miércoles, 15 de septiembre de 2010

Dossier Claude Chabrol: Joie de vivre (2)




"Joie de vivre" es una expresión francesa que ha de tomarse no en su traducción literal sino en el sentido del "gozar de la vida". No podremos nunca estar seguros si los artistas que han pasado a la historia como ejemplos de este hedonismo realmente vivieron gozosamente o no. Lo cierto es que algunas biografías proporcionan perfiles de notables personalidades que supieron experimentar en si mismos lo divertido y bello que puede ser vivir, aún con algún agujero negro.

Con cerca de 90 años el extraordinario pianista Arthur Rubinstein (uno de los 4 o 5 mejores de la historia), de nacionalidad judeopolaca pero que hablaba varios idiomas incluido el español anotó en la pared del desaparecido restaurante "Aroca" de Madrid lo siguiente: ¡¡Olé, olé por sus langostinos¡¡. Y cuando ya se veía cercano a que la Parca viniese a por él, tras haber disfrutado enormemente de la gastronomía, los viajes y....las mujeres (con perdón), se cuenta que susurró en italiano: ¡¡lástima, una última copita de un buen chianti¡¡¡. El aventurero, mujeriego, amante de las ciencias y las letras y gran escritor Giacomo Casanova anota en su libro "Máximas y anécdotas": ¡¡¡Si deseáis la salud, debéis deshaceros de la tristeza".





Podrían citarse otros felices vividores (bon vivants), que no por ello abandonaron o marginaron a un segundo término su arte. Hay está el rijoso Picasso, sin ir más lejos. O el onanista y voyeur Dalí. En el universo del cine dos creadores monopolizan - con muchísimos puntos de contacto en sus respectivos periplos vitales y artísticos, la aplicación en su obra de cierto proverbio que habla de coles y lechugas -.El norteamericano John Huston y el francés Claude Chabrol, que nos acaba de abandonar, y bien que lo sentimos porque había contribuido en considerable medida a hacernos más felices con sus películas. Claudio III de Francia - dejemos el I para el genial músico Debussy y el II para el críptico novelista Simon - podía ciscarse lo que le viniera en gana en sus repelentes burgueses provincianos, pero detrás de esas no muy feroces sátiras era adivinable una sonrisa o una carcajada y ningún rictus trágico. Lo han contado ahora aquellos que tuvieron la suerte de cenar o conversar con él, especialmente en San Sebastian, lugar donde Chabrol fue premiado, agasajado y es de suponer que con la condición de ser invitado a los grandes templos de la cocina donostiarra. Así, y no de otra forma, se configura la imagen  vital que ha legado Chabrol aunque la que nos interese a nosotros sea la artística y en ella - como con Huston - es donde aplicamos a su larga filmografía aquello de "entre col y col lechuga".



Dado que yo detesto el ¿sabor? de ambos vegetales traduciré lo que no lo necesita: John Huston y Claude Chabrol jamás dijeron no a las películas digamos alimenticias (con buena disposición por mi parte) o simplemente bodrios comerciales del más puro cine basura. Obviamente su merecido calificativo de grandes cineastas se debió a sus films de autor, en los que, seamos sinceros, el americano se mostró más profundo que el francés,  aunque tampoco tuvieron nada en común en sus personales universos.





Incluir a Chabrol en la "nouvelle vague" parece obligado. Al fin y al cabo el cumplió dos requisitos indispensables para ser considerado miembro de tan elogiado, y a la postre poco relevante, movimiento cinematográfico de mediados los 50. Fue crítico en la redacción de "Cahiers du Cinéma" y declaró su amor al superextramaestro Alfred Hitchcock. Sin embargo, y al revés que Godard, Truffaut, Rohmer, Rivette o Varda, no innovó absolutamente nada en sus dos primeros largometrajes. "Le beau Serge" y "Les cousins" (1958), salvo por su descuidada factura técnica, están tan impregnados de moralina como "Les tricheurs" (Marcel Carné ,1958, la peli más odiada por los mal denominados "jóvenes turcos"). Puro "cinemá de papá" y eso el autor de "Les enfants du Paradis" lo había hecho antes y despues infinitamente mejor.



Andaba despistado Claude, y trás los fracasos comerciales de "À double tour" (1959)  "Les Bonnes Femmes (1960),  "Les Goudelereaux" (1961),  "L'Œil du Malin", "Ophelia" y la interesante "Landru" - todas ellas en 1962 - se entregó al más infame y pringoso cine comercial, con aberrantes bodrios como "El tigre" ("Le Tigre aime la chair fraîche", 1964), Maríe Chantal contra el doctor Kha ("Marie-Chantal contre docteur Kha" 1965),  El tigre se perfuma con dinamita ("Le Tigre se parfume à la dynamite" 1965) o "La Ligne de démarcation" (1966). No fueron mucho mejores,  pero si más sofisticadas,  en  1967  "Champaña para un asesino ("Le Scandale") y  La ruta de Corinto ("La Route de Corinthe") y en  1968 "Las ciervas ("Les Biches"), consagración de su primera musa y esposa Stéphane Audran. De entre tanta molicie apenas emergió su episodio para "Paris vu par..." (1963) titulado "La Muette" en el que por primera vez la rica burguesía (parisina) era ridiculizada con no poca agudeza. Pasó desapercibida en un film en el que fracasaron Rohmer, Rouch y Godard. Una dama poco fiel y un señor llamado André Genovés ya estaban a la vuelta de la esquina. Claude Chabrol precisó de un aprendizaje de 15 películas para hallar su propia voz y su ácido discurso. En 1968 se estrena "La mujer infiel" ("La femme infidéle"), cuando nada se esperaba del director, la más negra hasta entonces de las ovejas del rebaño de la "nouvelle vague".


Luis Betrán

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