En el pasado Festival de Huesca de 2009, y en la rueda de prensa de Basilio Martín Patino, tenía en la silla delante de la mía a un señor que me pareció conocer. En efecto, al terminar el acto nos saludamos y resultó ser uno de los críticos de una revista cinematográfica desaparecida hace más de 30 años.
Pegamos la hebra, como se dice, y me informó que actualmente era el director de otra publicación de jaez idéntico, solo que vía Internet. Y con tan fausto motivo me solicitó le enviase algún texto mío.
Antes de proseguir con esta edificante historieta, quiero precisar que no voy a mencionar nombre alguno dado que mi relación con él ha sido en todo momento cordial.
Al hilo de lo acordado yo le mandé un e-mail adjúntándole la crítica que había hecho de la película siguiente:
Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951) de Alfred Hitchcock
Paga el diablo, desde un título de película hasta un aforismo moral: Bruno es más astuto que sir Alfred y pondrá al único espectador de su historia al borde del abismo; o decir del abismo supone otro incordio moral. Le sitúa al borde de los deseos satisfechos. Bruno, como buen diablo, es lúdico pero no tanto como el Lubitsch (1) y sabe como extender los meridianos y paralelos que clasifican el cerebro de su víctima.
Farley Granger -¡con permiso de Samuel Goldwyn!– oye todos los cantos provocativos del mundo, pero a diferencia de Ulises no se ata al palo mayor de la nave, sino que se sienta en el vagón restaurante donde oirá secretamente complacido los últimos detalles de la operación comercial.
Ruth Roman no es un premio tan apetecible como Kim Novak o Grace Kelly pero aparece rodeada por el halo santificador de la fortuna.
Literariamente resulta excesivo a cambio del alma de Samuel Goldwyn (2), pero el gran Bruno, Robert Walker, tenía el defecto de la caballerosidad y la honradez en un mundo poblado por el traidor Granger -la condesa Serpieri lo atestiguará tres años más tarde (3)- y la mediocre Ruth Roman. De ellos no podía esperar otra cosa que el arrepentimiento impío de sus ambiciones.
Las garitas de feria y los pianos de vapor acompañarán irónicamente los últimos momentos de aquél que quiso cobrar la factura de la perversidad no asumida. Buen negocio para el héroe porque cuando el organillo de vapor -que acompañó siempre al hombre en las tinieblas- cese sus sones, el diablo habrá pagado para siempre. Se anunciará en tercer lugar del reparto y poca gente lo recordará. Hitchcock lo resucitará sucesivamente en otros films de forma siempre distinta,pero el diablo de Extraños en un tren jamás volverá. Robert Walker aprendió su papel y su suicidio final, ya lejos de Perla Chávez y de miss Judy Garland (4), pudo proyectar una sombra inmortal sobre tres mil metros de celuloide que proporcionaron inquietud entre aquellos que acertaron a adivinar que la propuesta de Bruno estaba tan lejos de una hermosa utopía y tan cerca como los sueños del corazón.
Habrá quedado claro hasta aquí que el protagonista de Extraños en un tren no es otro que el mismísimo diablo. El paso del tiempo, no obstante, no ha sido generoso con esta buena película de Hitchcock. Aunque en ella se den cita secuencias tan excelentes como el partido de tenis en el que todos los espectadores siguen el recorrido de la bola, excepto Bruno que mira fijamente a la cámara. O el tiovivo desbocado que precipita el desenlace, o el asesinato de la novia no deseada por Granger. Y es que Hitchcock siempre fue un buen chico cuyo principal objetivo era la taquilla. Y para eso hacía falta un "happy end".
Años más tarde de ver la película más de una vez, leí el libro original de la magnífica Patricia Highsmith en se que se basaba el film (de hecho su primera novela, Ripley, aún aguardaría unos años su turno). Y, ¡caramba!, Hollywood ha traicionado y desvirtuado muchas buenas novelas (y ha mejorado otras mediocres, sin ir más lejos Lo que el viento se llevó), pero cambiar no solo el final sino la propia idiosincrasia de los personajes no me parece en este caso de recibo. Al grano: en Highsmith el individuo que interpreta (es un decir) Farley Granger no traiciona a Bruno sino que cumple moralmente con el pacto gestado en el tren (intercambio de asesinatos. Luego no hay un diablo sino dos y la moral se va al carajo.
Conlusión: como casi siempre en Hitchcock su supuesta perversidad era pura imaginación de su legión incondicional de admiradores. De esos que todavía le consideran el "maestro supremo" de la historia del cine (?????). A día de hoy Extraños en un tren es un buen entretenimiento que a nadie inquieta y que ha quedado más obsoleto que los musicales de la Fox, con o sin Carmen Miranda. Los demonios de don Alfredo fueron en realidad simples aprendices de brujos.
