ACERCAMIENTO A FORD EN 2014
Los
héroes de las películas de John Ford son los pioneros, hombres de la frontera,
soldados y pacificadores (siempre dejando centenares de cadáveres de indios por
el camino) que se dedicaron a la fundación de los hogares y comunidades que
componen los actuales Estados Unidos. La visión de Ford es una visión popular:
una exaltación de los ideales – sin obviar los crímenes presentados como actos
de patriotismo – que hicieron a miles de colonos lanzarse hacia el Oeste en
búsqueda de libertad y mayores oportunidades, pero en un tono entrañable y
familiar que puede hacer que un baile o unas canciones tengan más importancia
que una batalla o un duelo. Pero John Ford amaba a USA, a sus símbolos, a sus
militares por lo que su “patriotismo” devino “patrioterismo”, último refugio de
los canallas según Samuel Johnson. Ford
puede conmovernos en una película entera o en breves instantes de muchas otras,
también indignarnos y provocarnos repudio.
A finales de los 30, Ford había rodado ya más de 100 películas sin haber
conseguido un éxito comercial de amplias resonancias. Hasta 1939.
LA DILIGENCIA (STAGECOACH).- 1939
Se
ha dicho muchas veces que “La diligencia” resucitó el género del western en el
Hollywood de los años 40. En realidad coincidió con todo un “boom” del cine del
Oeste que eclosionó ese mismo año, 1939, con títulos como “Dodge ciudad sin
ley”, “Unión Pacífico” y “Tierra de audaces”. Pero aun así, cuando Ford intentó
realizar la película – su primer western desde “Three bad men” (1926) –
descubrió que el género estaba infravalorado y pasado de moda.
Ford había pagado 2500 dólares por el relato
de Ernest Haycox publicado en la revista “Cosmopolitan”. “No estaba demasiado
bien elaborado”, recuerda, “pero los personajes eran buenos”. Los productores con los que contactó se
quejaron de que la gente ya no quería ver westerns, “claro que es un western,
les contesté, pero con personajes interesantes, ¿Qué importa que la historia
transcurra en el Oeste o en cualquier otro lugar?”. Ford llevó el proyecto a
RKO, donde ni tan siquiera el poderoso Joseph H. Kennedy consiguió convencer a
sus jefes de producción de que aceptasen el proyecto. Walter Wanger, que le
debía una película a la United Artist,
se dejó persuadir finalmente. Wanger deseaba que los personajes principales
fuesen interpretados por Gary Cooper y Marlene Dietrich, pero Ford insistió en
que el reparto no debía ser costoso y contrató a John Wayne (cuya carrera no
había despegado todavía y que se dedicaba a rodar westerns en solo cinco días), y a Claire Trevor una
actriz de segunda fila. Ford los rodeó de magníficos secundarios: Thomas
Mitchell, Berton Churchill, Donald Meek, George Bancroft, Andy Devine y el
cadavérico John Carradine. Los dos últimos y, naturalmente, Wayne pasarían a
formar parte de lo que se llamó “la compañía estable fordiana”. Y fue Ford, y
nadie más que Ford (que no era precisamente un intelectual) el que indicó el
leve parecido entre el guion y el relato de Maupassant “Bola de sebo”.
Algunos
críticos de la época demostraron una notable intuición, cuando la describieron
como un “Gran Hotel” sobre ruedas. La esencia de la historia es la
interrelación entre un grupo de personas en una situación de tensión y peligro
durante un viaje en diligencia. La estructura de la película puede calificarse
de formalista. Se divide claramente en ocho episodios equilibrados de manera
cuidadosa, de los cuales el central y más largo lo constituye la secuencia de
unos 24 minutos en la parada de Apache Wells, con el nacimiento del niño de la
señora Mallory; y el climax está constituido por los seis minutos que dura el
ataque indio. La secuencia explicativa inicial, situada en la ciudad de Tonto,
dura doce minutos que Ford aprovecha para presentar en profundidad a todas y
cada una de sus criaturas.
Estos
también están perfectamente equilibrados: de un lado tenemos las personas “respetables” – Hatfield (John
Carradine), Gatewwod (Berton Churchill) y la señora Mallory (Louise Platt).
Pero las apariencias y los buenos modales engañan, Hatfield es un tahúr y
Gatewood un estafador. En el otro lado las “no respetables” - Ringo Kid (John Wayne), Doc Boone (Thomas
Mitchell), Dallas Buck (Claire Trevor) y Curly (George Bancroft). Lástima que Ford caiga en el tópico fácil de
que los de mala vida en realidad tengan un corazón de oro, lo que conducirá
invariablemente a que no resulte difícil adivinar a quienes se van a cargar los
indios y a quienes no. Los conductores
de la diligencia no pertenecen ni a uno ni a otro, y representan une especie de
coro griego – perdón por la impudicia, Ford evidentemente no es Esquilo,
Sófocles o Eurípides – que puntúa el debate moral desarrollado en el interior
del vehículo. El vendedor ambulante (Andy Devine) es un personaje aparte, el encargado
de enunciar la sencilla moraleja: “tengamos un poco de caridad cristiana los
unos con los otros”.
“La
diligencia” es una película única por la fuerza épica de sus paisajes y
acciones como de sus emociones humanas. Al mismo tiempo fijó para siempre el
estilo propio del western clásico, no del psicológico que aún tardaría unos
años. Ford utilizó por primera vez la impresionante fotogenia del Monument
Valley, aunque fuese en blanco y negro. “La diligencia” es un muy disfrutable
film, pero ni mucho menos una obra maestra. Orson Welles confesó haberla visto
40 veces antes de rodar “Ciudadano Kane”. Debió ser una boutade o una mentira
(a las dos posibilidades fue siempre muy adicto mr. Welles). “La diligencia” se
parece a “Ciudadano Kane” como un huevo a una castaña. Y la opera prima de
Welles sí que es una obra maestra imperecedera y precoz, que cambió para
siempre el lenguaje cinematográfico codificado por Griffith. Nada menos
revolucionario en ese aspecto que “La diligencia”.
Este
texto en sus párrafos en cursiva ha consultado los libros sobre John Ford de
Peter Bogdanovich y de Jean Mitry.
Luis Betrán
Escrito
tras no sé cuántos visionados de “La diligencia”. El último ayer mismo.
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