JOAN
FONTAINE
Ha muerto a los 96 años la
hermana pequeña de Olivia de Havilland - ¡¡caramba, la mayor debe frisar casi
en los 100 ¡! -, Rebecca de Winter la que lució en ese excepcional melodrama de
Hitchcock una chaquetica de punto que para siempre restó con el nombre de
“rebeca” o en aragonés “rebequica”. Fue peor actriz que Melania Wilkes y su
“estrellato” apenas duró una década y nunca fue de las que más brillaron en el
firmamento de Hollywood. Sin embargo, a mí siempre me resultó más atractiva que
la sosaina heredera de Henry James y William Wyler. Tambien le cupo el honor de
ser la primera rubia semifrígida de sir Alfred, lo que le resultó muy útil para
que le regalaran un oscar por “Sospecha”. Las cotillas de la edad de oro del
clasicismo estadounidense – Hedda, Louella – contaron que desde entonces las
dos hermanas no se volvieron a dirigir la palabra. Verdadero o falso, la cosa
no tiene la menor relevancia.
La cualidad principal de miss
Fontaine fue relativamente modesta, pero auténtica: la capacidad de
transmitir la sensación de miedo y
vulnerabilidad, de tal manera que muchos espectadores desearon protegerla.
Inició su carrera en Hollywood como la típica “rosa inglesa”: cuando se
demostró que la “rosa” tenía también espinas, las cosas empezaron a irle algo
peor. Era en realidad hija de padres británicos, y había nacido en el Japón de
1917, un año después que su hermana, la asimismo actriz Olivia de Havilland.
Sus padres se separaron en 1921, y Joan se fue con su madre y hermana a
California, donde se crió. Comenzó actuando en grupos de teatro compuestos por
aficionados cuando todavía era una adolescente, espoleada sin duda por el éxito
de su hermana. La rivalidad entre ambas se convertiría, posteriormente, en uno
de los temas más frecuentemente tocados por las revistas de chismorreos. Su
primera película fue No más mujeres (No more ladies, 1935), junto a Joan
Crawford y Robert Montgomery. Pero no causó demasiada impresión y lo mismo
sucedió con otro papel secundario en
“Olivia” (1937), donde interpretaba a una bobalicona señorita británica. Poco
después fue contratada por la RKO para la que interpretó un par de títulos,
incluyendo “A damsel in distress” junto a Fred Astaire. Se vio paulatinamente
relegada a películas menores, hasta que la productora decidió no renovarle el
contrato, oportunidad que aprovechó para dar vida a una joven tímida – que raro
- en aquel nido de alcahuetas que fue las “Mujeres” de Cukor, y la MGM tampoco
se interesó por ella.
La “mayor cualidad” de sus
primeras interpretaciones parecía ser su cortedad y temor a las cámaras. Ahora
bien, si se podía controlar y utilizar para un buen fin, los resultados podrían ser notables. Su consagración se
produjo con la inolvidable “Rebeca” (1940), claro. Tras una prolongada
búsqueda de la actriz protagonista (que
recibió casi tanta propaganda como la de Scarlett O’Hara de “Lo que el viento
se llevó”, David O’Selznick – un experto en dudas hasta que se enamoró de la
esperpéntica Jenifer Jones – la eligió para interpretar a la asustadiza e
insignificante segunda esposa (que ni tan siquiera tenía nombre) del señor de
Manderley que tan prodigiosamente sirvió Laurence Olivier. La floja novela de
Daphne du Maurier fue superada por goleada por aquel al que nadie llamaba
todavía “mago del suspense”. La Fontaine – dicen que mimada por Hitchcock –
consiguió que resultase imposible diferenciar a la intérprete de su personaje.
