UN CINE
SOCIAL CON VOCACIÓN POLÍTICA
Hasta 1936 el cine español no cuenta para nada,
prácticamente – una excepción “El gato montés” (1935) de Rosario Pi – no
existe. Su trayectoria puede resumirse en breves palabras: un intento malogrado
de cine social, “La aldea maldita” (1929, Florián Rey, notable película pese a
lo dicho), “Las Hurdes o Tierra sin pan” (1932) de Luis Buñuel, una obra
maestra salvo que……su producción es francesa malgré el billete de lotería premiado
de Ramón Acín y además fue prohibida por la censura republicana, “La pícara
molinera” (1934) de Henri D’Abbadie
d’Arrast – un intento de cine popular realizado por un director francés y
protagonizado por una actriz norteamericana; una productora que intenta
consolidar una industria cinematográfica a base de folklorismo y comedia internacional, Cifesa, y una labor
cultural e industrial que inicia otra
productora, Filmófono (en la cual se hallan integrados Luis Buñuel, Ricardo
Urgoiti, Pepín Bello etc.), cuyo propósito era crear un cine popular
republicano, al tiempo que importaba películas de calidad, consideradas no
comerciales y programadas en las sesiones de cine-club. Destaquemos de entre
ellas “La Dolorosa”
(1934) de Jean Grémillon, magnífico cineasta francés.
Durante la Guerra Civil, en la zona
republicana se llevan a cabo dos intentos de cine político: “Tierra de España”
(The spanish earth, 1937 Joris Ivens) y “Sierra de Teruel” (L’espoir, André
Malraux 1938). Excelente la primera por las imágenes de Ivens que chocan
frontalmente con el pomposo texto recitado por Hemingway; obra maestra
insoslayable la segunda. Durante los años 40 y 50 la sociedad española aparece
completamente deformada en su cinematografía. En “Mariona Rebull” (1947) Sáenz
de Heredia utiliza el clima de las luchas sociales en Barcelona entre la burguesía industrial y la clase
obrera según la clásica versión paternalista; la lucha de clases, levemente
insinuada, tiene una mera función ambiental-histórica. La bomba del Liceo es
una deflagración bíblica que castiga un adulterio. “Las aguas bajan turbias”
(1948) del mismo director, es un lamento contra la industrialización de
Asturias que supone el fin de una vida campesina feliz y patriarcal: se inicia
incluso con la frase “et in Arcadia ego”. Ambas son, por otro lado, rescatables
en tanto que su caligrafía en imágenes es muy buena.
Con “Día tras día” (1951), de Antonio del Amo, se
inicia “el neorrealismo español”, meramente formal; la cámara sale a la calle
para contarnos las historias de siempre, problemas morales y conflictos
sentimentales. En esta ocasión giran en torno a un joven que comete pequeños
hurtos y un sacerdote le devolverá al
buen camino y su novia le perdonará. Los escenarios naturales se usan en función de decorado pero en la
película no aparece reflejada ninguna realidad española. En “Cerca de la
ciudad” (1952), de Luis Lucia, otro cura practica la caridad en las barracas
del suburbio. Y en “Un día perdido” (1952), de José María Forqué, unas monjitas
logran que un padre desnaturalizado repare su falta y que una familia de
realquilados pueda disfrutar de mayor espacio, tres baldosas más, con lo cual
se resuelve su problema de habitación. De Antonio del Amo se puede reivindicar
“Sierra maldita” (1954) y recordar que fue el cineasta de Joselito; de José
María Forqué “La noche y el alba”(1958), “Amanecer en Puerta Oscura” (1957),
“Maribel y la extraña familia” (1960), la gran comedia “Atraco a las tres”
(1962), “Un millón en la basura” (1967) y “El monumento” (1970). Fue un buen y
competente artesano. De Luis Lucia “Un hombre de negocios” (1945), “La lupa”
(1955) y “La vida en un bloc” (1956), fue el director por excelencia de Marisol
y Rocío Durcal.
