miércoles, 24 de marzo de 2010

DOSSIER AKIRA KUROSAWA 100 AÑOS Y 3



Tres películas de Akira Kurosawa


1.- Los siete samurais (Sochinin no samurai), 1954
2.- El infierno del odio (Tengoku no jigoku), 1963
3.- Barbarroja (Akahige), 1965


La épica cercana al western U.S.A. - "Los siete samurais" -, el melodrama social - "Barbarroja" - y el thriller - "El infierno del odio" -, son tres muestras del trabajo de Kurosawa que discurren por caminos paralelos a modelos que forman parte de la cultura popular occidental. Pero lejos de suponer que Kurosawa imite, el desarrollo de sus historias discurre siempre a un nivel contextual profundamente japonés. El western o el negro de este director no es el de los patrones occidentales. Sus samurais no son Godzillas ni esos inefables productos miméticos con que japón inundaba (1) televisiones y cines. Sus samurais hablan en un "tiempo" que arropa la historia desarrollada hasta ser un medio tan indispensable para que aquella sea como es y no de otra manera que haría su desarraigo impensable. Por ello los "remakes" que el cine americano (olvidémonos del spaghetti-western, prego) ha hecho de los films del maestro nipón , aún conservando una cierta filosofía fácilmente segregada por los personajes originales y por tanto aplicable sobre cualquier fantasma vivificador, tienen siempre un aire falso,  producto de un trasplante precipitado  que busca la clave del éxito en las ramas cuando de existir no estaba más alto que las raíces.

"Los siete samurais" es un poema épico y sentimental, lleno de grandeza y de bonhomía que, a lo largo de cuatro horas de apretados incidentes, expone la concepción de la vida del guerrero  tan sobrepasado por el tiempo y la acción  como atrapado por la desilusión y el escepticismo. Solo un sentimiento a flor de piel , cercano a fe ciega en la bondad del pueblo desheredado y arruinado, será la posible tierra de promisión  que merezca la dureza del viaje. Periplo de sobrecogedora intensidad vital que desemboca en la muerte. Esta peculiar visión , tan escéptica y sin embargo ilusionada, irá haciéndose cada vez más presente en la obra de Kurosawa  - ya estaba en "Vivir" (Ikiru, 1952) - hasta ser la inmensa capa que cubrirá la acción y la omisión, el amor y el odio de todos sus futuros personajes.

Siete "misfits" samurais en hora y lugar que no precisa guerreros de honor y harakiri, tendrán conocimiento a lo largo  de la primera parte del film del desencaje en una sociedad cambiante que los abandona como viejos reptiles que dudosamente sobrevivivirían  a los nuevos tiempos. Estos héroes a los que no sería dificil encontrarles colegas en el cine yanki, entrarán en contacto con los desheredados de la tierra: el pequeño pueblo que se ve atacado periódicamente por una banda de forajidos. Al igual que "Barbarroja", y de forma tambiem presente en "El infierno del odio" , Kurosawa como todo buen primitivo  ordena las fuerzas de su mundo en términos absolutos. Huye de las mezclas y de lo que podríamos llamar  situaciones contaminadas, pero lo que pudiera dar lugar a un maniqueo enfrentamiento del bien y del mal  queda relegado ante una confrontación  de contrarios tan intensos como puros, pero en el que ninguno de los contendientes eleva el estandarte absoluto del mal ni del bien, por supuesto; y cito antes el mal porque el particular humanismo de Kurosawa se aferra a una bondad natural en la que la aparición de cualquier ruptura de aquella es vista antes como accidente que como poseedora de carta de naturaleza en ese cosmos. Los siete samurais entrarán en contacto con el pueblo entendido a la manera del intelectual idealista. Como un conjunto de actitudes soñadas y que son otras tantas negaciones del mundo sofisticado del mentado intelectual. Y Kurosawa, aún en las limitaciones de su primitivismo clasico , lo es. Sueños furturibles y nostalgias de un pasado que se remonta al tiempo del que bien pudiera aplicarse semejante buenaventuranza por aquello del maravilloso desconocimiento de las palabras tuyo y mío. El pueblo plantea su problema: su protomiseria no admite más que pan, su candor flores, y su silencio esperanza en el futuro. O sea: la fe. Su lucha es la última opción existencial para los samurais, seres venidos a ellos de otro planeta. Del de la sabiduría venía Barbarroja a curar las enfermedades de los harapientos. Del mundo de la fuerza liberadora - tan inaccesible a su debilidad - llegaban los guerreros. Conocerán al pueblo pero jamás se integrarán en él.

Esperarán su momento y morirán felices, como el héroe de tragedia que sabe que los dioses son implacables porque le cortan el sesgo vital. Porque el cine de Kurosawa se llena de héroes que conocen su destino. ¿Existe respuesta en la boca de este eterno humanista?. Sí: el reino de la duda quedó atrás o se anuncia para tiempos funestos, pero el samurai sabe con meridiana claridad porqué va a morir y cual es el alcance exacto de su sacrificio, como el médico Barbarroja y los moribundos que se acercan a él llenos de confianza y fervor. Por eso cuando Kurosawa intenta relativizar una historia no le puede funcionar sino a base de bloques independientes de la misma, sin dialéctica posible entre ellos,  y que encierran en si mismos una parcela  de su visión total del mundo. Así "Rashomon" (1950) proporciona un conjunto torpe  para varios episodios de imposible ensamblaje debido a su rotundidad.  "Los siete samurais", como no podía ser de otra manera en una película que huye de la duda y de la relatividad como de una maldición, plantea la violencia de una forma tan cruel como inocente. Estampida de jinetes, choques de armas caídas sobre un suelo impregnado de barro infinito, cobran una dimensión telúrica  para quienes libran una batalla de liberación y que han enterrado cualquier motivación que no sea el grito final de libertad o muerte. Cerca estamos pues de otras luchas que forman parte del patrimonio clásico cinematográfico. "Los siete samurais" son temas de resonancia universal: la lucha por la libertad y la supervivencia, pero siempre visto en un terreno concreto y nunca a nivel de las abstracciones. Kurosawa despide a sus héroes con una flor sobre su tumba. Y no resulta falso ni cursi sino justo y emocionante.



