EL ILUSTRE DESCONOCIDO
Las
maravillas de Parajanov
Parajanov sólo acabó nueve largometrajes.
Bastaron para mostrar la mirada única de un cineasta singular en la historia
del cine. Singular, así lo definió Tarkovski en una carta muy especial. En
1968, Parajanov acabó su largometraje Sayat Nova, una película sobre el gran
poeta armenio Harutyun Sayatyan, conocido como el Rey de las Canciones. Los
jerarcas de la burocracia soviética encargados de velar por la ortodoxia
cinematográfica no podían creer lo que veían ni entender cómo pudieron rodar
eso, quién había autorizado semejante producción, quién había aprobado el guion
dos años antes. Eran malos tiempos para la lírica: 1968, los tanques soviéticos
aplastando la Primavera de Praga, ¿recordáis? Los jerarcas soviéticos vieron
mal el erotismo, la sensualidad, que desprendía Sayat Nova; veían demasiado
misticismo, y lo que era peor, nada, pero nada nada, de ideología. Y también
detectaron el mayor crimen en un artista soviético: el formalismo, o sea, la
excesiva preocupación por las formas, cinematográficas. Conminaron al cineasta
a remontar la película, su película -la había escrito, se había ocupado de la
dirección artística, la había dirigido y la había montado-. Parajanov se negó a
mutilar su obra.
Entonces le ordenaron a otro cineasta, Sergei
Yutkevich, que la remontara. Obedeció. Cortó todas aquellas escenas que
molestaban más, la película quedó reducida a setenta minutos de metraje y la re
titularon como “El color de la granada”. Pero no se olvidaron de Parajanov y en
1973 lo acusaron de... veamos: homosexualidad, pornografía, tráfico de arte,
especulación monetaria, incitación al suicidio -tal cual-, tendencia al
surrealismo -como suena- y... ¿os lo imagináis? Efectivamente, formalismo. Tres
días antes de que fuera sentenciado, Andrei Tarkovski, uno de sus mejores
amigos y compañero de estudios en la VGIK, la Escuela de Cine de Moscú, le
escribió una carta al Comité Central del PC de Ucrania en la que señalaba la
grandeza artística de Parajanov, no sirvió de nada y el cineasta georgiano fue
condenado a cinco años de prisión en un penal de máxima seguridad en Siberia.
Maestros del cine como Godard, Truffaut, Fellini, Buñuel, Antonioni... firmaron
peticiones de libertad y se hicieron oír. Sin éxito. Parajanov sólo fue
excarcelado en 1977. Pero le tenían ganas y se ensañaron con él: volvieron a
detenerlo en 1982 y se pasó otro año en la cárcel.
Parajanov, un cineasta singular, sin duda, y
quizá el menos conocido de los cineastas de la era soviética. Desde luego fue
el último que uno descubrió cuando el artista llevaba ya catorce años muerto.
Se lo debo a Serge Daney; la recopilación de sus escritos, “El cine, arte del
presente”, se cierra con transcripción de sus palabras un martes, 5 de mayo de
1992, casi dos años después de la muerte de Parajanov, cuando presentaba el nº
2 de la revista Trafic. Daney, enfermo de sida, era consciente de que tenía los
días contados, murió el 12 de junio, apenas cinco semanas después. Aquellas
palabras suyas pueden considerarse su testamento, el testamento de un cinéfilo:
“Nunca pude comprender cómo la gente puede ver películas sin hablar de ellas.
La cinefilia no consiste en ver películas solo, en la penumbra -eso no es más
que un aspecto de la cuestión- sino que consiste en no hablar durante hora y
media, estar obligado a escuchar, a mirar, y durante la hora y media siguiente
recuperar el tiempo perdido. Y si no hay nadie para hablar, uno se pone a
escribir, lo que sigue siendo una forma de hablar si nadie habla, nadie ve,
pues sólo podemos ver bien las cosas cuando somos capaces de decirlas, de
hacerlas volver por las palabras. Entre lo que se quiere ver, lo que se ve
realmente y lo que no se ve, el "juego" es infinito: es ahí donde
tocamos la parte más íntima del cine.” Pero a lo que vamos, aquel día Serge
Daney (crítico de Cahiers du Cinéma) habló de Parajanov, y, con sus palabras,
renació “Sayat Nova” y recordó la experiencia que representa verla, algo así
como si alguien hubiera viajado en el tiempo y hubiera colocado la cámara en un
mercado de Ereván en la Edad Media...
