miércoles, 29 de abril de 2015

DOSSIER CINE Y LA GRAN GUERRA (1914-1918)



EL CINE Y LA I GUERRA MUNDIAL (V)
 

Con este texto finaliza el dosier Cine y Primera Guerra Mundial. Aunque he citado varias películas como las, para mí, indiscutibles obras maestras, he optado por un estudio de la que acaso es la más conocida. Es obvio que se hicieron más de las señaladas, pero la llegada de la II Guerra Mundial propició, como era de esperar, que la Gran Guerra de 1914 a 1918 fuese, poco a poco, olvidada por el cine. Con esporádicas resurrecciones que llegan hasta 2014 en el bellísimo poema audiovisual del anciano Ermano Olmi titulado “Tornarenno i prati” (Volveremos a los prados).

SENDEROS DE GLORIA (PATHS OF GLORY 1957 ,STANLEY KUBRICK)


“Senderos de gloria” tardó en estrenarse no pocos años en nuestro país. No fue el único en el que esta revulsiva película ha sido considerada como peligrosa (Francia, directamente aludida en el film), pero si el último de Occidente en acceder a la contemplación de tan nocivo producto. “Paths of glory” fue una de las películas más prohibidas, lo que, de entrada, nos la hace sumamente atractiva. Suele suceder que estos films que los censores convierten en “casus belli”, acaban por beneficiarse de la represión de los inquisidores y cuando, al fin, se les levanta la veda se convierten en pasto codiciado por públicos ávidos de sensaciones fuertes o de catar, aunque sea tarde, el dulce sabor de lo proscrito. No es éste el caso de “Senderos de gloria”, película definitivamente ubicada fuera de su tiempo y huérfana de cualquier éxito popular. El tiempo ha actuado en contra de este film revolucionario, no en el sentido de rebajar la contundencia de su contenido ni mucho menos en el dejar su estética anticuada, sino en el que las plateas, convenientemente estragadas por el cine USA desde la era Reagan, van a pasar de largo en una historia que nada tiene que ver con Galaxias, Rambos, Rockys, Superhéroes o Indianas Jones. Más aún: si hay alguna película que deja en cueros la miseria moral y artística de todos los Rambos (o “Francotiradores”) esta es justamente “Paths of glory”.


La obra es una modesta producción llevada a cabo gracias a la productora, Byrna, de Kirk Douglas, actor que en los 50 pasada ya la “caza de brujas” encabezaba el sector liberal de Hollywood y que estaba sinceramente empeñado en la participación de films importantes que no respondieran a los patrones más conservadores. De hecho, el Kubrick primerizo de aquellos años debe mucho al actor, no solo por esta obra maestra sino también por la superproducción izquierdista “Espartaco”. Douglas y Kubrick terminaron odiándose y el genio se largó de su país para recalar, y no moverse, de Inglaterra donde no tuvo que tragar con imposiciones y divismos de estrella alguna. Estos aterradores senderos de muerte fueron una rareza, incluso en el subgénero antibelicista. La Gran Guerra no importa demasiado, es su escenario al basarse en un hecho real y vergonzoso del Ejército francés. En tanto que película “contra” la guerra, la magistral cinta de Kubrick es cercana a piezas tan secas y cortantes – y tan extraordinarias – como “King and country” de Losey o “La vergüenza” de Bergman. Pero no hay ninguna que disecciones con precisión casi entomológica la clase militar, de los señores de la guerra. La de la Grande y la de siempre. De ahí su atemporalidad.


“Paths of glory” no se limita a mostrar los horrores y porquerías diversas de las guerras, sino que osa poner en entredicho el pilar fundamental sobre el que se asienta el curioso universo militar: la obediencia ciega. Los generales de esta película juegan y especulan con las vidas humanas como si de la más barata mercancía se tratara. En sus lujosas residencias contemplan la guerra como un juego a distancia en el que ellos mueven los peones y los sacrificios en aras de su medro personal. Estos individuos, de cinismo y depravación ilimitadas, comercian con las vidas humanas a su antojo sirviéndose de reclamos tan floridos como patriotismo o heroísmo, vaporosos conceptos que encubren la tenebrosa mezquindad de estos aristócratas del crimen legalizado, de estos amos del mundo que viven pendientes de su monstruosa egolatría.


Como se ve “Senderos de gloria” se inscribe en el hoy menospreciado capítulo de las diatribas políticas, un género que hoy no goza de especial predicamento porque nuestro tiempo parece, solo parece, lo suficientemente bonancible para que no nos compliquemos la vida con estas historias tremendistas – que fueron reales – tan alejadas de nuestro cotidiano “paraíso”. Viene esta digresión a cuento, porque el film de Kubrick es una soflama rabiosa y firmada por un absoluto genio del cine (no ha habido tantos) al que en éste, a veces, obtuso país se le niega el pan y la sal y se le acusa de ambición desmedida, como si los grandes artistas de éste y cualquier tiempo no hubiesen construido su edificio artístico y cultural merced a su ambición – no necesariamente crematística- y pretensiones. Kubrick, excepcional “metteur en scéne” cinematográfico, es uno de los grandes artistas  del cine y de los que mejor ha expresado la infinita angustia ante el horror de las grandes superpotencias y su delirio armamentístico. “Doctor Strangelove” o “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú” (¡¡bien por los títulos españoles!!) fue una violentísima sátira sobre el peligro del cataclismo nuclear. “2001, una odisea del espacio” un vasto poema en el que la inteligencia del hombre – el monolito negro – inunda la esperanza del futuro. Poco a poco, Kubrick manejó presupuestos económicos  y equipos técnicos impensables en  la época en que se rodó “Senderos de gloria”. Por ello, si Kubrick perfeccionó hasta el máximo la prestancia visual de sus películas, por el camino no perdió el empuje y la contundencia de la juventud. Únicamente la sutilizó.


Esta película durísima alcanza su definitiva condición de obra maestra “forever”, gracias a que conjuga admirablemente el poder de su requisitoria con una realización brillantísima. Para siempre recordaremos como auténticos puñetazos en el bajo vientre imágenes como la suicida batalla con Kirk Dougas entre las alambradas arrastrando a sus hombres a la muerte a toque de silbato, los largos y lentísimos travellings por las trincheras, la glacial y cruel ejecución de los soldados tildados de cobardes o la patética canción final que une por un momento a franceses y alemanes en la única concesión de la película al sentimentalismo.


Imposible no sentirse humillado por los acerados diálogos entre los generales (magistral Adolphe Menjou) o por el tenso consejo de guerra en el que se rebaja la condición humana hasta la escoria y la inmundicia. O las cortantes imágenes de “Senderos de gloria” en las que se huye de la emotividad como pedía Umberto Eco, fotografiadas en un opresivo y contrastado blanco y negro. “Paths of glory” se puede repescar ad infinitum. Porque estos senderos no de gloria sino de sangre, injusticia, dolor y lágrimas son imperecederos.

Luis Betrán,

Pdta: La chica que canta la canción se casaría con Kubrick tras finalizar el rodaje. Estuvo hace pocos años en el Festival de Sitges con motivo de un homenaje a su prematuramente fallecido esposo. Se llama Christiane Kubrick.


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