LAS QUE NO FUERON LA MAGNANI PERO MÁS
GUAPAS
Aquí
no se va a tratar de grandes actrices sino de grandes bellezas que en tan solo
un caso – Silvana Mangano (pronúnciese en italiano Mángano) – fue asimismo una
excelente intérprete cuando le alcanzó la madurez. Guapas y exuberantes mujeres
que fueron causa de adoración – y de otro menester poco religioso y que tambien
acaba en on – de adolescentes, jóvenes y maduros caballeros en las décadas de
los 50 y 60. Fueron legión aunque la mayoría no haya superado la prueba del
tiempo y estén olvidadas:Silvana Pampanini (el más robusto trasero), Marisa
Allasio (el segundo gran trasero), Lorella di Luca, Maria Fiore, Lea Padovani,
Giovanna Ralli, Antonella Lualdi (guapísima), Rosanna Schiafinno, Rossana
Podestá, Stefanía Sandrelli, Gianna Maria Canale (que mala era en los peplums),
Gina Lollobrígida, Sylva Koscina (que muslamen), Sofia Loren, Claudia
Cardinale, Laura Antonelli……hasta llegar a Monica Bellucci, la última, por el
momento de las maggiorattas. Nos detendremos en las más significativas. Y que
no se ofendan las damas, porque me temo que esto va a ser “solo para hombres”
(divertido film de Fernán Gómez).
SILVANA MANGANO
La
más excelsa de las “maggiorattas”. Lució muslos turgentes con medias rotas en
“Riso amaro” (1949, furioso melodrama neorrealista de Giuseppe de Santis) y
estuvo tan hermosa cuando cubría su cabeza con las tocas de monja que cuando
cantaba y bailaba (muy mal) el “baiao” (“Ya viene el negro zumbón, bailando
alegre el bayón”) en el enorme éxito de “Anna” (1952, Alberto Lattuada,
mediocre película, por cierto). Antes ya había dado muestras de que tanta y tan
poco convencional belleza, ocultaba un notable talento dramático en la
estupenda “Il Lupo Della Sila” (1949, Dulio Coletti) y, más tarde, en la
notable “Il brigante Mussolino” (1952 Mario Camerini). Me trastornó su Circe,
no su Penélope, en uno de los mejores y más caros péplums (1954, “Ulisse”,
Mario Camerini). A partir de 1963 supo reinventarse como ninguna. Abandonó su
lujuriante ordinariez, se refinó, renunció al exhibicionismo y se convirtió en
una gran actriz. Fue en la magnífica película de Carlo Lizzani “Il processo di
Verona” (1963) , en la que interpretó con fuerza solo superable por la Magnani
a Edda Mussolini, la hija del Duce y esposa del “traditore” conde Ciano.
Visconti
y Pasolini la aguardaban a la vuelta de la esquina. El conde de Modrone la
convirtió literalmente en su propia madre en “Morte a Venezia” (1970) en la que
solo lució porte y distinción (1), pero tambien le proporcionó el excelente rol
de Cosima Wagner en “Ludwig” (1972) y, sobre todo, la mimó en “Gruppo di
famiglia in un interno” en la que no cedió ante el reto actoral del alter ego
viscontiano Burt Lancaster. Pasolini la convirtió en una bellísima Virgen María
en “Il Decamerone” (1971) y, asimismo, la acunó en su prodigiosa interpretación
de la excepcional “Teorema” (1968), una de las cimas de la críptica, religiosa,
marxista y freudiana poesía del autor asesinado. Y en 1967, fue una mágica
Iocasta en la obra maestra “Edipo, el figlio della fortuna””, a la altura de la
“Medea” de María Callas. Remató Luigi Comencini en su sobresaliente y perversa
comedia “Lo scopone Scientifico” en 197 y en la que rivalizó nada menos que con
Bette Davis. Fue esposa de Dino de Laurentis y murió prematuramente en Madrid
en diciembre de 1989.
SOFIA LOREN
Hubo
dos Loren: Sofia y Sophia. Quedémonos con la astuta y marrullera napolitana de
“L’oro di Napoli” (1954), o de “Matrimonio all’italiana” (1964) ambas con
Vittorio De Sica, su director de cabecera. De sus senos potentes surgió la no
menos potente voz de Renata Tebaldi en la deliciosa “Aida” (1953, Clemente
Fracassi). Le dieron un inmerecido Oscar por “La ciocciara” (1960, De Sica) en
la que osó imitar a Magnani y, finalmente, brilló como actriz en “Una giornata
particolare” (Ettore Scola), junto a sus tantas veces compañero Mastroianni.