Y la histriónica Judith Anderson (mrs. Danvers) fue aquella ama de llaves
secretamente enamorada de un fantasma. Fue nominada al oscar y se convirtió en
famosa de la noche a la mañana. Al año siguiente repitió su papel de esposa
desconcertada y amenazada en la otra vez hitchockiana “Sospecha”. Y lo que son
las cosas, la película fue mediocre, la actriz también, el gran Cary Grant
estaba totalmente “fuor di posto” como dicen los italianos, pero el citado
regalo del floripondio hollywoodense se produjo.
Ese fue, realmente, el momento
culminante de su carrera aunque por un tiempo siguió siendo apreciada y bien
“pagá”. Volvio a interpretar a una mujer inglesa y amenazada - ¡¡que
encasillamiento, pardiez!! – en la plausible “Alma rebelde” (Jane Eyre, 1943),
versión apañadilla y poco más de la genial novela de Charlotte Brönte,
acompañada por un ya gordito e improbable Orson Welles en el tremendo
Rochester. De “Frenchman’s creek (“El pirata y la dama”, 1944) lo único
salvable es su maravilloso technicolor y su mayor vergüenza el hacer que el
gran actor mexicano Arturo de Córdova quedase ridículo. De vez en cuando se la
permitió interpretar a mujeres norteamericanas, como por ejemplo en “This day
forward” (“De hoy en adelante·, 1946). No obstante, se le solían asignar
papeles de refinadas damas europeas – “El vals del emperador”, 1948 un Wilder primerizo
y menor – y…..lo dejo para el desenlace de este obituario. Eso fue todo. Lo que
llegó a continuación mejor olvidarlo, salvo que estuvo como esposa enamorada, y
delatora, en la ambigua pero extraordinaria “Más allá de la duda” (1956) de
Fritz Lang, el austero y barato film con el que el genio alemán dio – o le
dieron – el portazo definitivo a Hollywood.
Existió la magia una vez en el
periplo nada mágico de Joan Fontaine. A recordar siempre la obra maestra “Carta
de una desconocida”, donde Max Ophüls (otro grandísimo, y no poco maldito,
llegado de Austria, Alemania, Italia y Francia), desde la base literaria de
Stefan Zweig, propuso una historia de amor que sin salir de las coordenadas
reales alteraba la vida de sus protagonistas justamente en el espacio y el tiempo con igual o mayor fuerza
e infinita superior exquisitez que el magnífico “Petter Ibbetson” de Hathaway.
Y es que a pesar de la producción “Carta de una desconocida” es una película
europea y “Petter Ibetson” americana. Y el correcto artesano Hathaway jamás
rozó siquiera los talones del gran Max. Tampoco el supermitificado Hitchcock.
Luis
Betrán
Y allá va que va que vaaaa. Allá va la despedida,
con un leve tributo a la fenecida Eleanor Parker, bellísima mujer de flamígera
cabellera que solía ponerse histérica cuando, en blanco y negro o en color, se
las daba de gran trágica: “Brigada 21” (ella y el Kirk Douglas hacían gestos no
ya para 21 sino para 100 “brigadas” más). “Sin remisión”, “El hombre del brazo
del oro”, “Con él llegó el escándalo”…..y demostró que hubiera podido ser una
estupenda comediante en la no menos estupenda “Scaramouche” con el asimismo
estupendo Stewart Granger y el feo Mel Ferrer.
Y ya vale de necrológicas. Lo que toca toca
aunque a uno el muy imaginativo nacimiento de Jesús de Nazaret cada 24 de
diciembre le resulte pelín extraño. ¡¡Feliz Navidad con turrones Tardá, gran
crema y cocotá!! A los innumerables lectores de éste incomparable blog.
Excepción hecha de políticos y votantes peperos, el monicaco ese del Cristiano
Ronaldo seguro ganador del balón de plexiglás (¡¡ay Gallardón porqué solo te
rompiste dos costillas!!), adictos al insulto indiscriminado, chivatos
profesionales, ladronzuelos de poca monta, linchadores juntos en unión defendiendo
la bandera de la Santa Inquisición y demás genta de mal vivir y peor catadura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario