miércoles, 29 de octubre de 2014

SAMUEL FULLER


ACCION, VIOLENCIA, LOCURA

“Realizador y productor de numerosos films mediocres, casi todos ellos repletos de pesada propaganda anticomunista o de tesis racistas o apologías de las brutalidades imperialistas, pero sin que tengan en su estilo o en su realización otra cosa en común que esa “Ideología”.
Georges Sadoul.- Diccionario de cineastas.

SAMUEL FULLER (1912-1997)


Cuando Godard estaba en situación de ser escuchado dijo que “Shock corridor” era la obra maestra del cine bárbaro. A Jean-Louis Noames declaraba Fuller, respecto a “Manos peligrosas”, que le interesaba saber que ocurriría con la prostituta que interpretaba Jean Peters, si se iba a vivir con el pickpocket que hacía Richard Widmark . Fuller se consideraba un nuevo Zeus que contraponía tempestades de cuyo resultado no estaba seguro pero lo intuía algo grande. Samuel Fuller llegó al cine envuelto en una generación que, entre otros, contaba como cabezas de serie a John Huston y Nicholas Ray. Pero a Fuller siempre le distinguió su gusto por lo insólito y por estructurar sus obras en forma de choques de contrarios, a la espera de producirse la chispa que genere el incendio, accidente a través del cual demostraría su genio. Porque Fuller ha sido un director de genio, de genio y aún de figura. Y no solo porque ello pueda colegirse de su obra, sino porque él hacía cuanto podía por situar sus películas mediante la evidencia clarísima de sus intenciones en un “bigger than life” de consecuencias algo pintorescas, que, puestas a un trasluz exento de mala intención, parecía destilar un fascismo que fue ciertamente apreciado por sus enemigos.


Quizá ese fascismo – que tan tópico suena cuando se trata de Fuller – no provenga de su beatería hacia el jefe típica de sus personajes, ya que ello no le situaría en otro lugar peligroso que el de un molesto culto a la personalidad ni privativo del cine americano ni de Samuel Fuller. Existe una dimensión chocante en el cine de este autor (COSA QUE ES SIN POSIBLE DISCUSIÓN) que hace que la sensación de lo insólito campee sobre sus imágenes. Es un director determinista, sus personajes, muy al contario de la tradición narrativa cinematográfica americana, proceden de una idea que ya en su núcleo lleva todas las características del que nacerá de ella. De hecho el personaje fílmico no es sino la ilustración de un prototipo que ya se desarrolló plenamente en el terreno de las intenciones. Fuller maneja modelos acabados que preceden a seres de carne y hueso. La potencia de sus películas proviene de unos enfrentamientos entre esos seres que llevan en si mismos su excepcionalidad y su individualismo. Tipos llenos de aristas que responden violentamente a la mediocridad del mundo circundante. Desprecian las leyes empobrecedoras de la personalidad del individuo al igual que rechazan el gregarismo: no son pues jamás “rostros en la multitud”, ni les satisface la sociedad cómoda de la burguesía ni la competitiva del mundo de los negocios. Llevan en si el germen de la rebeldía. Intuyen o lo inventan, porque lo precisan para justificar su actuación en el mundo, un enemigo. Un enemigo sin cara ni alma, fruto de su creencia en la existencia del contrario, del maligno, sea el comunismo o los japoneses e incluso la policía. Una policía miope que no sabe reconocer la última pureza de estos personajes que, según Fuller, brillan en una sociedad corrompida. Su despego hacia esa realidad circundante, a la que desprecian, les lleva a buscar “la seguridad del peligro”, la guerra o el entrar voluntariamente en un manicomio, el espionaje o la lucha contra una inútil élite de millonarios. Hay que estar enfrente, a ser posible en perenne estado de alerta, porque solo así ellos poseen la conciencia clara de los males que acechan. Convencidos de que el desarrollo del embrión que les dio nacimiento deberá desarrollar y expandir, en beneficio de una sociedad abstracta, sus posibilidades de violencia regeneradora.


