ENTRE ESPAÑA E ITALIA
LOS AÑOS 50, 60 y 70. COPRODUCCIONES Y CINE
DE GÉNERO
1-situación político-industrial española e
italiana en los años 50
El
16 de Julio de 1952 por Orden del Ministerio de Comercio y del Ministerio de
Información y Turismo, se procede a una nueva reordenación del sector, la
cuarta desde el final de la Guerra Civil. La orientación es aparentemente más
económica y promocional, menos ideológica.....Este sistema apostaba claramente
por el aliciente económico de los productores para orientar los asuntos a
tratar y el modo de tratarlos en la
pantalla, conforme a la experiencia de años pasados. Por tanto la orientación
de la producción giraba preferentemente en atención al propio gusto de los
integrantes de la Junta de Calificación ya que de ellos dependía la automática
recuperación del 50% de la inversión realizada. Consecuencia de ello es que las
grandes inversiones se hacen al margen del público y de las evoluciones del
propio fenómeno cinematográfico. En 1955 ante el fracaso económico de las
medidas anteriores y con el fin de revalorizar la exhibición de cine español,
se crea la cuota de distribución y se modifica la cuota de pantalla. A pesar de
que se intenta la búsqueda de una proyección exterior del Cine Español y para ello se crea UNIESPAÑA en 1959, el modo
más reiterado de dar a conocer el Sector al exterior se lleva a cabo a través de
las coproducciones, que hay que recordar también obtenían ventajas y ayudas
gubernamentales. La primera aventura de
este tipo viene de la mano de Jack el negro (con USA) codirigida por Julien
Duvivier y Juan Antonio Nieves Conde, en 1950. La intervención alternativa de
grandes nombres de la industria internacional y nacional unido a unas
facilidades de rodaje que el Régimen va a publicitar, va a ayudar la
proliferación de estas películas, que en muchas ocasiones van a ser la
auténtica tabla de salvaguardia del cine español. En 1958 el número de
coproducciones fue de 24 frente a un total de 75 producciones. Ya previamente
en el año 1953 se había firmado un convenio de coproducción con Italia, fruto
del cual habían surgido películas como Aquel hombre de Tánger (USA) de Robert
Elwynn, seudónimo del italiano Riccardo Freda 1954) o la estupenda Carne de
Horca de Ladislao Vajda.
En
Italia contrariamente a lo que pudiera pensarse la situación, en lo que
respecta a la industria cinematográfica era bastante pareja a la española. En
1943 Italia comenzó su largo proceso de liberación política, pero el sector
cinematográfico volvió a ser un satélite
del cine americano hasta el punto de que comenzó a cuestionarse la idea de
disponer de una industria cinematográfica propia. En 1946 se produjeron sesenta
y dos películas italianas y se importaron ochocientas cincuenta de las cuales
seiscientas eran americanas. Para atajar ello el Estado desarrolló medidas
proteccionistas basadas en la obligatoriedad de proyección de films italianos.
Estas cuotas de protección existían igualmente en España. En 1948 frente a las
discordancias entre los partidos políticos, que habían luchado contra el
fascismo, se pronostica un momento en el cual el espectador italiano ya no
podía elegir y debía ver exclusivamente aquellas películas que le imponían las
circunstancias. Por ello la dependencia de la importación de cine
norteamericano disminuía a medida que se agotaban los stock retenidos durante
la guerra y la propia crisis sufrida por Hollywood desde 1950, reducía el
volumen de la producción norteamericana, lo cual tiene su trascendencia en el
terreno de la exhibición, sin que los Gobiernos de turno aprovechen esta
circunstancia para una mayor potenciación a nivel popular del cine autóctono.
Por
otro lado la imagen que el Gobierno democristiano quería difundir del país (un
país desecho por la guerra, con carencia de todo tipo), era distinta de la que
daba el Neorrealismo. Ello originó una reorientación de la actividad
cinematográfica. A partir de 1950 con Giulio Andreotti al frente de la
Subsecretaría de Cinematografía, se pretende a toda costa la creación de una
industria amparada en la existencia de unos grandes estudios (Cinecittá), una
serie de ayudas a las producciones que se entendieran de calidad (dirigismo de
la política cinematográfica similar a la existente en otros países como España)
y la creación de convenios de colaboración en régimen de coproducción (con
España existe desde 1953). La situación se agrava no obstante, y en 1955 la
Opinión Pública se hizo eco de la crisis que vivía la industria cinematográfica
italiana de la que se hacía responsable al gobierno democristiano,
prácticamente concurriendo con el cierre de productoras en su día tan
importantes como la Minerva o la Taurus. Para paliar los daños en julio de 1956
se aumentó la cuota de programación anual de cine italiano como paso obligado
para la importación de cine extranjero en el que quedaban incluidas las
coproducciones, pero 1959 significó el año en el que desaparecieron las
barreras que impedían la libre circulación de cine americano.
