Bicentenarios
de Verdi y Wagner. El alfa y el omega de la ópera. Verdi el demócrata, Wagner
el autócrata. ¿Tanto monta, monta tanto? No.Verdi supuso la culminación de un
estilo que había nacido con Monteverdi. Wagner, la revolución absoluta – que se
incia en el famoso acorde disonante del preludio de “Tristán e Isolda y cuya
influiencia en la música posterior llega hasta nuestros días. Los italianos
amaron a Verdi. Los alemanes – salvo Ludig II von Brabant – odiaron muchos años
a Wagner hasta que no les quedó más remedio que aceptar la genialiadad del
compositor que no la del poeta, escritor y filósofo que herr Richard nunca fue.
Se irán introduciendo, poco a poco, datos biográficos del de Busetto y del de Leipzig. Pero el hecho – histórico y bien
documentado – de que los nazis y Hitler de apropiaran de las presuntas “obras
de arte totales” de Wagner, no es más que, como diría Macbeth, “un cuento (no,
fue real) lleno de ruido y de furia narrado por un idiota (muchos) y que no
significa nada”. Richard Wagner fue, en verdad, un ser humano temible pero
cualquier cosa menos un fascista. Cierto que escribió centenares de folios
marcadamente antisemitas, pero en su Orquesta de Bayreuth la mayoría de los
instrumentistas fueron…….judíos.
El mito priva de historia al objeto de que habla (Roland
Barthes)
LÖHENGRIN,
EL AMANTE SILENCIOSO
“Lohengrin” es una ópera de
transición. En el momento de su composición Richard Wagner ha alcanzado la
suficiente madurez musical como para aventurarse en la trascendencia de la
ruptura. En efecto, en “Lohengrin” soplan vientos revolucionarios aunque sus
cimientos sean los firmes y seguros de la “grand opéra romantique”. Por mucho
que el autor utilice magistralmente su
invención de los leit-motiven, “Löhengrin” es todavía deudora de la ópera
italiana. Estos bosques y leyendas acusadamente germánicos no hubieran
desagradado al mismísimo Verdi. Los wagnerianos irredentos – entre los que me
cuento – podrían considerar a “Löhengrin” como una obra menor con lo que
incurrirían en un grave dislate.
Cierto es que esta obra está todavía lejos de
la melodía infinita que inunda “El
anillo”, “Tristán” o “Parsifal”. No menos cierto que “Löhengrin” supone un paso adelante en relación con “Tannhäuser”
o “Der fliegende holländer”. Tres obras maestras, las primeras de Wagner. Justo
en la mezcla de elementos tradicionales y renovadores se asienta el delicado
equilibrio de “Löhengrin”. Y podemos afirmar que los tótems revolucionarios de
herr Richard - el “Ring”, “Tristán”, “Parsifal” - están marcados por el
desequilibrio místico, religioso, erótico y pagano. Nunca musical.
Como toda pieza wagneriana,
“Löhengrin” exige que expurguemos algo en sus desacostumbradas dimensiones. Más
de tres horas de música conducen invariablemente a separar el oro de la ganga que aquí es ya
muy poca. “Löhengrin”, al igual que “Tannhäuser”, “El holandés” o la
insoportable “Rienzi” (4 horas), no nos dispensa de himnos militares algo
ramplones, fanfarrias horteras y alguna romanza relamida. Y sirva para ello,
como socorrido y manido ejemplo, el bullanguero y archifamoso coro y marcha
nupcial que atestigua cumplidamente que Wagner tambien podía facturar esa
“música de feria” que reprochaba a Verdi. Algunos personajes – Enrique el
Pajarero a la cabeza, digno émulo del pesado Landgrave de Turingia en
“Tannhäuser – sufren una caracterización musical y dramática paupérrima. Y,
asimismo, las escenas de masas caen en una subcultura kitsch tan ostentosa como
la cabalgata de las walkirias. Enumerar los leves defectos de “Löhengrin” no es
tarea dificultosa. Wagner – el mayor genio operístico que haya existido y
tambien el mayor músico junto a Bach, Mozart y Beethoven – no compuso jamás una
partitura sin máculas o zonas muertas, porque siempre midió mal la longitud de
sus obras escénicas. Wagner, ni en su música ni en su escritura, cayó en el
pecado de la modestia dado que su ambición fue desmesurada. Como contrapartida a la
escoria citada, se alza el sortilegio imperecedero del genio wagneriano. En
tanto que músico y dramaturgo resulta decididamente arrasador aunque, a veces,
tan descomunal potencia artística se desparrame
en confusas visiones o inaceptables ficciones. Ello sucede, por ejemplo,
en “Tristán”, “El anillo” o “Parsifal” las cumbres oficiales del wagnerismo, en
las que el inacabable zumbido del recitativo o monólogo continuo nos fatiga
tanto como la cateta pretenciosidad de un mundo en el que conviven hadas,
nigromantes, filtros mágicos, muertes de amor y una variopinta amalgama de rituales cristianos, deificaciones paganas
y erotismo desatado.
“Löhengrin” es otra cosa.
