jueves, 26 de noviembre de 2009

Actores y actrices: James Dean

James Dean (1931-1955)

James Dean es un mito "sólo para amantes del cine". Lo demás es pura manipulación y de la más obvia. A los sociólogos no creo que les interese, a estas alturas, la "rebeldía" de James Dean. Sin embargo, las revistas de cotilleos del Séptimo Arte y otras publica­ciones no específicamente cinematográficas se empeñan en seguir hablando de Dean, al menos una vez al año. Hay que seguir exprimiendo el limón hasta succionarle las ultimas gotas. Que "molan" las drogas, pues se dice que Dean las tomaba y aparece el libro del amigo o amiga en que se explican detalla­damente los viajes de Jimmy con el ácido. Que lo que se estila es lo gay, pronto tenemos a un Dean supuestamente bisexual. Todo ello para seguir manteniendo una aureola que, poco a poco, se va desvaneciendo y que, en realidad, nunca debió erigirse.

Veamos. James Dean, se dice, encarnó "el furor de vivir" de los años 50, fue el símbolo de una juventud "airada" que exorcizaba sus demonios con la velocidad de los deportivos o las motos. Un inconformista violento y sensible que encarnó en el cine a inconformistas violentos y sensibles. Basura y estiércol arrojados sobre el cadáver del actor con el que, efectivamente, se identificó la juventud ameri­cana de principios de los 50. Esto es lo único cierto y lo demás es detritus publicitario, "show business" necrofílico de la más baja estofa. Camisetas, posters etc. Si se repasa la biografía de James Dean no puede decirse que se encuentren en ella grandes rebeliones ni violentas rupturas. Es una más de un actor cualquiera que, gradualmente, va escalando los peldaños que le conducen al éxito. Si se repasa su filmografía -sus tres grandes papeles-, la cosa se pone más grave. Al este del Edén, Rebelde sin causa y Gigante se muestran como films reaccionarios, moralizantes y novelescos. El personaje se mantiene invaria­ble porque DEAN ES EL PERSONAJE MÁS QUE EL ACTOR y ese personaje se hubie­ra mantenido en papeles similares hasta que las computadoras de Hollywood hubieran exclamado: BASTA, DEAN SE HA HECHO MAYOR, ESTOS FILMS YA NO DAN DINERO, HAY QUE BUSCARLE OTRA IMAGEN U OLVIDARSE DE ÉL. Y James Dean, de haber vivido, se hubiera convertido en un "has been" o, en el mejor de los casos, hubiese sido en verdad un gran actor y un hombre con clase, en cuyo devenir habría compartido con Marlon Brando el título de los monstruos sagrados del Actor’s Studio. Es decir, habría sabido envejecer cosa que solo supo hacer Brando en El Padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972) o El último tango en París (Ultimo tango a Parigi, Bernardo Bertolucci, 1972). Pero si antes he afirmado el sentido de los films de Dean debo, igualmen­te, destacar que Al Este del Edén (East of Eden, Elia Kazan, 1955) y Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray, 1955) son dos bellas pe­lículas, dos excelentes melodramas realizados por dos directores importantes (sobre todo el primero): Elia Kazan y Nicholas Ray; y Gigante (Giant, George Stevens, 1956) es un mamotreto tejano no exento de un apreciable encanto. Entonces, a nivel estrictamente cinematográfico la cosa funciona más. Nada impide al cinéfilo o al espectador común amar estos films y amar a Dean en ellos. Porque las películas eran buenas (aunque el paso del tiempo haya hecho los lógicos estragos) y James Dean estaba excelente y realmente original. Era un actor distinto.

Al Este del Edén es una película de enfrentamiento padre-hijo que se desarrolla admirablemente en su condición de dramón con final de arrepen­timiento-reconciliación en el lecho mortuorio del padre (1). A Kazan, que siempre ha dominado muy bien este cine novelesco, le salió una hermosa y lírica película; un film que sin ser el mejor de los suyos, lleva sus arrugas con dignidad. Y Cal Trask fue un personaje bombón para el actor en su primer protagonista y bien que le sacó partido. Arropado por los admirables Raymond Massey, Julie Harris y Jo Van Fleet, Dean hizo de la de este Caín arrepentido la mejor interpretación de su corta carrera. Estuvo realmente convincente en su rol de hijo marginado e introvertido. Una gran composición y una presencia fí­sica que serían determinantes para que James Dean interpretase al protago­nista de Rebelde sin causa, la película que le convirtió en mito e icono y que, canallescas paradojas de la vida, nunca llegó a ver.

