lunes, 22 de marzo de 2010

DOSSIER AKIRA KUROSAWA 100 AÑOS (2)

En el post inicial de este dossier se comentaba someramente la trayectoria de este grande del cine. No puedo evitar el hecho de que Kurosawa nunca ha figurado entre mis "cineastas de cabecera", y que en más de una ocasión sus películas me han parecido más respetables que admirables. Sin embargo esto no deja de ser una postura inequívocamente personal, subjetiva. En el proceloso mundo de la cinefilia hay opiniones de lo más variadas. Pocas negarán al director japonés su condición de clásico. El texto que viene a continuación fue escrito en 1979, hace más de 30 años. Lo he vuelto a leer y, con alguna corrección y puesta al día, me parece que puede publicarse en 2010 sin excesivo sonrojo. Ahí va: 



Entre el cielo y el infierno: Akira Kurosawa

Creo que antes de 1951 no se había proyectado un solo film japonés en España y dudo que en las pantallas europeas supiesen de la fotogenia de los samurais. Pero en ese año, la operación estética que traería al viejo continente la figura del guerrero japonés se ponía en marcha. Un film de ese país titulado "Rashomon" (1950) ganaba el León de Oro (o de San Marcos en aquellas fechas) en la Mostra de Vencia., y más tarde el Oscar americano. El director de aquella película de samurais se llamaba Akira Kurosawa, y aunque existieron siempre barreras culturales que hacían de dificil comprensiónn la película fuera de su contexto nipón, lo cierto es que el samurai se convirtió en un "gadget" cultural cinematográfico de uso restringido pero intenso. Si llegaban a Europa todos los productos de imitación occidental  que fabricaba la industria japonesa, con mayor razón podrían imponer los mitos populares de su propia historia sobre todo aquellos que como el samurai podían encontrar exacta escala de correspondencia con los que se consumían en Occidente.

Kurosawa vino a ser el Marco Polo del cine japonés.: trás su fama - en una operación que halla semejanza con la realizada a costa de Ingmar Bergman en Cannes seis años despues - aparecieron directores y películas que intentaban afincar en los gustos europeos un mundo hermético, lleno de violencia y sentimiento, que si no entraba por las coordenadas culturales, si lo hacía por un exotismo snob que parecía mezclar la ciencia-ficción con el mundo perdido. Kurosawa vino a ser analizado y aún glorificado justo por lo que jamás fue. Se apreciaron en "Rashomon" sutiles juegos dialécticos entre las distintas versiones que varios personajes daban de un acontecimiento sangriento ocurrido en el Japón medieval, cuando para Kurosawa - como luego se podría comprobar en films posteriores y anteriores - quedaba lejos de su capacidad y de sus intenciones el plantear la relatividad del relato histórico objetivo por otro procedimiento que no fuese la rotundidad, el asentamiento fiero  de la opinión y nunca la ambiguedad, la traición del recuerdo o la negación de la voluntad objetiva. No contaba los diversos puntos de vista de la historia del crimen; lo que hacía era relatar diversas historias que por lo divergentes y aisladas que crecían y se desarrollaban acababan negando una supuesta raíz común.

Kurosawa perecía ser el director japonés más cercano a los mitos de consumo  de la cultura popular occidental. Sus personajes y situaciones podían traducirse con facilidad al mundo primitivo y violento de los clásicos americanos. Al igual que ellos este cineasta se mostraba sentimental siempre y refinado a veces. Traductor al cine de géneros de todas las exigencias de sus guiones. cantor de gesta y melodrama, el viejo Akira evolucionó en forma paralela a un Ford o a un Hawks. Como los grandes directores americanos, su cine marcó etapas claras que tuvieron como común denominador un cierto grado de descripción behaviorista, en que la acción, la guerra o más vulgarmente el desenvolvimiento en un mundo violento, condicionaba absolutamente al héroe del relato. Desde la parquedad de los diálogos hasta la idumentaria, como bien supo copiar el inefable Sergio Leone.

En tanto que hombre refinado, buscó en los clásicos occidentales - Gorki, Dostoievski, Shakespeare - la dimensión violenta o melodramática que nos conectara con ese mundo restallante y trágico que tan bien supo crear en "Los siete samurais" (Sochinin no samurai, 1954). Su acercamiento a estos escritores no fue diferente del que los primitivos americanos  hacían respecto a obras literarias de infinito menor fuste, buscando una dimensión popular que permitiera exponer un universo sereno y equilibrado que trás tanta violencia era, y no otra cosa, lo que subyacía en el cosmos de los mejores clásicos americanos. Y, por supuesto, en este japonés a quién se podía seguir desde cualquier parte del mundo, porque su voz sonaba cercana a los valles de Utah, las llanuras de Texas, las calles de Chicago, el hampa de Nueva York o las lágrimas de los lirios rotos, es decir a la fábrica de sueños.

Como los enormes viejos, al final Kurosawa olvidó su espada y dejó aperecer las sensaciones más ocultas de su obra, o las que afloraban  de tarde en tarde y siempre supeditadas a la espada. Ya "Los siete samurais" era un entramado violento movido opor un Griffith que defendía la causa del pueblo con el premio del olvido: lejana gloria de la revolución, era como si Lilian Gish manejara el sable y su fiereza y saña no hubieran podido ocultar que era la huérfana del río. El director japonés barrió los recuerdos de las sagas violentas y dedicó un film al ruido de un tranvía, otro a las crines de los caballos y como remate otro al humanismo a lo Rousseau, que de alguna manera no era negar una anterior obra sangrienta sino decir que bajo los gansters o samurais existió siempre la figura rechoncha de Dersu Uzala (1975). El viejo Dersu de tumba anónima destrozada por una civilización que surge al compás del progreso, como las de los samurais muertos en defensa de los campesinos. Tumbas que parecen destinadas a ser borradas por el tiempo. Akira Kurosawa pobló su cine de gentes doloridas que, a lo largo de sus muchos años de director, perdieron la capacidad de la furia para sumergirse en las lágrimas del folletín mudo de grandes gestos, lleno de sufrimiento y finalmente de olvido.

Cine de santos laicos que tenía sus Juanas de Arco y sus Franciscos de Asis. En él cohabitaban el Cid y Wyatt Earp, los Innumerables Mártires y el ladrón de bicicletas. Agrupó al western, al neorrealismo, al cine negro. Rehizo a Shakespeare por tanto vivió la lieratura aunque no acabara de entenderla y se quedara en los aspectos más superficiales. Pero toda esa fabulosa amalgama jamás traicionó sus propias raíces culturales. Esta especie de Premio Nobel de la Paz hablaba a la esperanza del viejo héroe anónimo.

Era como Ford, como Hawks, como Griffith....pero era un japonés.

Luis Betrán, 22 de febrero de 1079





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