Wagner es aún un artista tímido, si es que este adjetivo pudo alguna vez
aplicarse al menos humilde de los compositores. “Löhengrin” tiene una deuda
pendiente con “Tannhäuser” y su apoteosis de redentorismo y además es una ópera
más romántica que su antecesora y liga mejor con ”El holandés errante”. Y lo es no tanto en lo
referente a una estética musical sino en lo que concierne a un contenido
dramático, que en “Löhengrin” se idealiza considerablemente en relación con la
obra precedente. Es una ópera serena, nada estridente, compacta y
admirablemente concebida; la culminación del primer Wagner, el dramaturgo
apasionado, el músico lleno de encanto, el autor de excelentes libretos que
son, en sí mismos, magníficos y turbadores melodramas llenos de tempestuosas
pasiones y no menos estruendosas redenciones. El bellísimo preludio de
“Löhengrin”, sin embargo, deja en evidencia a las solemnes oberturas de
“Rienzi”, “El holandés” y “Tannhäuser”, verdaderas antecedentes de los poemas
sinfónicos de un Richard Strauss.
En cuanto historia, libreto
o argumento, “Löhengrin” es un vasto poema harto significativo del universo
wagneriano. El héroe es ya una celestial criatura invencible, hijo de Parsifal
y, por tanto, será custodio del Santo Grial. Muy lejos del rijoso cantor de
“Tannhäuser” o del atormentado e innominado Holandés. Particularmente Heinrich
Tannhäuser es una figura endiabladamente terrenal. Se burla irónicamente del
amor espiritual y proclama estentóreamente las delicias del amor carnal, ya que
este avispado caballero ha disfrutado los goces del lecho de la mismísima
Venus. Ni que decir tiene que tal herejía merece reprobación, castigo y hasta el sacrificio de
una virgen. Esta ópera en su momento fue despiadadamente abucheada por la clase
dirigente del siglo XIX, deseosa de ver en escena platónicos amores y no
manifestaciones groseras de la carne (las que ellos hipócritamente
practicaban).
Tal vapuleo conllevó que Wagner
se inventara para su siguiente obra el personaje del caballero desconocido,
casto e invencible. El paladín que no puede revelar su nombre ni origen. ¿Quién
es el caballero del cisne blanco?. ¿Viene del cielo o del infierno?. Wagner
creó una imagen atractiva que el arte popular – de la novela al cine – iba a
explotar hasta la extenuación. Misteriosos defensores de la ley y el orden que
encubren cuidadosamente su origen, forasteros venidos de no se sabe donde que
desfacen entuertos y enamoran a mujeres frustradas o bobas sin exigir nada a
cambio, excepto el silencio respecto a ellos mismos. En su famoso “racconto”,
Löhengrin relatará su origen, destino y ¡¡nombre!!. La alcahuetería de su
querida y calumniada Elsa von Brabant,
azuzada por la pérfida Ortrud, saltará por los aires. El pacto se
romperá, El guapísimo y rubio (ario, naturalmente) se hubiera casado con la
ingenua Elsa siempre y cuando ésta jamás preguntase quién era. Así que en un
desenlace “no especialmente sangriento”, Elsa y Ortrud ¿fallecerán? – la una por indiscreta, la otra
por malvada – Telramund, el tonto marido de Ortrud, habrá sido previamente
apiolado por el invencible héroe que, a su vez, partirá en su cisne a Monsalvat
a custodiar el Santo Grial no sin haber dejado Brabante a la buena merced de la
ley y el orden. Löhengrin venía del cielo. Los tiempos cambiaron, y del
supuesto y discutible misticismo del efebo wagneriano no quedó ni rastro. O sí.
Ya se verá.
Luis Betrán
Las mejores versiones de
“Löhengrin” en disco:
1) 1954 Eugen Jochum.(Dir.) .- Wolfgang Windgassen (Löhengrin), Birgit Nilsson
(Elsa), Herman Uhde (Telramund), Astrid Varnay (Ortrud). En
vivo, Coro y Orquesta del Festival de Bayreuth.- Sonido regular
2) 1958.- André Cluytens
(Dir.).- Sandor Konya (Lóhengrin),
Leonie Rysanek (Elsa), Ernest Blanc (Telramund), Astrid Varnay (Ortrud). En
vivo, Coro y Orquesta del Festival de Bayreuth
3) 1963.- Rudolf Kempe (Dir.).- Jess Thomas (Löhengrin),
Elisabeth Grümmer (Elsa), Dietrich Fischer Dieskau (Telramund), Christa Ludwig
(Ortrud). Estudio, Coro de la Opera Estatal de Viena y Orquesta
Filarmónica de Viena.- Buen sonido.
Cantantes
Löhengrin: Lauritz Melchior,
Sandor Konya, Wolfgang Windgassen, René Kollo (de joven), Jonas Kauffman.
Elsa: Kirsten Flagstad, Elisabeth Grümmer, Birgit
Nilsson, Jessye Norman. Leonie Rysanek, Victoria de los Angeles
Telramund: Dietrich Fischer-Dieskau, Ramón Vinay
Ortrud: Astrid Varnay, Christa Ludwig
Cantantes españoles en
“Löhengrin”: Victoria de los Angeles (Elsa)
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