Las reflexiones de don Fabrizio
Don Fabrizio de Salina era un
Luchino Visconti del siglo XIX. Tenía la inteligencia despierta y no sabía nada
del materialismo dialéctico, pero si era lo suficientemente hipócrita como para
saber interpretar el papel de príncipe respetable ante una nueva clase
codiciosa, hecha de hienas y chacales, que inevitablemente iba a ocupar el
puesto de una aristocracia desplazada que ya no poseía el arma que hubiese
podido seguir perpetuando su dominio: el dinero. Cuando Visconti filmó la
prolija novela de Lampedusa supo quitarle toda su hojarasca y quedarse con lo
esencial, al margen de la consabida sustitución del preciosismo literario por
otro decorado que, remitiendo a "Senso", se _integraba con toda
funcionalidad en los avatares de la familia Salina. "El gatopardo" es
el film de la reflexión; lejos de los trémolos de "Senso" o
"Rocco" esta película ejemplar resulta ser, por muchos conceptos, la
más acabada muestra del pensamiento viscontiano aunque no de su modo de hacer.
La mesura y serenidad en "El gatopardo" se alian con la extrema
lucidez de la que Visconti hace gala, y todo ello respaldado por una puesta en
escena de la máxima brillantez y sin efectismos ni "morceaux de bravoure".
Las tensiones de la Historia se ven admirablemente reflejadas en esta obra que
se sirve de un guión modélico para resolver la ecuación razón/pasión despejando
la incógnita a favor de la primera. El hecho de que Visconti no oculte en
ningún momento su particular "busca del tiempo perdido" (que se inicia aquí, con el precedente de
"Senso") ni que intente disimular que él es don Fabrizio de Salina no
impide que "El gatopardo" de a veces la sensación de que las
contradicciones están resueltas. No siendo un film ni cálido ni cordial,
"El gatopardo" resulta menos distanciado que “Senso" e
infinitamente más amplio en su registro analítico. La agonía de la aristocracia
en tanto que clase dirigente pocas veces ha sido expresada con la exactitud, la
sensualidad y la fúnebre belleza del
infinito baile final que remata esta cima del cine de todos los tiempos. Un
“Himalaya de “beauté”, en palabras de Jean-Paul Sastre (que como el firmante
detestaba la novela de Lampedusa).
"Rocco y sus hermanos"
y "El gatopardo" marcan el punto límite de la estilización del cine
de Visconti y también su techo creativo. En realidad parecen formar una especie
de díptico en apariencia opuesto - los ocres y amarillos de "El
gatopardo" como paradigma de la obra sin estridencias frente al contrastado
blanco y negro de los excesos de "Rocco" - pero que a la postre se
revela complementario. A partir de "El" gatopardo" el señor
conde se va a sentir cada vez más elevado a los cielos, va a ser el habitante
mimado de la torre de marfil de la cultura y va a ignorar los cotidianos acontecimientos de los años de
“plomo”. De ahí a ser presa fácil de los ataques de una nueva izquierda
distinta a la de los años cincuenta no había más que un pequeño paso que no
tardó en darse. Esa nueva izquierda (el eurocomunista P.C.I. de Enrico
Berlinguer) respetará a Visconti considerándole como una especie de de reliquia
viviente de una cultura que se desea periclitada. Visconti, a su vez, va a
responder con una mal disimulada soberbia, con un rosario de insultos
indiscriminados que igual alcanzan a Pasolini, Bellocchio, Olmi o…..a Carmelo
Bene...;y con una serie de películas menos lúcidas pero tan personales o más
que las anteriores. El repliegue sobre si mismo y su mundo, el abandono de la
dialéctica como método dan paso a una pasión impensable en el autor de
"Senso". La ecuación, está claro, no había sido resuelta y la
solución de "El gatopardo" era engañosa porque "Muerte en
Venecia" o "Luis II de Baviera" no van a estar precisamente del
lado de la razón. La fuerza creativa del cine de Luchino Visconti no está
extinguida aunque quizás haya dado lo mejor de si misma.
