Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955), de Nicholas Ray
Estrenada en el cine Palafox
Rebelde sin causa es, por supuesto, una película de "problemas" en la tradición de la Warner, y sus antecedentes pueden remontarse a las historias de los "Dead End Kids", a Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, Michael Curtiz, 1938) y Dead End (William Wyler, 1937), y a los dramas sociales de los 40 y los 50. Comparada con "thrillers" como El demonio de las armas (Gun Crazy, Joseph H. Lewis, 1949), por ejemplo, Rebelde sin causa brilla con luz propia como la historia "realista", pero fuertemente romántica que en el fondo es. Tanto Nicholas Ray como el guionista Stewart Stern hicieron todo lo que pudieron para introducir un cierto tono documental y de denuncia dentro de los parámetros de la producción pulida y acabada de serie A, exigidos por la Warner.
Ray y Stern se pasaron semanas y semanas entrevistando a dirigentes de bandas juveniles y funcionarios y policías encargados de tratar con los jóvenes. Asistieron a numerosos juicios a delincuentes juveniles y hablaron con reputados criminólogos, incluyendo uno que había sido el psiquiatra-jefe durante los famosos juicios de Nuremberg (1).
Rebelde sin causa se divide claramente en los cinco actos de la tragedia griega: primero, exposición del conflicto entre los padres y los hijos; acto segundo en el que Jim (Dean) se hace amigo de Plato (Sal Mineo) y sufre las burlas de Buzz (Corey Allen); acto tercero que incluye la célebre carrera de coches con sus nefastas consecuencias; acto cuarto en el que Jim y Judy (Nathalie Wood) disfrutan de una paz transitoria y comparten su amor con Plato; y acto quinto y último que supone el trágico final cuyo impacto queda grabado en en los sollozos de Jim. Tal como estipulaba Aristóteles, toda la acción transcurre en 24 horas.
Con una narrativa tan densa y comprimida, la película podía haberse convertido en un melodrama lleno de histeria y sentimentalismo barato; pero incluso en la escena fuertemente emocional de la pelea doméstica, no se permite nunca al público que adopte una perspectiva "objetiva" y distanciada. Tal y como exclama Jim "estamos todos implicados". La dirección de un Ray en su mejor momento controla admirablemente los distintos elementos. En esta escena la cámara comienza con un brillante plano invertido en las escaleras, tomado desde el punto de vista de Jim. Luego la discusión padre-hijo se traslada primero a la habitación de Jim y vuelve luego a las escaleras para lograr un mayor impacto dramático. Ray intercala además picados y contrapicados, asi como planos inclinados con el fin de romper la perspectiva que el espectador considera normalmente como privilegio suyo. Se trata de una puesta en escena audaz y arriesgada -e inédita en Ray antes y después- en una película en la que abundan los "tours de force" como la carrera de automóviles y las escenas en el planetarium, en ambos casos secuencias rodadas bajo la iluminación artificial y amenazadora del falso cosmos o los faros de coches en círculo.
Pero el verdadero autor de Rebelde sin causa pudo ser James Dean, que "redirige la película" en virtud de su sola presencia. Si se considera que la compleja experiencia de "leer" una película nace de la mirada constantemente intercambiada entre el espectador y los actores que se hallan en el cuadro, las cualidades únicas de Dean como actor (especialmente en este caso en el que se compenetró a la perfección con Nicholas Ray (2), cosa que no le sucedió ni con Elia Kazan ni con George Stevens) permiten que su mirada, con sus características pausas, guiños, oriente continuamente al espectador, provocando la desorientación de la mirada de éste, ante la incapacidad del actor para estarse quieto y su continua movilidad dentro del alargado encuadre del Cinemascope. En resumen, quién nos dice a donde tenemos que mirar y en que tenemos que fijarnos es fundamentalmente James Dean, y en eso consiste esencialmente la labor de dirección cinematográfica.
Rebelde sin causa se estrenó en España con nueve años de retraso. Hecho sorprendente porque el candor y la ingenuidad de la película no parecían un "casus belli" para la censura franquista. Tampoco considero a los miembros de tan tremenda inquisición capaces de adivinar el evidente amor homosexual de Sal Mineo hacia James Dean. Sería, digo yo, porque estos jóvenes se enfrentaban con sus padres o eran abandonados por ellos. Y como decía una de las leyes del franquismo (no me acuerdo de cuál ni me importa lo más mínimo), la sociedad española debía articularse sobre tres pilares: la familia, el municipio y el sindicato.