"Barbarroja" reincide en el personaje positivo que desde una doble faceta  ayudará a la sociedad. Por un lado ejerciendo la medicina en un lugar de mala muerte y de otro poniendo en vías de desarrollo a un jóven médico que creía que todo se aprendía en los libros. El contacto de ambos con el pueblo miserable les hará participar y sentir su dolor, pero al igual que los samurais nunca llegarán a ser parte de él. Serán una élite progresista que desde las cimas de la cultura tratarán de resolver problemas técnicos y humanos. Película que describe el itinerario moral de un joven aprendiz junto a un maestro que desprecia la retórica, que no utiliza la demagogia y para el que la curación de las enfermedades de los parias no es un problema específico de los médicos ni de la medicina.

"Barbarroja"· está salpicada de acontecimientos muy al estilo de la película-río occidental, pero en este caso Kurosawa no ha podido evitar que el convencionalismo de los argumentos este demasiado presente; porque la realización es más anodina que en "Los siete samurais", sin alcanzar la serenidad elegante, doliente y poética que imprimiría a  "Dersu Uzala" (1975) o "Kagemusha" (1980) años más tarde. Esta película no mide las distancias y el entramado humanista queda demasiado en evidencia a lo largo de casi tres horas de pequeños sucesos nada sublimados que acaban produciendo una impresión de insignificancia y, en definitiva, de aburrimiento. Y ello a pesar del portentoso blanco y negro y la magnificencia del cinemascope.




                                                               El infierno del odio


El thriller tiene unas reglas propias que en su acepción más conservadora han respetado todos realizadores. Leyes de progresión en la intensidad de la narración que concluirá con el remolino final a desembocar en la muerte. Las relaciones de causa y efecto, la investigación trás el acto violento, éste como revulsivo de unas vidas tranquilamente enquistadas, y el suspense como consecuencia de una narración que alternará momentos violentos con los de tensa espera. Kurosawa hizo un film  muy bien titulado "Entre el cielo y el infierno" de tres horas de duración al que la distribución española cuando se estrenó quitó más de 60 minutos, dejando escuetamente la anécdota policíaca y eliminando esas pinceladas de situación que son tan caras a Kurosawa, amén de cambiar el título. La contraposición de la gente del cielo - la alta burguesía en sus cómodas casas viviendo el "milagro japonés" de la postguerra  y los pobres del infierno - el reino de las chabolas donde se pudren los seguidores de "Barbarroja" o "Los siete samurais" - quedó, debido a los cortes (2) , deslavazado en la versión española, aunque puede colegirse más que reconocerse a través de los escasos datos que sobrevivieron.

En estos mundos de explotadores y explotados surge una dialéctica de la violencia que parece acabar haciendo víctimas a todos, lejos de ese sentido de solidaridad humanista que ha sido siempre la nota de gracia para sus personajes. "El infierno del odio" es una historia de raptos y chantajes de los que se hace víctima a un industrial interpretado por un contenido Toshiro Mifune. Este agresivo hombre de negocios - de un pasado turbio por demás - se ve sobrepasado por la violencia con que se le acerca  el mundo del infierno, , comandado no por bondadosas criaturas que hallarían la evasión repitiendo la onomatopeya del tranvía (do-des-ka-den, do-des-ka-den,¡¡ la más alta cima del progreso al alcance de su mano¡¡) sino por nada conformados fueras de la ley  dispuestos a resolver a su forma las agresiones que los bandidos ricos les inflingen, tal y como hicieron sus lejanos antepasados. Pero todo está más turbio: las relaciones son más confusas, los enfrentamientos de humillados y ofendidos están pasados por el cristal oscurecedor de las clases sociales y de la ubicación de éstas en las ciudades, de la permeabilidad social, de la competitividad como ley suprema. Y ello da una visión  de un mundo complejo y enmarañado en el cual las víctimas ya ni pueden llamar a los caballeros andantes ni soñar con guardar dentro de si el último reducto de la poesía popular. Es un lujo muy caro en este mundo de cielo e infierno, regido por leyes fieras, cuyo significado ni siquiera entienden y cuya marginación final aparecerá de forma trágica en la mencionada "Dodeskaden" (1971). "El infierno del odio" es un thriller resuelto con brillantez, muy al modo U.S.A., que parece desbordar esa visión humanista que es el "trade mark" de Kurosawa. Solo algunos personajes  secundarios parecen ser hijos del reino fílmico de este japonés, y sobrevivivir puros con su honestidad ante la tempestad del cielo y el infierno.


Luis Betrán, 26 de febrero de 1.979


1) Todo eso se lo llevaron aires de modernidad. Llegaron los dibujos animados con esos ojitos espantosos a lo "Heidi" o "Marco". Perviven hasta nuestro tiempo y, como en el caso de Miyazaki, son tomados por obras de arte.

2) Han pasado más de 30 años desde que se redactaron estas líneas. Hoy se puede ver la versión completa de esta película por la que siempre he tenido sentimientos contrapuestos entre el amor y el odio. De un lado me resulta excesiva y tediosa. De otro poderosamente moderna y no poco apasionante.

Aquí termina este dossier dedicado al gran cineasta nipón que falleció el 6 de septiembre de 1998.

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