Parajanov reconstruye la hipótesis de una imagen
de la que se pudiera decir: ésta data de mucho antes del cine. Constituye una
suerte de intrusión imaginaria milagrosa en un mundo que existió y al que jamás
tendremos acceso. Si hubiera habido cine en la Edad Media, esto (Sayat Nova)
hubiese sido "La llegada del tren a la Ciotat" para ellos y para
nosotros. He aquí la verdadera inocencia. Llegamos así como a tocar una suerte
de equivalencia de un mundo sin el cine, de un mundo de la Edad Media. Dicho de
otra forma -aunque no haga falta-, Sayat Nova representa las antípodas del
"cine histórico"; no es como si fuera el primer filme sobre la Edad
Media, sino que es el primer filme en la Edad Media. Ahí radica lo sublime de
la película de Parajanov. Pero aún tuve que aguardar más de cinco años a
comprobarlo cuando se editaron en dvd sus largometrajes. Si escribo Parajanov
es porque así lo vi escrito en el texto de Serge Daney. En otros lugares
aparece también como Paradjanov. Apenas dos años antes de su muerte, Paradjanov
pudo viajar al Festival de Rotterdam y fue aclamado como un héroe del cine. No
merecía menos. Godard escribió: En el templo del cine hay imágenes, luz y
realidad. Paradjanov era el maestro de ese templo. Más que un cineasta, un
hacedor de maravillas.
Con motivo del centenario del nacimiento de
Mijail Kotsiubynsky, el propio Parajanov e Ivan Chendej realizan un guion sobre
una historia del escritor ucraniano, que da lugar a esta película mítica del
cine soviético, que tuvo una gran repercusión en los cines de arte y ensayo del
bloque occidental, llegando a cosechar algunos premios, como el Premio Especial
del Jurado en el Festival Mar del Plata de 1965 por la fotografía, los efectos
especiales y la dirección artística. Rebautizada en los circuitos de habla
inglesa como Shadows of Forgotten Ancestors (Sombras de los antepasados
olvidados), y en España como Los corceles de fuego, Tini zabutykh predkiv es una
de esas películas que se quedan grabadas a fuego en la retina del afortunado
espectador que llega a visualizar esta verdadera obra de arte, pues como
sucedió con la inmensa mayoría del cine de las ex repúblicas soviéticas, apenas
tuvo distribución fuera de su país y bajo una versión amputada, pese a que
sería la única película del cineasta armenio que tendría una buena acogida por
parte del Goskino, que la alabó por “haber sabido plasmar en el lenguaje
cinematográfico la calidad poética y la profundidad filosófica del cuento de M.
Kotsiubynsky”. No debemos olvidar que Parajanov, merced a su carácter renuente
a los dictámenes de la industria cinematográfica soviética, encorsetada en el
llamado “realismo socialista”, hubo de padecer toda una retahíla de sinsabores
derivados de su talante anticorformista, que resultaba polémico y soberbio a
las autoridades, lo que llegó a malograr su propia vida, tan indisolublemente
unida a su obra cinematográfica.
