1.- LAS PELÍCULAS MUDAS
El pasado
año muchas revistas especializadas elaboraron dossiers sobre el cine y la I
Guerra Mundial (en 2014 se cumplió el centenario del inicio de esa carnicería
espantosa que duró hasta 1918). Aquí, en mi casa, he venido creando lo mismo,
en exclusividad para Filibusteros y en esta ocasión no he tirado de los
archivos de mi disco duro. Es absolutamente nuevo y no he consultado más que algunos
diccionarios de películas empezando por el ya muy vetusto de Georges Sadoul. En
estas trabajadas líneas voy a tratar de películas y directores que tuvieron
algo importante que decir sobre la sangrienta contienda.
Abel Gance
fue uno de los jóvenes cineastas que al término de la guerra intentaron
levantar el cine francés. Sus primeros trabajos fueron películas melodramáticas
y de propaganda patrocinadas por el Service Cinématographique de l’Armée, pero
en 1919 realiza “Yo Acuso” (J’accuse, sonorizada en 1937), que es un alarde de
originalidad cargado de tremendismo humanitario. Los muertos en la guerra se
levantan de sus tumbas y caminan como zombies acusadores hacia los vivos y los
culpables de la masacre en una escena sin parangón, realmente estremecedora y
que no ha perdido eficacia alguna con el paso de los años. Es la primera obra
maestra que plasma en las pantallas el
horror de la barbarie. Gance fue un gran director y un osado inventor de formas
en el cine silente (1).
En Estados
Unidos, tras la victoria, aparecen toda una serie de películas en las que la
guerra se transforma en un gran decorado de western y donde los buenos son los
aliados y los malos los alemanes. Sobre la novela de Vicente Blasco Ibáñez, Rex
Ingram rueda “Los cuatro jinestes del Apocalipsis” (The four horsemen of the
Apocalypse, 1921), en el que aparece Rodolfo Valentino caracterizando al latin
lover, el apasionado amante de la etérea Alice Terry esposa en la vida real del
director Ingram. Se trata de una historia de amor con fondo de guerra en la que
los alemanes son seres despreciables y
todo se desarrolla con el patrioterismo típico de la época. No es una buena
película aunque contenga la famosa secuencia del tango que se marcan los
protagonistas. En 1962 el gran Vincente
Minelli, en horas bajas, perpetró un remake que fue manipulado por la Metro. Tiene
secuencias, sobre todo en el prólogo situado en Argentina, de un kitsch que
roza el ridículo y resulta tan frustrada como su antecesora silente.
El primer
intento de aproximación a la realidad no se realiza hasta 1925, en que el
Cuerpo de Transmisiones del Ejercito estadounidense proporciona al gran King
Vidor unos cien rollos de documental filmado durante la Primera Guerra Mundial
para la realización de “El gran desfile (The big parade, 1925). Las secuencias
del adiestramiento de la tropa, los batallones y camiones en marcha, el
encuentro de los soldados, la partida hacia el frente, son emocionantes y
verdaderas. Más que los movimientos de masa, Vidor intenta mostrar el lado
individual de la guerra. Aunque es una visión desprovista de sentido crítico, abre
sin embargo la puerto a la gran legión
de films que a lo largo de la Historia del Cine intentarán una aproximación
realista al tema de cualquier guerra.
Si bien en
1928 George Fitzmaurice filma “El gran combate” (Lilac time), lo que más abunda
en Hollywood son las películas de amor que utilizan la guerra como contrapunto
dramático; así ocurre en la maravillosa “El séptimo cielo” ((The seventh heaven,
1927) de Frank Borzage y en la menos fascinante “Desolación” (Havoc, 1925) de
Roland V. Lee sobre la historia de dos amigos arruinados por una mujer. Raoul
Walsh dirige “El precio de la gloria” (What Price glory, 19626), donde mezcla
el alegato pacifista con las peripecias
de un triángulo amoroso. Finalmente, en 1926, los hermanos Warner producen “El
fresco de las trincheras” (The better hole) de Charles Reisner que jamás
conseguí ver porque imagino debe estar perdida.