“Surcos”
es capítulo aparte. Vayamos ahora con “Sin la sonrisa de Dios” (1955), de Julio
Salvador, ambientada en el “barrio chino”. Es la historia de un viudo con hijo
que vive con una mujer que le engaña. Las carencias afectivas del hogar empujan
al niño a reacciones antisociales, lo que repercute directamente en sus relaciones
con el maestro. El problema que se plantea superficialmente es de orden moral,
el único que puede resolver el maestro. Y se insiste en el viejo tópico de
presentar el “barrio chino” desde el mismo ángulo, cuando lo cierto es que su
existencia, como la de todos, solo se explica por una determinada estructura
social y la solución es exclusivamente política. El problema pedagógico en gran
parte es consecuencia de la discriminación, toda vez que media un abismo entre
la instrucción que reciben los alumnos de las escuelas municipales “de balde” y
la impartida en los colegios de los barrios residenciales a los alumnos “de
pago”, extremo éste que ni siquiera merece una alusión. De julio Salvador
siempre será recomendable el policíaco “Apartado de Correos 1001” (1950).
“El sol sale todos los días” (1955) de – otra vez
– Antonio del Amo, es una película confusa, retórica, planteada con unas
pretensiones intelectuales que nunca llegan a justificarse. Intuimos que sus
protagonistas asumen una función simbólica. Según esta presunción, el personaje
insolidario sería el anarquista; Teresa, propietaria de la tienda, encarnaría a
la seguridad material burguesa para acceder a la cual hay que sacrificar los
valores humanos y la libertad personal; los titiriteros personificarían la vida
libre presentando al pueblo espectador un nuevo horizonte. Conforme los usos
antes apuntados, los escenarios naturales y sus habitantes solo sirven para
situar geográficamente la acción que de realidad nada tiene. “El sol sale todos
los días” podría interpretarse como una tesis espiritual consistente en
renunciar al egoísmo para derramar la felicidad – espiritualizada – sobre los
pueblos abandonados de la nación.
“Mi tío Jacinto” (1956), de Ladislao Vajda, es
una apología de la caridad y no de la limosna. En los suburbios de Madrid vive
un borracho con su sobrino, su sueño sería encumbrarse como torero y relata
fantasías al niño para mantenerle la ilusión de una vida mejor. Jacinto
interviene en una novillada burlesca que resulta un fracaso y el chico,
consciente de la frustración de su tío, simula creer en sus triunfos. El
pretendido realismo se limita a algunas escenas filmadas en los suburbios donde
aparecen unos arrapiezos rebuscando entre los montones de basura, pero
cualquier visión fidedigna de la vida de
estos barrios está descartada de antemano ya que se trata de destacar al niño
prodigio Pablito Calvo, puesto de moda por el mismo Vajda en “Marcelino pan y
vino” (1954). Al comentar esta película, de enorme éxito popular, volveremos
sobre el muy buen director que fue, a veces, este húngaro de nacimiento. “Mi
tío Jacinto” es, pese a los reparos expuestos, una buena película de
considerable calidad fílmica.
Y termino con el enigma de “Llegaron siete
muchachas” (1957), de Domingo Viladomat. Por el equipo con que viajan esas
chicas y por su actuación, uno sospecha que pertenecen a la Sección Femenina.
Pero cuando se enfrentan al cacique para que éste restituya un caudal de agua a
la comunidad creí que estaba equivocado de institución y de país. Al final
cuando se van del pueblo (una de ellas volverá para casarse con el médico),
concluyo en que es un cuento moral o quizá sería mejor decir una espacie de
tomadura de pelo al espectador y a las buenas gentes del lugar elegido – que
sí, es la España
una, grande y libre – para la filmación que cooperaron con su presencia. Un
indescriptible espanto y es que de Viladomat mejor olvidarse.
Luis Betrán
Pdta: no hace mucho tiempo leí en un foro de la
red que el franquismo “era y es una ideología tan respetable como cualquier
otra”. Yo las otras “tan respetables como el franquismo” pienso que son el
nazismo, el comunismo estalinista, el maoísmo, el fascismo musoliniano, el
falangismo……..y aquellos nacionalismos que asesinan. Sabido es, por otra parte,
que el PATRIOTISMO es el último refugio de los canallas. Lo dijo el sabio. Samuel
Johnson Solicito, pero no me la van a conceder, la dignidad del apátrida. La
España actual, y más aún con la reciente ley “mordaza” y “las cuchillas de
Melilla”, se aproxima muchísimo al franquismo sin Franco. Y, en consecuencia,
si Buñuel resucitara comprobaría que el surrealismo tiene plena vigencia.
España, o Choricistán, es el único país en la Historia en el que acaso gobierne
un muerto.
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