ACERCAMIENTO A FORD EN 2014
Nunca
fui un admirador contumaz de los escritores de la “generación perdida”. Suelen
ser intocables porque en la España de nuestros días para un gran número de
pobladores de tan fascistoide país, el “sueño americano” parece más real que en
los propios Estados Unidos. Añádase que en la muy derechista revista francesa
“Cahiers du Cinéma” y sus remedos hispanos – Dirigido por, Caimán, Fotogramas”
– todo, o casi, que provenga del Gran Imperio es invariablemente maravilloso.
No participo de tan generalizado entusiasmo. De aquellos escritores me gustan
obras sueltas y reconozco la categoría de Faulkner, aunque también el tedio que
me produce la mayoría de sus novelas. De Dos Passos aprecio “Manhattan
Tranfer”, de Hemingway “El viejo y el mar”, “Paris era una fiesta” y algunos
cuentos (sus novelas “españolas”, “Fiesta” y “Por quién doblan las campanas” me
ofenden por horrendas), poco del olvidado Sinclair Lewis y Scott Fitzgerald
siempre me parecerá un escritor menor y “El gran Gatsby” una mala novela,
mitificada hasta el delirio. Tan solo “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck
(el resto de su literatura es infumable), me impresiona y me trastorna. Es la
novela de la Gran Depresión de 1929. Y,
ésta sí, una obra maestra insoslayable. Ford ya había enseñado sus cartas de
cineasta de “qualité” en “El delator” (novela de Liam O’Flaherty), su primera
película “irlandesa” (1), que a día de hoy me resulta bastante intragable. En
principio nada podría hacer pensar que tras “La diligencia”, su siguiente
película fuese la adaptación al cine del terrible relato de Steinbeck. Pero así
fue. El gran director edulcoró un tanto el texto original y cambió el final del
mismo. Más salió airoso de un empeño asaz imposible para “la fábrica de
sueños”.
LAS UVAS DE LA IRA (THE GRAPES OF WRATH).- 1940
La
indignación social de la novela de John Steinbeck constituía, con toda certeza,
la mejor declaración de fe en el hombre
normal, aunque vapuleado por la miseria e incluso el hambre, publicada durante
toda la década de los 30. La decisión de
Darryl F. Zanuck de adaptarla al cine reflejó su habilidad para los negocios y
su profundo conocimiento de los gustos del público, siempre que no se fuese más
allá de lo proscrito por Hays. Pero su coraje, visión y cuidadosa elección de
talentos hizo que la obra de Steinbeck no fuese del todo ultrajada por
Hollywood, aunque tampoco pasase prácticamente intacta al cine.
El guion
de Nunally Johnson (supervisado por el propio Zanuck) transformaba los
principales incidentes del libro en una narrativa continuada, llena de interés
y emoción. Aunque no conseguía mostrar claramente el entorno económico,
político y social en el que se desarrollaba la acción, dicho guion ganaba en
vigor y sencillez lo que perdía en amplitud y perspectiva. Johnson conservó
muchos de los diálogos de la novela pero no vaciló en pasarlos de labios de un
personaje a los de otro, siempre que eso favoreciera al objetivo dramático de
la película.
Tambien
evitó los largos monólogos de la novela y aportó autenticidad en los giros
vocales y las expresiones populares. Según el contrato firmado con el agente de
Steinbeck, la película debía ajustarse fielmente a la novela.
Sorprendentemente, por el cambio brusco del final, el escritor galardonado con
el Premio Nobel (1) aprobó finalmente el
manuscrito de Johnson, y estuvo en contra de que se anunciara que Tom Joad
sería interpretado por Henry Fonda, actor que no gustaba a Steinbeck. El
escritor se equivocaba.
El formidable
operador Gregg Toland – que asimismo trabajaría con Orson Welles en “Ciudadano
Kane”, otra vez con Ford en “Hombres intrépidos” y en varios films de William
Wyler – fotografió la mayor parte de la película utilizando solo luz natural.
Su atrevido uso de las sombras y la oscuridad (en unos momentos en que las
películas de Hollywood tenían todas unas iluminaciones claras y brillantes)
sirve para acentuar el tono emocional de la película mucho más que la poca
inspirada partitura de Alfred Newman. Asimismo, el uso por parte de Ford y
Toland de los planos generales puntúa adecuadamente las penalidades del largo
viaje, separando y ligando al mismo tiempo sus distintas incidencias. En las
escenas dramáticas, su cámara desempeña un papel más activo y dinámico.
Gracias
a la sobria y eficaz dirección de John Ford, el film conserva toda su fuerza y
patetismo hasta el final, y su habilidad para elegir el rostro adecuado hasta
para los papeles menos importantes contribuye a dignificar la amplia galería de
tipos que aparecen en la película. Henry
Fonda, por su parte, es el Joad ideal y lleva a cabo una magnífica y nada
sentimental interpretación, ocultando a veces su desasosiego bajo una máscara de aspereza y mal humor.
Tras
la muerte de Casy (excelente John Carradine), que encarna los valores
religiosos y políticos de la cinta, Tom hereda el sentido de misión y redención
del antiguo predicador; renuncia a su identidad personal para convertirse en
algo así como un líder del pueblo. Como contraste la elección de Jane Darwell
para interpretar a la indomable madre fue tal vez un error. La actriz
interpreta de forma maravillosa y obtuvo el Oscar por esta actuación, pero su
aspecto rechoncho y agradablemente maternal no coinciden con la mujer seca, entera y decidida hasta la
brutalidad de la novela original. “Ma” Joad quizá habría sido admirablemente
lograda por Beulah Bondi, que fue precisamente la primera actriz en quién se
pensó para el tremendo personaje.
El
desenlace de esta gran película abre una puerta a la esperanza y se revela
bellamente sentimental. Puro Ford – el de “Hombres intrépidos” o “Qué verde era
mi valle” – pero nada Steinbeck. Y en la novela el final es un mazazo al
lector. Resumiendo: “Las uvas de la ira”, producida para la Fox por Darryl F.
Zanuck, es algo así como un 50% de Steinbeck y un 50% de Ford. Exactamente lo
que hizo Elia Kazan, varios años después, con “Al Este del Edén”, con la
salvedad de que Kazan se basó únicamente en las 70 u 80 últimas páginas de un
libraco pesado, larguísimo y de una calidad infinitamente menor que “Las uvas
de la ira”. Steinbeck también redactó para Kazan el guion sumamente
reaccionario de “¡Viva Zapata!. “De ratones y hombres” (Of mice and men), un
buen relato de Steinbeck no tuvo suerte en el cine, ni con Lewis Milestone
(1939) ni con Gary Sinise (1992).
Luis Betrán
1) John Steinbeck ganó el Premio Nobel de
Literatura en 1962. Curiosamente 50 años después de otorgado el galardón, la
Academia Sueca reconoció que se le había elegido“por ser el menos malo” de los
tres candidatos tenidos en cuenta ese año. Los otros dos fueron Lawrence
Durrell y Robert Graves, ambos británicos y escritores de mayor enjundia y
fuste que el autor de “las uvas de la
ira”.
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