como “Pasan los Campanilleros”, "Madrugá"  o la conocida “Saeta” compuesta por Joan Manuel Serrat. Espúreo, sin duda, pero precioso.


LUNES SANTO

21h.- Plaza de San Miguel. Salida de la Cofradía Esclavitud de Jesús Nazareno. Cuentan con el mejor piquete de cornetas de Zaragoza. Una de las más bellas y variadas entradas en San Cayetano de la Semana Santa de Zaragoza.


MARTES SANTO

Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora. Esta procesión nocturna cuenta con una gran sección de tambores y bombos. Llevan años ganado el Concurso de dichos instrumentos, con más que discutible justicia todo hay que decirlo. Otra de las mejores recogidas o entradas de la Semana Santa zaragozana. Marcado acento aragonés con jotas incluidas.




MIERCOLES SANTO

21,30 horas. Plaza de San Cayetano. Salida de la Hermandad de San Joaquín y la Virgen de los Dolores. De gran seriedad y perfección. Ver sobre las 23,30 horas el discurrir de esta procesión por la calle Dormer y la Plaza de la Seo. Sección no muy numerosa pero sumamente acompasada de tambores y bombos. Acto del Encuentro de esta Cofradía con la de Jesús Camino del Calvario a las 12 de la noche en la plaza del Pilar. A la misma hora y de la Parroquia de Altabás, en la calle Sobrarbe, sale y discurre por las callejuelas del barrio del Arrabal la singular y personalísima procesión, que sustituye los tambores por las roncas matracas, que porta el mejor paso de la Semana Santa zaragozana. Un bellísmo Ecce Homo del siglo XV que se venera en la iglesia de San Felipe.


JUEVES SANTO

El gran día (o más bien noche) de la Semana Santa zaragozana.

Comenzar a las 12 horas. Por la mañana, en la Plaza de San Felipe para ver la bonita salida de la cofradía de la Coronación de Espinas y seguirles por la calle Alfonso y plaza del Pilar hasta La Seo.

Podemos continuar a las 19,30 horas en la iglesia de San Pablo con la muy popular salida de la Cofradía del Silencio – magnífico el paso del Cristo Crucificado – y sus trompetas heráldicas.



De la iglesia de Santiago ,a las 21,30 horas, sale la más larga, espectacular y con mejor y más variado sonido de tambor y bombo de toda la Semana Santa de Zaragoza. Es la procesión de Jesús Atado a la Columna que porta cuatro pasos – imponente, dramático y majestuoso el Señor Atado a la Columna de Jose Bueno



A las 12 de la noche sale la Piedad de San Cayetano. La Virgen de la Piedad – otro estupendo paso de Palao – y el Cristo del Refugio (obra de Juan de Mesa), se erigen año tras año en la procesión más querida por los zaragozanos.

A la 1 del ya Viernes Santo hemos de estar firmes y ocupando la posible mejor posición en la plaza de San Cayetano, donde van a entrar sucesivamente Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario que vienen desde el barrio Oliver, portan pequeños y modestísimos pasos y logran, no obstante, una de las más entusiastas (y aplaudidas) entradas que se pueden contemplar.. Sin solución de continuidad el gigantismo de Jesús Atado a la Columna y sus cuatro pasos va a circundar la plaza de San Cayetano, escucharemos jotas de despedida y un inenarrable estruendo en crescendo que llega a ser estremecedor cuando el coloso de la Columna se encierra en la iglesia. La noche puede culminar en la misma plaza con la entrada de la Institución de la Sagrada Eucaristía (La Ultima Cena) con sus dos pasos, uno de ellos con costaleros y banda de música o bien, hacia las dos y pico de la madrugada, en la plazuela de San Nicolás con la recogida del paso de la Piedad.


VIERNES SANTO



Cita ineludible a las 12 horas de la mañana para contemplar la salida de San Cayetano de la muy venerable y querida Cofradía de Las Siete Palabras, la primera en introducir el tambor en Zaragoza. Y por la tarde, la apoteosis final. La magna Procesion del Santo Entierro en la que desfilan la totalidad de las cofradías zaragozanas. Cerca de 15.000 cofrades y de 10.000 tambores, bombos y timbales acompañan en  Zaragoza acompañan la única procesión de España en la que se contemplan todos los misterios de la Pasión.

No voy a decir nada de varias máculas que estropean nuestros desfiles procesionales. Pero si de uno importantísimo. Los zaragozanos - y particularmente las zaragozanas, me da igual no ser políticamente correcto - no saben ver una procesión. No paran de hablar, de gritar estableciendo competencia con los tambores, vociferar por los móviles.....hasta poner a uno - y a varios - de los nervios. La Semana Santa, señores y señoras míos, HAY QUE CONTEMPRARLA EN SILENCIO. Es por encima de todo una ceremonia religiosa y exige total respeto. Aunque no se sea creyente.


Luis Betrán


jueves, 25 de marzo de 2010

ALGUNOS APUNTES SOBRE EL CINE-CLUB SARACOSTA

Una vez más (y pueden ser mil....) a la alegre memoria de Alberto Sánchez





El Cine-club Saracosta

El cine-club Saracosta se consideraba el heredero, previa mutación, del legendario cine-club Zaragoza. Patrocinado por el Club Cine Mundo; institución esta que sostenía el cine-club como tapadera cultural para lo que era su principal fuente de dividendos: los bailes celebrados en sus locales de la calle Almagro. Ganó el cine-club  y cedió los trastos  a unos aficionados algunos de ellos de la vieja guardia cineclubística y a otros de nuevo cuño. Pronto el Saracosta adquirió una bien ganada personalidad - gracias a Alberto Sánchez - que le diferenciaba de los demás de su especie y que a la vez se potenciaba a si mismo.

Desdeñaba presentaciones y coloquios y a cambio editaba unos folletos bastante bien cuidados donde figuraba la ficha técnica y una serie de comentarios - casi siempre de críticos de de las filas de la ortodoxia histórica cinematogrñafica  - sobre el film a proyectar. No se defendía ninguna postura: ni la política de autores ni su negación, ni la crítica al sistema ni su exaltación.

El Saracosta, a través de sus dos sesiones semanales, proyectaba títulos inéditos a través de los canales de distribución que le proporcionaba la Federación de Cine-Clubs debido a estar encuadrado en la categoría A. En sus programas no solían caber nunca films comerciales. Las sesiones tenían aire  de absoluta novedad y, a un cierto nivel , hizo soportable  la versión original ¡¡¡sin subtítulos¡¡¡. Su público - entre el que siempre me conté - buscaba ver lo que la cartelera diaria le negaba, incluídos los restantes cine-clubs de la ciudad.  Cine europeo a la última moda que en la España franquista resultaba imposible de encontarar. Así llegaron por primera vez al espectador zaragozano películas de Malle, Godard, Losey, Bergman, Wajda Kawalerowicz, Jancsó, Fabri, Gregoretti, Rosi, Nemec, Kachyna, Brook....y tantos otros que la lsita sería larga, larga. Santones del cine europeo, pero tambien Rocha, Guerra, Fernández, ¡¡¡Buñuel¡¡¡...Sesiones que eran verdaderos acontecimientos y que en varias ocasiones llenaban la buena sala del C.M.U. Lasalle. Gentes ya iniciadas en la cuestión cinéfila....pero no exclusivamente.

El Saracosta cumplió durante muchos años con una importante labor cultural de divulgación cinematográfica, trayendo películas que para muchos era un sueño mítico el verlas. Luego proyectó en Zaragoza obras que los exhibidores comerciales se negaron a traer, y así el carácter novedoso no se perdió en su vida.

Otras ocasiones especiales fueron las proyecciones "undergound" de films en 8 mm. que supusieron verdaderas sesiones de catacumbas desarrolladas ante sospechas de clausura y temor de "problemas administrativos". Pero así llegaron "Viridiana", "El acorazado Potemkin" y otras. Así y no de otra manera. A veces se olvida que hubo unos años en que la simple exhibición de un film - no hacía falta que fuera político - era un acto revolucionario en un panorama como el de la Zaragoza de los sesenta. Esto ha sido olvidado por quienes creían o creyeron  que el cine no producía más que voyeurs o reaccionarios (algunos de ellos hoy en cargos públicos muy bien remunerados y no precisamente de izquierda), y que había que "revolucionar" el cine-club pasando a la acción (???).

Es revolucionario  quién hace la Revolución y no quién habla de ella. Bonita frase que se aplicaba para descalificar a Eisenstein, por ejemplo. De esta lamentable forma las tardes del Saracosta se vieron invadidas por los que iban a expulsar al Régimen y erigirse en salvadores de la Patria (¡¡ja, ja, ja¡¡¡). Y el espectáculo total que preconizaban acabó totalmente con el espectáculo. No voy a dar nombres aunque podría hacerlo. Algunos están muertos. Descansen en paz, lo digo sinceramente (1).

