ACCION, VIOLENCIA, LOCURA
“Realizador y productor de numerosos films
mediocres, casi todos ellos repletos de pesada propaganda anticomunista o de
tesis racistas o apologías de las brutalidades imperialistas, pero sin que
tengan en su estilo o en su realización otra cosa en común que esa “Ideología”.
Georges Sadoul.- Diccionario de cineastas.
SAMUEL FULLER (1912-1997)
Cuando
Godard estaba en situación de ser escuchado dijo que “Shock corridor” era la
obra maestra del cine bárbaro. A Jean-Louis Noames declaraba Fuller, respecto a
“Manos peligrosas”, que le interesaba saber que ocurriría con la prostituta que
interpretaba Jean Peters, si se iba a vivir con el pickpocket que hacía Richard
Widmark . Fuller se consideraba un nuevo Zeus que contraponía tempestades de
cuyo resultado no estaba seguro pero lo intuía algo grande. Samuel Fuller llegó
al cine envuelto en una generación que, entre otros, contaba como cabezas de
serie a John Huston y Nicholas Ray. Pero a Fuller siempre le distinguió su gusto
por lo insólito y por estructurar sus obras en forma de choques de contrarios,
a la espera de producirse la chispa que genere el incendio, accidente a través
del cual demostraría su genio. Porque Fuller ha sido un director de genio, de
genio y aún de figura. Y no solo porque ello pueda colegirse de su obra, sino
porque él hacía cuanto podía por situar sus películas mediante la evidencia
clarísima de sus intenciones en un “bigger than life” de consecuencias algo
pintorescas, que, puestas a un trasluz exento de mala intención, parecía
destilar un fascismo que fue ciertamente apreciado por sus enemigos.
Quizá
ese fascismo – que tan tópico suena cuando se trata de Fuller – no provenga de
su beatería hacia el jefe típica de sus personajes, ya que ello no le situaría
en otro lugar peligroso que el de un molesto culto a la personalidad ni
privativo del cine americano ni de Samuel Fuller. Existe una dimensión chocante
en el cine de este autor (COSA QUE ES SIN POSIBLE DISCUSIÓN) que hace que la
sensación de lo insólito campee sobre sus imágenes. Es un director
determinista, sus personajes, muy al contario de la tradición narrativa
cinematográfica americana, proceden de una idea que ya en su núcleo lleva todas
las características del que nacerá de ella. De hecho el personaje fílmico no es
sino la ilustración de un prototipo que ya se desarrolló plenamente en el
terreno de las intenciones. Fuller maneja modelos acabados que preceden a seres
de carne y hueso. La potencia de sus películas proviene de unos enfrentamientos
entre esos seres que llevan en si mismos su excepcionalidad y su
individualismo. Tipos llenos de aristas que responden violentamente a la
mediocridad del mundo circundante. Desprecian las leyes empobrecedoras de la
personalidad del individuo al igual que rechazan el gregarismo: no son pues
jamás “rostros en la multitud”, ni les satisface la sociedad cómoda de la
burguesía ni la competitiva del mundo de los negocios. Llevan en si el germen
de la rebeldía. Intuyen o lo inventan, porque lo precisan para justificar su
actuación en el mundo, un enemigo. Un enemigo sin cara ni alma, fruto de su
creencia en la existencia del contrario, del maligno, sea el comunismo o los
japoneses e incluso la policía. Una policía miope que no sabe reconocer la
última pureza de estos personajes que, según Fuller, brillan en una sociedad
corrompida. Su despego hacia esa realidad circundante, a la que desprecian, les
lleva a buscar “la seguridad del peligro”, la guerra o el entrar
voluntariamente en un manicomio, el espionaje o la lucha contra una inútil
élite de millonarios. Hay que estar enfrente, a ser posible en perenne estado
de alerta, porque solo así ellos poseen la conciencia clara de los males que
acechan. Convencidos de que el desarrollo del embrión que les dio nacimiento
deberá desarrollar y expandir, en beneficio de una sociedad abstracta, sus
posibilidades de violencia regeneradora.