Esta es una película que he visto varias veces y mis relaciones con ella han pasado sucesivamente del odio al amor con bastante ligereza. La última vez fue hace poco menos que un año. Me pareció lo mejor de Ray con diferencia. Un excelente y potente melodrama tan "demodé" como efectivo. Y, ciertamente, sin Dean y su inmarcesible modernidad la película no sería nada.
Notas
(1) Declaraciones no muy creíbles de Nicholas Ray a la fugacísima revista Contracampo.
(2) Nicholas Ray, "el cineasta bienamado" según Jean-Luc Godard (frase tan cursi e idiota como aquella de "un travelling es cuestión de moral", del mismo bufón, por supuesto), tuvo sus señas autorales justamente en aquellas películas de jóvenes difíciles y rebeldes con o sin causa. Recuérdese They Live by Night (1947), Llamad a cualquier puerta (Knock on Any Door, 1948) o Busca tu refugio (Run for Corver, 1954). Películas todas ellas que precedieron a Rebelde sin causa y contaron con un handicap insuperable: ni Farley Granger ni John Derek tuvieron carisma alguno, además de ser actores de redundante incompetencia. Si añadimos la desaforada Johnny Guitar (1953), siempre oscilando entre lo sublime y lo ridículo, completaremos el núcleo que hace de Nicholas Ray un autor (a veces) y un notable cineasta.
Todo lo demás que se escribió, y se escribe, sobre él en Cahiers du Cinéma y sus varias sucursales no pasa de configurar el hecho de que lo peor de cineastas como Hitchcock, Hawks o el propio Ray no son sus películas (que hubo de todo en sus filmografías respectivas) sino las paridas de su legión de fans. Claros antecesores de los cinéfilos jóvenes y no tan jóvenes de la aldea global. Todo lo que venga de Hollywood es bueno, incluso el cine palomitero. Que horror.
Estrenada en el cine Palafox
Rebelde sin causa es, por supuesto, una película de "problemas" en la tradición de la Warner, y sus antecedentes pueden remontarse a las historias de los "Dead End Kids", a Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, Michael Curtiz, 1938) y Dead End (William Wyler, 1937), y a los dramas sociales de los 40 y los 50. Comparada con "thrillers" como El demonio de las armas (Gun Crazy, Joseph H. Lewis, 1949), por ejemplo, Rebelde sin causa brilla con luz propia como la historia "realista", pero fuertemente romántica que en el fondo es. Tanto Nicholas Ray como el guionista Stewart Stern hicieron todo lo que pudieron para introducir un cierto tono documental y de denuncia dentro de los parámetros de la producción pulida y acabada de serie A, exigidos por la Warner.
Ray y Stern se pasaron semanas y semanas entrevistando a dirigentes de bandas juveniles y funcionarios y policías encargados de tratar con los jóvenes. Asistieron a numerosos juicios a delincuentes juveniles y hablaron con reputados criminólogos, incluyendo uno que había sido el psiquiatra-jefe durante los famosos juicios de Nuremberg (1).
Rebelde sin causa se divide claramente en los cinco actos de la tragedia griega: primero, exposición del conflicto entre los padres y los hijos; acto segundo en el que Jim (Dean) se hace amigo de Plato (Sal Mineo) y sufre las burlas de Buzz (Corey Allen); acto tercero que incluye la célebre carrera de coches con sus nefastas consecuencias; acto cuarto en el que Jim y Judy (Nathalie Wood) disfrutan de una paz transitoria y comparten su amor con Plato; y acto quinto y último que supone el trágico final cuyo impacto queda grabado en en los sollozos de Jim. Tal como estipulaba Aristóteles, toda la acción transcurre en 24 horas.
