El día 17 de septiembre de 1977 fallecía, en su lujoso apartamento de París, la “prima donna assoluta” de la ópera del siglo XX. “Callas forever”, para siempre -como el título de la reciente, fallida y nunca vista en Zaragoza película del otras veces estimable cineasta y director teatral Franco Zeffirelli, alguién que concibió escenografías barrocas (Tosca, sobre todo) para la más perdurable de las sopranos-.
Porque en plena era de la mercadotecnia, de las voces inmaculadas e inertes, de la publicidad desmedida, Callas vende más discos que, por ejemplo, los tres tenores S.L., juntos y por separado. Quede claro, no obstante, que esto tiene el mismo interés que sus amoríos con Onassis, sus peleas con sopranos envidiosas o con teatros ayunos de profesionalidad, sus caprichos y sus cóleras de diva sin mesura; es decir, ninguno.
Hubo antes, durante y después de Callas, voces que emitieron y emiten más bellos sonidos. No es necesario citar nombres, están en el consciente y en el inconsciente del colectivo de los amantes de la lírica. Pero no existió cantante alguna que mejor interpretase el hecho operístico. Drama cantado, no se olvide. O comedia cantada y recitada, que las hubo sobresalientes e hicieron inmortal a Rossini, por ejemplo. Antes de Callas, habitó, en las década de los veinte y los treinta del pasado siglo, la inconmensurable Rosa Ponselle que, al revés del sortilegio de los ruiseñores de la época – Nellie Melba, Luisa Tetrazzini, Amelita Galli-Curci, Mercedes Capsir y un largo etcetera – prendió la antorcha, cien años apagada, de María Malibrán o Giuditta Pasta: cantantes-actrices que crearon el tipo de soprano dramática de agilidad, mezzosopranos quizá, que forzaron su instrumento para alcanzar el latido trágico que buscaban. El que demandaban Rossini, Bellini, Donizetti y demás belcantistas.
María Callas, que siempre reconoció su deuda con Ponselle, (aunque no con Luchino Visconti, el exquisito aristócrata de izquierdas, inmenso cineasta y director escénico, que fue quién encauzó debidamente su genio dramático, en montajes que asombraron en la Scala milanesa –La Vestale, La sonámbula, Ana Bolena, La traviata-, y que dieron la vuelta el mundo), cimentó su revolución, aún a costa de perder la voz prematuramente, devolviendo a mujeres enérgicas, desdichadas, ingenuas, picaronas o inermes, un aliento trágico –o cómico– perdido años ha en pirotécnicos gorgoritos que habían impuesto la gimnasia sobre la magnesia, la vocal se entiende. Y otra vez la ópera ya no volvería a ser lo que fue. Norma, Tosca, Violetta, Medea, Amina, Lucía, Ana Bolena, Leonoras (tanto la de El trovador como la de La fuerza del destino), Rosina (la de El barbero de Sevilla) recuperaron y, probablemente con creces, su auténtica dimensión humana, sin la cual un cuerpo, un rostro y una voz, por bella que sea, sobre un escenario son cosa incompleta en una ópera aún cuando la seducción vocal se muestre irresistible.
Más de 40 años desde que abandonó los escenarios. Y el hambre, la pasión , el deseo de otra María Callas nos sacude violentamente cuando escuchamos a cantantes tan musicalmente correctas como las del recién inaugurado milenio. Y el mito crece, se expande y ni se desvanece ni se disolverá jamás. Porque si la ópera es -y así se quiso que fuera desde Monteverdi a Alban Berg- teatro cantado, el reinado de María Callas se eleva definitivamente a lo eterno, a lo inefable. Y el estremecimiento de lo magistralmente interpretado nos hará llorar de añoranza y de emoción renovada cada vez que veamos un viejo video o DVD de María Callas, cada vez que escuchemos sus grabaciones, remasterizadas o no. Es el privilegio de la genialiadad. Y en eso nadie alcanzó a esta imponente artista, americana de nacimiento, pero griega de origen y de aspecto, hecha para cantar y para interpretar. Y, encima, sin serlo, resultar la más bella en un escenario. Callas fue, es y será la ópera italiana por excelencia. El melodrama que crearon y soñaron Bellini, Donizetti, Verdi o Puccini y que ella elevó a las olímpicas cimas de la eterna tragedia helénica.
Porque en plena era de la mercadotecnia, de las voces inmaculadas e inertes, de la publicidad desmedida, Callas vende más discos que, por ejemplo, los tres tenores S.L., juntos y por separado. Quede claro, no obstante, que esto tiene el mismo interés que sus amoríos con Onassis, sus peleas con sopranos envidiosas o con teatros ayunos de profesionalidad, sus caprichos y sus cóleras de diva sin mesura; es decir, ninguno.