Esta
toma de razón los personajes la realizan al borde del peligro, al filo de su
destrucción física pero nunca moral, saben de la incomprensión para con los
elegidos. Las grandes decisiones no se discuten, el hermetismo procede de la
imposibilidad de comunicación de ciertas ideas. Una élite del acto se apresta a
la salvación. Pero ¿qué se salva en el mundo de Fuller?. El corolario final
para tan dispuestos héroes es la nada más absoluta. Fuller vive un tiempo en
que la generosidad de los mismos queda descolgada, porque más allá de una
“recuperación” de la acción, mediante la guerra o de la institucionalización de
la violencia a través de cualquier organización, no existe recibo ni utilidad
para semejantes dotes. En Fuller no se defienden actitudes concretas. La
patria, última defensa de sus films bélicos, es algo abstracto que al contrario
de los ejemplos bélicos fascistas no es sino un signo generado por la propia
acción para que excuse a ésta. El modelo de sociedad tampoco queda dibujado con
nitidez alguna.
No
existe apología del capitalismo, ni de la libre empresa, ni tan siquiera de la
competitividad. Tampoco a nivel ideológico hallaremos respuesta. Sus films
anticomunistas lo son porque en ellos encuentra Fuller su contrario rotundo, un
diablo al alcance de la mano. Existía el adversario sin rostro contra el que
emplear la furia contenida por las frustraciones de tantos años de mediocridad.
En esta suma de ausencias y negaciones Fuller acaba justificándose en la lucha.
Pero mientras el combate en su colega Huston acaba llevando a sus personajes a
una asumida conciencia sobre la manipulación de que son objeto – y cuya última
e irónica observación sería el destino -, en el caso de Fuller se da un
voluntario cierre de ojos que dejaría intactas, incontaminadas de cualquier
desengaño, las facultades que existían embrionariamente y que como pilas de un
juguete sirven para mantenerlas en pie para otra ocasión, estar dispuestas en
primera fila prestas para la lid. Ningún cine presenta unos personajes tan
proclives a un desengaño total pero tampoco ninguno es capaz de hacer este
salto mortal que, saliendo de la nada y llegando a ninguna parte, se justifique
por el solo instante de estar suspendido en el vacío.
La
acción justifica el hecho de luchar por una entelequia. La consciencia es a la
inversa de la búsqueda del conocimiento. La entelequia por la que se lucha no
merece la pena, ni siquiera el esfuerzo de desmontarla, ya se sabe que todo
proyecto humano es mediocre y en el punto de partida nadie se hace ilusiones.
Existe el mal que invade el mundo y no hay empresa humana que pueda ser eficaz
contra semejante contrario. Queda, pues, el esfuerzo individual, que cada
hombre se crea un nuevo dios y salve su parcela, no para los hombres sino para
la dimensión divina de cada hombre. Lo malo es que la lucha contra los dioses
solo genera la locura, y vista que contra los hombres es un vacío infinito, los
héroes de Fuller terminan en un existencialismo en el que solo un atisbo de la
lejana Arcadia podría resultar patria acogedora para tan desdichados hijos.
De
ahí que películas como “Manos peligrosas”, “Una luz en el hampa” e incluso
ciertos aspectos de “Corredor sin retorno” parecen remitir a una visión
anárquica de la existencia como meta involuntaria de de tantas desilusiones
como falsos valores han servido de horizonte lejano. Les queda pequeño el mundo
a estos inadaptados que soñarían con espacios abiertos aunque fuera en asfalto
urbano. El detalle inusual es algo que aflora de un inframundo en ebullición,
de una rebeldía acaso nostálgica por un paraíso perdido. Rebeldes sin causa,
soldados sin patria, ladrones sin cartera, putas sin placer y, sobre todos ellos,
como única esperanza de autoafirmación, el gran enemigo. Y una estética de
choque y luces y sombras violentas. Este tío de Wisconsin sabía hacer cine y
bien que lo demostró en su gran y personalísima obra maestra “The big red one”.
Palomas, perros y tiburones, mejor no tenérselo en cuenta. El que esté libre de
pecado que tire la primera piedra.
Luis Betrán
Excelente reflexión Luis
ResponderEliminarGracias Taribo. Fuller es muy discutible y en algunos aspectos tenía razón Sadoul, comunista, surrealista e íntimo amigo de Luis Buñuel. Un abrazo.
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