Cierto que años más tarde no sería necesario acudir al Saracosta ya que llegaron las Salas de Arte y Ensayo y, afortunadamente, se abrieron otros caminos  y el Saracosta  se hubiese visto obligado a evolucionar. Pero de seguro que jamás lo hubiese hecho por el disparatado camino que le marcaron sus rectores postreros, cuando Alberto y los suyos se/nos largaron y crearon el Gandaya.

Se renegó de una labor hecha en los sesenta como antes he citado, olvidándose que el Saracosta era el faro que alumbraba el más menguado fulgor de otros apasionados cine-clubs. Un trabajo que quizá solo consistió en pasar celuloide por la linterna mágica, pero cuyo significado fue decisivo en la cultura cinematográfica de una ciudad que siempre se negó a tenerla.

Luis Betrán


1) ¿En 2010 hay todavía alguién que se crea que el PSOE - tanto felipista como zapaterista - ha sido un partido político de izquierdas en la otorgada y no ganada democracia española?



miércoles, 24 de marzo de 2010

DOSSIER AKIRA KUROSAWA 100 AÑOS Y 3



Tres películas de Akira Kurosawa


1.- Los siete samurais (Sochinin no samurai), 1954
2.- El infierno del odio (Tengoku no jigoku), 1963
3.- Barbarroja (Akahige), 1965


La épica cercana al western U.S.A. - "Los siete samurais" -, el melodrama social - "Barbarroja" - y el thriller - "El infierno del odio" -, son tres muestras del trabajo de Kurosawa que discurren por caminos paralelos a modelos que forman parte de la cultura popular occidental. Pero lejos de suponer que Kurosawa imite, el desarrollo de sus historias discurre siempre a un nivel contextual profundamente japonés. El western o el negro de este director no es el de los patrones occidentales. Sus samurais no son Godzillas ni esos inefables productos miméticos con que japón inundaba (1) televisiones y cines. Sus samurais hablan en un "tiempo" que arropa la historia desarrollada hasta ser un medio tan indispensable para que aquella sea como es y no de otra manera que haría su desarraigo impensable. Por ello los "remakes" que el cine americano (olvidémonos del spaghetti-western, prego) ha hecho de los films del maestro nipón , aún conservando una cierta filosofía fácilmente segregada por los personajes originales y por tanto aplicable sobre cualquier fantasma vivificador, tienen siempre un aire falso,  producto de un trasplante precipitado  que busca la clave del éxito en las ramas cuando de existir no estaba más alto que las raíces.

"Los siete samurais" es un poema épico y sentimental, lleno de grandeza y de bonhomía que, a lo largo de cuatro horas de apretados incidentes, expone la concepción de la vida del guerrero  tan sobrepasado por el tiempo y la acción  como atrapado por la desilusión y el escepticismo. Solo un sentimiento a flor de piel , cercano a fe ciega en la bondad del pueblo desheredado y arruinado, será la posible tierra de promisión  que merezca la dureza del viaje. Periplo de sobrecogedora intensidad vital que desemboca en la muerte. Esta peculiar visión , tan escéptica y sin embargo ilusionada, irá haciéndose cada vez más presente en la obra de Kurosawa  - ya estaba en "Vivir" (Ikiru, 1952) - hasta ser la inmensa capa que cubrirá la acción y la omisión, el amor y el odio de todos sus futuros personajes.

Siete "misfits" samurais en hora y lugar que no precisa guerreros de honor y harakiri, tendrán conocimiento a lo largo  de la primera parte del film del desencaje en una sociedad cambiante que los abandona como viejos reptiles que dudosamente sobrevivivirían  a los nuevos tiempos. Estos héroes a los que no sería dificil encontrarles colegas en el cine yanki, entrarán en contacto con los desheredados de la tierra: el pequeño pueblo que se ve atacado periódicamente por una banda de forajidos. Al igual que "Barbarroja", y de forma tambiem presente en "El infierno del odio" , Kurosawa como todo buen primitivo  ordena las fuerzas de su mundo en términos absolutos. Huye de las mezclas y de lo que podríamos llamar  situaciones contaminadas, pero lo que pudiera dar lugar a un maniqueo enfrentamiento del bien y del mal  queda relegado ante una confrontación  de contrarios tan intensos como puros, pero en el que ninguno de los contendientes eleva el estandarte absoluto del mal ni del bien, por supuesto; y cito antes el mal porque el particular humanismo de Kurosawa se aferra a una bondad natural en la que la aparición de cualquier ruptura de aquella es vista antes como accidente que como poseedora de carta de naturaleza en ese cosmos. Los siete samurais entrarán en contacto con el pueblo entendido a la manera del intelectual idealista. Como un conjunto de actitudes soñadas y que son otras tantas negaciones del mundo sofisticado del mentado intelectual. Y Kurosawa, aún en las limitaciones de su primitivismo clasico , lo es. Sueños furturibles y nostalgias de un pasado que se remonta al tiempo del que bien pudiera aplicarse semejante buenaventuranza por aquello del maravilloso desconocimiento de las palabras tuyo y mío. El pueblo plantea su problema: su protomiseria no admite más que pan, su candor flores, y su silencio esperanza en el futuro. O sea: la fe. Su lucha es la última opción existencial para los samurais, seres venidos a ellos de otro planeta. Del de la sabiduría venía Barbarroja a curar las enfermedades de los harapientos. Del mundo de la fuerza liberadora - tan inaccesible a su debilidad - llegaban los guerreros. Conocerán al pueblo pero jamás se integrarán en él.

Esperarán su momento y morirán felices, como el héroe de tragedia que sabe que los dioses son implacables porque le cortan el sesgo vital. Porque el cine de Kurosawa se llena de héroes que conocen su destino. ¿Existe respuesta en la boca de este eterno humanista?. Sí: el reino de la duda quedó atrás o se anuncia para tiempos funestos, pero el samurai sabe con meridiana claridad porqué va a morir y cual es el alcance exacto de su sacrificio, como el médico Barbarroja y los moribundos que se acercan a él llenos de confianza y fervor. Por eso cuando Kurosawa intenta relativizar una historia no le puede funcionar sino a base de bloques independientes de la misma, sin dialéctica posible entre ellos,  y que encierran en si mismos una parcela  de su visión total del mundo. Así "Rashomon" (1950) proporciona un conjunto torpe  para varios episodios de imposible ensamblaje debido a su rotundidad.  "Los siete samurais", como no podía ser de otra manera en una película que huye de la duda y de la relatividad como de una maldición, plantea la violencia de una forma tan cruel como inocente. Estampida de jinetes, choques de armas caídas sobre un suelo impregnado de barro infinito, cobran una dimensión telúrica  para quienes libran una batalla de liberación y que han enterrado cualquier motivación que no sea el grito final de libertad o muerte. Cerca estamos pues de otras luchas que forman parte del patrimonio clásico cinematográfico. "Los siete samurais" son temas de resonancia universal: la lucha por la libertad y la supervivencia, pero siempre visto en un terreno concreto y nunca a nivel de las abstracciones. Kurosawa despide a sus héroes con una flor sobre su tumba. Y no resulta falso ni cursi sino justo y emocionante.



"Barbarroja" reincide en el personaje positivo que desde una doble faceta  ayudará a la sociedad. Por un lado ejerciendo la medicina en un lugar de mala muerte y de otro poniendo en vías de desarrollo a un jóven médico que creía que todo se aprendía en los libros. El contacto de ambos con el pueblo miserable les hará participar y sentir su dolor, pero al igual que los samurais nunca llegarán a ser parte de él. Serán una élite progresista que desde las cimas de la cultura tratarán de resolver problemas técnicos y humanos. Película que describe el itinerario moral de un joven aprendiz junto a un maestro que desprecia la retórica, que no utiliza la demagogia y para el que la curación de las enfermedades de los parias no es un problema específico de los médicos ni de la medicina.

"Barbarroja"· está salpicada de acontecimientos muy al estilo de la película-río occidental, pero en este caso Kurosawa no ha podido evitar que el convencionalismo de los argumentos este demasiado presente; porque la realización es más anodina que en "Los siete samurais", sin alcanzar la serenidad elegante, doliente y poética que imprimiría a  "Dersu Uzala" (1975) o "Kagemusha" (1980) años más tarde. Esta película no mide las distancias y el entramado humanista queda demasiado en evidencia a lo largo de casi tres horas de pequeños sucesos nada sublimados que acaban produciendo una impresión de insignificancia y, en definitiva, de aburrimiento. Y ello a pesar del portentoso blanco y negro y la magnificencia del cinemascope.




