miércoles, 23 de diciembre de 2009

Lo mejor de 2009 III. Más de la Filmoteca

La Filmoteca también programó ciclos a Henry Hathaway (no conozco una sola peli de este señor que me parezca excelente), Agnes Varda y Jacques Demy, cine francés, cine italiano, el inevitable a Buñuel... En fin, un variado panorama el que ofreció en 2009 nada desdeñable. Quizá, por tratarse de un cineasta bastante olvidado y cuestionado, termino estos dos capítulos dedicados a la Filmo con una semblanza del autor de Los paraguas de Cherburgo.


Jacques Demy. El humilde cantor de Nantes

La nouvelle vague –que si de algo no carecía era de una peculiar autoestima histórica– tenía, o creía tener, su Baudelaire o su Rimbaud (¡¡qué valor!!). Le faltaba un Perrault y en ello vino a parar Jacques Demy, a quien en razón de su rol siempre se juzgó con benevolencia. Quédense los duros análisis para los cuestionadores de mundanas filmografías, pero aplíquese al Flautista de Hamelin una crítica acorde a la intención de su prédica. Y sin embargo, este sentimental cuentista descendía de un mundo de adultos bien amado por la inteligencia de no demasiado tiempo atrás. Imposible pensar que Demy no naciera en alguna "petite ville" de las cantadas por René Clair y otros maestros de la bonhomía, o que su caldo de cultivo no fuera otro que el Ricard bebido por algún Raymond Bussieres sobre el mostrador metálico de alguna taberna, eje de la vida social en films de Le Chanois o Boyer.

Jacques Demy desarrolló en tiempo hábil de hora y media, las historias de amor entre parejitas provincianas que ponían una nota tan poética como secundaria en los films "sobre la provincia" que pródigamente se hicieron en Francia "aprés la guerre". Una inabarcable Marsella puebla las maravillosas películas de Marcel Pagnol (1), habitada por inimitables seres humanos que no encontraron relevo. Pero queda dicho que trás las historias "des grands paysans", el genial Raimu de la trilogía o del panadero –aquí citado sin su mujer-, había una juvenil pareja que era el contrapunto de los héroes pueblerinos. No tuvo mayor importancia que la de oir y ver como se acababa en ellos de cumplir todas las admoniciones que sus mayores querían proponer. Demy continuó en la provincia –abandonando eso si cualquier asomo rural- porque la nouvelle vague era muy urbana y aún muy parisina, y como cualquier político desconocía el mundo de las lechugas por lo que la juvenil pareja alcanzó el rango de protagonista. No variaron demasiado los puntos de mira que hacían de la Angéle (2) de Pagnol un sueño sobre una inalcanzada Madame Bovary –otra insigne provinciana– porque las damas equivalentes que habitaron Nantes, Cherburgo o Rochefort soñaban las mismas cosas, y Demy, tutor supremo, no revolucionaba semejantes personajes, por otra parte casi tan eternos como el recuerdo merovingio.

Así las cosas, nuestro hombre, frente a Godard, Rivette, Truffaut o Chabrol, representaba una nota exótica, aceptada por cursi y sentimental, pero a quién la palabra de la "crítica de la razón pura" (Kant) podría angostar su talento. Jacques Demy colocó junto al nihilismo de Poiccard (3) las grandes esperanzas de Lola (4), la que recurría a las oraciones a Dios y al Diablo para alcanzar metas personales bien distintas a los habituales protagonistas de las películas de la nouvelle vague.

A un mundo heredado filmicamente, Demy aplicó su vocación de estilista centroeuropeo como demostraba a las claras la dedicatoria de Lola, y, sobre todo, la voluntad de tejer y destejer las vidas de sus criaturas alrededor de un tronco común, en un calidoscopio vital sostenido por el alma mater de la trama: Nantes y su puerto, un poco a la manera de como Demy suponía que trabajaba Max Ophüls, el homenajeado. Lola era una caravana de hombres que iba y venía hasta y desde una única mujer, cumbre y resumen del universo femenino, compuesta como la Santísima Trinidad, por tres personas que la representaban en tres épocas distintas pero que no eran sino la triple versión de una sola, o por mejor decir de una idea sobre la mujer. Como Lola, versión del director, era la historia de una desbandada hacia todos los puntos del planeta; unos años después náufragos de Nantes recalarían en Cherburgo, Rochefort y hasta en USA (Model Shop). Unos porque el propio personaje físicamente –como el de Marc Michel– regresaban de ganar fortuna, otros porque teniendo como origen la idea que había materializado la ficción de Lola como resumen de varios personajes que se podían trasplantar, vía emigración, a otro lugar. Y es que Jacques Demy podía decir con toda la razón que adonde fuese Lola él iba con ella. Y en una edad o en otra, bien en su corporeidad real o como trasunto simbólico, alguna Lola aparecía siempre en su obra.

