miércoles, 13 de agosto de 2014

UNA DIGRESIÓN SOBRE JOHN FORD (II)

LAS OBRAS MAESTRAS


Más de una vez he dejado escrito que me molesta profundamente la frivolidad con la que los críticos profesionales otorgan el calificativo de obra maestra a un océano de películas. Si les siguiéramos la corriente, resultaría que el cine ha parido más obras maestras que la literatura, la música, las Bellas Artes…juntas. Discrepo de tan estúpido ¿razonamiento?. Obras maestras, lo que se dice obras maestras el cine ha conseguido menos de una centena, y eso siendo generoso. En el caso de John Ford tan solo encuentro en su larguísima filmografía dos que se me antojan indiscutibles y separadas en el tiempo y el concepto. La mencionada “El hombre que mató a Liberty Valance” y “¡¡Qué verde era mi valle!!. La reflexión y la poesía.



¡QUE VERDE ERA MI VALLE! (1941), DE JOHN FORD
HOW GREEN WAS MY VALLEY


1941: el año en que Orson Welles explicaba su magistral lección sobre como distorsionar una historia. El año en que John Huston nos descubría la materia con que se forjan los sueños humanos. La década de los de los cuarenta en el cine americano todavía estaba presidida por la égida de F.D. Roosevelt, pero ello duraría solo hasta la desaparición física del padre del new deal, solo hasta las primeras bombas atómicas. Luego la guerra fría, Truman, Eisenhower, la caza de brujas y el rostro imperial de Estados Unidos al descubierto, sin máscara alguna.


La filosofía de las productoras no había cambiado, a pesar de Welles y Huston. El monolítico cine americano podía reflejar ciertos vaivenes políticos pero la fábrica de sueños era, y continuo siéndolo durante al menos dos décadas más, impermeable a las veleidades revolucionarias. En 1941 el pueblo del tío Sam no fue en masa a ver “Ciudadano Kane” o “El halcón maltés” y la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood premió generosamente la más tradicional y conservadora de las películas: “¡Qué verde era mi valle!”, prescindiendo naturalmente de halcones y ciudadanos. Cuarenta años después, con enternecedora fidelidad a si mismo, Hollywood y su Academia  premian la tradicional y conservadora “Kramer contra Kramer”. Los gustos estéticos evolucionan. La ética no. La familia es tan de recibo en las plateas de 1980 como lo era en 1941. La tradición sigue ganando batallas. Es un disco rayado que no molesta, por sabido, si no fuese porque los surcos están ya demasiado deteriorados y la melodía chirría. De la inspiración al plástico. En 1941 “¡Qué verde era mi valle!” podía alardear de su clasicismo gracias a la calidad del producto. En 1980, “Kramer contra Kramer” pregona a los cuatro vientos su funcionalidad – como la de aquél detergente que siempre lavaba más blanco – y camufla, en la medida de lo posible, la lección de los valores eternos de la familia.


“¡Qué verde era mi valle!” debe toda su grandeza al inmenso lirismo que rodea, impregna y enaltece una historia de resonancias bíblicas con débil telón de fondo en el que, casi nebulosamente, se adivinan eternos conflictos laborales. Es el Ford de “El delator”, “Hombres intrépidos”, “Las uvas de la ira”, el Ford de las adaptaciones literarias y el sólido prestigio, el Ford de las grandes ocasiones aunque les pese a los incondicionales de “La diligencia” o la trilogía de la caballería. La estructura de “¡Qué verde era mi valle!” es la del más clásico de los melodramas. Familia de mineros galeses que, poco a poco, va destruyéndose a la par que el niño protagonista y narrador escala los peldaños de la adolescencia y graba, indeleblemente, en su memoria aquellos instantes de felicidad que acudirán atropellados en el bellísimo flashback que cierra el film: ¡qué verde era entonces mi valle!.


Sobre la fuerza del recuerdo elaboró Marcel Proust uno de los monumentos literarios más complejos y minuciosos que la historia registra. Sobre la fuerza del recuerdo, John Ford ha llevado a cabo las dos obras maestras absolutas de su enorme filmografía: “¡Qué verde era mi valle!” y “El hombre que mató a Liberty Valance”. Veinte años separan la convicción de la primera del desencanto de la segunda. Ambas son, como las igualmente hermosas “El hombre tranquilo” y “Centauros del desierto”, obras de la nostalgia y la desilusión. Por mundos que nunca existieron. Por mitos con pies de barro. La complejidad del arte de Ford, ciertamente en las antípodas de Proust, exime a “Que verde…..” del sinnúmero de escollos que un melo familiar suele acarrear consigo. La aparente sencillez de “Que verde…..”  sublima ,con su extraordinario vigor poético, toda la visión paternalista, sermoneadora, desmedidamente puritana de este Ford eclesial que como buen visionario – no sería poeta si careciese de visiones – imagina una realidad que jamás existió sobre la Tierra. Visionarios fueron tambien gentes como Von Sternberg, Capra o Minnelli. Y para los visionarios no sirve el racionalismo como método analítico. “¡Qué verde era mi valle!” es, pues, la más tradicional de las películas americanas del gran clasicismo del cine U.S.A. Y en ese caldo de cultivo, tan alejado de la Revolución como nosotros de los hipotéticos pobladores de la Arcadia dichosa, en el que Ford accede a la serenidad  y su película a la más equilibrada armonía.