                                                               El infierno del odio


El thriller tiene unas reglas propias que en su acepción más conservadora han respetado todos realizadores. Leyes de progresión en la intensidad de la narración que concluirá con el remolino final a desembocar en la muerte. Las relaciones de causa y efecto, la investigación trás el acto violento, éste como revulsivo de unas vidas tranquilamente enquistadas, y el suspense como consecuencia de una narración que alternará momentos violentos con los de tensa espera. Kurosawa hizo un film  muy bien titulado "Entre el cielo y el infierno" de tres horas de duración al que la distribución española cuando se estrenó quitó más de 60 minutos, dejando escuetamente la anécdota policíaca y eliminando esas pinceladas de situación que son tan caras a Kurosawa, amén de cambiar el título. La contraposición de la gente del cielo - la alta burguesía en sus cómodas casas viviendo el "milagro japonés" de la postguerra  y los pobres del infierno - el reino de las chabolas donde se pudren los seguidores de "Barbarroja" o "Los siete samurais" - quedó, debido a los cortes (2) , deslavazado en la versión española, aunque puede colegirse más que reconocerse a través de los escasos datos que sobrevivieron.

En estos mundos de explotadores y explotados surge una dialéctica de la violencia que parece acabar haciendo víctimas a todos, lejos de ese sentido de solidaridad humanista que ha sido siempre la nota de gracia para sus personajes. "El infierno del odio" es una historia de raptos y chantajes de los que se hace víctima a un industrial interpretado por un contenido Toshiro Mifune. Este agresivo hombre de negocios - de un pasado turbio por demás - se ve sobrepasado por la violencia con que se le acerca  el mundo del infierno, , comandado no por bondadosas criaturas que hallarían la evasión repitiendo la onomatopeya del tranvía (do-des-ka-den, do-des-ka-den,¡¡ la más alta cima del progreso al alcance de su mano¡¡) sino por nada conformados fueras de la ley  dispuestos a resolver a su forma las agresiones que los bandidos ricos les inflingen, tal y como hicieron sus lejanos antepasados. Pero todo está más turbio: las relaciones son más confusas, los enfrentamientos de humillados y ofendidos están pasados por el cristal oscurecedor de las clases sociales y de la ubicación de éstas en las ciudades, de la permeabilidad social, de la competitividad como ley suprema. Y ello da una visión  de un mundo complejo y enmarañado en el cual las víctimas ya ni pueden llamar a los caballeros andantes ni soñar con guardar dentro de si el último reducto de la poesía popular. Es un lujo muy caro en este mundo de cielo e infierno, regido por leyes fieras, cuyo significado ni siquiera entienden y cuya marginación final aparecerá de forma trágica en la mencionada "Dodeskaden" (1971). "El infierno del odio" es un thriller resuelto con brillantez, muy al modo U.S.A., que parece desbordar esa visión humanista que es el "trade mark" de Kurosawa. Solo algunos personajes  secundarios parecen ser hijos del reino fílmico de este japonés, y sobrevivivir puros con su honestidad ante la tempestad del cielo y el infierno.


Luis Betrán, 26 de febrero de 1.979


1) Todo eso se lo llevaron aires de modernidad. Llegaron los dibujos animados con esos ojitos espantosos a lo "Heidi" o "Marco". Perviven hasta nuestro tiempo y, como en el caso de Miyazaki, son tomados por obras de arte.

2) Han pasado más de 30 años desde que se redactaron estas líneas. Hoy se puede ver la versión completa de esta película por la que siempre he tenido sentimientos contrapuestos entre el amor y el odio. De un lado me resulta excesiva y tediosa. De otro poderosamente moderna y no poco apasionante.

Aquí termina este dossier dedicado al gran cineasta nipón que falleció el 6 de septiembre de 1998.

lunes, 22 de marzo de 2010

DOSSIER AKIRA KUROSAWA 100 AÑOS (2)

En el post inicial de este dossier se comentaba someramente la trayectoria de este grande del cine. No puedo evitar el hecho de que Kurosawa nunca ha figurado entre mis "cineastas de cabecera", y que en más de una ocasión sus películas me han parecido más respetables que admirables. Sin embargo esto no deja de ser una postura inequívocamente personal, subjetiva. En el proceloso mundo de la cinefilia hay opiniones de lo más variadas. Pocas negarán al director japonés su condición de clásico. El texto que viene a continuación fue escrito en 1979, hace más de 30 años. Lo he vuelto a leer y, con alguna corrección y puesta al día, me parece que puede publicarse en 2010 sin excesivo sonrojo. Ahí va: 



Entre el cielo y el infierno: Akira Kurosawa

Creo que antes de 1951 no se había proyectado un solo film japonés en España y dudo que en las pantallas europeas supiesen de la fotogenia de los samurais. Pero en ese año, la operación estética que traería al viejo continente la figura del guerrero japonés se ponía en marcha. Un film de ese país titulado "Rashomon" (1950) ganaba el León de Oro (o de San Marcos en aquellas fechas) en la Mostra de Vencia., y más tarde el Oscar americano. El director de aquella película de samurais se llamaba Akira Kurosawa, y aunque existieron siempre barreras culturales que hacían de dificil comprensiónn la película fuera de su contexto nipón, lo cierto es que el samurai se convirtió en un "gadget" cultural cinematográfico de uso restringido pero intenso. Si llegaban a Europa todos los productos de imitación occidental  que fabricaba la industria japonesa, con mayor razón podrían imponer los mitos populares de su propia historia sobre todo aquellos que como el samurai podían encontrar exacta escala de correspondencia con los que se consumían en Occidente.

Kurosawa vino a ser el Marco Polo del cine japonés.: trás su fama - en una operación que halla semejanza con la realizada a costa de Ingmar Bergman en Cannes seis años despues - aparecieron directores y películas que intentaban afincar en los gustos europeos un mundo hermético, lleno de violencia y sentimiento, que si no entraba por las coordenadas culturales, si lo hacía por un exotismo snob que parecía mezclar la ciencia-ficción con el mundo perdido. Kurosawa vino a ser analizado y aún glorificado justo por lo que jamás fue. Se apreciaron en "Rashomon" sutiles juegos dialécticos entre las distintas versiones que varios personajes daban de un acontecimiento sangriento ocurrido en el Japón medieval, cuando para Kurosawa - como luego se podría comprobar en films posteriores y anteriores - quedaba lejos de su capacidad y de sus intenciones el plantear la relatividad del relato histórico objetivo por otro procedimiento que no fuese la rotundidad, el asentamiento fiero  de la opinión y nunca la ambiguedad, la traición del recuerdo o la negación de la voluntad objetiva. No contaba los diversos puntos de vista de la historia del crimen; lo que hacía era relatar diversas historias que por lo divergentes y aisladas que crecían y se desarrollaban acababan negando una supuesta raíz común.

Kurosawa perecía ser el director japonés más cercano a los mitos de consumo  de la cultura popular occidental. Sus personajes y situaciones podían traducirse con facilidad al mundo primitivo y violento de los clásicos americanos. Al igual que ellos este cineasta se mostraba sentimental siempre y refinado a veces. Traductor al cine de géneros de todas las exigencias de sus guiones. cantor de gesta y melodrama, el viejo Akira evolucionó en forma paralela a un Ford o a un Hawks. Como los grandes directores americanos, su cine marcó etapas claras que tuvieron como común denominador un cierto grado de descripción behaviorista, en que la acción, la guerra o más vulgarmente el desenvolvimiento en un mundo violento, condicionaba absolutamente al héroe del relato. Desde la parquedad de los diálogos hasta la idumentaria, como bien supo copiar el inefable Sergio Leone.

En tanto que hombre refinado, buscó en los clásicos occidentales - Gorki, Dostoievski, Shakespeare - la dimensión violenta o melodramática que nos conectara con ese mundo restallante y trágico que tan bien supo crear en "Los siete samurais" (Sochinin no samurai, 1954). Su acercamiento a estos escritores no fue diferente del que los primitivos americanos  hacían respecto a obras literarias de infinito menor fuste, buscando una dimensión popular que permitiera exponer un universo sereno y equilibrado que trás tanta violencia era, y no otra cosa, lo que subyacía en el cosmos de los mejores clásicos americanos. Y, por supuesto, en este japonés a quién se podía seguir desde cualquier parte del mundo, porque su voz sonaba cercana a los valles de Utah, las llanuras de Texas, las calles de Chicago, el hampa de Nueva York o las lágrimas de los lirios rotos, es decir a la fábrica de sueños.

Como los enormes viejos, al final Kurosawa olvidó su espada y dejó aperecer las sensaciones más ocultas de su obra, o las que afloraban  de tarde en tarde y siempre supeditadas a la espada. Ya "Los siete samurais" era un entramado violento movido opor un Griffith que defendía la causa del pueblo con el premio del olvido: lejana gloria de la revolución, era como si Lilian Gish manejara el sable y su fiereza y saña no hubieran podido ocultar que era la huérfana del río. El director japonés barrió los recuerdos de las sagas violentas y dedicó un film al ruido de un tranvía, otro a las crines de los caballos y como remate otro al humanismo a lo Rousseau, que de alguna manera no era negar una anterior obra sangrienta sino decir que bajo los gansters o samurais existió siempre la figura rechoncha de Dersu Uzala (1975). El viejo Dersu de tumba anónima destrozada por una civilización que surge al compás del progreso, como las de los samurais muertos en defensa de los campesinos. Tumbas que parecen destinadas a ser borradas por el tiempo. Akira Kurosawa pobló su cine de gentes doloridas que, a lo largo de sus muchos años de director, perdieron la capacidad de la furia para sumergirse en las lágrimas del folletín mudo de grandes gestos, lleno de sufrimiento y finalmente de olvido.