Rebelde sin causa es un film revelador hasta en su título. El joven protagonista es un estudiante retraído y sensible, que vive en un pe­renne enfrentamiento con sus padres (retorno a la característica principal del Cal Trask de Al Este del Edén). El itinerario hacia la previsible recon­ciliación estará jalonado de diversas experiencias: amoríos con otra estu­diante de encantadora femineidad (jovencísima y deliciosa Nathalie Wood), amistad con otro muchacho todavía más marginado que el protagonista (conmo­vedor Sal Mineo con evidentes connotaciones homosexuales), carrera suicida de automóviles (frenesí de la velocidad, violencia de "vivir" y todas esas zarandajas), encierro en la Universidad del trío Dean-Wood-Mineo y, finalmente, llegada de la policía para sacar a los tres jóvenes de su reclusión, con muerte accidental de Sal Mineo a ma­nos de un policía; tragedia que provoca el llanto desesperado y angustioso del protagonista y el principio del proceso de comprensión iniciado enton­ces por sus padres hacia él. Esta historia, como se ve, es más bien un melodrama conservador que trivializa ostensiblemente la problemática de una supuesta juventud desarraigada. A este nivel, Rebelde sin causa es un film viejo y obsoleto, proporcionando unos datos sobre la supuesta "rebeldía" del protagonista a todas luces insuficientes y banales. Sin embargo, sería injusto no reconocer, junto a los mencionados defectos e insuficiencias, la potencia y belleza de esta película. Nicholas Ray, gran santón veneradísimo por la crítica cahierista, fue en contadas ocasiones un cineasta emocionante (2),desde luego nunca tanto como aquí. Rebelde sin causa acaso fue su mejor película; sin duda la más sentida. El fallo de Rebelde sin causa radica en su mal guión (casi nunca los guiones de las películas de Ray resultaron especialmente afortunados) lo que acaba por traicionar los honestos puntos de partida del realizador. Pero Rebelde sin causa posee toda la fuerza poética del mejor Ray, una puesta en escena deslumbrante, un apa­sionamiento que llega a impresionar y algunas secuencias inolvidables y fe­briles. La convicción del director, su vigor, su entrega, transformaron un material dudoso en una obra frágil, indefendible ideológicamente, admirable cinematográficamente. Y, de paso, configuraron, en todos sus perfiles, la personalidad de James Dean aunque su interpretación, con respecto a Al Este del Edén, quizás sea menos perfecta. Ray no es tan buen di­rector de actores como Kazan.

Su última película, Gigante, no le hizo al mito un gran favor. James Dean interpretó de nuevo a un joven marginado y desclasado, locamente enamorado de una Liz Taylor que prefería casarse con Rock Hudson en el rol de apuesto hacendado tejano dotado de las mejores esencias de una América ruda, noble y viril. Jett Rink-James Dean terminaba convirtiéndose en un magnate del petróleo y en un hombre corrompido, envejecido y alcohólico que no podía superar su frustrado amor por Liz; encarnando, de paso, los vicios y podredumbre de la sociedad industrializada frente a la pureza del campesino y ganadero Rock Hudson que, en la secuencia final del film, se enfrentaba a un racista y recibía una soberana paliza por defender a unos mejicanos, todo ello a los sones de The Yellow Rose of Texas. En este típico folletín americano "bigger than life", realizado también con precisión y justeza por George Stevens, James Dean fue James Dean cuando su personaje era joven, pero cuando a Jett Rink le tocó envejecer, su papel en el film ya no tenía nada que ver con el del mito creado por Ray y Kazan, y acababa por ser, simplemente, el malo de la función (y Hudson le castiga­ba con el consabido "estás acabado"). De la misma manera, el actor estuvo notable en la primera mitad del novelón y particularmente desafortunado en la segunda. Gigante pudo causar un cierto deterioro de la imagen de Dean, pero su muerte a los venticuatro años al volante del Porsche (casi una escena de Rebelde sin causa) hizo por su mito más que todas sus interpretaciones. James Dean en estas tres buenas películas fue ciertamente magnético, moderno e inolvidable. El cinefilo, insisto, está en su derecho de amarle y de recordarle. Pudo llegar a ser un gran actor y fue el intérprete idóneo de unos personajes con garra. Un claro "animal cinematográfico" que además era un actor diferente. Hasta aquí el único aspecto que interesa del mito Dean. El resto, como antes se ha escrito, pertenece al terreno de las tergiversaciones y manipulaciones. Incluso, porqué no, a la crónica negra de Hollywood (3).


Notas

(1) Al Este del Edén es, en mi opinión, una mala novela de John Steinbeck. Lejos, muy lejos, de Las uvas de la ira. Kazan solo utilizó el último tercio del voluminoso libro para su película.

(2) Ver texto dedicado a Nicholas Ray.

(3) Filmografía de James Dean:
1951
-Fixed Bayonets! (Samuel Fuller)
1952
-¡Vaya par de marinos! (Sailor Beware, Hal Walker)
-¿Has visto a mi chica? (Has Anybody Seen My Gal?, Douglas Sirk)
1955
-Al Este del Edén (East of Eden, Eñia Kazan)
-Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray)
1956
-Gigante (Giant, George Stevens)

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