miércoles, 20 de abril de 2016

DOSSIER SERGEI PARAJANOV o PARADJANOV (I)



SERGEI PARAJANOV o PARADJANOV



EL ILUSTRE DESCONOCIDO


Tras diez años de considerable esfuerzo, nada menos que Martin Scorsese ha conseguido remontar la obra maestra de Sergei Parajanov “Sayat nova” e incluso recuperar los minutos amputados. Gran admirador de este director único, Scorsese se ha encargado también de la edición en Blu-Ray de esta maravilla. Y hasta se habla de que por primera vez se estrene en salas de las grandes ciudades españolas. Pero ¿Quién fue Sergei Parajanov?

BIOGRAFÍA


Era hijo de padres armenios y nació en 1924 en Tiblisi, la actual capital de Georgia, en la ruta de la seda; murió en Ereván, la actual capital de Armenia, en 1990. Su nombre, transcrito en nuestro alfabeto, en armenio se escribe Sargis Hovsepi Parajanyan; en ruso, Sergei Paradzhánov. En 1945 ingresa en la Escuela de Cine de Moscú y Dovjenko fue uno de sus profesores. Tres años después fue sentenciado a cinco años de cárcel por relaciones homosexuales aunque lo soltaron después de tres meses. Se casó con Nigyar Kerimova que fue asesinada por sus familiares musulmanes por haberse convertido a la religión ortodoxa para casarse con Parajanov. El cineasta se trasladó a Kiev, en Ucrania, hizo ocho películas documentales y de ficción, de las que acabará renegando, se casó con Svetlana Ivanivna Shcherbatiuk con la que tuvo un hijo, Suran, en 1958. Pero, por así decir, la voz del cineasta no despierta y no cuaja su mirada única hasta que contempla La infancia de Iván (1962), la opera prima de Tarkovski; la película de su amigo supone una revelación y el detonante del genio de Parajanov.


Tini zabutij predkiv (Sombras de nuestros ancestros olvidados, 1964), titulado en la edición en dvd Los corceles de fuego, es una película deslumbrante que cuenta una historia de amor trágico en las montañas de los Cárpatos, hablada en dialecto hutsul, conjugando la etnografía y el cuento popular en un universo fronterizo con lo mágico, enhebrando tomas largas en movimiento mediante una cámara en mano desencadenada, que destilan imágenes cargadas de subjetividad que por momentos cobran visos surreales, interrumpidas a veces por planos fijos de formas rituales primorosamente compuestas con texturas del mundo mineral y vegetal -rocas, líquenes, tocones...-, a modo de pillow shots (fotos fijas).


Parajanov deviene en juglar que despliega una cámara insomne con desplazamientos febriles, como en las escena de la feria, y angulaciones expresivas y sorprendentes, como en el seguimiento de las deambulaciones de los personajes, y trasciende los engarces narrativos a través de planos de gran riqueza plástica y de una urdimbre de voces y cantos populares, que desprenden un aire de ensueño y una cautivadora sensualidad a la hora de plasmar los desgarros emocionales y los arrebatos fulgurantes, como en la escena de la siega de un prado florido. En “Sombras de nuestros ancestros olvidados”, encontramos ya algunas claves de la poética del cineasta: la fervorosa aprehensión de la belleza del mundo, tal como entendía el cine Parajanov, y el aroma de los relatos maravillosos. Una poética en la encrucijada de la vanguardia y del retorno a los orígenes del cine, que cuajará sus formas más acabadas en la siguiente película Sayat Nova (1968).