Cine de santos laicos que tenía sus Juanas de Arco y sus Franciscos de Asis. En él cohabitaban el Cid y Wyatt Earp, los Innumerables Mártires y el ladrón de bicicletas. Agrupó al western, al neorrealismo, al cine negro. Rehizo a Shakespeare por tanto vivió la lieratura aunque no acabara de entenderla y se quedara en los aspectos más superficiales. Pero toda esa fabulosa amalgama jamás traicionó sus propias raíces culturales. Esta especie de Premio Nobel de la Paz hablaba a la esperanza del viejo héroe anónimo.

Era como Ford, como Hawks, como Griffith....pero era un japonés.

Luis Betrán, 22 de febrero de 1079





AKIRA KUROSAWA 100 AÑOS

El próximo 23 de marzo se cumplen 100 años del nacimiento de Akira Kurosawa, aquél gran cineasta cuyas películas fueron las primeras que abrieron los ojos occidentales al vigor imaginativo y la belleza del cine japonés.

Akira Kurosawa: El sable del samurai y la compasión por los desheredados


 



El impacto causado por "Rashomon" (1950) en el Festival de Cine de Venecia de 1951 fue enorme. La película se alzó con el León de Oro y fue un triunfo de inconmensurables proporciones, hasta el extremo de que su influencia todavía es perceptible en el cine contemporáneo, tanto de Oriente como de Occidente. Kurosawa fue el primer director japonés que conocimos. Luego vendrían los excepcionales Mizoguchi y Ozu y Gosho, Ichikawa, Kinoshita, Naruse, Inagaki, Shimizu, Kobayashi, Nomura, Uchida, Suzuki, Kinugasa (el primero en estrenar una película en España, "La puerta del infierno", "Jikosumon" 1953), Shinoda, Yamada, Oshima.... hasta los actuales  Kawase, Suwa, Iwai, Kitano, Mike, Aoyama, Kore-Eda....y y Kurosawa (Kiyoshi). Parece increíble que una industria que había nacido con el siglo XX hubiese permanecido prácticamente inédita para Occidente durante 50 años.

En "Rashomon", película sobrevalorada en mi discutible opinión, aparecen muchos de los aspectos del cine de Kurosawa: su maestría en el manejo de una narrativa compleja, el asombroso uso de las luces y las sombras (más tarde del color), los bosques que ya serán eternos en el cine japonés - antes y despues del autor de "Los siete samurais" (Shichinin no samurai, 1954) -, el virtuosismo en el uso de la cámara.

La historia de este hombre inusualmente alto es muy simple. De jóven quería ser pintor, pero al parecer pronto se dio cuenta de que carecía de talento para ello. Entró en el mundo del cine como ayudante de Kajiro Tamamoto (hoy olvidado) y debutó como director y guionista en 1943 con "Sugata Sanshiro". El éxito de "Rashomon" en todo el mundo hizo que su obra anterior tambien fuese prontamente conocida en Occidente (no en España). Ejemplos que van desde la insufrible - y afortunadamente corta - "Los hombres que pisan la cola del tigre" (Tora no o, 1945) hasta la potente "El angel ebrio" (Voidore teushi, 1948). De hecho esta última fue un gran éxito en Japón y nos presentó al actor para siempre unido al cine de Kurosawa: el apabullante en todos sentidos Toshiro Mifune (1). El citar estas dos películas es deliberado por mi parte ya que otra de las características fundamentales de la filmografía de Kurosawa es su acusada irregularidad, lo que le distancia de los dos maestros supremos del cine nipón: Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi, así, en este orden.




El fulgor de "Rashomon" (en Europa y U.S.A.) y de "El ángel ebrio" (en Asia) concedió a Kurosawa una gran libertad artística: el resultado inmediato sería "Vivir" (Ikiru, 1952) que nos ofrece la otra cara del cineasta. La del humanista un tanto simplón que constituye uno de los aspectos más discutibles del cine de este gran artista. En efecto: esta película abre la vía al sermoneador exento de poesía. Al hombre que parece predicar desde su pulpito cual sacerdote en homilía lo que es bueno y lo que es malo. Los pecadores, los arrepentidos, los egoìstas. El burócrata de edad madura (Takashi Shimura) que se entera de que padece un cáncer , repasa su vida estéril y vacía y escucha una conversación que deja bien claro que  a su familia solo le interesa su dinero, va a un barrio pobre y ayuda a unos niños a convertir un solar abandonado en campo de juegos con el fin de justificar su mala conciencia,  me emociona poco dado su elemental "mensaje". La larguísima segunda parte de esta - para muchos irrepetible y grandiosa- obra en la que asistimos a los funerales del protagonista, lejos de aportar nuevas perspectivas es particularmente tediosa. Kurosawa reincidirá en estos menesteres en "Los bajos fondos" 1957) donde se libera no poco del setimentalismo y se mantiene fiel al espiritú - que no la letra - de la novela de Gorki. Es una excelente película, como lo es "El idiota" (Hakuchi, 1951), insólita adaptación de Dostoivski,  y un poco menos "Barbarroja" (Akahige, 1965) o la historia del "medico social" (magnífico Mifune) a la que le sobran muchos minutos y deslumbra el portentoso uso del scope (2).


 


En 1954 nuestro hombre realiza la que - junto a "Los canallas duermen en paz" - considero su obra mejor y más representativa "Los siete samurais" (Shichinin no Samurai). En esta monumental película de cerca de 4 horas de duración y fuertemente influenciada por John Ford según afirmó siempre Kurosawa, el realizador mezcla con total fortuna la épica y la lírica, cosa que no sucederá en los apéndices de este magno film: "La fortaleza escondida" (Kakushi toride no sun akumin, 1988), "Yojimbo" 1961 - divertida y poco más - y la muy mediocre "Sanjuro" (Tsubaki Sanjuro, 1961). Todas ellas con un excesivo Mifune dando cuenta, eso si, de una excelente forma física..

"Trono de sangre" (Kumonosu jo, 1957) abre otra territorio particularmente sentido e importante en la filmofrafía de Kurosawa: las adaptaciones de Shakespere, tan brillantes como erroneas. Tanto la citada como la muy posterior, colorista y celebradísima "Ran" (1985)  incurren en un error pertinaz que invalida no poco la fuerza indiscutiblble de las imágenes. En el inmenso dramaturgo inglés lo que importa fundamentalmente son los diálogos, no las historias. Justo al revés del "modus operandi" de Kurosawa. ¿De que nos sirve el argumento a palo seco de "Macbeth" o "El rey Lear", si se nos priva de todas las reflexiones del autor que mejor ha descrito en toda la historia de la literatura los mil y un recovecos de la condición humana?. De una transformación de piezas teatrales que son obras maestras imperecederas en puro y duro cine de género; de aventuras concretamente. Esto no sucede en la memorable "Los canallas duermen en paz" (Warul yatsuhodo yojo neuro, 1960), en la que el realizador japones "se inspira en "Hamlet" pero no sigue la peripecia dramática al mimético modo de la tragedia del príncipe de Dinamarca. El resultado es un apasionante "thriller"  muy por encima de anteriores o posteriores empeños en este otro "género": de "El perro rabioso" ( Nora inu, 1950)  a "El infierno del odio" (Tengoku no jigoku, 1963) ambas impregnadas - como los "Shakespeares" - de inusitado vigor narrativo.



A comienzos de los 70, la carrera de Kurosawa incurrió en una fase de atonía. Su primera película en color, "Dodeskaden" (1970), abordaba  el tema de los vida en los barrios populares de una gran ciudad (dejá vu) y no dejaba de constituir una variante en tono menor de "Los bajos fondos" (fue un gran fracaso de crítica y de taquilla). Una propuesta para que codiriguiese la versión americana del ataque a Pearl Harbour (Tora, Tora, Tora, 1971) no llegó a buen puerto. Además la industria cinematográfica nipona se encontraba en uno de sus peores momentos y resultaba casi imposible encontrar financiación para proyectos que no fueran descaradamente comerciales. Estas fueron las causas que arguyó el cineasta como desencadenentes de su depresión e intento de suicidio. Serían los soviéticos quienes le salvarían de tan lamentables agonías. Le financiaron la tan lacrimosa como hermosísima "Dersu Uzala" (1975), un logro mayor.




Esta película examina, la relación entre dos hombres procedentes de medios culturales muy distintos. Un viejo cazador cuya vida se encuentra ligada al medio que le rodea y el capitán de una expedición rusa - Arseniev - que va  a explorar las desoladas extensiones de la taiga siberiana. Dersu revela a Arseniev y sus subordinados las formas de actuar de la naturaleza o, lo que en la cinta es lo mismo, el verdadero sentido de la vida. Cuando la visión de Dersu empieza a fallarle, el capitán se lo llevará a Moscú con su familia. Un mundo en el que el anciano cazador se encuentra lastimosamente fuera de lugar. No revelaré el desenlace de ests historia, esta vez si, habitada por la sinceridad y la poesía. Conmovedor film que gozó de un merecido éxito. Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1975.