Antes que
todos ellos, el seminal Daid Wark Griffith filma le espléndida “Corazones del
mundo” (Hearts of the world) y, sobre todo, el genial Charles Chaplin rueda una
bellísima obra maestra entre tantos panfletos de ocasión que no merecen citarse:
“Armas al hombro” (Shoulder arms) donde el personaje tragicómico de Charlot
encaja perfectamente con la desoladora realidad. Entusiasmado, este hombrecillo
se alista voluntario, pero cuando se da cuenta de lo que le espera, intenta
meter a otro en su lugar. Convertido en soldado, se fuga disfrazado de árbol y
se sirve de las balas para encender cerillas. Ridiculiza al Kaiser y a
Hindenburg y, en una secuencia inolvidable, desesperado de no recibir
correspondencia, experimenta como suyo lo que puede leer por encima del hombro
de un compañero e incluso llega a dormir en la trinchera inundada de agua. Una
compleja visión de la realidad que va de la sátira más feroz a la ternura.
Evidentemente solo al alcance de alguien como Chaplin.
1) En estos textos no se hablaran de
otros films de grandes cineastas que no guarden relación alguna con La Gran
Guerra.
En 1927 Léon
Poirier intenta reunir el capital necesario para filmar un documental que
podría quedar en los archivos históricos. Se trata de la evocación de la
batalla de Verdun rodada en los mismos escenarios de la lucha: “Verdun”
(Verdun, visions d’histoire), donde el realismo no nos evita la obligada ración
de patriotismo y que a la postre resulta ser un film tan interesante como
tedioso. Los films de
guerra dieron lugar a discusiones apasionadas. Este es el caso de “Dawn”,
película británica realizada en 1927 por Herbert Wiulcox. Sobre el tema del
asesinato de miss Edith Cavell, el film tuvo ciertas dificultades de difusión,
pues algunos sectores consideraron que atizaba el odio entre las naciones; para
atenuar esta impresión, aparecía el soldado alemán negándose a formar parte del
pelotón de fusilamiento, lo cual significaba ser también fusilado. La cinta fue
por fin autorizada. Jamás he podido verla.
Quizá los
testimonios más duros sobre esta guerra nos llegan del único país que no puede
perder nada denunciando el nacionalismo: la Rusia bolchevique. Los dos grandes
cineastas que siguen al genial Serguei Mijailovitch Eisenstein, Pudovkin y
Dovjenko dan buen testimonio de ello. Vsevolod
Pudovkin – se tratará de él en exclusividad – en 1927 nos ofrece la
extraordinaria “El fin de San Petersburgo” (Konietz Sankt-Peterburga), donde un
obrero toma conciencia tanto ante la Guerra como ante la Revolución. En 1929
aparece la aún más excepcional “Arsenal”, de Aleksandr Dovjenko, con un montaje
brutal muy apropiado para el feroz argumento. Su desenlace propone una de las
imágenes más sugestivas de todo el cine mudo. El revolucionario avanzando hacia
la cámara, abriéndose la camisa y ofreciendo su pecho desnudo para ser
fusilado. Más tarde, en 1939, el mismo Dovjenko realizará “Chtchors”, nombre
del héroe de la revolución ucraniana. Esta
película es la epopeya de un joven ejército
revolucionario de Ucrania que al final de la Primera Guerra Mundial
lucha al mismo tiempo contra el ejército del zar, el alemán y el polaco. Con
inolvidables escenas, en el film aparece la figura del revolucionario ideal, en
una terrible época – el estalinismo – en que la U.R.S.S. cultivaba con esmero
el culto a la personalidad……del genocida Stalin.
Luis Betrán
Este texto
ha consultado el “Diccionario de los cineastas” de Georges Sadoul
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