PETER O’TOOLE
“Lawrence
de Arabia”, con guión de Robert Bolt basado en “Los siete pilares de la sabiduría”,
es la obra cumbre de David Lean y una de las más grandes películas (en todos
los sentidos) de la Historia del Cine. Lejos de pretender ser un análisis
objetivo de la figura de Lawrence, el majestuoso film se centra en su “leyenda”
, en sus contradicciones, en su alma torturada y nos lo muestra como un héroe
verdaderamente homérico. La idea es la del espejismo y Lawrence – hipnótico,
magnético, bellísimo, arrollador Peter O’Toole – parece engañarse a si mismo,
creyéndose un héroe casi bíblico, cuando no un dios, capaz de alcanzar lo
imposible y de dominar sobre la vida y la muerte. Rica en grandes
interpretaciones – extremadamente sutil el genial Alec Guinness en su
encarnación del taimado príncipe Feisal, el que colaborará decisivamente a que
el evanescente Lawrence ponga sus pies en la tierra – y en detalles históricos
y sociales, fue la primera colaboración del gran cineasta británico – junto a
Michael Powell el mejor nacido en el Reino Unido, muy por encima del
extrasupermitificado Alfred Hitchcock – con el operador Freddie Young cuyos
encuadres en 70 mm. y empleo de las texturas y el color resultan verdaderamente
asombrosas. Desentona – como en “Doctor Zhivago” – la cursilona partitura de
Maurice Jarre, un músico por el que Lean sintió una perniciosa debilidad.
“Lawrence de Arabia”, dicen, inspiró no poco la vocación de Steven Spielberg que manifestó, en más de una ocasión, que David Lean era su ejemplo a seguir. Lástima que incumpliese tan loables intenciones. Unicamente en su mejor película – “El imperio del sol”, según la autobiográfica novela de Ballard – transitó por las huellas del director de “Breve encuentro”, “Madeleine”, “La vida manda”, “El déspota” (único lunar en filmografía tan exigente) “El puente sobre el río Kwai”, “La hija de Ryan” o “Pasaje a la India” y, enseguida se dedicó a lo que era realmente lo suyo: el negocio. Por algo le llaman “el rey Midas del cine”.
La
filmografía de Peter O’Toole es bastante decepcionante y, a la postre, tan solo
dos interpretaciones y dos roles dejan huella perenne de este irlandés amante
del whisky en galones que, en teatro, pareció ser una eminencia shakesperiana
como mandan los cánones londinenses. Uno lo sirvió en bandeja dorada el
controvertido Lawrence (tras la renuncia de Marlon Brando, que buen ojo el
suyo) y David Lean, el otro en bandeja ya solo de plata fue asunto de Joseph
Conrad y Richard Brooks.
LORD JIM, DE RICHARD BROOKS
Que “Lord Jim” pueda ser considerada como
obra de autor resulta algo perfectamente irónico. Brooks logró una película en
la que a duras penas dejó su huella, la de un liberal americano que cerraba
hacia los años 50 lo que John Huston había iniciado en los primeros 40. Una
generación que de forma harto discutible se designó como “perdida”. Para Brooks
“Lord Jim” tenía un punto de partida del cual debía construir su film. En la
medida que esta referencia de salida estuviera cerca de su credo estético e
ideológico, la cinta sería una obra sincera o el desarrollo de un simple
encargo. El motivo no era otro que el significado que suponía le presencia de
Peter O’Toole y todo lo que conllevó este actor desde “Lawrence de Arabia”. Es
claro que Columbia deseaba de alguna manera reconvertir el personaje de Joseph
Conrad hacia el caudillo pro-árabe. O’Toole se encontraba en un buen momento
taquillero y había que explotar todos los tics que la obra maestra de David
Lean le proporcionó.
Sin embargo, Brooks aprovechó las claves
dadas para jugarlas a su favor: el redentorismo casi mítico unido a un
sadomasoquismo presente hasta en el último gesto que inevitablemente traspasaba
la pantalla de los grandes films del actor británico, fueron fijados como telón
de fondo a un héroe individualista y desesperanzado cuyas raíces literarias se
correspondían claramente con unos motivos vitales hacia los cuales conectaba
plenamente el autor de “Los profesionales”.
El “Lord Jim” de Brooks supone un paso más en
la explicación que este director expresó en toda su obra: la agonía del
individualismo y tambien de un cierto liberalismo que marcó varias generaciones
de intelectuales americanos – entonces y ahora – y que desde Europa se soñaba
con poderlo traducir como de izquierdas. Este liberalismo que despreciaba buena
parte de lo que los sistemas económicos imperantes habían construido, podía
derivar hacia un sano cinismo o hacia un anarquismo vital antes que
intelectual. Nada en ellos, ni en Brooks, podía conectarlos con la izquierda
entendida a la manera europea. Richard Brooks fue consciente de que los cambios
del rumbo arrumbaban el reducto individualista, pero esta columna vertebral de
su obra estaba situada en unos momentos históricos muy concretos. Brooks
analizaba las situaciones en que vivían sus personajes, y sobre ellas explicaba
la muerte del luchador. Con todo, posiblemente sea “Lord Jim” el film donde la
historicidad se de con menos calado. La tendencia a la abstracción que domina
la película obliga a Brooks a una concentración de emociones sobre el
personaje, lo que unido a su carácter literario y a las peculiaridades
reseñadas del actor protagonista, contribuya a hacerlo parecer más grande e
intenso que otros sujetos de la obra de Brooks.
La abstracción genera un desarrollo puro del
sentimiento y la decisión final de Jim de morir a manos de sus amigos y/o
enemigos está tan desnaturalizada de la mecánica del argumento de la película
como coherente resulta desde la médula de un héroe/antihéroe profundamente
sentimental, precisamente por haber saltado el eje de la historia y poderse
ubicar en una tierra de nadie que por no serlo ni tan siquiera lo es de Brooks
ni de Conrad. Así “Lord Jim” resulta una obra llena de pompa, tristeza y
circunstancia para el reflejo de un valiente y/o cobarde marinero, navegante
sobre océanos que no remiten sino a conceptos identificables con la visión de
una naturaleza sin hombres. O finalmente a conceptos eternos que acompañan al
ser humano hasta la muerte. Lord Jim apura el amor, el desprecio y la
autodestrucción de una forma que seguramente a Brooks le hace lamentar no haber
podido vivir esa agonía en la tierra viva de todos los males, en vez del Olimpo
literario donde se desarrolla la obra. Para que “Lord Jim” sea lo que realmente
es ha sido preciso que Miklos Rosza compusiera su mejor partitura. En
convivencia con O’Toole, acaban por situar la película a un nivel en el que Brooks
para poder manejarse necesitó dejar por el camino su idea de que las historias
ideales solo tienen cabida en un mundo real. Más lo cierto es que consiguió una
de sus películas más hermosas, y esa belleza sobrevivió a muchos realismos,
incluso a los del propio Brooks.
Luis
Betrán
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