No menos notable es "Kagemusha" (1980) financiada en parte por la Fox, a instancias de Francis Ford Coppola y George Lucas deslumbrados por "Dersu Uzala". Aquí aparece el tema del doble en una superproducción que fue la más cara de la historia del cine japonés, consiguió la "Palma de Oro" en el Festival de Cannes (3) y diez años despues (1990) Kurosawa recibiría el Oscar a toda una carrera. En el Dorothy Chandler Pavillon, con todo el público puesto en pie aclamando al más famoso cineasta japonés y aplaudiendo incesamente, el altivo "senshei" (4) se descolgó con un inesperado y virulento discurso de marcado cariz izquierdista que sorprendió a tirios y troyanos.

Trás exte excepcional film, llegó lentamente la ominosa decadencia que no considero oportuno comentar. La misma que había aquejado a tantos directores de de Europa y Estados Unidos a los que él había amado.
(Vidor, Wyler, Ford, Renoir, Rossellini....). Fue siempre tildado de ser el más occidental de los directores de su país y era cierto.

100 años despues de su nacimiento Kurosawa sigue enhiesto y admirado. Aunque, como antes he comentado, su puesto de mayor realizador de la historia del cine japonés haya sido ocupado justamente por Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi.


Luis Betrán

1) Mifune tambien hizo desafortunadas incursiones en el cine occidental

2) Fue precisamente en el rodaje de "Barbarroja" cuando Mifune y Kurosawa se tiraron los trastos a la cabeza. No volverían a dirigirse la palabra ni el actor a intervenir en película alguna del realizador.

3) "Senshei" quiere decir en japonés "Maestro. Es una de las cuatro cinco palabras que he aprendido viendo películas subtituladas del Ex-Imperio del Sol Naciente.

viernes, 19 de marzo de 2010

LA CORTA Y TRISTE HISTORIA DE LOS MULTICINES BUÑUEL 1

LOS MULTICINES BUÑUEL CERRARON EL 5 DE JULIO DE 2007


UN SENTIDO HOMENAJE

DE 1.977 A 1.980.- AUGE Y DECADENCIA

En los años sesenta y setenta, todo aficionado al cine que visitaba Paris quedaba admirado de los cines múltiples: pequeñas – y aún pequeñísimas - salas reunidas en un solo local, con equipos de proyección únicos. Los duplex, triples, y aún quíntuples permitían hacer rentables films que de otra manera no hubieran llegado a salas donde los gastos generales resultan, lógicamente, más altos que la escasa proporción que les toca en los múltiples tras el reparto de la totalidad de aquellos.

De pronto en Zaragoza surge la noticia de que se están construyendo cuatro minicines o multicines de esas características. El emplazamiento, al final de Francisco Vitoria, cerca del Camino de las Torres – todavía recorrido parcialmente por una acequia – es céntrico pero sin excesivo valor comercial. El anuncio de que se iban a instalar estos cines trajo consigo un cúmulo de reacciones que situaban a la ciudad a la altura mental de la villa de “Gigantes y cabezudos”. Sin saber de que iba, como la Pilar de la zarzuela – ¡porqué Dios mío no se leer¡ - ante la carta indescifrable de su amado; un cúmulo de declaraciones – y lo que es peor de acciones – se hicieron de dominio público. El quid de la cuestión estaba en que los tales multicines no pertenecían a ninguna de las dos poderosas empresas de Zaragoza – la de los tranviarios y la de los militares (1) -, y para colmo de males la explotación y construcción parecía estar ligada a un partido político sufridor durante cuarenta años de los valores eternos del insulto, la calumnia, la infamia, la cárcel y la eliminación física (2). Para cortarles el paso - ¡que mal calcularon la fuerza del enemigo¡ - inventaron la historia de que se iban a dedicar a cines porno. Esta estulticia era favorecida por quienes, a solo quinientos metros, mantenían el cine Palacio cuya vocación por los sex-films era superior a la de San Francisco Javier por convertir orientales. La hoja parroquial de Santa Engracia se hizo portavoz de semejante ultraísmo. Que si no se iba a poder andar por la calle a causa de las gentes que iban a ir allí -¡esos cines que se los lleven a otro lado¡ - porque los depravados sexuales cumplirían con su triste trabajo hasta hacer imposible incluso el aparcamiento (¿?). Cualquiera que conozca la calle Francisco Vitoria sabe que la “gens” que la habita en su lado de diversión es propia de bares, discotecas y disco-clubs. Amigos (entonces)  de Travolta pero poco de Resnais y similares.

Una vez superadas las trabas administrativas – si cumplían o no el reglamento de 1.934 o de 1.937 – y prometido que dichos cines se dedicarían no a la explotación de los bajos instintos, como temían las buenas gentes de derecha, sino a la cultura, - o sea, a un objetivo tan extraño al medio – pudieron inaugurarse los multicines, acogidos al sacrosanto nombre de Luis Buñuel, en abril de 1977. Tan señalado momento histórico sirvió para que en sus distintas salas se vieran como debut “La Edad de Oro”/”Simón del desierto”, “La gran comilona”, “La encajera” y “La batalla de Chile” primera parte “La insurrección de la burguesía”, título profético como luego veremos. (3)

Las salas respondían al modelo francés de funcionalidad absoluta. Solo servían para ver cine. Paredes desnudas, butacas cómodas, pantalla colgante sin telones, buen sonido, buena proyección, versión original subtitulada, ambiente acogedor enormemente apropiado para su uso y disfrute. El paraíso del cinéfilo, en principio. Pero tras las sesiones inaugurales la euforia va decayendo. El ciclo Bogart, el ciclo “nuevo cine alemán” (4), el musical, dejaban paso a un ciclo Saura de circunstancias.

Pronto se vio cuan infundados eran los temores que habían precedido a su inauguración. Había sitio para aparcar, y la salida al término de las sesiones mostraba a tres y al de la guitarra – barbas, pelliza, lentes – que para colmo no tenían ni coche. La burguesía, naturalmente, no quiso saber nada. Los multicines empezaron a verse frecuentados por un público muy localizado – y muy escaso – y las sesiones fueron la reunión de una docena de soledades. Por otra parte la proyección, de innegable valor cultural e informativo – todo hay que decirlo – no se veía siempre acompañada por la amenidad. Y es bien sabida la existencia de una teoría que muchos defienden y pocos desmienten de que no existe cine bueno ni malo sino entretenido y aburrido.

Como las desgracias no vienen solas, el suelo del hall, interior y exterior, se vio presa de una inundación que obligó a levantar todo el enmaderado y sustituirlo por ladrillo.

Se tomaron soluciones, se buscó la película juvenil. Al igual que la Joven Guardia Roja (5) creía atraer adeptos con conciertos de rock en sus mítines, los Buñuel montaron ciclos con horribles películas que, a falta de otra cosa, daban marcha al cuerpo, a la espera de que por este camino se llenarían las salas. Algo de eso ocurrió con la inefable “Grease” (6), proyectada como quién se agarra a la tabla de salvación económica. Hay que decir que previamente habían abjurado de la versión original y la película doblada podía tener carta de naturaleza en el hasta entonces templo de la versión original. De cualquier forma, salvo “Grease”, tampoco la película rock ha añadido laureles ni ha quitado números rojos. El semblante de la señora viuda de Julián Grimau (7), encargada y anfitriona amabilísima y educadísima de los Buñuel , se había vuelto sombrío.

Ciertamente los Buñuel han surgido en un momento en el que al desaparecer la legislación de las películas en versión original, éstas tan apenas figuran en las listas de material. No hay films importantes y los que existen están en manos de potentes distribuidoras contratadas en exclusiva con las grandes empresas. Quedan las distribuidoras especializadas, a la espera de una legislación más benigna, pero, mientras tanto, tiempos duros.

Para los aficionados al cine en Zaragoza, raza a extinguir, la apertura de los Buñuel suponía un rayo de esperanza en la mediocridad de esta ciudad. Se pensó que la imaginación llegaba al poder aún en una parcela tan limitada. Por ello esta falta de firmeza en su desarrollo supone una innegable desilusión. Política de parcheo que ha continuado con la proyección de los films que dejan libres el Goya y el Fleta. Vamos, algo así como unos sustitutos del Alhambra y del Actualidades, lo que hace gritar una vez más aquello de ¡no es eso¡¡ ¡no es eso¡ (8). La simbólica bajada de pantalones de los Multicines Buñuel es una de las pruebas más concluyentes de la miseria cultural de la ciudad. Habrá que esperar a una política de protección de estas salas – improbable salvo extraños acontecimientos en el período 1979/1983 – y que sean las únicas que desarrollen una labor cultural cinematográfica de cierta entidad para ver si así se afianza el camino y todos saben a que atenerse. La cuestión es llegar vivos. Entretanto “el cielo puede esperar” (9). No fue así.

