Las
variaciones Ozu o el refinamiento continuo de un estilo
Hay en la literatura sobre Ozu una cierta tendencia a
atribuirle remakes de sus propias obras. A decir de algún comentarista,
es una práctica que caracteriza la parte postrera de su filmografía, durante
los años 50 y 60. Otros autores son menos categóricos y asumen algunos casos
evidentes, valga el ejemplo de Historia de una hierba errante (Ukigusa
Monogatari, 1934) y su actualización con La hierba errante (Ukigusa,
1959), pero argumentan alguna reserva en otros casos como el de Buenos días
(Ohayô, 1959). Donde tantos autores no dudan en señalar un remake de
He nacido, pero... (Umarete mita keredo..., 1932), opino que “más
que un remake, se trata de una reelaboración de determinadas situaciones
expuestas en la obra maestra anterior”.
En cualquier caso, hay una evidencia irrebatible en las
reiteraciones que presenta el cine de Ozu. Entre otros aspectos, se destacan
las similitudes entre los títulos, el reiterado trabajo con determinados
actores en papeles siempre muy similares, o incluso el uso de los nombres, como
en el caso de parejas de hermanos en que el menor acostumbra a llamarse Minoru.
Una constatación basada en las notas del sempiterno co-guionista Noda Kogo,
certificando la voluntad de revisión continua de las producciones previas,
concibiendo el conjunto de su obra como una continuidad.
Este último aspecto es a mi entender la clave de bóveda en
este asunto, pues permite colegir que una cierta obsesión con el
perfeccionamiento constante de su obra lleva al autor a reeditar sus mismas
historias, al entender que ha alcanzado mayores cotas de sofisticación y
refinamiento en su estilo personal. No hemos de perder de vista tampoco que el
mantenimiento constante de una serie de aspectos temáticos tiene tanto que ver
con el gusto e interés personal de Ozu como con las lógicas redundancias que
impone el género, exigencia de su trabajo en el seno del sistema de estudios.
Adscrito casi en toda su trayectoria a la Shochiku, la casa matriz del shomin-geki,
el género ocupado en las historias de personajes comunes en la época
contemporánea, no podía sustraerse a la descripción de estos estratos sociales
y sus cuitas. Así pudiéramos concluir que lo que Ozu practica no es tanto el remake
como la variación continuada sobre una misma temática, abordada desde su obsesión
personal por reflejar el estamento familiar.
El hilo del discurso enlaza esta vinculación a la narración
de historias contemporáneas con otro aspecto que entiendo fundamental y que la
universalidad y atemporalidad que se le supone al señalado como gran maestro
del estilo trascendente contribuye a ocultar. Es aquí donde volvemos al binomio
He nacido, pero.../Buenos días, para destacar la capacidad de Ozu
para el comentario crítico del momento.
Así, en el contexto de militarismo y expansión
imperialista, no parece casual que la narración de He nacido, pero... se
inicie con la mudanza de la familia protagonista a los suburbios que expanden
la metrópolis tokiota. El carro avanza trabajosamente por un entorno sin
elementos reconocibles, pudiendo asemejarse al paisaje agreste de los
territorios manchúes anexionados por Japón en el continente. En un relato
disfrazado de comedia exagerada, la dignidad de los niños protagonistas
contrasta con el sometimiento adulto, encarnado en la figura del padre. Sutil
forma de sortear la censura del régimen, que no hubiese aceptado referencias a
su política de ocupación de no ser con afán laudatorio, y menos aún una burla a
la subordinación absoluta en su modelo jerárquico, como expresa el film dentro
del film. La proyección, hábilmente parapetada tras el velo del absurdo,
muestra el dominio del patrón sobre el padre/empleado, obligándole a hacer
muecas ante la cámara. La injusta situación desencadena la protesta infantil.
Obtenida su posición social en la pandilla por la vía de la astucia y la
diplomacia, por el valor del mérito, se niegan con su cándida huelga a aceptar
la imposición, mostrando un deje de esperanza en las nuevas generaciones.
En ese futuro, truncado y ya recuperado con el milagro
económico japonés de la postguerra, Buenos días constata un cierto
carácter de reflejo especular. Lejos de la dignidad de sus homólogos
anteriores, es el dúo infantil el que encarna la burla y refleja a esas nuevas
generaciones de japoneses ensimismados que se expresan en el movimiento Taiyôzoku.
Denuncia sutilmente Ozu la vacuidad en esas propuestas, únicamente orientadas a
la reivindicación del consumo y la ostentación del mismo, al hedonismo y la
provocación irrespetuosa. Un afán de consumo encarnado en la exigencia de
adquirir una televisión mediante la renuncia irrespetuosa a comunicarse
formalmente. Contribuyendo pues a la reflexión, destaco la obra de Ozu no como
sucesión de adaptaciones, sino como conjunto coherente de variaciones
constantes sobre un mismo tema, con afán de superación estética y reflejo de su
tiempo. Reivindico así la adaptación o revisitación de obras anteriores, objeto
aquí de debate, como un mecanismo creativo de primer orden.
Luis Betrán
Anticipo de un próximo dossier Yasujiro Ozu, uno de los
diez mejores cineastas de la historia..
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