ACERCAMIENTO A FORD EN 2014
CONCLUSIÓN
El
hecho de que John Ford seas de origen irlandés, no justifica de ningún modo un
paralelismo entre su obra cinematográfica y las conciencias épicas. Pero no es
absurdo comparar, como ya se ha hecho, algunas de sus epopeyas con tal o cual
ciclo de los reyes de la mitología de Erín, en los tiempos en los que el
resurgimiento de las dinastías y el desarrollo
de las comunidades constituían la esencia de la historia irlandesa; y se
encontrarán ciertos elementos temáticos
de las leyendas galas y/o celtas en “El hombre que mató a Liberty Valance”.
Al igual que puede descubrirse cierta analogía entre el ciclo de Fionn y el
tema de los caballeros – protectores del débil -, incluso si estos valientes
llevan, por lo general, en Ford los emblemas de la Caballería americana (del
Norte). En este universo semimítico, los arquetipos se corresponden sin
dificultad, y le basta al realizador con un somero punto de apoyo para que la
imaginación pase sin esfuerzo de un mito a otro.
Ford
gusta, sin duda, de la máxima sencillez en sus temas, por el carácter inmediato
con que se aproxima a ellos. ¿Espiritu simple?. Tal vez, pero, sobre todo,
hombre que detesta las complejidades, las falsas sutilezas, las “inconveniencias”.
Le gusta el aire libre, los espacios abiertos a este ferviente adorador de
Arizona y de sus inmensas llanuras solitarias. Le gusta cualquier cosa con personajes interesantes y con humor,
cualquier historia con un decorado pintoresco y que trate de seres humanos.
El
humor tiene aquí una importancia capital, salvando precisamente del peligro a
la simplificación, aunque suscite a su vez situaciones estereotipadas y
personajes del mismo tipo. Los hombres de Ford, puesto que son en muchos
aspectos humorísticos, encierran en ellos esta libertad fundamental que va a la
par con la aventura y que se distancia a voluntad del código social. La
convergencia del humor del Oeste y del humor irlandés explica en gran parte ese
tono fordiano que permanece inimitable. Las mujeres de Ford no existen, son
hembras absolutamente sumisas a los dictados del esposo o del héroe. Incluso
pueden llegar a ser zurradas como sucede en “El hombre tranquilo”. Ford es tan
radicalmente misógino como ese genio del cine japonés que se llamó Yasujiro
Ozu. Aunque no detectemos en él síntomas gay que si son perceptibles en las
películas de Howard Hawks, otro maestro del western.
Es
preciso no equivocarse. Ford está profundamente enamorado de América (del
Norte), o si se prefiere, de esa América esencial, a medias fabulosa, que no
deja de ser confrontada con la verdadera por la mayoría de los mismos
estadounidenses. Y es propenso a celebrar la gesta americana – el genocidio –
con la mayor buena fe, como alguien que cree en ella totalmente y quiere
proporcionar la imagen más generosa posible.
Tiene
algo de terrateniente (es de una familia de campesinos) y cuando expresa en su
cine su amor a América o su “apoliticismo”, está realmente convencido de ello.
Lo piensa y lo cree. Su humanidad le
salva casi siempre de los peligros que le ocasiona ese prejuicio de situarse en
lo elemental. La acción será siempre su mayor pasión, decidiendo seguirla en su
evolución ante la cámara sin artificios de montaje. Tambien son importantes un
buen equilibrio entre el drama y la emoción, la revelación de los seres, de los
individuos, al contacto con las situaciones. Se trata, resumiendo, de explotar
preconcebidamente el acontecimiento hasta sus últimas repercusiones humanas.
Todos
los cinéfilos amamos a John Ford. Pero, ¿sabríamos explicar las causas de
nuestra inmutable veneración?.
Luis Betrán
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