miércoles, 10 de noviembre de 2010

Memoria de 1.966 y IV.- My fair lady





Se alargan las memorias de ese año, pero como ya escribí es que hubo muy buenas películas en la  cartelera zaragozana. Y, en las antípodas, de "Ciudano Kane" o "Los olvidados", bien merece una recensión el último gran musical del cine americano. Llegarían otros más tarde, y serán citados en el correspondiente año de su estreno. Pero tras la genial "West side story" (Robert Wise/Jerome Robbins 1961), solo estuvo casi a su altura la película de Lerner, Lowe, Cukor, Eliza Doolittle, Henry Higgins, Jack Warner.....y Bernard Shaw. Se estrenó en v.o.s.e. en el cine Rex y en 70 mm. Luego llegó a la misma sala  una escandalosa versión doblada en la que Teresa María cantaba las canciones de Audrey Hepburn - ¡¡¡quisiera yo cantaaar, quisiera yo bailaaar!!! - y "the rain in Spain takes mainly on the plain" se convirtió en "la lluvia en Sevilla es una pura maravilla". Toma ya. Frente a los 10 oscar de "West side story", "My fair lady" hubo de conformarse con 8 (mejor película, director, actor principal......memorable ciertamente Rex Harrison. En Broadway fue interpretada por Julie Andrews a la que Jack Warner, con suma inteligencia, sustituyó por Audrey Hepburn  que quiso cantar su parte pero fue doblada por Marnie Dixon. La cursilona miss Andrews  fue compensada con un ridículo oscar por la mojigata y estúpida "Mary Poppins" (Walt Disney y Robert Stevenson, 1964)







MY FAIR LADY, de George Cukor

Jack Warner fue el gran alquimista de los 60. Al estilo de los "last tycoon", este último y absoluto magnate volvió a concebir el cine como la unión de talentos, a los que previamente se les disolvía su propia personalidad, para que tras una técnica puramente alquimista ,que debía mucho a las fuerzas del mal ya que algunos no la resistieron - desde Scott Fitzgerald para arriba o para abajo - , devolverlos a la luz de las pantallas transfigurados. Poco debían a su primitivo estado, pero su belleza final hizo exclamar a fieles de la santa iglesia cinematográfica: Maestro, es bueno permanecer aquí contemplando tus criaturas metamorfoseadas. Y el Maestro, astutamente, puso unas butacas y una máquina tragaperras para que los discípulos depositaran su óbolo y no encontrasen cansado permanecer de pie ante la luz cegadora. Jack Warner fue de los hombres que mejor comprendió que la luz tenía un precio y que las parcelas de realidad que iba a iluminar requería la transformación de vida y costumbres de los apóstoles que oficiaban.




Toda la historia del show-business es el continuo tejer y destejer el velo del sueño, aunque Penélope sea cada vez distinta porque Ulises, ya lo dijo Joyce, es siempre el mismo. De esta raza de Penelopés o de magnates del sueño Jack Warner sobrevivió, no se sabe si con muletas o marcapasos, pero sí con un talento lúcido, pausado y seguro. El productor contrató a Cukor para "My fair lady"  ya que el director de "La costilla de Adan" (Adam's rib 1949) era suficientemente maleable. Audrey Hepburn llegaba a "My fair lady" con la carga de haber sido la musa - divina - de una comedia que halló su mejor momento a principios de los 60. Ella si que aportaba una personalidad bien definida y, de entrada, no habría ningún admirador que hubiera visto con buenos ojos la posibilidad de que Eliza Doolittle requiriera una Audrey diferente, bien distinta a de la heroína a lo Donen/Quine/Edwards que tan animosamente se dejaba amar desde la pantalla. Rex Harrison seguiría un proceso contrario, porque lo que "My fair lady" requirió de él fue una acentuación de los caracteres previos de su personalidad, que de una manera u otra se venían percibiendo en su trayectoria. El profesor Higgins se materializó en un Harrison quintaesenciado, plenamente dominador de la situación y el gesto y, sobre todo, del masticado de las canciones de Lerner y Loewe que parecieron ser escritas para un Rex tonante.


 


Globalmente, "My fair lady" fue un crisol dominado por un mago de un siglo eterno, donde los miles de artistas que lucharon por ese único jardín de las delicias que fue el film aceptaron, por el bien futuro de la obra, la pérdida de su inicial "trade mark". Pero tras tanto esfuerzo y dinero, Warner puede, ¡¡¡al fin!!!, dar la orden a la orquesta para que la platea oiga los primeros compases de "I could dance all the night"....Y a esperar el último milagro del espectáculo de los 60. Con varias décadas de retraso, todo hay que decirlo, porque este fue un proyecto asaz lento y prolijo en confección.



 



En la calle donde vives, la pamela de Audrey en blanco y negro era capaz de cobijar a media Inglaterra victoriana. La pamela de Audrey  taparía el sol de Ascott si éste existiese, pero como saben los catadores de "My fair lady" en Ascott la hierba es de plástico y la luz no procede del astro sino de millones de kilowatios. "The rain in Spain" miente tanto como la hierba de Ascott, pero los clásicos saben que de verdades se hacen mentiras y de mentiras se hacen verdades. "The rain in Spain" ni es un trabalenguas ni sirve para aprender inglés, pero todo el mundo estará de acuerdo en que es "is mainly plain". La última razón de existencia de Covent Garden no será el ser ni parecer "lovely", pero convengamos que previamente deshortalizado por Warner and co. podría ser un jardín del Paraíso.





Para los días de amor, se tuvo la originalidad de volver a inventar todo lo previamente inventado. Catálogo de finales comunes. Para la fiesta de presentación se pudo aprovechar la imaginería de 50 años de industria fílmica y, junto a Audrey, buenos observadores pudieron ver hasta los dioses del mudo riéndose en su fortuna pasada y desgracia presente, tambien en situaciones similares a las reinas de la opereta. Y aún  pudo captarse los últimos vuelos del traje de la viuda alegre (Mae Murray, Jeanette Mac Donald o Lana Turner). Audrey pudo reinar sobre un mundo de luz y cartones porque Warner y Cukor  le sustrajeron algo de su vitalidad y Higgings le enseñó a hablar como una lady. Porque Warner y Cukor le hicieron olvidar "encuentros en Paris" y Higgings procedía de Covent Garden. ¡Sophisticated lady! hubiera sido buena para Gershwin si no existieran Lerner y Loewe. ¡Llevenme a la iglesia esta noche! o era ¡no me lleven!.  Mejor a una taberna "old style" tan falsa como Ascott, tan falsa como la calle donde tu vives, tan falsa como la lluvia de España. O sea, tan verdadera como cuantas mentiras nos puede decir aquella maravillosa e inexistente Elizabeth Doolittle.


Luis Betrán

(Actualizado y corregido del texto original de 3 de agosto de 1978)

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