Sobre una trama en principio manida y
aparentemente sencilla, ambientada en el siglo XIX, en un pequeño pueblo de los
Cárpatos orientales, Parajanov narra una tierna y apasionada historia de amor
entre Iván y Marichka pese a la enemistad que acaba enfrentando a sus dos
familias. No obstante, el gran impedimento que provocará que su romance no se
haga realidad será un desgraciado accidente que acaba con la muerte de
Marichka, a partir de entonces Iván será una sombra de sí mismo. De una belleza
fuera de lo común, con una audaz puesta en escena donde Parajanov demuestra
poseer un gran dominio técnico, que lo sitúa en las antípodas del formalismo
decadentista que caracteriza a la inmensa mayoría del cine soviético de la
época, y con un universo creativo muy próximo a Aleksander Dovzhenko, en cuanto
al aprovechamiento del espacio escénico, y a su amigo Andrei Tarkovski, en
cuanto a espiritualidad, Parajanov crea una película única y fascinante, que no
deja indiferente al espectador, sensible ante el espectáculo de una naturaleza
rodada de forma sublime por un virtuoso de la cámara que saca el máximo partido
a un paisaje nevado, creando un fuerte contraste entre el blanco del fondo y el
colorido de los personajes en primer término, en una puesta en escena casi
pictórica. Parajanov enfatiza el tema costumbrista del cuento de Kotsiubynsky
desde varios puntos de vista, desde la naturaleza humana hasta los ritos y
ceremonias de los hutsules. La música, el vestuario, la ambientación, la
filmación en exteriores, contribuyen a dotar a la historia de un peculiar
misterio y ensoñación. Pero es en el aspecto formal donde la película adquiere
su verdadera singularidad, como el uso expresivo del color, el virado y el
blanco y negro, que le permite el sistema sovcolor, la cámara en constante y
frenética evolución, con vertiginosos movimientos de re encuadre para captar la
emoción, el pálpito de los personajes.
Las películas del cineasta georgiano Sergei
Parajanov (1924-1990) son claramente de autor, independientemente de que se
basan en sus guiones originales (El color de la granada, 1969) o de una obra
literaria (Sombras de antepasados olvidados, 1964; La leyenda de la la
fortaleza de Suram, 1985; Ashik Kerib, 1988). Detrás de cada toma su sombra es
visible, audible su voz; en cada objeto y cada actor de su pulso y su
respiración se pueden sentir. En el arte de Parajanov uno no puede distinguir
la etnografía de la imaginación, la realidad de la leyenda. El gran arte es la
unidad de lo espiritual y lo material, lo bello y lo común, el mito y la
realidad. Sus personajes mitológicos y elementos que nos dan la sensación de
falta de límites. La mentalidad de Parajanov era tan mitológica y ritual como
material. Desde los tiempos antiguos hasta la Edad Media, la vida cotidiana del
hombre se refleja en los ritos. En ritos cinematográficas de Parajanov la
historia más habitual es "desviada" por el prisma de la "épica
cuentista" (como camarógrafo y director de documentales Mikael Vardanyan
[Vartanov] llamado el gran director de cine) en un mito - algo que no sólo es
eterno, sino también característico de las creencias en el momento de la
creación y explicativo de los eventos en los días actuales. El color de la granada combina tres momentos
diferentes: el tiempo del héroe, poeta armenio del siglo 18; el momento de
autor; y la eternidad. La vida de un personaje histórico real, el ashugh
(trovador) Sayat-Nova, se vuelve a contar como un mito.La leyenda popular sobre
Sayat-Nova es una unidad de hechos con maestría interpretados por un poeta. En
la leyenda de todo Parajanov es parte de un todo, cada detalle es un punto
culminante. Aquí están los hechos que no se presenten como podrían haber
ocurrido, pero como el autor les gustaría ver que sucedan. Aristóteles decía
que el poeta es el creador del mito, porque crea la posibilidad más que la
realidad. El color de la granada es un diagrama alma de tanto un poeta-autor y
poeta-héroe. "El mundo es una ventana" para el protagonista. Al igual
que en Ashik Kerib, en El color de la granada el personaje principal es un
poeta, y en ambos relatos se ve obligado primero a "cantar" y luego a
"morir." En los títulos de Hagop Hovnatanyan, el pintor también se
llama " un poeta”: Esta es una
película sobre un pintor realista, que cantó de sus contemporáneos, ya que sólo
un verdadero poeta podía hacer "como dijo Parajanov," la historia de
Ivan”. En El color de la granada Sayat-Nova es un carácter más espiritual que
material. Parajanov, imágenes del "carácter" del alma de un poeta, su
"parcela", sus fluctuaciones emocionales. Por cierto, Sayat-Nova es
seudónimo del poeta y en la traducción del persa significa "cazador de la
canción."
Luis
Betrán (al final del dossier anotaré sus fuentes)
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