ACERCAMIENTO A FORD EN 1979
Acercarse
a la obra de John Ford de forma discontinua es exponerse al riesgo de la más
absoluta equivocación al intentar formular juicios de valor. El cinéfilo
español, tan dado a esos juicios, puede presumir de conocer muy bien la ingente
filmografía fordiana cuando a lo sumo ha visto una treintena de películas entre
los ciento y pico que integran el catálogo Ford. Así se explican las descabelladas
opiniones que se han vertido sobre la obra de un artista que jamás ha sido bien
conocido. En la época del film idealismo, Ford era ensalzado por “Pasión de los
fuertes” (bizarro título español de “My Darling Clementine”), “Centauros del
desierto” (no menos bizarro de “The
searchers”) o “Dos cabalgan juntos”, y despreciado por “Las uvas de la ira”,
“El delator” u “Hombres intrépidos”, aventureramente tildadas de esteticistas,
pecado grave en las aguerridas huestes de los cahieristas casposos. Era lógico,
“Film Ideal” fue una revista tan de derechas como “Cahiers du cinéma” (invento
gaullista auspiciado por André Malraux). François Truffaut escribió que “Ford
babeaba ante los uniformes” – y era cierto – pero fue llamado al orden por la
dictatorial “maman” y rápidamente aclaro “sé que sido injusto con Ford”. No se
podía hablar mal del falso tuerto de
origen irlandés.
Posteriormente,
un oportuno ciclo televisivo nos sirvió a algunos para que amáramos “Las uvas
de la ira”, “Hombres intrépidos “ y, sobre todo, “Que verde era mi valle” y
desmitificáramos “La diligencia”, “Pasión de los fuertes” o la trilogía de la
caballería – “Fort Apache”, “Río grande” y “La legión invencible”. Pocos años después, y otra vez RTVE, nos
presentaba a Ford en plan cineasta “new deal”, lejos del western y de las
baladas sentimentales y cercano al melodrama King Vidor o la comedia Frank
Capra. El mosaico fordiano se convertía en un damero maldito que ni los de
Conchita Montes en “La Codorniz”. En 1979 cualquier valoración de este clásico
indiscutible era provisional.
John
Ford es un primitivo del cine, curtido en los seriales-western y que tardó bastante tiempo en tener un
estilo propio como bien demuestra la supuesta gema silente “El caballo de hierro”,
tan impersonal como tediosa. Y es que el Ford del cine mudo no reviste el menor
interés, solo fijándonos en los títulos de sus films se constata que Ford
llevaba a cabo su largo aprendizaje primero en los citados seriales al servicio
del cowboy Harry Carey, y luego en los diversos géneros ya establecidos:
comedia, histórico, melo, aventuras, bélico paulatinamente enriquecidas por el
advenimiento del sonoro.
El
Ford que empieza a gustarnos es en mi caso el de “El delator” (1935) y
“Prisoner of Shark Island” (1936), películas flanqueadas por despropósitos como
“Peregrinación” o “María Estuardo”. En los años cuarenta Ford es un artista
mayor en Hollywood, como bien atestiguan esas películas que he mencionado como
muy queridas por mí (y por otros). En los cincuenta sigue habiendo mucho Ford
que combina lo excelente – “El hombre tranquilo”, “Centauros del desierto”,
“Wagonmaster”, “El último hurra” – con lo mediocre – “Cuna de héroes” (el Ford
más militarista), “Escrito bajo el sol”, “Mogambo”, “Misión de audaces”. Los
años sesenta confirman la decadencia y el veterano león se justifica de bobadas
como “El sargento negro” (soldado ejemplar, soldado ejemplar) o “La taberna del irlandés” con una gloriosa
película de síntesis que, además de ser una obra maestra y acaso el mejor
western de la historia del cine, lleva en sí misma fragmentos decisivos de la clave que puede
servirnos para aproximarnos a Ford sin tópicos consabidos: “El hombre que mató
a Liberty Valance (1961) o la muerte y entierro del Oeste racista y bravucón,
John Wayne y su personaje incluido en la mejor interpretación de su vida., the
Duke reconvertido en loser (sorry, jerga yanqui). “El gran combate” (Cheyenne
autumn”) pudo ser y no fue – la culpa no es achacable a Ford – el gran
testamento del viejo autor que ahora otorgaba dignidad a tantos indios como
había matado.
“Siete mujeres”, probablemente fue un encargo que le pilló con
demasiados años y el resultado alternó lo sublime, el desenlace, el personaje y
la actuación de Anne Bancroft, con lo ridículo, la lucha del Tunga Khan con
Woody Strode. Se despedirá de su oficio con un documental nunca visto y en el
que ahora deliraba a lo John Wayne con los boinas verdes, se llamó “Vietnam,
Vietnam” pero ¿fue sincero?. Evidentemente Ford fue un hombre republicano y de
derechas, más extrañamente contradictorio. Sabido es que Fue Ford y nadie más
que Ford fue el que libró a Joseph L. Manckiewicz de ser denunciado por comunista (???) tal y
como quería Cecil B. De Mille en plena caza de brujas.
“Liberty
Valance” deviene la cumbre de Ford – junto a “Qué verde era mi valle – y por
encima de la que siempre aparece en las listas de las mejores de…..”Centauros
del desierto”, ciertamente magnífica y de una belleza visual deslumbradora pero
lastrada por el insulso personaje de Jeffrey Hunter y “sus aventuras amorosas”
amén de una ambigüedad en el racismo o no de tan alabada cinta. John Ford es un
monumento del cine a lo Monument Valley su decorado natural favorito) y, acaso,
el más perfecto ejemplo del clasicismo
de Hollywood (aunque servidor prefiera a Howard Hawks). Una obra gigantesca la
suya que engloba una veintena aprox. de buenas o muy buenas películas, un
sinfín de trabajos menores y un numeroso material de desecho. Que detrás de
esta enormidad hay un autor con un mundo propio es indiscutible (salvo los
encargos, que siempre solía aceptar). Penetrar en el bosque fordiano no es
baladí. Pequeño poeta de fácil lagrimeo, juergas de taberna, westerns racistas
y liberales, aventuras exóticas, comedias irlandesas, literatura de calidad,
documentales de propaganda. A un cineasta capaz de todo eso en más de ciento
veinte películas es imposible asimilarle globalmente. Nuestro entusiasmo por
Ford está obligatoriamente matizado por las reservas derivadas de la inabarcabilidad
de su corpus fílmico.
Luis Betrán
12-XII-1975
Pdta-
en 2014.
En
este blog, pocos años ha, se llevó a cabo una encuesta entre varios miembros de
la Tertulia Perdiguer de Zaragoza, para elegir (¡ay, las listas!) a los más
grandes directores de la Historia del Cine. Ford ocupó el segundo lugar. Ingmar
Bergman el primero. La cara y la cruz del cine o los extremos se tocan. Yo
admiro a Ford, más solo al de las grandes ocasiones. Hoy añadiría a las
películas que de él más me gustan “La diligencia” (un prodigio de narración
cinematográfica) y “Fort Apache” (anticipo irregular pero muy bello de “El gran
combate”).
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