Como bien sabemos es triste recordar ese pasado y contemplar el presente. Veánse las carteleras de la Zaragoza del nuevo milenio. Bazofia yanqui (mayoritaria, tambien los buenos films USA), cine español y poco más. Las salas Renoir que parecieron recoger el testigo de los Buñuel, bien pronto abandonaron la versión original subtitulada. No podían hacer otra cosa. Al público mayoritario le horrorizaba. En 2010 proyectan un film en VOSE únicamente las sesiones de los jueves. Los Aragonia tambien colocan un film en VOSE (no siempre). Que valientes.


Luis Betrán Colás
1) Zaragoza Urbana y Parra, respectivamente

2) Obviamente el Partido Comunista de España (PCE)

3) L’age d’or (1930, Luis Buñuel y Salvador Dalí), “Simón del desierto” (mediometraje de Luis Buñuel no concluido por falta de dinero, 1.964)

4) Películas derivadas del “Manifiesto de Oberhausen” (1.962), cineastas como Alexander Kluge, Volker Schlondorff, los hermanos Schamoni (Uli y Peter) y, más tarde, Werner Herzog, Werner Schröter, Rosa Von Prauheim, Jean-Marie Straub, Rainer Werner Fassbinder, Hans Jürgen Syberberg y un no corto etc.

5) Sección juvenil del PT (Partido del Trabajo) de ideología maoista

6) “Grease” (1.978, Randal Kleiser con John Travolta y Olivia Newton-John)

7) Julián García Grimau. Célebre dirigente comunista detenido por la policía franquista en Madrid en 1962. Fue conducido a la Dirección General de Seguridad sita en la Puerta del Sol y, tras diversas torturas, arrojado por la ventana. Como no falleció del impacto, fue finalmente fusilado el 20 de abril de 1.963.

8) Frase contenida en el célebre artículo “El error Berenguer”, publicado en el Diario “El Sol” el 15 de noviembre de 1930 , de José Ortega y Gasset

9) Alusión a la película de Ernst Lubitsch del mismo título (Heaven can wait, 1.943)


jueves, 18 de marzo de 2010

AYER POR LA TARDE EN EL PATIO DE LA INFANTA

Enésimo homenaje a Alberto Sánchez




Todos los homenajes que se lleven a cabo en memoria de Alberto Sánchez Millán me parecen más que justificados. Ello no empece para algunas observaciones que van a venir a continuación y que se refieren (no todas) al Acto que se celebró el día 17 de marzo de 2010 en el Patio de la Infanta de la sede central de Ibercaja

1º) Como he escrito en el encabezamiento de este texto no discuto para nada las loas, alabanzas, parabienes y evocaciones del Grand Albert. Pero si quiesiera precisar que me sirven mucho más los que se le tributaron en vida y sin que él supiera la cruel enfermedad que muy pronto manifestaría sus primeros síntomas. Hubo un homenaje que le rindió la Tertulia Cinematográfica Perdiguer en el hotel Tibur (Plaza de la Seo) y que él aceptó a pesar de lo reacio que era a estas historietas. No puedo recordar la fecha y bien que me fastidia. Muchas de las personas que ayer estuvieron en la sala de "Ibercoña" (así llamaba guasonamente Alberto a la entidad bancaria para la que trabajó tantos años de sus vida) lo hicieron tambien entonces.

2) Quizá hubiese tomado la palabra pero ello resultó imposible por razones de tiempo. El último en hacerlo fue José Juan Chicón antes de la clausura del acto. Me trajo a la memoria otro recuerdo imborrable. Mi primera actividad relacionada con el cine fue como crítico en la antigua Radio Popular, hoy COPE, El equipo lo formábamos Emiliano Puértolas, Mariano Baselga, Juan Graell y, más tarde, Juanjo Vázquez que por esos años (sesenta) era muy de izquierdas y escribía cosas como que Buñuel era un reaccionario. Hoy ocupa cargo público y lo es menos. J.J. Chicón trabajaba en aquella emisora, y Plácido Serrano, y Raúl Soria y.....El sueldo consistía en una botella Fino San Patricio y otra de brandy Carlos III en plan aguinaldo navideño. Cuando el director Gonzalo Legáz consideró que el estipendio era excesivo, Emiliano Puértolas y yo presentamos dignamente la dimisión. Otros no. Quizá nuestra expulsión se debió a que Guillermina Motta estuvo una vez en esa radio y canto en "petit comité" una jugosa yenka cuya letra era:

Izquierda paciencia
Derecha clemencia
Ni Franco, ni el Rey
Ni el Opus Dei.

3) Fue el repetidamente mentado Emiliano Puértolas (gran amigo mío desde entonces....hasta ahora) el que me introdujo en el movimiento cineclubístico zaragozano y me presentó al grupo Eisenstein. De hecho mi "primera aparición pública" tuvo lugar en Cineclub Pignatelli con "El año pasado en Marienbad" de Alain Resnais. Tuve una trifulca con José Luis Rodriguez Puértolas (cosa habitual con este caballero) y, por supuesto, conocí a Albero Sánchez. Yo todavía no había cumplido los veinte años. Pero enseguida me hice notar. En una ocasión asistía como espectador a la proyección de "El tesoro de Sierra Madre" de John Huston en el cineclub Virgen del Carmen, y al iniciarse el coloquio que venía siempre despues de la película el presentador Carlos Barbachano (que escribía en la horrenda revista "Film Ideal", la sucursal analfabeta en España de "Cahiers du Cinema") dijo lo siguiente: como dice el maestro Welles, Huston es mucho más interesante como persona que como director (entrevista al genio de Wisconsin trás el estreno´mundial ¡¡¡en el cine Coliseo de Zaragoza¡¡¡ de su obra maestra "Campanadas a medianoche"), frase que me llevó a preguntar al señor Barbachano que cuantas veces había cenado con John Huston para conocerlo tan intimamente. Más tarde llegue a tener mi propio cineclub del que hablaré en otra ocasión.

4) La alusión a John Huston viene al pelo en tanto que Alberto Sánchez al igual que el gran director amaba más la vida que el cine. Cosa que había molestado mucho a François Truffaut que había afirmado en las páginas de "Cahiers" que "Huston era un tipo despreciable al que como se le daba mal la puesta en escena decía preferir la vida". No se si Huston era despreciable o no (yo no cené con él y me temo que el propio Truffaut tampoco). No lo parece a la vista de su esplendido libro de memorias "An open book". El que con toda seguridad no lo era fue precisamente Alberto Sánchez al que traté muchísimo en los postreros años de su vida. Alberto era un caballero, un aragonés socarrón, preparaba unos maravillosos drymartinis y no iba al cine, tan solo a la Filmoteca o veía pelis en dvd. ¿La razón?. No le interesaba lo que se proyectaba en Zaragoza, ni en 2008 ni el 2009.

5) Fui asistente asiduo al glorioso cineclub Saracosta. Vamos, que no perdía sesión. Las pelis que recuerdo haber visto allí sin afán exhaustivo (las tengo apuntadas y conservo los programas, tambien en otro post - se dice así, creo - las sacaré a relucir). Siempre en el colegio Lasalle como bien explicó su hermano Julio. "Diamantes en la noche" Jan Nemec, ¡¡Que viva la República¡¡¡ de Karel Kachyna, "Los sin esperanza", "Silencio y grito" y Siroco de invierno" de Miklós Jancsó, "Viridiana" y "Ensayo de un crimen", de Luis Buñuel, "El bosque de los abedules" de Andrzej Wajda, "Pueblito" de Emilio Fernández, ¡¡¡"El acorazado Potemkin¡¡¡, de Eisenstein, "Dios y el diablo en la tierra del sol" de Glauber Rocha, "Vidas secas" de Nelson Pereira do Santos, "Os fuzis" de Ruy Guerra, "Tren de noche" y "Madre Juana de los Andeles" de Jerzy Kawalerowicz, "El muchacho de los cabellos verdes" de Losey, "El eclipse" de Antonioni, ...Para que seguir. Sería interminable. Alberto defendía y amaba el cine que gustaba en la sucursal española de "Positif" (Nuestro Cine). O sea, el cine de izquierdas, o sea el cine "invisible" en aquellos años en Zaragoza.

¿Como le iba a gustar el cine globalizado cuarenta años despues?..

6) Basta ya. Allá donde estés - que no será ni en el cielo ni en el infierno porque eso no existe - te envío y te enviaré por mensajero o Internet unas cajas de Vega Sicilia, otras de puros Davidoff o Cohibas, las obras completas de Peréz Galdós (¡¡cuanto pesan¡¡¡), las de Shakespeare, Tolstoi y Dostoievsky y........todas las películas que mas te gustaban. Yo sabía cuales eran.