La búsqueda de un cine de género. España e
Italia, sendas marcadas
La
llegada del Neorrealismo italiano supone un auténtico cambio de orientación en
la Industria española, toda vez que el coste de rodaje de este tipo de
historias que además engarzan con el gran público, es menor, y en consonancia
sirve de estímulo y de entrada en la Industria de jóvenes realizadores. También
la Industria tímidamente se apuntó al fenómeno con éxito, como es el caso de
Surcos (1951), curiosamente con la misma temática de la posterior Rocco y sus
Hermanos (Luchino Visconti, 1960) o El inquilino (1958), ambas de Juan Antonio
Nieves Conde, Mi tío Jacinto (Ladislao Vajda, 1956) o La vida por delante
(Fernando Fernán Gómez, 1958). También es el caso de sorprendentes muestras de
puro cine negro, como las estupendas El expreso de Andalucía (Rovira
Beleta, Apartado de Correos 1001 (Julio
Salvador, 1950, El cerco (Miguel Iglesias) o El ojo de cristal (Antonio
Santillán, 1954). Muy cercanas en temática y estética a las producciones
italianas de De Santis o Germi, tales como Caza Trágica (Caccia tragica, 1947)
o Juventud Perdida y La ciudad se defiende ( Gioventu perduta, 1947; La citta
si difunde, 1951.
Pero
el grueso de la producción se basaba en las propuestas temáticas de la década
pasada que tan del gusto de los gobernantes habían sido. Predominan por tanto
las películas históricas como El Capitán Veneno (Luis Marquina, 1950) o de
fervor religioso como Balarrasa (Nieves
Conde 1950) o, La guerra de Dios (Rafael Gil, 1953).Florece igualmente el
género folklórico, que ya en los años 30 había sido uno de los más apreciados
por el gran público. Algunos obtienen gran éxito y todavía se recuerdan como
Violetas Imperiales (Richard Pottier, 1957), María de la O (Ramón Torrado,
1957), ¿Dónde vas Alfonso XII? (Luis Cesar Amadori, 1958), El último Cuplé, y
otros con dispar fortuna y hoy olvidados ( El emigrante, Sebastián Almeida,
1958), El cristo de los faroles, Gonzalo Delgrás, 1957. Pero fue
preferentemente la comedia, costumbrista o romántica, donde se fraguó la
conexión del cine español con su público, circunstancia esta que se prolongaría
hasta bien entrados los setenta. Y así títulos como El día de los enamorados
(Fernando Palacios, 1959), Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J Salvia) son
precursoras aunque por reflejo de la propia tendencia existente en Italia o
Estados Unidos (Las chicas de Plaza de España de Luciano Emmer, Las Amigas de
M. Antonioni o Cómo Casarse con un millonario y Creemos en el amor de Jean
Negulesco, por ejemplo) los que van a sentar las bases de la comedia española
hasta dos décadas después. Surge la figura del productor José Luis Dibildos que
tanta influencia va a tener hasta mediados de los años 70 en el género. Su
intento de emular la comedia internacional, muy especial la italiana y la
americana se muestra en títulos como Viaje de Novios (León Klimovsky, 1956),
Muchachas de azul (Jesús Palacios, 1957) o Ana dice sí (Pedro Lazaga 1957). Va
a ser éste el género de preferencia del cine español, desprovisto eso sí de la
fuerza crítica que cristaliza en Italia, salvo excepciones, curiosamente
algunas de ellas realizadas en régimen de coproducción con Italia, como es el
caso de Calabuch (1956), Los jueves Milagro (1958) o El verdugo (1963), todas
ellas de Luis García Berlanga.
Para
contrarrestar la fuerte competencia de Hollywood, la industria italiana se
embarcó bien entrados los años 50 en una triple estrategia: por una parte, se
realizaron comedias populares y películas de género de bajo presupuesto para el
mercado local y proyectos más ambiciosos a través de acuerdos de coproducción
con otros países europeos; por otra, se estimuló a las grandes compañías
estadounidenses a reinvertir sus beneficios en el mercado italiano en
producciones rodadas en Italia, como sucedió con Ben-Hur (1959, de William
Wyler) producida por la MGM. También, se fomentó la realización de prestigiosas
producciones de cara a la distribución internacional, estrategia que culminaría
en 1963 con la obra de Visconti El gatopardo, financiada por la 20th Century
Fox. En los primeros hallamos el punto culminante del cine de género no sólo en
Italia, sino creo que en Europa.
Luis Betrán y Luis Gil
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