miércoles, 18 de diciembre de 2013

OBITUARIOS DE CINE (1) PETER O’TOOLE


PETER O’TOOLE


“Lawrence de Arabia”, con guión de Robert Bolt basado en “Los siete pilares de la sabiduría”, es la obra cumbre de David Lean y una de las más grandes películas (en todos los sentidos) de la Historia del Cine. Lejos de pretender ser un análisis objetivo de la figura de Lawrence, el majestuoso film se centra en su “leyenda” , en sus contradicciones, en su alma torturada y nos lo muestra como un héroe verdaderamente homérico. La idea es la del espejismo y Lawrence – hipnótico, magnético, bellísimo, arrollador Peter O’Toole – parece engañarse a si mismo, creyéndose un héroe casi bíblico, cuando no un dios, capaz de alcanzar lo imposible y de dominar sobre la vida y la muerte. Rica en grandes interpretaciones – extremadamente sutil el genial Alec Guinness en su encarnación del taimado príncipe Feisal, el que colaborará decisivamente a que el evanescente Lawrence ponga sus pies en la tierra – y en detalles históricos y sociales, fue la primera colaboración del gran cineasta británico – junto a Michael Powell el mejor nacido en el Reino Unido, muy por encima del extrasupermitificado Alfred Hitchcock – con el operador Freddie Young cuyos encuadres en 70 mm. y empleo de las texturas y el color resultan verdaderamente asombrosas. Desentona – como en “Doctor Zhivago” – la cursilona partitura de Maurice Jarre, un músico por el que Lean sintió una perniciosa debilidad.


 “Lawrence de Arabia”, dicen, inspiró no poco la vocación de Steven Spielberg que manifestó, en más de una ocasión, que David Lean era su ejemplo a seguir. Lástima que incumpliese tan loables intenciones. Unicamente en su mejor película – “El imperio del sol”, según la autobiográfica novela de Ballard – transitó por las huellas del director de “Breve encuentro”, “Madeleine”, “La vida manda”, “El déspota” (único lunar en filmografía tan exigente) “El puente sobre el río Kwai”, “La hija de Ryan” o “Pasaje a la India” y, enseguida se dedicó a lo que era realmente lo suyo: el negocio. Por algo le llaman “el rey Midas del cine”.
La filmografía de Peter O’Toole es bastante decepcionante y, a la postre, tan solo dos interpretaciones y dos roles dejan huella perenne de este irlandés amante del whisky en galones que, en teatro, pareció ser una eminencia shakesperiana como mandan los cánones londinenses. Uno lo sirvió en bandeja dorada el controvertido Lawrence (tras la renuncia de Marlon Brando, que buen ojo el suyo) y David Lean, el otro en bandeja ya solo de plata fue asunto de Joseph Conrad y Richard Brooks.

LORD JIM, DE RICHARD BROOKS


Que “Lord Jim” pueda ser considerada como obra de autor resulta algo perfectamente irónico. Brooks logró una película en la que a duras penas dejó su huella, la de un liberal americano que cerraba hacia los años 50 lo que John Huston había iniciado en los primeros 40. Una generación que de forma harto discutible se designó como “perdida”. Para Brooks “Lord Jim” tenía un punto de partida del cual debía construir su film. En la medida que esta referencia de salida estuviera cerca de su credo estético e ideológico, la cinta sería una obra sincera o el desarrollo de un simple encargo. El motivo no era otro que el significado que suponía le presencia de Peter O’Toole y todo lo que conllevó este actor desde “Lawrence de Arabia”. Es claro que Columbia deseaba de alguna manera reconvertir el personaje de Joseph Conrad hacia el caudillo pro-árabe. O’Toole se encontraba en un buen momento taquillero y había que explotar todos los tics que la obra maestra de David Lean le proporcionó.


Sin embargo, Brooks aprovechó las claves dadas para jugarlas a su favor: el redentorismo casi mítico unido a un sadomasoquismo presente hasta en el último gesto que inevitablemente traspasaba la pantalla de los grandes films del actor británico, fueron fijados como telón de fondo a un héroe individualista y desesperanzado cuyas raíces literarias se correspondían claramente con unos motivos vitales hacia los cuales conectaba plenamente el autor de “Los profesionales”.


El “Lord Jim” de Brooks supone un paso más en la explicación que este director expresó en toda su obra: la agonía del individualismo y tambien de un cierto liberalismo que marcó varias generaciones de intelectuales americanos – entonces y ahora – y que desde Europa se soñaba con poderlo traducir como de izquierdas. Este liberalismo que despreciaba buena parte de lo que los sistemas económicos imperantes habían construido, podía derivar hacia un sano cinismo o hacia un anarquismo vital antes que intelectual. Nada en ellos, ni en Brooks, podía conectarlos con la izquierda entendida a la manera europea. Richard Brooks fue consciente de que los cambios del rumbo arrumbaban el reducto individualista, pero esta columna vertebral de su obra estaba situada en unos momentos históricos muy concretos. Brooks analizaba las situaciones en que vivían sus personajes, y sobre ellas explicaba la muerte del luchador. Con todo, posiblemente sea “Lord Jim” el film donde la historicidad se de con menos calado. La tendencia a la abstracción que domina la película obliga a Brooks a una concentración de emociones sobre el personaje, lo que unido a su carácter literario y a las peculiaridades reseñadas del actor protagonista, contribuya a hacerlo parecer más grande e intenso que otros sujetos de la obra de Brooks.


La abstracción genera un desarrollo puro del sentimiento y la decisión final de Jim de morir a manos de sus amigos y/o enemigos está tan desnaturalizada de la mecánica del argumento de la película como coherente resulta desde la médula de un héroe/antihéroe profundamente sentimental, precisamente por haber saltado el eje de la historia y poderse ubicar en una tierra de nadie que por no serlo ni tan siquiera lo es de Brooks ni de Conrad. Así “Lord Jim” resulta una obra llena de pompa, tristeza y circunstancia para el reflejo de un valiente y/o cobarde marinero, navegante sobre océanos que no remiten sino a conceptos identificables con la visión de una naturaleza sin hombres. O finalmente a conceptos eternos que acompañan al ser humano hasta la muerte. Lord Jim apura el amor, el desprecio y la autodestrucción de una forma que seguramente a Brooks le hace lamentar no haber podido vivir esa agonía en la tierra viva de todos los males, en vez del Olimpo literario donde se desarrolla la obra. Para que “Lord Jim” sea lo que realmente es ha sido preciso que Miklos Rosza compusiera su mejor partitura. En convivencia con O’Toole, acaban por situar la película a un nivel en el que Brooks para poder manejarse necesitó dejar por el camino su idea de que las historias ideales solo tienen cabida en un mundo real. Más lo cierto es que consiguió una de sus películas más hermosas, y esa belleza sobrevivió a muchos realismos, incluso a los del propio Brooks.

Luis Betrán

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