Luis Betrán

miércoles, 17 de marzo de 2010

MEMORIA DE ALGUNOS CINES DE ZARAGOZA 4





                                                      Cine Torrero



Algunos cines de Zaragoza.- Parte cuarta.- ¡¡¡Historia¡¡¡
Los cines de barrio


El año 1.953 fue pródigo en aperturas de salas de barrio: éstos iban creciendo en número de habitantes y no eran precisamente ciudades dormitorio. Una intensa vida se desarrollaba en los mismos agradeciendo sus pobladores la inevitable línea de tranvías o de trolebuses que les comunicaba con la plaza de España, los mercadillos - a imagen y semejanza del mercado central de Zaragoza -, los bares (ya no tabernas), las casas de cuatro pisos acogidas al grupo primero de protección según el Minis­terio de la Vivienda, el asfaltado de las calles al socaire de un complicado procedimiento que obligaba a encharcar las calzadas durante unas semanas y, por fin, ¡como no!, la posibilidad de acceso al paraíso de los sueños: los cines.

Agustina de Aragón, doña Juana la Loca y Cristóbal Colón es­peraban en nombre de Cifesa. Las obras de interés nacional las salvarían del infierno político y "La señora de Fátima" del que anunciaba el Apo­calipsis. Quedaba el refugio de las infantiles – 3 de la tarde - de jueves, sábados y domingos. La evasión la daban el chicle y las pipas. La calefacción llegó antes que la refrigeración (20 grados en el cine Rex según el sistema Carrier) En los cines de barrio se garantizaban los 30 grados en verano y cuando John Wayne cabalgaba "In the old Oklahoma" el sufrimiento de los juveniles espectadores no quedaba a la zaga del que padecía el héroe al cruzar el desierto. No se les hizo justicia porque cuando Bogdanovich intentó mostrar algo parecido marró el tiro en todos los niveles ("The last picture show").

El 12 de septiembre se ese año, "El burlador de Casilla" - Errol Flynn al ataque - inauguraba el cine Palacio. El 10 de octubre "Jazy la adivinadora" venía para lo mismo en el Salamanca, y el 14 de ese mes la imagen de James Stewart inauguraba el cine Norte. Antes, el 26 de enero, aparecía el cine Torrero con "El valle del destino". Eran salas ubicadas en zonas generalmente apartadas del centro, que desarrollaban una programación independiente hasta que Zaragoza Urbana, un año más tarde, necesitó tener una cadena con que explotar el cinesmascope y fue agrupándolos bajo la égida del triunvirato Palafox-Rex-Coso. Fueron los primeros cines pobres a los que se dotó de pantalla ancha y de otras mínimas comodidades que hasta entonces habían brillado por su ausencia. Una vez "encadenados", esos cines trajeron la novedad de no estar engarzados férreamente a la hora de pasar películas: unos films se proyectaban antes en el Norte, otros iniciaban el recorrido en el Salaman­ca o en el Madrid - sala inaugurada en 1.955 con el scope "Desirée" -, olvidando asi la inflexible regla que suponía en las otras empresas el acontecer inmutable de que un film no se proyectase en un cine si previamente no lo había hecho antes en otro.

Durante el período 1955-1960 existió auténtica competencia entre las tres empresas por conseguir el alquiler de las películas. Al princi­pio de los 60 el consenso alcanzó el grado de que cada empresa pujaría únicamente por distribuidoras que previamente se habían repartido, anu­lando asi la subasta en que prácticamente se habían movido hasta entonces. Hacia mitad de esa década la convivencia alcanzó su mayor grado. Ya no sólo se repartían amistosamente las películas, sino que hicieron una redistribución de cines - sobre todo los de barrio que eran alquilados -, de forma que tras dicha redistribución quedaban de facto únicamente dos empresas con una potencialidad de producción parejas y con el propósito de no iniciar ninguna guerra competitiva bajo ningún aspecto.

Completaron el conjunto los cines Venecia (barrio de Torrero), Dux, Roxy y Rialto (San José), Delicias y Oliver sitos en los barrios del mismo nombre. Más tarde llegó el beatífico cine Pax a la Plaza de la Seo, justo debajo de la emisora Radio Popular de Zaragoza (hoy COPE). Mención especial al Rialto que de cine de barrio pasó a ser de Arte y Ensayo (allí vimos "Octubre" de Eisenstein, "Dersu Uzala" de Kurosawa, "Las bodas" y "La tierra de la gran promesa" de Wajda), para finalizar su andadura reinventadose en sala porno, antes de cerrar definitivamente.

Eran salas poco cómodas pero se veían las películas con dignidad. En cualquier caso, nada que ver con los denominados “Coliseos de las ratas”, salvo el Palacio claro está.

FINE


Luis Betrán Colás y la colaboración importantísima de tres distinguidos miembros de la Tertulia Perdiguer: Emiliano Puértolas (nadie sabe en esta villa de cine más que él y solo Ramón Perdiguer puede rivalizar en prodigiosa memoria) y José Luis Portolés sin cuyo inigualable libro de consulta jamás hubiese llegado a buen puerto esta Historia de algunos cines de Zaragoza no olvido a Agustín Raluy por el "escaneo y arreglo" de páginas amarillentas.


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MEMORIA DE ALGUNOS CINES DE ZARAGOZA 3

Algunos cines de Zaragoza.- Parte 3.- ¡¡¡Historia¡¡¡


Las películas circulaban cansinamente y previsiblemente del Gran Via al Elíseos, del Eliseos al Victoria y luego al Delicias; por estos cines intermedios circulaba una menestralía poco acomodada, el funcionariado, los profesionales con aspiraciones de liberales, viudas de militares, opositores, niños de casa bien con problemas para la administración de la propina, aspirantes al quiero y no puedo y otras variopintas escalas sociales a las que el tiempo derribó casi con tanto ímpetu como la especulación del suelo acabó con algunos de esos cines.

Pero cuando las películas llevaban cinco o seis semanas de lenta carrera, venían a dar en unas salas que las recibían bajo el amparo de "últimos días de proyección en Zaragoza". El final de la carrera no podía ser menos elegante. Salas que recordaban por tantos motivos las primitivas barracas de feria, donde el cine empezó a ser un espectáculo de consumo, cuyo público parecía arrancado de una novela de Pío Baroja o cualquier regeneracionista del 98. Cierto que cualquier ciudad española podía presentar otras al mismo nivel y quizás aún de peor catadura que las que ahora se van a comentar. Porque la existencia de semejantes burdeles del cine era un honor ampliamente compartido en la España del pan negro, y aún muchos años después de la proclamación oficial de que España era un país cuyo alimento principal era el pan blanco.



                                                       Cine Monumental

Los Coliseos de las Ratas

El Monumental Cinema respondía a un nombre casi maldito. No ha existido cine en España acogido a tan rimbombante nombre que haya traspasado los límites de lo simplemente soportable. Fue una sala muerta - y no prematuramente en 1969 - cuya inauguración se produjo a principio de los años 30. Estaba en un edificio de corte expresionista - aunque esta calificación mirara de lejos las obras de Carrión - pero cuyo pedigree terminaba en los roces que tal calificación mereciera el edificio. Nada existía en la amplísima sala que recordara estilo alguno, y su disparatada constitución no le daba otro título personal - aparte cierta picaresca que comentaremos - que el malhadado recuerdo que entre sus espectadores dejó el hecho de que la audición era dificultosa hasta todos los extremos. Los films que se proyectaban eran de estreno, después de haber recorrido la Ceca y la Meca, y reposiciones en copias tan estropeadas que no hacían sino añadir alguna dificultad complementaria al tormento auditivo. Era un cine que daba la impresión de haber nacido como los demás, mayor largura que altura, pero al que la mano de algún titán bromista cambió de posición, acabando por dar la inverosimil apariencia de ser más alto que largo. Ello hacía que por su inmensa altura pudieran cobijarse dos pisos que con sus delanteras y la platea obligada daba la cantidad de cinco clases distintas de localidades. Por vergüenza ajena no se ponían a la venta los palcos, pues en un cine de esa facha resultaba del todo incomprensible dar la aplicación normal a semejantes localidades. Pensar en el funcionamiento de los palcos del Monumental es algo que solo cuadraría en la personal óptica de Groucho Marx, de quién en ese cine se proyectaron muchas películas. En 1955 la localidad mas cara valía 4 pts, y la más barata 1,25 pts. Nadie se podía quejar de no encontrar acomodo a su bolsillo. De todas las localidades de este grotesco palacio del espectáculo la llamada general reunía características propias cuyo recuerdo parece puro esperpento. Se trataba de la parte posterior del último piso y consistía en una serie de gradas de las cuales en la mas alta se podía dar con la cabeza en el tejado, si el sufrido espectador tenía una cota de talla superior a la media nacional; amén de dos pasillos laterales. Si se entraba con la proyección empezada, cosa nada rara tratándose de un cine de sesión continua, el acomodador iluminaba desde abajo las escaleras sin acompañar al ocasional cliente, quizá porque intuía que la propina sería inexistente y ello le ahorraba mayores esfuerzos o quizá por no atreverse a entrar en aquella jungla negra; a veces más propia de un juzgado de guardia que de un lugar para degustar el séptimo arte.

