miércoles, 2 de octubre de 2013

DOSSIER LUIS BUÑUEL IV



Indiscretos encantos

La única película de Buñuel en este periodo no producida por Silberman (aunque Carrière siguió siendo su coguionista) fue “Belle de jour”, el mayor éxito comercial de don Luis (el único, según cuenta en “Mon dernier soupir” y añadiendo que se debió a que salían muchas putas en la película). Corría el año de 1967 y la película obtuvo el León de Oro del Festival de Venecia tras un duro enfrentamiento en el jurado entre Octavio Paz, Carlos Fuentes y la tropa cahierista dispuesta a primar, como no, al insufrible Godard de “La chinoise”, esa ridícula película maoísta en la que el “grand auteur”, sin haber pisado la China de la Revolución Cultural,  pone a Jean-Pierre Léaud y cia. a leer capítulos de “El Libro Rojo de Mao”, mientras Anna Karina juega con avioncitos de juguete que arrojan - ¡pum, pum! – petarditos en un Vietnam imaginario. “Belle de jour” es una brillante y aguda visión de las fantasías de una bella mujer burguesa, aparte de ser sobre todo una advertencia contra la autocomplacencia. Película que precisa de más de un visionado. Tras un primer contacto se es consciente de los aspectos ocultos que pueden esconder una escalera, una calle, una mujer refinada pero no un ganster murciano (Francisco Rabal) y su “mon petit” (Pierre Clementi), una misteriosa cajita, o un final que no es tal. Buñuel permite a los espectadores darse cuenta de que la fotografía no puede captar el mundo, pues éste carece de significado. Una película sí que puede mostrar un mundo interior ya para ello no hay la menor necesidad de ángulos de cámara extraños y otros recursos expresivos que tan pródigamente usa la llamada “posmodernidad”.



En todas las grandes películas de Buñuel no hay distinción entre la sexualidad, el humor y el terror, al tiempo que reflejan la crueldad y la soledad de los seres humanos. Buñuel niega la tragedia y la salvación y se entrega, por el contrario, a mostrar la exquisita discrepancia entre los hechos reales y los imaginarios. Su forma de rodar resulta insultantemente fácil y sencilla. Su sentido de la imagen es tal que parece burlarse de todos los trucos de la “puesta en escena” y de todos aquellos recursos expresivos a los que con tanta frecuencia recurren la mayoría de los directores. La misma actitud se encuentra en su forma de dirigir a los actores y actrices, todos/as utlizados/as más como arquetipos que como personas. Y, sin embargo, prevalece en su cine un humanismo, e incluso una ternura, que le impiden mostrarse como un director paternalista o que explota a sus actores.



“Belle de jour” convirtió a Buñuel, con 67 años cumplidos, en uno de los cineastas más populares de Europa. Parece una de las muchas paradojas que caracterizaron la personalidad y la vida de Luis Buñuel, pero sus siguientes películas continuaron manteniendo su reputación. Con “La voie lactéee” (1969) consigue superar la cima de “Belle de jour”, llevando a cabo una cinta dificilísima de lograr con éxito artístico. Aquí Buñuel hace prácticamente lo que le la gana consiguiendo una, a priori, imposible, cohesión de un recorrido por las herejías más conocidas del cristianismo. Un Jesús de Nazaret sansulpiciano como el de “L’àge d’or”, pero completamente humano en sus tropezones, convive con el Diablo. Prisciliano y el marques de Sade sin roce alguno. Probablemente el humor buñueliano alcance aquí su más extraordinario alcance. Por ejemplo, cuando escuchamos desde la radio de un coche accidentado y ardiendo la voz del propio Buñuel recitando, en español, fragmentos de la Guía de Pecadores de Fray Luis de  Granada o el duelo a florete en un restaurante entre un jansenista y un católico. Recuento formidable de porqué Buñuel se declaraba “ateo por la gracia de Dios”, “La vía láctea” es otra obra maestra que se puede ver cuantas veces se desee, en la seguridad de que siempre hallaremos algo nuevo que se nos había escapado. La amo.



