Billy Wilder, el hombre que nunca
trabajó con Cary Grant
El
crepúsculo de los dioses le proporciona un nuevo Oscar por el guion. Un lúcido
y descarnado retrato sobre el mundo del cine. El fracasado guionista Joe Gillis
(William Holden) conoce por casualidad a la vieja estrella del cine mudo Norma
Desmond (Gloria Swanson) y se convierte en su mantenido. Sueños rotos y nuevos
disfraces. De esta época, la película favorita de Wilder es Traidor en el
infierno. Ambientada en un campo de prisioneros alemán durante la II Guerra
Mundial, el filme pone de manifiesto, con su ironía habitual, cómo las
apariencias engañan. J. J. Sefton (Holden de nuevo y Oscar el mejor actor hace
apuestas con cualquier cosa y trafica hasta con los alemanes. Por ello sus
compañeros le odian y llegan a sospechar que él es el traidor que sopla al
enemigo los intentos de fuga. Pero la realidad será muy otra. Nada es lo que
parece. Distintos modos de supervivencia en tiempos difíciles.
Finalmente,
Con faldas y a lo loco, la obra que le da el definitivo estatus de gran
director. Con este filme consigue el derecho sobre el montaje final, algo que
muy pocos realizadores logran en su trayectoria. Nuevamente el tema del disfraz
como modo de ocultación aparece de forma brillante. Supone el primer trabajo de
Jack Lemmon con Wilder. Nadie sospecha que Joe (Tony Curtis) y Jerry (Lemmon)
son hombres disfrazados de mujer. Nadie salvo quizá el millonario Osgood
Fielding III (Joe E. Brown), que con ese “nadie es perfecto” final, acepta sin
problemas la condición de Jerry. En 1960 llega otra obra cumbre, El apartamento
(The Apartment). En palabras de Wilder, “un cuento de hadas obsceno”. Cuenta la
historia de un sencillo vendedor de seguros, C. C. Baxter (Lemmon), que ha de
prestar el pequeño piso que posee para las juergas de sus jefes. Gracias a ello
medra sin problema en la empresa, especialmente cuando el jefe de personal, Jeff
D. Sheldrake (Fred MacMurray), se entera del asunto. Pero no cuenta con que se
enamore de la amante de su superior, la ascensorista Fran Kubelic (Shirley
MacLWilder en el plató de Irma la dulceaine). El mundo que Wilder retrata es
despiadado. Los maridos engañan a sus esposas sin el menor rubor, todos mienten
y para ascender en la empresa hay que hacer ciertos favores. Una película que
sigue estando de actualidad, absolutamente moderna. Y un nuevo éxito: Oscar al
mejor filme, director y guión original.
Durante los
siguientes años, el sarcasmo de Wilder sigue gozando de buena salud, tanto en
películas que son bien recibidas, Irma la dulce (Irma, la Douce, 1963), como en
las que le suponen un fracaso, Bésame, tonto (Kiss me, Stupid, 1964). Ataca de
nuevo al mundo de la prensa, tras El gran carnaval, en Primera plana (The Front
Page, 1974), burlándose de paso de la teoría del psicoanálisis (quizá porque
Freud no le concedió una entrevista en sus tiempos de periodista). Se introduce
en el Berlín dividido en la satírica y avasalladora Uno, dos, tres (One Two
Three, 1961), en la que C. R. MacNamara (James Cagney) es un ejecutivo de la
Coca-Cola. Logra por fin trabajar con Walter Matthau, a quien quería como
protagonista de La tentación vive arriba, en la película En bandeja de plata
(The Fortune Cookie, 1966), encarnando al amoral Willie Gingrich. Hace que
Wendell Armbuster (Lemmon) se reencuentre con la vida, gracias a Italia y a la
hija de la amante de su padre, en ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (Avanti!,
1972). Regresa al mundo del cine como tema en Fedora (Fedora, 1978). Obtiene un
particular acercamiento a la figura de Sherlock Holmes en la melancólica La
vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970),
obra muy mutilada respecto a su concepción original y pese a ello muy
interesante.
Cuenta el
propio Wilder que en el funeral de Ernst Lubitsch, él mismo y William Wyler
llevaban el féretro. El primero dijo: “Qué pena, se acabó Lubitsch”. A lo que
replicó el segundo: “Y lo que es peor, se acabaron las películas de Lubitsch”.
Podríamos decir de Billy Wilder, con la salvedad de que mientras Lubitsch murió
con las botas puestas, nuestro director fue enterrado en vida pues realizó su
última película en 1981, Aquí un amigo (Buddy Buddy). Durante algo más de
veinte años no pudo volver a dirigir filme alguno ya que había entrado en la
“edad de riesgo”. Wilder contaba con 75 primaveras. Un detalle para la
reflexión.
Pero si hay
algo que Billy Wilder lamenta toda su vida es no haber podido contar con Cary
Grant. Resulta irónico que el actor más vinculado a la comedia nunca trabaje
con el director austriaco. Lo quiere en varias ocasiones y jamás lo consigue.
En Sabrina, antes que Humphrey Bogart, o en Ariane, para el papel que finalmente
hace Gary Cooper. Incluso en sus tiempos de guionista lo propone para el
personaje de Melvyn Douglas en Ninotchka. Siempre se le escapa por una causa u
otra. Y a los espectadores nos priva de un encuentro que podría haber sido
realmente jugoso. Veinticinco años después del estreno de su última película,
el cine de Wilder sigue estando vivo. Lo está porque, sea bajo el ropaje
genérico que sea, sus películas hablan del ser humano, de su comportamiento, de
la dureza de la vida, la crueldad o de los maravillosos beneficios del amor. Y
eso es algo que en el arte de contar historias nunca va a cambiar.
Luis Betrán.
Bibliografía
CIMENT,
Michel, Billy & Joe. Conversaciones con Billy Wilder y Joseph Leo
Mankiewicz, Plot Ediciones, Madrid, 1988.
CROWE,
Cameron, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza, Madrid, 2000.
SEIDL, Claudius, Billy Wilder,
Cátedra, Madrid, 1991.
SIKOV, Ed, Billy Wilder. Vida y época de un cineasta,
Tusquets, Barcelona, 2000.
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