A
partir de los 30, Chaplin redujo drásticamente su producción, dedicando hasta cinco
años a cada película. Cuando se embarcó en “Luces de la ciudad” (City lights,
1931), el sonoro era ya una realidad y Chaplin había sido testigo de la caída
de otras grandes estrellas cómicas del mudo, empezando por Buster Keaton.
Decidió no poner en peligro el personaje por el creado y le había valido un
amplio público internacional. Y se negó a que hablase. Por tanto, “Luces de la
ciudad” es una película silente con acompañamiento musical. No hará faltar
abundar en el hecho insoslayable de que ésta es no solo otra obra maestra, sino
una de las películas más bellas de la Historia del Cine. Consiste en una serie
de variaciones cómicas en torno a una situación melodramática: la vivida por
una florista ciega y el pobre vagabundo, cuyos esfuerzos por devolverle la
vista permiten a la muchacha (Virginia Cherril) comprobar al fin la patética
realidad de su benefactor.
En
“Tiempos modernos” (Modern times, 1936), la última de las películas de Charlot,
se arriesgó a pronunciar un divertido trabalenguas; pero, en general, basó toda
la película en la mímica y la pantomima,
por lo que sigue siendo esencialmente una obra muda. Aquí encontró a la más
bella y pizpereta de sus compañeras, Paulette Godard con la que acabaría casándose.
Este film genial y que carece de límites temporales, atrajo sobre Chaplin las iras
de los conservadores y puritanos usacos. Era/es obviamente un film de
izquierdas y un estruendoso torpedo en la línea de flotación del capitalismo
USA. Los obreros en la cadena de montaje, Charlot que no puede evitar el seguir
usando la llave inglesa cuando sale a la calle, la máquina de comer para el
proletariado, la manifestación que, involuntariamente, acaba encabezando
Charlot y encima con una banderita aparentemente roja. Le acusaron de “sacar
los pies del plato” e intentar convertirse en un “filósofo agitador”. El primer
paso para que el sistema político estadunidense le expulsara del edén en el que
se había hecho rico, se había dado. Y con premeditación y alevosía.
Estas
críticas aumentaron de tono cuando Chaplin realizó “El gran dictador” (The great
dictator, 1940), una demoledora sátira sobre el totalitarismo. E.E.U.U. no
había entrado todavía en la Segunda Guerra Mundial, y no se disimulaba que
Chaplin/Hynkel era Hitler y Oakie/Pavolini era Mussolini. A pesar de la
indignación que subyace bajo la comicidad de la película, el propio Chaplin
declaró posteriormente que de haber sabido la verdad sobre los campos de
exterminio del nazismo, no habría tenido nunca la osadía de filmarla. Bendita
osadía. El paso del tiempo ha obrado a favor de “El gran dictador” y hasta su
largo discurso/soflama final rotundamente antifascista y - en el que Chaplin
evoca a su desgraciada madre Hannah (nombre también del personaje que
interpreta Paulette Godard) que era ciertamente judía – no por mesiánico deja
de ser eficaz y un gran fragmento de cine puro. Véase, lo acontecido en un país
que, como el nuestro, jamás conoció una democracia libre de numerosas máculas.
Se estrenó el 20 de abril de 1976 y se repuso en 2002. Convendría, quizá, otra
nueva exhibición en la España “una, grande y libre” del P.P. y Franco muerto
pero vivo.
En
el cine de Chaplin había estado siempre presente una cierta afición a lo
lúgubre y macabro, que salió a la superficie en “Monsieur Verdoux” (1947), la
historia de una especie de Barbazul francés de entreguerras que se dedica a
matar mujeres para poder mantener a su familia. Se trata de su largometraje
quizá menos conocido siendo como es el mejor, el más acusadamente político y el
obús – casi una bomba atómica – con más metralla lanzado contra el capitalismo.
Lo sigue siendo porque también es el más inteligente y sutil y porque – en
definitiva – va más allá de la obra maestra para erigirse en otro monumento
inamovible en la Historia del Cine, Aunque siempre se trate de ocultar,
especialmente en la crítica derechista de “Cahiers du Cinéma” o “Sight and
Sound”. El contraste filosófico que hace Verdoux entre sus propios crímenes y
los asesinatos masivos cometidos durante las dos contiendas mundiales, no gusto
demasiado en los años de la Guerra Fría y ésta película se convirtió en uno de
los pretextos de la campaña de descrédito y persecución contra Chaplin, que le
llevó a exiliarse (o a ser expulsado) permanentemente de Estados Unidos en
1953. El Ejército de Salvación colocó piquetes en las salas en las que se
exhibía. Orson Welles denunció a Chaplin por apropiarse en exclusividad de un
guión que, en puridad, era suyo. Algo que no se tiene en pie. Kane y Verdoux
pueden ser complementarios si se prescinde de que son personajes – inventados,
pero con antecedentes reales: Hearst y Landrú – radicalmente antagónicos. Por
si fuera poco en una cruel y divertida secuencia de confesión religiosa
precedente a la ejecución del criminal Verdoux, Chaplin por primera vez hace
profesión de fe…..atea.
La
última película americana de Chaplin fue un homenaje nostálgico a su propia
infancia y juventud en las callejas y teatros de variedades de Londres. Llena
de referencias autobiográficas. “Candilejas” (Limelight, 1952) contaba la
amistad y mutuo apoyo que se prestan un
viejo y alcoholizado actor cómico y una bailarina aquejada de parálisis psicosomática.
Invirtiendo
el proceso, en Gran Bretaña rodó una película sobre Estados Unidos. “Un rey en
Nueva York” (A King in New York, 1957), una amarga y feroz comedia sobre la
paranoia y las persecuciones de la era maccarthysta. El film alcanza su máxima
calidad (siempre inferior a “Candilejas”) en las escenas patéticas en las que
Chaplin utilizó a uno de sus hijos, Michael,
como una especie de equivalente en los años 50 de “El chico””,
presentando cómo la mente y la conciencia del niño se ven tan castigadas y
deformadas por la sociedad como el cuerpo del personaje de Jackie Coogan. Pudo
muy bien ser su adiós al cine.
Luis Betrán
Muy interesante y exhaustivo repaso a la obra de Chaplin. Sus películas son reveladoras y con el paso de las décadas han adquirido mayor fuerza.
ResponderEliminarGracias Enrique por el comentario. Acabo de leer que en Madrid, Aki Kaurismaki ha declarado que Chaplin es el mayor genio que ha dado el cine, no el único pero si el mayor. Casi, casi estaría de acuerdo con el gran director finlandés, pero a mi no me gustan los maximalismos. Chaplin es uno de mis cineastas esenciales o de cabecera, pero tambien lo son Buñuel, Ozu, Eisenstein, Bergman, Visconti, Bresson, Satyajit Ray, Ford, Wyler......y si me pongo más moderno, Sokurov, Bela Tarr, Haneke, Terence Davies, Rithy Panh, Brillante Mendoza, Richard Linklater, Alexander Payne and so on. Aunque ciertamente Chaplin fue/es mucho, demasiado Chaplin.
EliminarUn cordial saludo