Esta toma de razón los personajes la realizan al borde del peligro, al filo de su destrucción física pero nunca moral, saben de la incomprensión para con los elegidos. Las grandes decisiones no se discuten, el hermetismo procede de la imposibilidad de comunicación de ciertas ideas. Una élite del acto se apresta a la salvación. Pero ¿qué se salva en el mundo de Fuller?. El corolario final para tan dispuestos héroes es la nada más absoluta. Fuller vive un tiempo en que la generosidad de los mismos queda descolgada, porque más allá de una “recuperación” de la acción, mediante la guerra o de la institucionalización de la violencia a través de cualquier organización, no existe recibo ni utilidad para semejantes dotes. En Fuller no se defienden actitudes concretas. La patria, última defensa de sus films bélicos, es algo abstracto que al contrario de los ejemplos bélicos fascistas no es sino un signo generado por la propia acción para que excuse a ésta. El modelo de sociedad tampoco queda dibujado con nitidez alguna.


No existe apología del capitalismo, ni de la libre empresa, ni tan siquiera de la competitividad. Tampoco a nivel ideológico hallaremos respuesta. Sus films anticomunistas lo son porque en ellos encuentra Fuller su contrario rotundo, un diablo al alcance de la mano. Existía el adversario sin rostro contra el que emplear la furia contenida por las frustraciones de tantos años de mediocridad. En esta suma de ausencias y negaciones Fuller acaba justificándose en la lucha. Pero mientras el combate en su colega Huston acaba llevando a sus personajes a una asumida conciencia sobre la manipulación de que son objeto – y cuya última e irónica observación sería el destino -, en el caso de Fuller se da un voluntario cierre de ojos que dejaría intactas, incontaminadas de cualquier desengaño, las facultades que existían embrionariamente y que como pilas de un juguete sirven para mantenerlas en pie para otra ocasión, estar dispuestas en primera fila prestas para la lid. Ningún cine presenta unos personajes tan proclives a un desengaño total pero tampoco ninguno es capaz de hacer este salto mortal que, saliendo de la nada y llegando a ninguna parte, se justifique por el solo instante de estar suspendido en el vacío.


La acción justifica el hecho de luchar por una entelequia. La consciencia es a la inversa de la búsqueda del conocimiento. La entelequia por la que se lucha no merece la pena, ni siquiera el esfuerzo de desmontarla, ya se sabe que todo proyecto humano es mediocre y en el punto de partida nadie se hace ilusiones. Existe el mal que invade el mundo y no hay empresa humana que pueda ser eficaz contra semejante contrario. Queda, pues, el esfuerzo individual, que cada hombre se crea un nuevo dios y salve su parcela, no para los hombres sino para la dimensión divina de cada hombre. Lo malo es que la lucha contra los dioses solo genera la locura, y vista que contra los hombres es un vacío infinito, los héroes de Fuller terminan en un existencialismo en el que solo un atisbo de la lejana Arcadia podría resultar patria acogedora para tan desdichados hijos.


De ahí que películas como “Manos peligrosas”, “Una luz en el hampa” e incluso ciertos aspectos de “Corredor sin retorno” parecen remitir a una visión anárquica de la existencia como meta involuntaria de de tantas desilusiones como falsos valores han servido de horizonte lejano. Les queda pequeño el mundo a estos inadaptados que soñarían con espacios abiertos aunque fuera en asfalto urbano. El detalle inusual es algo que aflora de un inframundo en ebullición, de una rebeldía acaso nostálgica por un paraíso perdido. Rebeldes sin causa, soldados sin patria, ladrones sin cartera, putas sin placer y, sobre todos ellos, como única esperanza de autoafirmación, el gran enemigo. Y una estética de choque y luces y sombras violentas. Este tío de Wisconsin sabía hacer cine y bien que lo demostró en su gran y personalísima obra maestra “The big red one”. Palomas, perros y tiburones, mejor no tenérselo en cuenta. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Luis Betrán

2 comentarios:

  1. Excelente reflexión Luis

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  2. Gracias Taribo. Fuller es muy discutible y en algunos aspectos tenía razón Sadoul, comunista, surrealista e íntimo amigo de Luis Buñuel. Un abrazo.

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