LOS OJOS SEMICERRADOS
John Huston afirma que Robert
Mitchum es un actor igual o superior a los más grandes, Bogart, Brando y que si
quisiera podría interpretar perfectamente a Shakespeare. Con su humor socarrón,
Mitchum le respondió que le pagaba para que dijera eso. Fue homenajeado en el
Festival de San Sebastián con el público puesto en pie. Para entonces su
talento estaba ya más que reconocido. Los ojos semicerrados, el porte cansino,
las comisuras de los labios caídas y el comportamiento frío y desapasionado de
Robert Mitchum parecen indicar que se trata de un actor demasiado cansado – más
de 100 películas en su filmografía – o desinteresado como para poner nervio o
vida en sus interpretaciones. Pero los personajes zarandeados por la vida y de
vuelta de todo que suele encarnar son hombres a los que numerosas noches de
peligro en vela han contribuido a alertar, hombres que conocen la necesidad
angustiosa de la espera. El físico y la imagen de Mitchum quedaron
cristalizados en la pantalla prácticamente desde el primer momento. Su edad no
importaba demasiado, su voz profunda y cansina parecía la ideal para la larga
sucesión de antihéroes fatigados que le tocó interpretar.
Ascendió hasta el estrellato,
tras una serie de films de Hopalong Cassidy y otra en la productora Z por excelencia,
la Monogram, como el rostro definitivo de los thrillers de posguerra, cuyo lado
romántico se veía siempre oscurecido por amenazadoras sombras. Incluso sus
maneras indolentes de caminar y moverse se adecuaron a la perfección al estado
de ánimo que transpiraban sus primeras películas. Mitchum se convirtió en uno
de los actores más intuitivos de todos los que se han puesto alguna vez delante
de las cámaras. Duro, lacónico, diciéndolo todo con una mirada, Mitchum es la
antítesis del método interpretativo del Actor’s Studio. Probablemente se
inspiró en Bogart, pero su estilo letárgico, amoral y autodestructivo le llevó
a convertirse en uno de los factores definitorios del cine negro. La
fascinación de Mitchum radica en la naturaleza contradictoria de su imagen
cinematográfica: frío y sin emociones, inconformista hasta rozar la anarquía y,
sin embargo, dispuesto en todo momento a la aventura, dotado de un acre sentido
del humor e innegablemente romántico. Algunos de estos rasgos son atribuibles a
su abigarrada biografía: joven delincuente, loco de la carretera, detenido por
vagancia, minero, boxeador, cocainómano (llegó a estar encarcelado por su
adicción), bebedor, jugador de póker…hasta llegar a los clubs nocturnos y el
teatro. Y hombre de una sola mujer, su eterna esposa Dorothy a la que jamás
engañó. O sí.
Su primer gran papel fue el
memorable capitán Walker de “Tambien somos seres humanos” (Wiliam Wellman,
1944) su única nominación al Oscar. Luego llegaron “The locket” (1946, John
Brahm) y la extraordinaria “Retorno al pasado” (1947, Jacques Tourneur), su
mejor film noir, junto a “Cara de ángel” (1952, Oto Preminger). De todas las estrellas masculinas que se
movían por los bajos fondos – Richard Widmark, Victor Mature (terrible actor),
Richard Conte – fue el único que mantuvo sus señas de identidad en el western.
Asi lo atestiguan “Porsued” (Raoul Walsh, 1947), “Más allá del Río Grande”
(1959, Robert Parrish) o “Con sus mismas armas” (1956, Richard Wilson). A comienzos de los 50 el rostro de Mitchum
parecía ya una máscara marcada por la vida y sus experiencias. Nicholas Ray le
supo entender a la perfección en la mejor película sobre el rodeo jamás rodada:
“Hombres errantes” (1952), en la que su interpretación rozó la genialidad. La
alcanzaría en la obra maestra de Charles Laughton (su único film como director)
“La noche del cazador”, en la que insuflo vida y horror a un ogro que quería
matar niños. El que no le dieran el Oscar fue una injusticia clamorosa.
La actuación de Mitchum junto a
Deborah Kerr en “Solo Dios lo sabe” (1957, John Huston) le proporcionó renovado
prestigio y los elogios citados del gran director. En el delirante melodrama de
Vincente Minnelli “Con él llegó el escándalo” (1959) no solo engrandeció la
película, sino que ofreció una imagen de exagerada masculinidad que el actor
somete con inteligencia, y humor soterrado, a observación y crítica. A finales
de los 60 se merendó al mismísimo John Wayne en la formidable “Eldorado”
(Howard Hawks, 1967) sonde se divirtió y nos divirtió en su sheriff borrachín y
avejentado. Y en 1969, pasó una larga
temporada en Irlanda interpretando “La hija de Ryan” del insigne David Lean. Y,
una vez más, demostró su enorme capacidad como actor encarnando un personaje
que no tenía nada que ver con los que había interpretado anteriormente, el de
un maestro de escuela de mediana edad, pusilánime, sexualmente tímido y amante
de la música. Su canto de cisne vino con
excelentes actuaciones en perdedores envejecidos: “The friends of Eddie Coyle”
(Peter Yates, 1973) “Yakuza” (Sidney Pollack,1975) o “Adios muñeca” (1975, Dirk
Richards) donde Mitchum volvió a ser el Philip Marlowe de Raymond Chandler,
superando al Bogart de “El sueño eterno”.
Sí. Pienso que Huston tenía
razón. Robert Mitchum ha sido uno de los mejores actores de la ya larga
historia de Hollywood. Nació en 1917 y murió en 1997, poco antes de cumplir los
80 años. Siempre casado con Dorothy Spence, con la que tuvo dos hijos, se le
atribuyeron romances con Marilyn Monroe, Rita Hayworth y Ava Gardner. No parecen
ser ciertos, pero sí lo es que tuvo una hija llamada Petrina cuya madre se
desconoce. Le gustaba cantar y no lo hacía nada mal. Sobre todo, los calipsos.
Editó discos y en youtube podemos verle y escucharle.
Luis Betrán
Este texto ha consultado el Diccionario
del cine de Ediciones J.C y el estupendo libro de memorias de John Huston “A
libro abierto” (An open book)
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