jueves, 30 de marzo de 2017

CENTENARIO DE ROBERT MITCHUM


LOS OJOS SEMICERRADOS
 
John Huston afirma que Robert Mitchum es un actor igual o superior a los más grandes, Bogart, Brando y que si quisiera podría interpretar perfectamente a Shakespeare. Con su humor socarrón, Mitchum le respondió que le pagaba para que dijera eso. Fue homenajeado en el Festival de San Sebastián con el público puesto en pie. Para entonces su talento estaba ya más que reconocido. Los ojos semicerrados, el porte cansino, las comisuras de los labios caídas y el comportamiento frío y desapasionado de Robert Mitchum parecen indicar que se trata de un actor demasiado cansado – más de 100 películas en su filmografía – o desinteresado como para poner nervio o vida en sus interpretaciones. Pero los personajes zarandeados por la vida y de vuelta de todo que suele encarnar son hombres a los que numerosas noches de peligro en vela han contribuido a alertar, hombres que conocen la necesidad angustiosa de la espera. El físico y la imagen de Mitchum quedaron cristalizados en la pantalla prácticamente desde el primer momento. Su edad no importaba demasiado, su voz profunda y cansina parecía la ideal para la larga sucesión de antihéroes fatigados que le tocó interpretar.

Ascendió hasta el estrellato, tras una serie de films de Hopalong Cassidy y otra en la productora Z por excelencia, la Monogram, como el rostro definitivo de los thrillers de posguerra, cuyo lado romántico se veía siempre oscurecido por amenazadoras sombras. Incluso sus maneras indolentes de caminar y moverse se adecuaron a la perfección al estado de ánimo que transpiraban sus primeras películas. Mitchum se convirtió en uno de los actores más intuitivos de todos los que se han puesto alguna vez delante de las cámaras. Duro, lacónico, diciéndolo todo con una mirada, Mitchum es la antítesis del método interpretativo del Actor’s Studio. Probablemente se inspiró en Bogart, pero su estilo letárgico, amoral y autodestructivo le llevó a convertirse en uno de los factores definitorios del cine negro. La fascinación de Mitchum radica en la naturaleza contradictoria de su imagen cinematográfica: frío y sin emociones, inconformista hasta rozar la anarquía y, sin embargo, dispuesto en todo momento a la aventura, dotado de un acre sentido del humor e innegablemente romántico. Algunos de estos rasgos son atribuibles a su abigarrada biografía: joven delincuente, loco de la carretera, detenido por vagancia, minero, boxeador, cocainómano (llegó a estar encarcelado por su adicción), bebedor, jugador de póker…hasta llegar a los clubs nocturnos y el teatro. Y hombre de una sola mujer, su eterna esposa Dorothy a la que jamás engañó. O sí.

Su primer gran papel fue el memorable capitán Walker de “Tambien somos seres humanos” (Wiliam Wellman, 1944) su única nominación al Oscar. Luego llegaron “The locket” (1946, John Brahm) y la extraordinaria “Retorno al pasado” (1947, Jacques Tourneur), su mejor film noir, junto a “Cara de ángel” (1952, Oto Preminger).  De todas las estrellas masculinas que se movían por los bajos fondos – Richard Widmark, Victor Mature (terrible actor), Richard Conte – fue el único que mantuvo sus señas de identidad en el western. Asi lo atestiguan “Porsued” (Raoul Walsh, 1947), “Más allá del Río Grande” (1959, Robert Parrish) o “Con sus mismas armas” (1956, Richard Wilson).  A comienzos de los 50 el rostro de Mitchum parecía ya una máscara marcada por la vida y sus experiencias. Nicholas Ray le supo entender a la perfección en la mejor película sobre el rodeo jamás rodada: “Hombres errantes” (1952), en la que su interpretación rozó la genialidad. La alcanzaría en la obra maestra de Charles Laughton (su único film como director) “La noche del cazador”, en la que insuflo vida y horror a un ogro que quería matar niños. El que no le dieran el Oscar fue una injusticia clamorosa.

La actuación de Mitchum junto a Deborah Kerr en “Solo Dios lo sabe” (1957, John Huston) le proporcionó renovado prestigio y los elogios citados del gran director. En el delirante melodrama de Vincente Minnelli “Con él llegó el escándalo” (1959) no solo engrandeció la película, sino que ofreció una imagen de exagerada masculinidad que el actor somete con inteligencia, y humor soterrado, a observación y crítica. A finales de los 60 se merendó al mismísimo John Wayne en la formidable “Eldorado” (Howard Hawks, 1967) sonde se divirtió y nos divirtió en su sheriff borrachín y avejentado.  Y en 1969, pasó una larga temporada en Irlanda interpretando “La hija de Ryan” del insigne David Lean. Y, una vez más, demostró su enorme capacidad como actor encarnando un personaje que no tenía nada que ver con los que había interpretado anteriormente, el de un maestro de escuela de mediana edad, pusilánime, sexualmente tímido y amante de la música.  Su canto de cisne vino con excelentes actuaciones en perdedores envejecidos: “The friends of Eddie Coyle” (Peter Yates, 1973) “Yakuza” (Sidney Pollack,1975) o “Adios muñeca” (1975, Dirk Richards) donde Mitchum volvió a ser el Philip Marlowe de Raymond Chandler, superando al Bogart de “El sueño eterno”.

Sí. Pienso que Huston tenía razón. Robert Mitchum ha sido uno de los mejores actores de la ya larga historia de Hollywood. Nació en 1917 y murió en 1997, poco antes de cumplir los 80 años. Siempre casado con Dorothy Spence, con la que tuvo dos hijos, se le atribuyeron romances con Marilyn Monroe, Rita Hayworth y Ava Gardner. No parecen ser ciertos, pero sí lo es que tuvo una hija llamada Petrina cuya madre se desconoce. Le gustaba cantar y no lo hacía nada mal. Sobre todo, los calipsos. Editó discos y en youtube podemos verle y escucharle.

Luis Betrán

Este texto ha consultado el Diccionario del cine de Ediciones J.C y el estupendo libro de memorias de John Huston “A libro abierto” (An open book)

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