Esta fue Sofia, una mujerona alta, abrumadora, de hermosos ojos, boca y
formidables piernas. Confieso que nunca fue mi tipo. Pero Sophia fue una
permanente calamidad. Hollywood no supo muy bien que hacer con ella excepto
sofisticarla, y la embarcó en una serie de pésimas películas de las que solo se
salvó “Desire under the olms” (1958, Delbert Mann), una buena adaptación de la
pieza de O’Neill en la que, sorprendentemente, surgió química entre ella y
Anthony Perkins. Cineastas interesantes como Negulesco, Hathaway, Reed, Lumet,
Ritt, Cukor, Curtiz, Asquith, Mann, Litvak, Donen y hasta el mismísimo Chaplin,
le ofrecieron absurdos papeles en no menos absurdas películas. Y, finalmente,
batió marcas de ridículo en España, tanto en la gitana de “The pride and the
passion” (Stanley Kramer, 1957), como en su improbable Doña Jimena del horrible
“Cid” perpetrado por Bronston y Mann en 1961. Aún aparece distinguida con sus
inevitables gafas en algún bodriete cada vez más esporádico. Su productor, y
marido, fue Carlo Ponti que, reconozcámoslo, la promocionó más que De Laurentis
a la Mangano.
GINA LOLLOBRÍGIDA
No
se acordaría nadie de ella sino fuese por recientes escandalillos financieros.
Gozó de un éxito efímero con su bersagliera de “Pane, amore e fantasia” y
“Pane, amore e gelosia” (1953 y 54, ambas de Luigi Comencini y con Vittorio De
Sica, neorrealismo rosa de leve envergadura). Curiosamente se movió mejor que
la Loren en Hollywood, donde la metieron tambien en malas películas aunque en una
de ellas mantuviera singular empatía con Rock Hudson (1961, “Come september”,
Robert Mulligan). . El tan alto y ella tan bajita. Con su corta estatura fue
una bella cara que envejeció peor que la Loren. Jamás dio muestras de que podía
ser una actriz. De ella se escribió que resultaba ideal en combinación.
CLAUDIA CARDINALE
A mí
no me caben dudas de que fue la más hermosa de todas y, aunque luego surgirían
otras, se la puede considerar como “the last but not the least” como escribía
siempre el añorado José Luis Guarner. Había nacido en Túnez aunque de padres
italianos y en Túnez continúa ahora haciendo alguna película, muy viejita pero
con rasgos que no han perdido del todo su belleza. Su productor y marido fue
Franco Cristaldi y destacó pronto por sus breves perfomances en “I soliti
ignoti” (1958, Mario Monicelli) o “Un maledetto imbroglio” (1959, Pietro
Germi), dos estupendas películas de opuestos registros. Su gran momento llegó
con “La ragazza con la valiglia” (1960), el sensible film de Valerio Zurlini y
ya nada habría de detenerla hasta que Visconti la embelleció hasta deslumbrar
al príncipe de Salina en la genial “Il gattopardo” (1963), y darle el personaje
de su vida en su Sandra de “Vaghe stelle dell’Orsa” (1965), en la que evidenció
posibilidades de actriz. Pero eso fue todo. El resto de su carrera fue
irregular y en Hollywood no brilló ni siquiera en el gran film de Richard
Brooks “The proffesionals” (1966) en la que fue la esposa de Raza/Jack Palance.
Y en el amplio reparto de “La pantera rosa” (The pink panther, Blake Edwards
1963) incluso resultó más misteriosa y atractiva la inquietante Capucine. Fue
C.C., siguiendo el ejemplo de B.B. (Brigitte Bardot). La fama las juntó en la
horrenda “Les petroleuses” (1972, Christian Jacque). Y, como no podía ser
menos, hizo asimismo el ridículo en España con Bronston y Hathaway en “Circus
World” (1963) en compañía de ¡¡God bless America!! John Wayne y una declinante
Rita Hayworth.
Recordar
es volver a vivir. Al menos para los que ya rebasamos la berrera de los 60
tacos.
Luis Betrán
1)
Aunque hacía de madre del andrógino Tadzio, en realidad Visconti la vistió y
maquilló con las prendas y adornos que usara su madre.
Este
texto ha consultado para datos biográficos el libro de Gaia Servadio “Las
diosas paganas de Italia”.
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