Aquellos que consideran que ni tan siquiera una vez en la vida debe uno dejarse llevar por el sentimiento y la emoción, prescindiendo de las reglas dialécticas del raciocinio, que pasen de largo ante “¡Qué verde era mi valle!”. Peor para ellos. Pierden la oportunidad de degustar el rancio e inimitable perfume de un combinado en el que no fallan los ingredientes y al que se añade el toque mágico del chef. O lo que es lo mismo, la voz del poeta. En 1941, la Tradición y sus hijas espurias, la reacción y la derecha, ganaban fáciles batallas de acuerdo con los deseos de los políticos servidos por los mandamases de Hollywood. Luego, en la América de Reagan y en la de Bush padre e hijo (¿Obama?), sucede lo mismo, pero John Ford está muerto, los poetas no interesan y si se volviese a filmar “¡Qué verde era mi valle!” – cosas tan disparatadas se han visto y se ven – se evitaría a toda costa el misterio de la película en aras del aggiornamiento, el infantilismo  o  la grosería. Conclusión: el cine yanqui es el mismo, los directores no, los guionistas tampoco. De los grandes y pequeños artistas hemos pasado a los aplicados funcionarios y aún menos. Y, como es sabido, los funcionarios redactan – y no se les pide otra cosa – oficios encargados por ejecutivos calcados unos de otros. Lo suyo es la fórmula. Jamás se les solicita una obra de arte.

Luis Betrán

Obituarios de hoy mismo


Robin Williams.- Como era estadounidense se dirá que fue un actor genial, blablablá…Tan solo le soporté cuando se puso serio en “El indomable Will Hunting” o en “El club de los poetas muertos”, demostrando que, efectivamente, era un buen intérprete. Su comicidad me resultó siempre tan intragable como la de Bob Hope, Lou Costello, Danny Kaye o, el más insufrible de todos, Jerry Lewis, execrable actor y realizador del que se enamoró Jean-Luc Godard.


Lauren Bacall.- Mujer de extraordinario atractivo, perturbadora mirada, carente de senos y que, sin ser bella, siempre lo pareció y además elegantísima. Actriz discreta que pudo ser una buena comediante si hubiese tenido oportunidades. Filmografía insignificante con algunas excepciones: “Tener y no tener”, “El sueño eterno”, Cayo Largo”, La senda tenebrosa” y “Mi desconfiada esposa”. ¡¡Ah!!: LA VIUDÍSIMA….DE BOGEY, NATURALMENTE.

3 comentarios:

  1. Yo tampoco lo conocía. Leí algo ayer noche y me pareció muy interesante, en especial lo referente a algunas películas asiáticas. Luego ya el "obligado" tributo a Hitchcock me dejó frío. Nunca fue sir Alfred uno de mis cineastas favoritos. De hecho, me parece, junto a Godard, el más sobrevalorado. Continuaré leyéndolo, gracias Taribo. Por cierto, me gustan mucho algunas películas del clásico cineasta de tu país, Roman Chalbaud. Aquí está muy olvidado y, por supuesto, la cinefilia joven ni idea. ¿Se le recuerda en Venezuela?.

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  2. Ay, Luis, en Venezuela el pueblo está por culturizarse, pero en materia cinematográfica la influencia gringa es absoluta, te diré que las obras de Chalbaud (y cualquier otro cineasta patrio o latinoamericano) inclusive tienen problemas de distribución en DVD. El común de la gente ni los conoce.
    Mis preferidas son Cangrejo y El pez que fuma. En sentido didáctico, tiene interés la más reciente El caracazo, que tal vez no hayas visto.

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  3. Aquí tambien la influencia gringa es muy fuerte. Pero respecto a Chalbaud - cineasta que aprecio mucho - estas son las películas suyas que yo he visto y conservo en mi colección: CAIN ADOLESCENTE, EL PEZ QUE FUMA, CARMEN LA QUE CONTABA 16 AÑOS, CANGREJO I, CANGREJO II, LA OVEJA NEGRA, MANON, CUCHILLOS DE FUEGO y EL CARACAZO. Me gustan prácticamente todas, y algunas - "El pez que fuma", "Cangrejo I" y "Caín adolescente" - me parecen extraordinarias. Es un director singular - su "Carmen" y su "Manon" son tan descacharrantes como divertidas - brillante, con gran sentido del humor - ¡oh! como me lo paso con "El pez que fuma" - que tambien sabe ponerse serio cuando corresponde. No te creas, aquí en Zaragoza (700.000 habitantes) solo conozco otra persona que aprecia - porque las ha visto - sus películas. Le considero uno de los grandes clásicos del cine latinoamericano. Jamás ninguna revista especializa celtíbera - Dirigido por, Caimán - ha escrito una sola palabra sobre él. Andan muy ocupadas con las grandezas del cine USA de Superhéroes.

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