Con una narrativa tan densa y comprimida, la película podía haberse convertido en un melodrama lleno de histeria y sentimentalismo barato; pero incluso en la escena fuertemente emocional de la pelea doméstica, no se permite nunca al público que adopte una perspectiva "objetiva" y distanciada. Tal y como exclama Jim "estamos todos implicados". La dirección de un Ray en su mejor momento controla admirablemente los distintos elementos. En esta escena la cámara comienza con un brillante plano invertido en las escaleras, tomado desde el punto de vista de Jim. Luego la discusión padre-hijo se traslada primero a la habitación de Jim y vuelve luego a las escaleras para lograr un mayor impacto dramático. Ray intercala además picados y contrapicados, asi como planos inclinados con el fin de romper la perspectiva que el espectador considera normalmente como privilegio suyo. Se trata de una puesta en escena audaz y arriesgada -e inédita en Ray antes y después- en una película en la que abundan los "tours de force" como la carrera de automóviles y las escenas en el planetarium, en ambos casos secuencias rodadas bajo la iluminación artificial y amenazadora del falso cosmos o los faros de coches en círculo.
Pero el verdadero autor de Rebelde sin causa pudo ser James Dean, que "redirige la película" en virtud de su sola presencia. Si se considera que la compleja experiencia de "leer" una película nace de la mirada constantemente intercambiada entre el espectador y los actores que se hallan en el cuadro, las cualidades únicas de Dean como actor (especialmente en este caso en el que se compenetró a la perfección con Nicholas Ray (2), cosa que no le sucedió ni con Elia Kazan ni con George Stevens) permiten que su mirada, con sus características pausas, guiños, oriente continuamente al espectador, provocando la desorientación de la mirada de éste, ante la incapacidad del actor para estarse quieto y su continua movilidad dentro del alargado encuadre del Cinemascope. En resumen, quién nos dice a donde tenemos que mirar y en que tenemos que fijarnos es fundamentalmente James Dean, y en eso consiste esencialmente la labor de dirección cinematográfica.
Rebelde sin causa se estrenó en España con nueve años de retraso. Hecho sorprendente porque el candor y la ingenuidad de la película no parecían un "casus belli" para la censura franquista. Tampoco considero a los miembros de tan tremenda inquisición capaces de adivinar el evidente amor homosexual de Sal Mineo hacia James Dean. Sería, digo yo, porque estos jóvenes se enfrentaban con sus padres o eran abandonados por ellos. Y como decía una de las leyes del franquismo (no me acuerdo de cuál ni me importa lo más mínimo), la sociedad española debía articularse sobre tres pilares: la familia, el municipio y el sindicato.
Esta es una película que he visto varias veces y mis relaciones con ella han pasado sucesivamente del odio al amor con bastante ligereza. La última vez fue hace poco menos que un año. Me pareció lo mejor de Ray con diferencia. Un excelente y potente melodrama tan "demodé" como efectivo. Y, ciertamente, sin Dean y su inmarcesible modernidad la película no sería nada.
Notas
(1) Declaraciones no muy creíbles de Nicholas Ray a la fugacísima revista Contracampo.
(2) Nicholas Ray, "el cineasta bienamado" según Jean-Luc Godard (frase tan cursi e idiota como aquella de "un travelling es cuestión de moral", del mismo bufón, por supuesto), tuvo sus señas autorales justamente en aquellas películas de jóvenes difíciles y rebeldes con o sin causa. Recuérdese They Live by Night (1947), Llamad a cualquier puerta (Knock on Any Door, 1948) o Busca tu refugio (Run for Corver, 1954). Películas todas ellas que precedieron a Rebelde sin causa y contaron con un handicap insuperable: ni Farley Granger ni John Derek tuvieron carisma alguno, además de ser actores de redundante incompetencia. Si añadimos la desaforada Johnny Guitar (1953), siempre oscilando entre lo sublime y lo ridículo, completaremos el núcleo que hace de Nicholas Ray un autor (a veces) y un notable cineasta.
Todo lo demás que se escribió, y se escribe, sobre él en Cahiers du Cinéma y sus varias sucursales no pasa de configurar el hecho de que lo peor de cineastas como Hitchcock, Hawks o el propio Ray no son sus películas (que hubo de todo en sus filmografías respectivas) sino las paridas de su legión de fans. Claros antecesores de los cinéfilos jóvenes y no tan jóvenes de la aldea global. Todo lo que venga de Hollywood es bueno, incluso el cine palomitero. Que horror.
No hay comentarios:
Publicar un comentario