Hubo antes, durante y después de Callas, voces que emitieron y emiten más bellos sonidos. No es necesario citar nombres, están en el consciente y en el inconsciente del colectivo de los amantes de la lírica. Pero no existió cantante alguna que mejor interpretase el hecho operístico. Drama cantado, no se olvide. O comedia cantada y recitada, que las hubo sobresalientes e hicieron inmortal a Rossini, por ejemplo. Antes de Callas, habitó, en las década de los veinte y los treinta del pasado siglo, la inconmensurable Rosa Ponselle que, al revés del sortilegio de los ruiseñores de la época – Nellie Melba, Luisa Tetrazzini, Amelita Galli-Curci, Mercedes Capsir y un largo etcetera – prendió la antorcha, cien años apagada, de María Malibrán o Giuditta Pasta: cantantes-actrices que crearon el tipo de soprano dramática de agilidad, mezzosopranos quizá, que forzaron su instrumento para alcanzar el latido trágico que buscaban. El que demandaban Rossini, Bellini, Donizetti y demás belcantistas.
María Callas, que siempre reconoció su deuda con Ponselle, (aunque no con Luchino Visconti, el exquisito aristócrata de izquierdas, inmenso cineasta y director escénico, que fue quién encauzó debidamente su genio dramático, en montajes que asombraron en la Scala milanesa –La Vestale, La sonámbula, Ana Bolena, La traviata-, y que dieron la vuelta el mundo), cimentó su revolución, aún a costa de perder la voz prematuramente, devolviendo a mujeres enérgicas, desdichadas, ingenuas, picaronas o inermes, un aliento trágico –o cómico– perdido años ha en pirotécnicos gorgoritos que habían impuesto la gimnasia sobre la magnesia, la vocal se entiende. Y otra vez la ópera ya no volvería a ser lo que fue. Norma, Tosca, Violetta, Medea, Amina, Lucía, Ana Bolena, Leonoras (tanto la de El trovador como la de La fuerza del destino), Rosina (la de El barbero de Sevilla) recuperaron y, probablemente con creces, su auténtica dimensión humana, sin la cual un cuerpo, un rostro y una voz, por bella que sea, sobre un escenario son cosa incompleta en una ópera aún cuando la seducción vocal se muestre irresistible.
Más de 40 años desde que abandonó los escenarios. Y el hambre, la pasión , el deseo de otra María Callas nos sacude violentamente cuando escuchamos a cantantes tan musicalmente correctas como las del recién inaugurado milenio. Y el mito crece, se expande y ni se desvanece ni se disolverá jamás. Porque si la ópera es -y así se quiso que fuera desde Monteverdi a Alban Berg- teatro cantado, el reinado de María Callas se eleva definitivamente a lo eterno, a lo inefable. Y el estremecimiento de lo magistralmente interpretado nos hará llorar de añoranza y de emoción renovada cada vez que veamos un viejo video o DVD de María Callas, cada vez que escuchemos sus grabaciones, remasterizadas o no. Es el privilegio de la genialiadad. Y en eso nadie alcanzó a esta imponente artista, americana de nacimiento, pero griega de origen y de aspecto, hecha para cantar y para interpretar. Y, encima, sin serlo, resultar la más bella en un escenario. Callas fue, es y será la ópera italiana por excelencia. El melodrama que crearon y soñaron Bellini, Donizetti, Verdi o Puccini y que ella elevó a las olímpicas cimas de la eterna tragedia helénica.
Ya ves, Luis, no hace mucho he comprado dos dobles CD de la Callas, pagando seis o siete euros por cada uno. Ha sido en una gran superficie, donde rastreando se pueden encontrar cosas como esas... Entre esos discos, algún vinilo que tenía y los recuerdos de lo que leía en las revistas del corazón que leía mi madre en los sesenta, me voy haciendo una idea. Ah, y con el Master Class que bordó la Espert. Y finalmente con los conocimientos que aún guardan personas como tú.
ResponderEliminarGracias Fernando y felicidades anticipadas, aunque esta tarde nos veremos en la Biblioteca de Aragón escuchando a nuestro "presi". María Callas (de la que tengo en dvd todo lo que se conserva, incluido el acto II de "Tosca") fue/es la ópera con mayúsculas. No hubo ni habrá otra igual.
ResponderEliminarLuis "Vergerus"
Ella me parece de las mejores cantantes que ha habido en la historia hace poco vi la película de Por siempre Callas donde ponen cuando tuvo problemas con su voz y todo eso, me pareció muy interesante.
ResponderEliminarGracias Dulce por el comentario. Callas perdió 3o kgs. porque asi se lo pidió Luchino Visconti. Pero ello no afectó a su voz. Debido a la grandeza de su actuación dramática (siguiendo las instrucciones de Visconti), Callas si que forzó la voz tal vez en exceso. Nada de esto se dice en la película de Zeffirelli ya que él odiaba a Visconti. La voz de Callas sonó esplendorosa más o menos una década - 1952 a 1962 -, luego comenzó el declive. No debe importarnos demasiado. Hay suficientes Dvds a la venta como para comprobar que en la Historia de la Opera es muy dificil que haya habido, haya o habrá cantantes/actrices comparables a la Divina. Y la ópera es teatro cantado. Cordiales saludos.
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