Los etruscos y los nibelungos
"Vaghe stelle,
dell'Orsa" (1964) es ya la ruptura. En esta historia incestuosa que mezcla
a Esquilo, Leopardi, Heine y la música de Cesar Franck se impone el pasado y el
origen. El mundo parece detenerse en la bellísima ciudad muerta de Volterra y
por más que suenen las voces discordantes de Mina o Adriano Celentano estamos
en otra época que no es 1.965. "Vaghe stelle..” está en el tiempo del la
vieja cultura de Occidente lo que para Visconti quiere decir la eternidad. Ahí
es, en esa dimensión intemporal, donde hallamos toda la hermosura de esta nueva
ópera menor, tardíamente romántica, que abre la puerta a Gustav Von Aschenbach
y a Luis II de Baviera. Aunque ganó el "León de Oro”" en el Festival
de Venecia, "Vaghe stelle dell’Orsa" decepcionó a los que esperaban
un segundo "gatopardo" o un “nuovo racconto” meridional. El cambio -
indudablemente brusco - hacia un mórbido lirismo hizo de esta película una obra
frágil, sólo apta para los amantes de la poesía (salvo la poesía social). Ya
están cerradas para siempre las puertas que conducen a la interpretación
dialéctica de la Madre Historia. Ya nunca asomarán las orejas los N'Toni
Valastro, Rocco Parondi, Livia Serpieri o don Eabrizio de Salina. "Vaghe
stelle dell'Orsa" nos habla de Orestes, de Electra, de los etruscos. . . .
.y de la propia madre del realizador que fue quién le enseñó a tocar el
"Preludio, coral y fuga" de César Eranck (¿acaso la sonata de
Vinteuil del tiempo perdido de Proust?). Quién no esté dispuesto - y está en su
perfecto derecho - a tolerar el abandono de Marx y su sustitución por las
decadentes elegías que se olvide, a partir de 1.965, de Luchino Visconti.
Porque éste ya no va a volver a bajar a la tierra y a mirar lo que en ésta
sucede. Si la sinceridad y el lirismo de "Vaghe stelle..."
emocionaron a muy pocos; Visconti sabrá mediante una hábil pirueta ("La
caída de los dioses") contentar a sus más acérrimos exégetas (cada vez en
menor número). La segunda época del director ha comenzado. El camarada sr.
conde ha muerto rodeado de los ídolos etruscos de Volterra. Su amigo Palmiro
Togliatti lo había hecho dos años antes. Ahora era libre. Por fin el tiempo
recobrado.
Luis Betrán
VIsconti es uno de los grandes, para los que no estamos tan puestos en su filmografia, los comentarios de Luis Betran nos situan en la grandeza de este director El Gatopardo es un film imprescindible,nunca cansa y siempre te sorprende con algun detalle entrañable aunque lo hayas visto varias veces Un Burt Lancaster increible ,acostumbrado a verle de trapecista o de picaro en El Temible Burlon Creo que fue el mejor trabajo de su filmografia Gracias Luis
ResponderEliminarGracias Joege por el comentario. Para mí Visconti es uno de los cineastas esenciales en la Historia del Séptimo Arte y "El gatopardo" - en su versión original e íntegra de más de tres horas - no diré que la mejor, pero sí la película que más me ha gustado en mi larga vida de cinéfilo. En el entierro de Visconti - lo tengo grabado de la cadena Arte - el ataúd del conde rojo sale a un hombros de Antonioni, Rosi, Pietro Ingrao y Enrico Berlinguer en una pequeña plaza de Milán abarrotada de gente que agita banderas rojas, cantan la Internacional y Bella Ciao. En un rincon llorando y con enormes gafas negras, Burt Lancaster contesta a una reportera: "yo ya estoy para siempre en la Historia del Cine, yo he sido el príncipe de Salina, gracias a él". El actor ni siquiera fue nominado al oscar ni obtuvo premio alguno por esta interpretación maravillosa, evidentemente la mejor de su vida. "El gatopardo" ganó la Palma de Oro en Cannes 1963. Cordiales saludos.
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