Notas
(1) Alusión a la maravillosa comedia de Lubitsch El diablo dijo no (Heaven can Wait, 1943).
(2) Samuel Goldwyn fue quién apadrinó, y de qué manera, la carrera de un actor de tan escaso fuste como Farley Granger (nada que ver con el otro Granger, el de Scaramouche, please)
(3) Farley Granger interpretó al repulsivo Franz Mahler de Senso (1954), la obra maestra de Visconti cuya única mácula era la interpretación de este "actor". De hecho Visconti quería a Marlon Brando para el rol, pero se tuvo que conformar con tan lastimoso sucedáneo.
(4) Robert Walker fue el primer marido de la insufrible Jennifer Jones (Perla Chávez en Duelo al sol), y formó una excelente pareja con Judy Garland en El reloj (The Clock, 1945) notable y modesto melodrama del exuberante Vincente Minnelli, casado con Garland en aquellos años.
A los pocos días recibo una larga respuesta de la que subrayo los aspectos más interesantes.
Hola Luis:
Recibida tu aportación. Sobre ella quiero decir algo. Es lógico que no todos coincidamos en el valor de unas determinadas películas. Por ejemplo hay una de nuestras redactoras emocionada con la serie de Crepúsculo, que a muchos nos parece un horror. Eso explica el sentir de uno y otros. Eso si, hay directores y películas donde el consenso es general. Pienso en Calle Mayor, Centauros del desierto, El apartamento, Sed de mal, Eduardo Manostijeras, Gran Torino... Lo cuál me lleva a incidir en la crítica que acabas de enviar y con la cuál la revista no está de acuerdo. No creemos que deba bajo ningún concepto aparecer una replica a ella. Creo que sabes a cuál me refiero.
Hitch creemos que es uno de los mejores narradores que ha tenido el cine junto a Ford. Digo uno de los mejores. Hay bastantes más. ¿Qué ha hecho películas flojas? Por supuesto, como todos. No creemos en esa tontería, mal entendida del espíritu cahierista, de la política de autor. Todos pueden hacer grandes y malas películas, aunque lógicamente existan directores, en general, excelentes y otros mediocres (aunque nos puedan dar en un momento una buena película).
Pero no es el caso de Extraños en un tren. Me asombra lo que dices de ella. Incluso que la compares con la novela de P.H. Uno, como sabes, puede coger una novela o una obra de teatro y adaptarla a su mundo, tomar la trama principal (dos casos uno de un director, Welles sobre las obras de Shakespeare, otro Bardem "adaptando" en Calle Mayor La señorita de Trévelez de Arniches).
P.H. y A.H. son distintos en sus planteamientos. A.H. no hace un cine amoral, lo que si son las novelas de P. H que admiro. Y, efectivamente, Extraños en un tren no es la novela de P.H., es una película de A.H. basada en P.H., como Los pájaros se basa en un relato de D. Maurier, sin que tenga nada que ver la peli con el texto.
Hay que ser muy consecuentes con lo que se ponga y que este en la línea de la revista. Extraños en un tren estaría fuera del pensamiento general de nuestra revista. No nos gustan otras cosas de Hitch o discutiremos algunas más (desde La posada de Jaimaca hasta Pero ¿Quién mató a Harry?... ) pero desde luego por lo que respecta a Extraños..., para nosotros es de las obras grandes de uno de los más grandes cineastas.
Me cuesta decirte eso, pero esa crítica o reflexión sobre Extraños en un tren no podemos publicarla... en cuanto traiciona el sentido general de la revista e, insisto, no poder dar lugar a una (porque no viene al caso) contrarréplica.
Agradecemos tu interés por colaborar con nosotros, pero por el momento es imposible.
Un abrazo
Naturalmente me quedo de piedra y preocupado. Yo creía, ingenuamente, que las censuras (todas) habían desaparecido con nuestra discutible democracia. Pero no. Igual que no se admiten injurias al Rey, tampoco se puede discutir a Hitchcock (Hitch para los amigos). ¡¡Cáspita!!, si ocasionalmente en este país se polemiza sobre la existencia de Dios, no vale para sir Alfred dado que según algunos es mucho más que Dios (en esto del cine, obvio). El espíritu de Torquemada planea sobre la cinefilia como en los mejores tiempos de Film Ideal o en todos los de Cahiers du cinéma, a pesar de que mi educado interlocutor no comulga con la "politique des auteurs". No entiendo nada pero lo comprendo todo.
La celebérrima frase de El Gatopardo -para que todo siga igual es preciso antes que todo cambie- explica el enredo bufo de esta descacharrante "polémica". En lo que a mí y a Vergerus se refiere, me acojo a una de las proclamas de Mayo del 68: PROHIBIDO PROHIBIR.