“Sayat Nova”, que acabó titulándose “El color de la granada”, aun mutilada, es una obra única, inclasificable, una experiencia inédita. La cámara se queda quieta, no hay diálogos, sólo escuchamos fragmentos de los poemas de Sayat Nova, música y cantos armenios, y un tejido sonoro que dota de espesor a los planos casi siempre estáticos y frontales, salvo algunos cenitales, concebidos como retablos vivientes en los que se privilegia la falta de profundidad; como lienzos o páginas de un libro iluminado, o mejor, como tapices o esas alfombras que Parajanov prodiga en sus películas,donde se tejen colores y texturas, objetos y materias, de cuerpos y gestos con una disposición precisa que difumina la frontera entre lo simbólico y lo etnográfico, en una combinación embriagadora que convoca para su disfrute los cinco sentidos. Un mundo sensorial que aflora a partir de la cultura material -e inmaterial- armenia y que Parajanov describió como una serie de miniaturas persas. Un delirio visual con resonancias poéticas que conjuga lo sublime y lo popular, eros y tánatos, la carne y la mística, el rojo y el negro... Sayat Nova representa una celebración lujuriosa de la belleza del mundo. La voluptuosidad de las miniaturas que componen el tejido visual de Sayat Nova conjugan lo sensual y lo ascético en una rara alquimia que alcanza hondas resonancias en la relación del joven poeta con su amada, a los que encarna la misma actriz, Sofiko Chiaureli, la musa de Parajanov, una decisión que le permite al cineasta llegar al corazón del tema a través de la propia materia fílmica: la identidad de los cuerpos y la unidad de las almas a través de la vía amorosa, los amantes se buscan y cada uno se encuentra a sí mismo, descubriendo su rostro en el otro. En el cine de Paradjanov, los personajes no se libran jamás de una experiencia así: hasta el fin de los tiempos, deben llevar a cuestas el amor que vivieron en el pasado, que siempre vuelve como un sueño o una visión recurrente. Es muy probable que la forma -la tapicería- del filme tenga mucho que ver con los escasos medios de que dispuso el cineasta para rodarlo. Cuando Paradjanov volvió a la tierra de sus ancestros, experimentó una honda impresión. Se inspiró en la Edad Media armenia y concibió la idea de hacer una película sobre Sayat Nova, un poeta del siglo XVIII que era, y aún es, un poeta popular, sus poemas son conocidos y sus canciones se cantan en bodas y cuchipandas.


Pero Sayat Nova no es un biopic del poeta aunque desgrane episodios de su vida, sino un filme que cobija la experiencia de su poesía y pespunta libros, vasijas, tocados, velos, vestidos, animales, flores, frutos o frescos como un alfabeto espiritual, signos del esplendor del mundo, que nos recuerda a Pasolini cuando se refería a la poesía de los objetos, de la materia, que en el cine cobra una cualidad onírica, y no es casualidad: Pasolini es como un dios para mí, un maestro del estilo, dijo una vez Parajanov. Escribió el guion de Sayat Nova en 1966, en una época de una cierta apertura pero acabó la película en 1968 y, como hemos contado, lo tuvo crudo. Tardará quince años en volverse a poner detrás de una cámara. Mientras estuvo en prisión y después, cuando no podía hacer cine, pintó, dibujó, realizó collages y esculpió pequeñas figuras. En 1984 rodó en Georgia La leyenda de la fortaleza de Suram, y en 1988, en Azerbaiyán, Ashik Kerib, basada en un relato de Mijail Lermontov. Hay un cierto paralelismo con Sayat Nova, un poeta que escribió en armenio, georgiano y azerbaiyano. En el último plano de la última película acabada de Paradjanov, Ashik Kerib, vemos el vuelo de una paloma que se posa sobre una cámara y leemos la dedicatoria a su amigo Andrei Tarkovski, que había muerto en 1986, y a todos los niños del mundo. Apenas dos años antes de su muerte, Parajanov pudo viajar al Festival de Rotterdam y fue aclamado como un héroe del cine. No merecía menos. Godard escribió: “En el templo del cine hay imágenes, luz y realidad. Parajanov era el maestro de ese templo. Más que un cineasta, un hacedor de maravillas.”

Luis Betrán

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