En 1970 Buñuel regresa a España y rueda en su amado Toledo “Tristana” que posee el don de transformar una mala novela del gran canario don Benito en otra fantástica película que, en mi opinión ,insisto en ello, es casi tan buena como “Viridiana” aunque menos agresiva. Fernando Rey – extraordinario – recrea a Don Lope trasunto según Berlanga del propio Buñuel aunque yo nunca haya compartido esa aseveración berlanguiana. “Donde va la gracia de Dios”, “A buscar novio”, “Pues ya lo has encontrado”, “Tan viejo”. Con este diálogo entre don Lope y una jovencita comienza “Tristana”. Y con la “entenada” Catherine Deneuve y su pierna ortopédica, abriendo de par en par las ventanas de la habitación de un agonizante don Lope, culmina. La cabeza cortada de Fernando Rey colgada del badajo de una campana es el sueño recurrente de Tristanita (como se la llama en la novela), una mujer frustrada y vengativa. Quizás podría argüirse que esta enésima demostración del genio buñueliano, cojea levemente en el personaje, más decorativo que otra cosa, de Franco Nero.



“La charme discret de la bourgeoisie” (1972) le valió un Oscar a don Luis que, naturalmente no fue a recoger. Y no fue motivo de la famosa comida en la casa de George Cukor en la que Buñuel fue agasajado por Ford, Hitchcock, Wilder, Wyler, Stevens etc, ya que dicho almuerzo se celebró DESPUES DE LA CONCESIÓN DEL OSCAR. Es una suerte de remake en tono menor de “El ángel exterminador”. En el film francés los personajes no pueden nunca comer. En el mexicano salir de una habitación. Repleta de chistes, destaca en ella – otra vez – la estupenda composición del embajador de la República de Miranda a cargo de Fernando Rey. Tanto “Le dicret….”  Como “Le fantôme de la liberté” (1974) con ese desternillante, y tremendo arranque, en que los personajes del cuadro de Goya “Los fusilamientos de la Moncloa” (entre los que se ubica el propio Buñuel y el poeta Bergamín), gritan antes de ser ejecutados: ¡¡Vivan las caenas!!..., son películas bellas y fieles al credo surrealista, que, sin perder nada de la intensidad y ferocidad de las anteriores, ganan en acabado formal y cierta “joie de vivre”, aunque no creo deban figurar entre sus obras maestras.  Serge Silberman, que tanto quería a Buñuel, le proporcionó una cámara con vídeo incorporado para disminuir las dificultades y tensiones del rodaje de su vigoroso y juvenil “Cet obscur object du désir”, su última película..



En ella Buñuel retomaba una historia que Buñuel había querido filmar veinte años atrás (y que fue a parar a manos de Juilien Duvivier), la adaptación de la decadente novela de Pierre Louys “La femme et le Pantin”, que ya había inspirado a Josef  Von Sternberg  el barroco y magistral delirio de “The devil is a woman”· (1935), con Marlene Dietrich haciendo de Concha Pérez. Buñuel no supera a Sternberg pero  le empata. Al ser despedida del rodaje la efímera Maria Schneider (que debió su fugaz fama al “Ultimo tango en Paris” de Bertolucci), Buñuel se permitió un capricho del todo injustificable. Concha Pérez fue interpretada por dos actrices distintas: la española Angela Molina (adecuada) y la francesa Carole Bouquet (todo lo contrario). Prescindiendo de este dislate, Buñuel volvió a introducir sus filias y fobias de siempre, aparte de otras nuevas, como el fenómeno del terrorismo, tratadas en clave burlona y distanciada. Lástima de los proyectos de “Agón” (excelente y lúcido guión) y “Lá bas” (según la apasionante novela de J.K. Huysmans).



Luis Buñuel figura por derecho propio entre los grandes genios del cine y de la cultura del pasado siglo y de todos los tiempos. Su integridad y austeridad intelectual, su intransigencia moral, su ira sin desmayo, su sardónico sentido del humor y el humanismo subterráneo que impregnan sus películas, las convierten en capítulos esenciales de la Historia del Cine. En su uso del medio cinematográfico, Buñuel mostró siempre la sencillez, la seguridad de los grandes artesanos. La compleja visión del mundo de Buñuel se expresa mediante imágenes límpidas, claras y perfectamente legibles, y es precisamente esa aparente simplicidad y transparencia la que otorgó fuerza y atractivo, no solo a su obra, sino tambien a su propia vida, tristemente huída como ese “último suspiro” con el que él mismo definió su propio retrato literario. Luis Buñuel murió el 30 de julio de 1983 en su casa de México D.F.



Luis Betrán

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