Pegamos la hebra, como se dice, y me informó que actualmente era el director de otra publicación de jaez idéntico, solo que vía Internet. Y con tan fausto motivo me solicitó le enviase algún texto mío.
Antes de proseguir con esta edificante historieta, quiero precisar que no voy a mencionar nombre alguno dado que mi relación con él ha sido en todo momento cordial.
Al hilo de lo acordado yo le mandé un e-mail adjúntándole la crítica que había hecho de la película siguiente:
Extraños en un tren (Strangers on a train, 1951) de Alfred Hitchcock
Paga el diablo, desde un título de película hasta un aforismo moral: Bruno es más astuto que sir Alfred y pondrá al único espectador de su historia al borde del abismo; o decir del abismo supone otro incordio moral. Le sitúa al borde de los deseos satisfechos. Bruno, como buen diablo, es lúdico pero no tanto como el Lubitsch (1) y sabe como extender los meridianos y paralelos que clasifican el cerebro de su víctima.
Farley Granger -¡con permiso de Samuel Goldwyn!– oye todos los cantos provocativos del mundo, pero a diferencia de Ulises no se ata al palo mayor de la nave, sino que se sienta en el vagón restaurante donde oirá secretamente complacido los últimos detalles de la operación comercial.
Ruth Roman no es un premio tan apetecible como Kim Novak o Grace Kelly pero aparece rodeada por el halo santificador de la fortuna.
Literariamente resulta excesivo a cambio del alma de Samuel Goldwyn (2), pero el gran Bruno, Robert Walker, tenía el defecto de la caballerosidad y la honradez en un mundo poblado por el traidor Granger -la condesa Serpieri lo atestiguará tres años más tarde (3)- y la mediocre Ruth Roman. De ellos no podía esperar otra cosa que el arrepentimiento impío de sus ambiciones.
Las garitas de feria y los pianos de vapor acompañarán irónicamente los últimos momentos de aquél que quiso cobrar la factura de la perversidad no asumida. Buen negocio para el héroe porque cuando el organillo de vapor -que acompañó siempre al hombre en las tinieblas- cese sus sones, el diablo habrá pagado para siempre. Se anunciará en tercer lugar del reparto y poca gente lo recordará. Hitchcock lo resucitará sucesivamente en otros films de forma siempre distinta,pero el diablo de Extraños en un tren jamás volverá. Robert Walker aprendió su papel y su suicidio final, ya lejos de Perla Chávez y de miss Judy Garland (4), pudo proyectar una sombra inmortal sobre tres mil metros de celuloide que proporcionaron inquietud entre aquellos que acertaron a adivinar que la propuesta de Bruno estaba tan lejos de una hermosa utopía y tan cerca como los sueños del corazón.
Habrá quedado claro hasta aquí que el protagonista de Extraños en un tren no es otro que el mismísimo diablo. El paso del tiempo, no obstante, no ha sido generoso con esta buena película de Hitchcock. Aunque en ella se den cita secuencias tan excelentes como el partido de tenis en el que todos los espectadores siguen el recorrido de la bola, excepto Bruno que mira fijamente a la cámara. O el tiovivo desbocado que precipita el desenlace, o el asesinato de la novia no deseada por Granger. Y es que Hitchcock siempre fue un buen chico cuyo principal objetivo era la taquilla. Y para eso hacía falta un "happy end".
Años más tarde de ver la película más de una vez, leí el libro original de la magnífica Patricia Highsmith en se que se basaba el film (de hecho su primera novela, Ripley, aún aguardaría unos años su turno). Y, ¡caramba!, Hollywood ha traicionado y desvirtuado muchas buenas novelas (y ha mejorado otras mediocres, sin ir más lejos Lo que el viento se llevó), pero cambiar no solo el final sino la propia idiosincrasia de los personajes no me parece en este caso de recibo. Al grano: en Highsmith el individuo que interpreta (es un decir) Farley Granger no traiciona a Bruno sino que cumple moralmente con el pacto gestado en el tren (intercambio de asesinatos. Luego no hay un diablo sino dos y la moral se va al carajo.
Conlusión: como casi siempre en Hitchcock su supuesta perversidad era pura imaginación de su legión incondicional de admiradores. De esos que todavía le consideran el "maestro supremo" de la historia del cine (?????). A día de hoy Extraños en un tren es un buen entretenimiento que a nadie inquieta y que ha quedado más obsoleto que los musicales de la Fox, con o sin Carmen Miranda. Los demonios de don Alfredo fueron en realidad simples aprendices de brujos.
Notas
(1) Alusión a la maravillosa comedia de Lubitsch El diablo dijo no (Heaven can Wait, 1943).