No falta en Los paraguas de Cherburgo, donde los personajes femeninos siguen los del film de Nantes con conmovedora fidelidad. Este "musical" supuso la apoteosis de la esencia de Demy, su mundo se potenció a si mismo, se decantó hacia la sencillez de la historia. O sea, que descendió de los barroquismos de Lola pero se cerró en si mismo y su microcosmos sentimental se elevó a lo absoluto. Tras los amores encontrados y perdidos tan alternativamente como se quiera, Demy, como feriante del cuento, trasladó su troupe a USA (5) casi con las mismas miras con las que Tarzán iba a Nueva York cuando intuía que la selva le quedaba pequeña. Su historia en América fue más triste, más cansada, y Demy parecía haber perdido la brújula que señalaba los viejos "bistrots" franceses o los bailes del 18 de julio. En la tierra de los drive-in o de los hot-dogs Lola vivió un periplo ni triste ni alegre, algo desencantada y como a la defensiva. De hecho parecía tocada del ala y el poder de la resurrección estaba reservado (con paupérrimos resultados, todo hay que decirlo) a su colega Antoine Doinel, nuevo Lázaro del cine francés. Retornando a Europa, con su emblemático personaje gastado, y él mismo sin hálito para contar nuevas historias y ni siquiera la misma. Demy entonces se refugiaría en su última vocación: la de ser literalmente Flautista de Hamelin (The Pied Piper, 1971) y Piel de asno (Peau d’âne, 1970). Infumables ambas.

Aunque parezca mentira después de esta ominosa decadencia, restaba lo mejor de su obra. Antes de su prematura muerte en 1990 y con tan solo 59 años, el hombre de Nantes se iba a reencontrar consigo mismo pero en otros escenarios y con otras historias. Une chambre en ville (1982), sin Lolas por medio, y sí con huelgas y enfrentamientos entre proletarios y gendarmes represores, iba a ser su mejor película. Su "obra maestra cantada". Una magnífica cinta que por sí sola valía lo que todas las Lolas, paraguas, shops y demoiselles juntas. Asombroso. Es denigrante que esta maravilla, a la que siguió un buen divertimento también cantado en complicidad con Ives Montand (Trois places pour le 26, 1988), permanezca olvidada, y cuando se mencione a Demy (cosa poco probable en nuestros días) sea siempre a propósito de los dichosos paraguas (que, a mi, bien que me gustaron).

Su esposa, la siempre enamorada e inteligente Agnés Varda, le dedicó un hermoso epitafio titulado Jacquot de Nantes. Y es que, sin menospreciar "lolas ni paraguas", Demy bien lo merecía por Une chambre en ville y por la insólita –en su universo– y aún más preterida La bahía de los Ángeles (6). Bien vendría un retorno a Nantes, la ciudad lluviosa como cantaba la extraordinaria Barbara (7).


Notas

(1) Marcel Pagnol (1895-1974). Dramaturgo y cineasta marsellés. En tanto que director cinematográfico, que es lo que aquí nos interesa, cabe calificar su obra de magistral. Sin duda uno de los cinco realizadores MAYORES de la historia del cine francés. Hoy es objeto de veneración en su país, pero también en las aficiones de los cinéfilos norteamericanos, por ejemplo. No es para menos. Su trilogía marsellesa compuesta por Marius, Fanny y Cesar es un monumento, acaso igualado pero no superado, en la historia del cine galo. Pero es que el resto de su obra contiene films como Tartarin de Tarascon, Angèle, Topaze, Le schpountz, Merlusse, La fille du puisatier, Manon des sources, Ugolin, La femme du boulanger... de una calidad deslumbrante. En España no pasa de ser un ilustre desconocido, por lo que sería hora de que las filmotecas o lugares alternativos de proyección de películas se ocuparan de este gigante. Confieso que mi devoción por Pagnol es cosa de menos de diez años, cuando conseguí adquirir en Toulouse varios DVD con sus películas. Desde entonces mi admiración no ha hecho más que crecer. Y sé perfectamente que no sólo la mía. Su caso es parecido al de otro autor teatral y cinematográfico de Francia: el magnífico Sacha Guitry. Pero éste se conoce algo mejor en nuestro país (no estoy muy seguro), y, a pesar de sus excelencias, no alcanza la suprema categoría de Pagnol.

(2) Película de Pagnol. Raimu: fabuloso comediante y actor preferido del director marsellés.

(3) Michel Poiccard nombre del protagonista encarnado por Belmondo en A bout de soufflé (1959) primer film de Godard como es sabido.

(4) Lola (1960) primera y excelente película de Jacques Demy.

(5) Referencia a Model Shop (1969) fallida revisitación de Lola en EEUU. Ambas protagonizadas por la actriz Anouk Aimée.

(6) La baie des anges (1962), segundo largometraje de Demy en un registro radicalmente distinto a Lola. Protagonizada por la siempre fascinante Jeannne Moreau, se trataba de un drama seco y cortante sobre el descenso a los infiernos de los jugadores de casinos. No obstante, nada que ver con Dostoievsky. Es una sobresaliente y aislada película en su filmografía.

(7) Una de las más exquisitas representantes del fascinante universo de la "chanson". Es decir, Piaf, Brassens, Brel, Ferré, Greco, Trenet, Patachou, Bécaud, Ferrat, Aznavour... Una de sus más bellas canciones se titula justamente Nantes y comienza con la frase "Il pleut sur Nantes".

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