JOSE ANTONIO ZARZALEJOS (EL CONFIDENCIAL)
No
hay lecturas. En determinadas circunstancias sólo hay relecturas. Por esa razón
he regresado al nunca olvidado texto de Ernest Renan titulado ¿Qué es una
nación?, una conferencia pronunciada en la Universidad de la Sorbona el 11 de
marzo de 1882. Decía el francés entonces que “el hombre no es esclavo ni de la
raza, ni de su lengua, ni de su religión, ni del curso de los ríos, ni de la
dirección de las cadenas montañosas. Una gran agregación de hombres, sana de
espíritu y cálida de corazón, crea una conciencia moral que se llama nación.
Mientras esa conciencia moral demuestre tener fuerza por los sacrificios que
exige la abdicación del individuo en beneficio de la comunidad, la nación será
legítima, tendrá derecho a existir”. La conciencia moral de España está siendo
humillada y, por lo mismo, su autoestima, destruida. No hay un acontecimiento
concreto que deslinde el deterioro general del saqueo de la Nación y del
Estado. Se trata más bien de una yuxtaposición abochornante y éticamente
repulsiva de hechos y situaciones que demuestran que lejos de producirse “la
abdicación del individuo en beneficio de la comunidad”, son aquellos los que
subordinan al conjunto para mantener y acrecentar sus propios intereses y
medros. Seguramente estamos viviendo un proceso similar al que ocurre cuando la
bajamar descubre los residuos que han devorado las aguas y los expone como
despojos a la vista obscena de todos. O sea, esto viene de lejos.
Viene
de lejos el secesionismo catalán que amenaza con la insurrección y también de
muy lejos la incomparecencia del Gobierno de España -con Zapatero, pero
igualmente con Rajoy- en el debate político catalán que ha ensanchado el
independentismo. Viene de lejos la endogamia de los partidos y los sindicatos
que han ido colocando sus peones en el sistema quebrado de Cajas de Ahorro para
una función doblemente depredadora, a favor de los individuos y de las
organizaciones que representaban. Viene de lejos la repugnante hipocresía de
gentes de izquierda -¿Qué decir ante la fortuna de Fernández Villa, icono del
sindicalismo más duro como el asturiano?- y de derechas -¿Qué decir de los
Blesa, Rato, Recarte, Iranzo y tantos otros que abrevaban de la misma cuenta
que sus adversarios ideológicos?-.Y viene de lejos la ajenidad de grandes
empresarios y de los intelectuales ante esta humillación colectiva a una Nación
en la que es compatible más de un 25% de desempleo con más del 20% de economía
sumergida. Viene de lejos, en fin, esa despótica, prepotente e insoportable
actitud de mantenerse en el cargo o en la sinecura a despecho de conductas
indignas que tanto irritan como sobrecogen cuando se sabe en qué y cómo se
gastó el dinero, sin control fiscal, de entidades que han sido rescatadas a
costa del contribuyente.
Humillar
la conciencia moral de una Nación en el sentido en que Renan la entendió -más
allá de lenguas, fronteras y religiones- es tratar de destruirla y obligarla a
que se resigne -la resignación es un suicidio cotidiano, escribió Honoré de
Balzac-, a que muerda el polvo, a que se allane a la prepotencia de una clase
dirigente que se chancea de la ejemplaridad o de la elección sin dación de
cuentas como únicas fuentes de una legitimidad cada vez más marchita y
agostada. Robar a un colectivo nacional su autoestima, esa conciencia de solidaridad
en el sacrificio, es una conducta temeraria porque los pueblos son como los
animales heridos: más peligrosos cuando más perdidos se sienten. Y así están
los españoles, heridos y humillados, aunque muchos los suponen (y es dudoso que
lo estén) también resignados.La ministra de Sanidad demostró desconocer cómo
dirigir una rueda de prensa y volvió a acreditar que ocupa el cargo, no por sus
méritos, sino por lealtad al presidente del Gobierno y el apoyo que le ha
profesado en épocas anteriores.
En
este panorama moralmente desolador se ha incrustado el contagio del ébola de
una auxiliar de enfermería y la consiguiente crisis sanitaria y política.
Aunque este episodio gravísimo tenga que ver con errores y fallos incompetentes
-sean de quienes sean-, ha demostrado otro fleco del despotismo y la
irresponsabilidad con los que se conduce nuestro país: la ministra de Sanidad
-cuya dimisión ni es precisa, ni urgente, ni siquiera conveniente en estas
circunstancias dada su irrelevancia- demostró desconocer cómo dirigir una rueda
de prensa y volvió a acreditar que ocupa el cargo, no por sus méritos, sino por
lealtad al presidente del Gobierno y el apoyo que le ha profesado en épocas
anteriores. Por no hablar de la ofensa colectiva que supone tener al frente de
la consejería del ramo de la comunidad de Madrid a ese personaje que bordea lo
siniestro y que se llama Javier Rodríguez.
Llega
ya tarde para evitar el irreversible despilfarro de credibilidad del Gobierno
encomendar a la vicepresidenta para todo un Comité especial asesorado por
técnicos. Y llega tarde también la visita de Rajoy al Carlos III tratando de
perpetrar un golpe de efecto que fue ayer puro humo. No se humilla a una Nación
sólo saqueándola, sino también -y a veces, sobre todo- entregando dolosamente
responsabilidades de gobierno y de gestión pública a personas que jamás podrían
desempeñarlas con un mínimo de competencia o de sensibilidad. Renán dejó dicho
que una Nación “es un alma, un principio espiritual”. Pues bien: golpear una y
otra vez sobre ese patrimonio intangible nos lleva a la advertencia del clásico
autor francés: “Las naciones no son algo eterno” porque su existencia exige “un
plebiscito cotidiano, al igual que la existencia del individuo es una
afirmación perpetua de la vida”. Mañana, doce de octubre, será la fiesta en el
calendario de una Nación humillada, sin plebiscito cotidiano de seguir siéndolo
si quienes deben dirigirla son los que ahora lo hacen. Son ellos la manzana de
discordia, los agentes de la humillación. Y no es cuestión de ideologías. Lo
es, pura y simplemente, de probidad y de competencia.
Pdta:
El responsable de este blog hace suyas todas estas palabras
Luis Betrán
Antonio Burgos (Sevilla, 1943) es uno de los primeros articulistas
españoles. En el sentido jerárquico, por su estilo propio y su indiscutible
maestría, avalada por premios como el Mariano de Cavia, el Pemán o el Larra; y
en el sentido cronológico, por su condición de pionero en diversos géneros. Es
también, desde su inicio como periodista hace más de 30 años, una de las voces
más significadas en la defensa de Andalucía, cuya cultura, tradición y
significado histórico han presidido su extensa obra periodística y literaria.
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