(2) Samuel Goldwyn fue quién apadrinó, y de qué manera, la carrera de un actor de tan escaso fuste como Farley Granger (nada que ver con el otro Granger, el de Scaramouche, please)
(3) Farley Granger interpretó al repulsivo Franz Mahler de Senso (1954), la obra maestra de Visconti cuya única mácula era la interpretación de este "actor". De hecho Visconti quería a Marlon Brando para el rol, pero se tuvo que conformar con tan lastimoso sucedáneo.
(4) Robert Walker fue el primer marido de la insufrible Jennifer Jones (Perla Chávez en Duelo al sol), y formó una excelente pareja con Judy Garland en El reloj (The Clock, 1945) notable y modesto melodrama del exuberante Vincente Minnelli, casado con Garland en aquellos años.
A los pocos días recibo una larga respuesta de la que subrayo los aspectos más interesantes.
Hola Luis:
Recibida tu aportación. Sobre ella quiero decir algo. Es lógico que no todos coincidamos en el valor de unas determinadas películas. Por ejemplo hay una de nuestras redactoras emocionada con la serie de Crepúsculo, que a muchos nos parece un horror. Eso explica el sentir de uno y otros. Eso si, hay directores y películas donde el consenso es general. Pienso en Calle Mayor, Centauros del desierto, El apartamento, Sed de mal, Eduardo Manostijeras, Gran Torino... Lo cuál me lleva a incidir en la crítica que acabas de enviar y con la cuál la revista no está de acuerdo. No creemos que deba bajo ningún concepto aparecer una replica a ella. Creo que sabes a cuál me refiero.
Hitch creemos que es uno de los mejores narradores que ha tenido el cine junto a Ford. Digo uno de los mejores. Hay bastantes más. ¿Qué ha hecho películas flojas? Por supuesto, como todos. No creemos en esa tontería, mal entendida del espíritu cahierista, de la política de autor. Todos pueden hacer grandes y malas películas, aunque lógicamente existan directores, en general, excelentes y otros mediocres (aunque nos puedan dar en un momento una buena película).
Pero no es el caso de Extraños en un tren. Me asombra lo que dices de ella. Incluso que la compares con la novela de P.H. Uno, como sabes, puede coger una novela o una obra de teatro y adaptarla a su mundo, tomar la trama principal (dos casos uno de un director, Welles sobre las obras de Shakespeare, otro Bardem "adaptando" en Calle Mayor La señorita de Trévelez de Arniches).
P.H. y A.H. son distintos en sus planteamientos. A.H. no hace un cine amoral, lo que si son las novelas de P. H que admiro. Y, efectivamente, Extraños en un tren no es la novela de P.H., es una película de A.H. basada en P.H., como Los pájaros se basa en un relato de D. Maurier, sin que tenga nada que ver la peli con el texto.
Hay que ser muy consecuentes con lo que se ponga y que este en la línea de la revista. Extraños en un tren estaría fuera del pensamiento general de nuestra revista. No nos gustan otras cosas de Hitch o discutiremos algunas más (desde La posada de Jaimaca hasta Pero ¿Quién mató a Harry?... ) pero desde luego por lo que respecta a Extraños..., para nosotros es de las obras grandes de uno de los más grandes cineastas.
Me cuesta decirte eso, pero esa crítica o reflexión sobre Extraños en un tren no podemos publicarla... en cuanto traiciona el sentido general de la revista e, insisto, no poder dar lugar a una (porque no viene al caso) contrarréplica.
Agradecemos tu interés por colaborar con nosotros, pero por el momento es imposible.
Un abrazo
Naturalmente me quedo de piedra y preocupado. Yo creía, ingenuamente, que las censuras (todas) habían desaparecido con nuestra discutible democracia. Pero no. Igual que no se admiten injurias al Rey, tampoco se puede discutir a Hitchcock (Hitch para los amigos). ¡¡Cáspita!!, si ocasionalmente en este país se polemiza sobre la existencia de Dios, no vale para sir Alfred dado que según algunos es mucho más que Dios (en esto del cine, obvio). El espíritu de Torquemada planea sobre la cinefilia como en los mejores tiempos de Film Ideal o en todos los de Cahiers du cinéma, a pesar de que mi educado interlocutor no comulga con la "politique des auteurs". No entiendo nada pero lo comprendo todo.
La celebérrima frase de El Gatopardo -para que todo siga igual es preciso antes que todo cambie- explica el enredo bufo de esta descacharrante "polémica". En lo que a mí y a Vergerus se refiere, me acojo a una de las proclamas de Mayo del 68: PROHIBIDO PROHIBIR.
Vamos, que eres algo así como un terrorista cultural.
ResponderEliminarComo le pasó a aquel crítico literario que en las páginas de un diario del grupo ese tan importante que todos sabemos, le dio por poner a caldo una novela publicada por una editorial del grupo.
Hasta ahí podía llegar el buen hombre. Eso le dijeron, que era un terrorista de la cultura.
Y es que eso de los multimedia... tocando tantos pitos...