Lo cierto es que el público le daba un valor peculiar a aquellas abigarradas gradas por las que era menester circular con tiento en evitación de caídas o roces con quién tomaba el rábano por las hojas. La clientela sindical como máxima alcurnia entre el escaparate social allí expuesto. Seguía un lumpenproletariado compuesto por cargadores del mercado habituales de bares del casco viejo - del cual este cine fue el genuino representante en el sector de diversión que se ofrecía -, soldados y ejecutores de un acto sexual basado en la represión. El Monumental Cinema, aparte de una película mal proyectada con escasa luz y sonido inaudible, proporcionaba atractivos complementarios. Un mercado del "petting" que el doctor López Ibor olvidó lamentablemente en su libro sobre la vida sexual y que ninguno de sus seguidores, hoy extinguidos, hubiera bebido en tan espléndida fuente de experiencias.

La luz de las bombillas de emergencia era escasa y ello propiciaba todas las variaciones del magreo y de la masturbación. En alguna ocasión el gallinero - nunca mejor dedicada la calificación a un localidad de espectáculo - se alborotaba y se oían bofetadas seguidas de gritos de algún sujeto o sujeta pasivo que manifestaba su disconformidad por el cariz que tomaban los acontecimientos. Los rápidos reflejos del foco de la linterna del acomodador - que simulaban los faros que protegían a las ciudades en guerra de próximos bombardeos según se veía en las pantallas - venían a poner orden y paz, y si no la comisaría más próxima (que se sabía toda la Monumental'story) acababa siendo el punto obligado para el final de la historia.

Este público se completaba con un enjambre de críos cuando las películas eran toleradas, y en las sesiones de tarde una nueva música hecha de bocadillos de merienda - pan y chocolate - entre gritos y deliciosas blasfemias infantiles ayudaba a corear las bizarras aventuras de Ivanhoe, Robin Hood o Tarzán. La protomiseria del cine - al fin y al cabo la 1,25 peseta era la tabla de salvación de pobres y desvalidos - acabaría generando más "accatones" que la mente de Pasolini. Porque lo que es aficionados al cine resultaba bien milagroso que desde aquel submundo, irónicamente situado en las alturas, pudieran producirse. La elevada situación de las localidades con respecto a la pantalla producía más vértigo que el que pudiera ocasionar la acción de la película. De otro lado, el handicap del sonido podía paliarse mediante una fórmula para la cual, evidentemente, se precisaba tiempo y voluntad de permanecer en aquel planeta. Consistía en ver la película dos veces seguidas para que el oído humano acabase acostumbrándose a descifrar mensajes en el galimatías de ruidos. De la misma manera que uno se acostumbra a los más punzantes terrores no había razón para que no acabara distinguiendo si aquellas voces de roncas sirenas eran una declaración de amor o de guerra.

Los domingos se llenaba y dejaban al personal en la calle. Invadían General Franco (hoy Conde Aranda) y parecían una masa informe que se apiñaba ante los postes de entrada para oír cantar a Juanita Reina o ver cabalgar a Gary Cooper. Los films que se proyectaban no respondían a patrón alguno, pero durante los 50, de cuando en cuando, daba programas compuestos por las dos jornadas de un serial, cosa que escasamente sucedía en otros cines. "El capitán Maravillas", "El escarabajo de oro", "Las garras de la araña" etc., tomaban posesión alguna vez al año de tan histórico y popular lugar.

El Frontón Cinema no desdecía en nada del nombre al que se hallaba acogido; era un frontón de pelota con una pantalla, colocada en la pared lateral, lo cual suponía, que a quienes les tocaba localidad cercana a las paredes del frontón quedaban tan desplazados de la pantalla que veían la proyección pasada por la fantasía de El Greco; figuras alargadas como resucitados negaban el cinemascope y aún la pantalla de Lumiere. Allí se vieron films en una dimensión bien distinta a la que quisieron sus autores. Por aquella pantalla el color siempre tomaba tintes marrones y en los últimos años de vida - existió hasta principios de los 60 - adquirió un defecto singular. El cuadro de la película salía ligeramente inclinado a la derecha, lo que tampoco era excesivo problema si el espectador ponía un poco de buena voluntad y asistía a la ceremonia inclinando a su vez la cabeza para encontrarse en el mismo eje que la película. Después de todo peores cosas han pasado.

Las localidades llamadas populares de este Frontón Cinema estaban casi siempre ocupadas por la facción del ejército llamada militares sin graduación. Esta peculiaridad se observaba en este cine con mayor insistencia que en otros de la misma categoría. La general del Frontón carecía de la afición a la pendencia de la del Monumental: como causas quizás se debe a la profilaxis que suponían las abundantes luces rojas que daban un aspecto a los espectadores como de submarinistas en color de luxe, y sobre todo a las columnas que cada escasos metros jalonaban el frontal de la localidad y que obligaban a los espectadores a agruparse en las zonas entre columna y columna para tener vía libre hasta la pantalla, objetivo perfectamente lógico de quién pagaba - aunque fuera poco, 2 pts. - por ver una película. Lógica no siempre entendida por la empresa que en los días de aglomeración vendía el aforo completo, con lo cual resulta no difícil deducir la saludable velada que obtendrían los agraciados con una columna delante y la inevitable luz roja.

El Frontón Cinema hacía descansos en la mitad de la proyección. Durante años inmemoriales sonó tras su desvencijada galería los sones de la melodía anuncio de Okal - producto superior contra dolores de cabeza y de muelas - de tal forma que semejante cancioncilla identificaba con más fuerza al local que al propio producto. El Frontón tampoco hacía remilgos discriminatorios; toda clase de films pasaban por él. A destacar sus suntuosos programas dobles de verano con filias de Fox. A destacar no sólo por las propias películas sino porque el Frontón - local sin refrigeración - siempre tuvo un nauseabundo olor, fuertemente favorecido por aquellas botas de Segarra con que el ejercito vencedor del comunismo estaba a punto de ventilarse a los ciudadanos de a pie mediante una desigual batalla de narices. Aguantar tres horas de agosto en aquella caldera fue todo un homenaje a la era del director.

Enfrente del Teatro Iris - luego Fleta - existía una propiamente llamada barraca que respondía al nombre de cine Iris y proyectaba las mismas películas que el Frontón Cinema, una semana más tarde que éste. Las localidades eran sillas de las llamadas de "La Caridad" por ser iguales a las que tal institución coloca para ver procesiones. El suelo eran tablas mal encasilladas cuyo levantamiento dejaba ver la tierra pura y dura sin cubierta o base alguna. Era una caja pequeña, maloliente y sucia que careció de la más elemental ventilación, y donde la "vox populi" hablaba de la presencia de toda clase de insectos. Proyectaba muy oscuro, de forma que los films en blanco y negro se desarrollaban siempre de noche y los de color, debido a una patina sonrosada que viraba ese elemento, dejaban unas imágenes que parecían hablar de muerte y vida eterna por su propia tenebrosidad. Verdaderamente la luz no se hizo en el cine Iris. Tenía la ventaja de que se oía muy bien y podía verse la película de cerca (cosa obligada para tratar de distinguir algo en aquel mar de brumas), lo cual siempre gustaba a los aficionados o futuros degustadores de cine y que resultaba imposible de practicar desde la general del Monumental o del Frontón.

El cine Palacio era una pista de patinaje, y luego baile dominguero, al que se había colocado una pantalla, una cabina y butacas. Pero sobre todo abundantes placas de vitrofilm en el techo, a la vista del público, con el fin de mejorar la acústica del local. Entre las gradas de general era frecuente ver saltar las ratas. Era un cine poco concurrido que se convirtió en sala de estreno en 1.964. Después cine de Arte y Ensayo y, finalmente, local dedicado a la programación de films pornos. Durante los años 50 su ambigú vendía las mejores pipas de girasol de Zaragoza, con lo que las películas siempre se proyectaban con una banda sonora complementaria producida por el chasquido, que los domingos era repetido hasta el infinito, de las mandíbulas contra las legumbres.

El Frontón, Iris y Palacio tenían una institución cómica. La figura del caramelero que en los descansos pregonaba mercancía con el grito gangoso - que se llegó a hacer popular entre los ambientes que frecuentaban aquellos cines - ¡cacahuete, caramelo, chicle Tabay¡ con un arrastre de vocales interminable -. Las ventajas económicas por el desempeño del puesto no eran excesivas, pero a cambio podían ver las películas toleradas que se exhibían en el local, y a través de la abertura de las cortinas de la puerta de acceso las de mayores, supuesto premio al alcance de unos pocos.

Fine del terzo atto

Luis Betrán  y la colaboración importantísima de dos distinguidos miembros de la Tertulia Perdiguer: Emiliano Puértolas (nadie sabe en esta villa de cine más que él) y José Luis Portolés, sin cuyo inigualable libro de consulta jamás hubiese llegado a buen puerto esta Historia de algunos cines de Zaragoza.