Hablábamos recientemente del 150 aniversario de la muerte del extraordinario dramaturgo y autor de cuentos Anton Chejov. Leo en "El País" un bello artículo de Elvira Lindo sobre como fue la defección y entierro del genial ruso. Aquí está copiado; no tiene desperdicio.
POR QUÉ QUEREMOS A CHEJOV
El último adiós a Chejov estuvo marcado por un quiebro cómico. Su cuerpo inerte, procedente de un balneario alemán, entraba en la estación de Moscú en un vagón de ostras. Aquellos que le esperaban se equivocaron de muerto y se unieron a la comitiva que honraba a un general con orquesta incluida. Su amigo el escritor Maximo Gorki lamentó que aquella anécdota tragicómica rubricara la vida de quién tanto había huido de la vulgaridad. Cierto, pero tambien lo es que la melancolía chejoviana está impregnada de ese humor con el que empezó a ganarse la vida , escribiendo historietas cómicas bajo el seudónimo de Antosha Chejonte. Él reivindicó la ironía tanto en los cuentos posteriores como en su teatro, luchando porque los actores interpretaran sin énfasis y sin olvidar que un aliento de comicidad vibra, como en la vida, por debajo de la tragedia. Chejov no quiso verse nunca a si mismo en el papel del muerto, sino en el del hombre que observa la comitiva fúnebre y reflexiona: "Mientras a ti te llevan al cementerio yo me voy a desayunar". Un tozudo apego a la vida en quién estuvo esquivando el destino fatal de los tuberculosos durante un tercio de la suya.
La muerte de Chejov en el balneario de Badernweiler ha sido una de las más contadas de la historia de la literatura. Los testigos, Olga Knipper, la actriz que consiguió acabar con su empecinada soltería, el médico del balneario y un estudiante ruso al que Olga pidió ayuda. El doctor, sabiendo que la muerte era inevitable, pidió una botella de champán. Chejov apuró su copa y dijo "hacía tanto que no bebía champán". Se recostó en la cama y cerró los ojos. La ligereza de la escena encaja bien con este hombre dulce , algo distante "delicado como una muchacha", como le definió Tolstoi. El escritor Raymond Carver, que tanto debía al cuentista ruso, escribió un cuento , "Tres rosas amarillas", en el que se narra esta escena de muerte (1). El relato tiene tales visos de realidad que, otra ironía chejoviana, las biografías publicadas con posterioridad al cuento incluyeron detalles inventados por el americano.
No es extraña la veneración de Carver hacia el ruso. Se podría afirmar que el país en el que de manera más profunda caló la prosa directa y pura de Chejov fue Estados Unidos, donde lo prolijo y lo pomposo no gozan de prestigio. La falta de artificio y la nula idealización de los personajes son los pilares de esa plantilla que Chejov dejó escrita para que sobre ella se escribiera el relato americano. Pero la admiración de los chejovianos (2) hacia Anton no se detiene solo en lo literario. Si Carver escribió sobre la muerte del escritor fue, probablemente, porque llevaba tiempo sumergido en las peripecias de una vida que estuvo marcada, desde su origen, por la rebeldía hacia lo que parece estar escrito sobre un ser humano desde el nacimiento. Chejov, nieto de un siervo que compro su libertad tuvo siempre una clara conciencia de que el escritor de clase alta da a la libertad por garantizada, mientras que aquél que nace en la miseria ha de ganársela a pulso. Aquél hijo de tendero, tercero de seis hermanos, se convirtió en en el cabeza de familia, estudió medicina para acabar practicándola de manera casi gratuita y empezó a ganarse la vida escribiendo de encargo y sin sentirse del todo parte del universo literario.
El héroe chejoviano está lleno de buenas intenciones que se ven lastradas por la torpeza, la inactividad o el destino. Es posible que esa falta de arrojo tuviera una fuente de inspiración en sus hermanos mayores, que malgastaron su talento en el alcohol, y que esa pereza que condena a sus personajes a un destino no deseado fuera la manera en que él , que tanto hizo por transformar su vida, veía a la burguesía rusa: cultos pero ensimismados en una autocrítica estéril. Chejov no tiene voluntad de explicar el mundo, sin embargo, cuando el lector se entrega a su literatura acaba teniendo la sensación de entender cual era el estado de ánimo colectivo que precedió a la Rusia soviética. El escritor Vassili Grossman hablaba de la democracia de Chejov. Se refería a la aspiración de aquel nieto de esclavo por vivir en un país libre, más justo y laborioso. Frente a las ideas absolutas de Tolstoi, Chejov defendía los efectos benéficos de la ciencia y el progreso. ¿Porqué queremos tanto a Chejov?. Porque es el paradigma del escritor moderno, no juzga a los personajes, les deja hablar en su propio lenguaje, concede voz a los débiles, a los niños, a los presos, a las mujeres, o defiende la naturaleza y los animales con una actitud hasta el momento desconocida.
"Lo más sagrado es, para mí, el ser humano, la salud, la inteligencia, el talento, la inspiración, el amor y la más absoluta libertad; libertad de la violencia y la mentira en cualquiera de sus formas. Este es el programa que me gustaría seguir si fuera un gran artista" (Anton Chejov).
Sin ninguna duda, lo fue.
Elvira Lindo.- El País, 21/08/2010
No añadiría ni una coma.
Luis Betrán
1) Lo he leído y es una maravilla. De lo mejor de Carver.
2) Uno es chejoviano hasta la médula y los linfomas.
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