miércoles, 14 de mayo de 2014

DOSSIER MELODRAMA CLÁSICO (I)

EL MELODRAMA  DE HOLLYWOOD


Cuando se habla del western, todo el mundo sabe a que atenerse. El último espectador identificaría fácilmente un film del oeste, y no solo por la factura externa de la peripecia – paisajes, casas, ciudades – sino porque la historia se desarrolla con arreglo a unas pautas largamente conocidas por el público. Cuando se trata de un drama policíaco, existen unos denominadores comunes a cualquier subdivisión del género que los aglutinan en una personalidad única. Y si se trata del musical o del cine de “romanos” – desde el “peplum” a “Espartaco”- se podría decir otro tanto. Pero si se trata del melodrama el problema es mucho más complejo, porque el melodrama es un género pero tambien una determinada posición que da prioridad al universo sentimental sobre cualquier otra consideración, de tal forma que puede invadir el western, el policíaco, el musical y el cine histórico. En tanto que género, carece de escenografía propia y vive de prestado de los restantes géneros; pero esta prestación es sumamente interesada  ya que desnaturaliza el original del western, del policíaco o del musical. El melodrama vive agazapado tras seres e historias que pudieron haber sido presentados o desarrollados de forma distinta, sin asomo de cualquier cariz melodramático.


El predominio del sentimiento sobre la razón, de la razón individual sobre la colectiva, encierra casi siempre una magnificación del sufrimiento que, desde que el mundo es mundo, apasiona el lado masoquista del espectador. Cierto que el melodrama es esto y algo más: la propia inmensidad de su campo de acción que invade cualquier otro género conocido e inunda prácticamente al cine como espectáculo, le hace  perder unas características e ir ganando otras al contacto de las nuevas bases en que va a desarrollarse. Así un melodrama sudista será igual a un melodrama familiar, y no será lo mismo “Serenata nostálgica” (Penny serenade, George Stevens 1941) que un film de Bette Davis. Al melodrama le ocurre como a su antitético cine cómico. Carecen de escenografías propias y su presencia se debe a la acentuación de algunos aspectos de la historia haciendo abstracción de otros  que podrían restar intensidad a aquellos. Así pues el melodrama carece de un aspecto totalizador y al contrario su buen éxito dependerá de que la abstracción de elementos sobrantes sea lo suficientemente amplia como para que resalten los de contenido sentimental, que precisamente a piori pueden ser tomados como los más débiles del argumento. No en balde la presencia de elementos melodramáticos en historias que voluntariamente intensifican matices de las mismas alejados del melo han sido siempre considerados defectos de la obra resultante.


El melodrama de fuerte raíz romántica caló pronto en el cine americano siendo, tras el cine cómico, el género más importante en el periodo silente: hacer reír primero y luego hacer llorar. Esta interpretación podría ser muy primaria, pero lo cierto es que dirigido el cine a un público en gran parte analfabeto y casi siempre inculto, Hollywood, que jamás se planteó  el hacer films para la educación de nadie, comprendió que tenía ante si a millones de potenciales espectadores cuyos gustos  estéticos pasaban por el folletón antes que por cualquier otra fórmula literaria. Hechas al estilo de Sue o Montepin, los europeos, y a la nada previa los estadounidenses, se supo ver el filón y se explotó a fondo. Todo film mudo, incluso de aventuras o cualquier otro género salvo el cómico, (y aún no siempre, las películas de Chaplin fueron invariablemente extraordinarios melodramas) se vio teñido de ese color melodramático que constituyó una patente de corso en una fábrica de sueños todavía muda. 


Pero el melo encajó perfectamente con la filmografía que el cine impartía. El sentido individualista de esas narraciones cuadraba con la adoración por el esfuerzo personal tan propia del cine yanqui; además ya queda señalado que el melo no presupone ruptura con otros géneros, en muchos casos él mismo no es un género singularizado sino una forma de contar las historias trayendo a primer plano todo lado sentimental por muy subyacente que estuviere. Con tal plasticidad el melodrama tuvo la misma ideología que tenían los géneros con los que convivía, y con la particularidad que al salir a flote el elemento sentimental adquirían una sinceridad derivada de la exageración del conjunto de ideas, hábitos y tabúes que conformaban la médula ideológica del cine americano. El melodrama se ha desnudado hasta los huesos, dejando ver todo el sustrato de ideas que caracterizaban a los seres que se debatían entre el amor y el dolor. El melodrama carece como género – las pocas veces que se presenta químicamente puro – de la astucia del relator de historias. Son narraciones donde poco o nada se deja en la manga y donde el autor olvida muchas veces el principio salvador de la ambigüedad para dejarse arrastrar  por la energía fatal de su historia. La contención sienta tan mal al melodrama  como el luto bien a Electra. Porque la belleza última del melo está, no en el análisis, sino en la capacidad de arrastre que impongan los personajes para oscurecer la vista del espectador y hacerle estar durante dos horas en el ojo del huracán de una tempestad cuyos vientos son los sentimientos absolutos. De ahí que cuando algún director, por un incomprensible pudor, ha ocultado deliberadamente los puntos folletinescos de una obra que de por si los llevaba a raudales, no solamente no ha conseguido un film importante para una supuesta “qualité” sino que no ha hecho más que un melodrama sordo y definitivamente frustrado.

Luis Betrán

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