PELÍCULAS
La infancia de Iván (Ivanovo detstvo)
Primer largometraje de Andréi Tarkovski, proyecto
que le fue cedido por ausencia de director y con un presupuesto limitado para
su producción. Cuenta con una maravillosa actuación por parte de Nikolai
Burlyayev, quien trabajó de manera ardua frente a condiciones climáticas
adversas para lograr interpretar a Iván y regalarnos el retrato de la vida de
un niño en medio de la más cruda soledad. La infancia de Iván está inspirada en
el relato de Vladimir Bogomólov. Esta cinta aborda la historia de un niño que
debe enfrentarse a la muerte de sus padres, a la guerra y consecuentemente a
desempeñar el cargo de espía del ejército. El protagonista hace gala de su
valentía e inteligencia puestas al servicio de su deseo de venganza ante la
trágica muerte de sus padres. Sin embargo, en el fondo se deja reflejar la
inocencia de Iván, que aún viviendo en las más bélicas circunstancias, logra
que sus rasgos -su cabello rubio y su mirada llena de luz- creen una paradoja
visual. A pesar de ser una película basada en un relato tan crudo, es imposible
negar la belleza de las imágenes, el uso de la luz-sombras y las texturas que
parecieran hacer un homenaje en secreto al expresionismo. Resulta necesario el
reconocimiento de la labor de Vadim Yusov, fotógrafo de la cinta y colaborador
de Andreí en varias cintas subsecuentes, quien retrató las emociones de una
manera precisa y delicada en cada fotograma.
Tarkovski elabora una película caracterizada por
una dirección impecable, un inteligente manejo del ritmo, un estilo único para
tejer la historia entre los mundos onírico-reales y la abundancia de secuencias
poéticas que más tarde se convertirían en su marca personal. La cinta fue
criticada después de su estreno por ser provocadora y controversial. Sin
embargo, entre sus defensores se encontraba Jean Paul Sartre, quien publicó en
1963 en “L’Unitá” una carta en la que ensalzaba el film de Andrei y reconocía su
valor como obra liberadora. La infancia de Iván es una cinta que se podría
definir entre la tristeza, la belleza, la inocencia y la pérdida de esta. Es
una excelente manera de dar el primer paso para adentrarse en la obra de
Tarkovski. En este esplendoroso debut, el director cuenta una historia que
(casi) cualquier público puede entender y sentir, y no sólo aquellos
expectantes que gustan de profundizar en las interpretaciones filosóficas o
psicológicas de su obra. Es sin duda una historia que se queda en la memoria
del espectador gracias a su maravilloso despliegue visual. Ampliamente
recomendable. Una obra maestra.
Solaris
La primera vez que vi Solaris fue hace mucho
tiempo. Y me encantó. Captaba el espíritu de la novela y le añadía un plus de
lirismo con imágenes muy sugerentes, especialmente los planos de la naturaleza.
El director de fotografía se merecía un monumento y Tarkovski era un director
de incuestionable prestigio, lo que le añadía su gestión al saberse ante una
obra de arte. Pero ha pasado el tiempo y con él he perdido la inocencia del
espectador. Cuando uno es joven carece de criterios, todo vale y, como se es
virgen, todo gusta, todo parece maravilloso. Luego te haces mayor, vas haciendo
poso y hay cosas que empiezan a rechinar. Esto es un poco lo que me ha pasado
con Solaris. Con esto no quiere decir que sea un fraude, sino que tiene muchas
cosas buenas y algunas malas en las que no me había fijado antes. Empezaré por
las buenas:
A) la historia. La novela de Stanislaw Lem era un
buen punto de partida. Lem había creado una historia de ciencia-ficción que,
además de sugerente, daba para reflexionar acerca de cuestiones filosóficas
como la naturaleza humana -a partir de la figura de los visitantes-, o como la
posibilidad de comunicarse con una inteligencia diferente -el océano de
Solaris-, o incluso la pérdida y el recuerdo -.B) el lirismo.Ya estaba presente
en la novela, pero aquí se ve potenciado por una buena elección de los planos,
la música y la actuación. C) a pesar de que han pasado muchos años desde su
estreno, es creíble. No tiene retoques por ordenador, ni tremendos efectos
especiales, pero no rechina como sucede con muchas aquellas cintas de ciencia
ficción de los años 70. Vestuario, escenarios y efectos, aunque no son
espectaculares, son verosímiles, y eso no es poco, sobre todo si tenemos en
cuenta las limitaciones técnicas de aquella época. D) elimina cosas superfluas
que ralentizaban el ritmo de la narración de la novela.
Pero ahora, pasado el tiempo, y le veo tres pegas
en las que no me había fijado antes: A) el comienzo es demasiado lento.
Entiendo que el director quisiese hacer un pequeño poema audiovisual con esos
planos preciosos, la naturaleza rojiza, el caballo, Kris paseando y la casa en
medio de las montañas, pero esto ralentiza muchísimo la acción, sobre todo si
tenemos en cuenta el acelerón que pega en cuanto Kris llega a la estación
espacial, tanto, que hay cosas que no quedan demasiado claras, y no sé si el
espectador que no esté familiarizado con la novela entenderá. B) esto último me
lleva al segundo defecto: el final es demasiado abrupto y no se entiende bien
y, si no me detengo a explicarlo, es porque no quiero hacer un spoiler. C)
antes dije que el lirismo se conseguía, entre otras cosas, gracias a la
excelente selección de planos, pero esto es cierto sólo a medias. Sé que esto
puede sonar una herejía hablando de Tarkovsky, pero es que hay algunos planos
que, o son prescindibles, o son absolutamente inexplicables. Dentro de estos
últimos me llamó especialmente la atención el de la oreja de Kris. El tipo está
soltando un rollo filosófico y el plano poco a poco se va cerrando hasta
centrarse en el agujero de su oreja. ¿A qué viene esto? ¿Es que los agujeros de
las orejas tienen un simbolismo que desconozco? En cualquier caso, Solaris es
una película que bien merece las casi tres horas que dura, y se la recomiendo a
cualquiera, sea fan o no de la ciencia ficción. Soderbergh hizo un remake que
me negué a ver.
Luis Betrán
Fuentes: Rafael Llano febrero 1999. Revista Sight
and sound (Robin Wood). Textos libros y artículos del propio cineasta, Revista
Positif (Michel Ciment)
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