CIFESA
Nacida durante los años de la República, concretamente
en 1932, al amparo de capital valenciano, CIFESA acabaría por convertirse
durante la década de los 40 y principios de los 50 en la empresa productora más
importante del cine español. Sus inicios, no obstante, pueden, asimismo
considerarse de notables con la financiación de éxitos tan elocuentes como
“Morena Clara” y “Nobleza baturra”, ambas de 1935, ambas dirigidas por el
aragonés Florián Rey con la gran estrella – y más que aceptable actriz – Imperio
Argentina y ambas ejemplos de un muy digno cine folclórico en el que el
franquismo se mostraría especialmente torpe.. La repercusión de estas películas
auguraba a CIFESA una firmeza productiva que habría de confirmarse. Con el
estallido de la Guerra
Civil, y, tiempos después, con los difíciles momentos de la
posguerra, la industria cinematográfica española se vio seriamente afectada. A
pesar de tan delicada situación, la empresa valenciana resulta ser la
única con la capacidad suficiente como
para afrontar con dignidad un sistema de producción eficaz y continuo. Su
envidiable in fraestructura , basada en un cuidado modelo organizativo, logra
que en pocos años se haga con el reinado del mercado interior. Puede decirse
que CIFESA es la primera empresa productora
española que lleva a cabo un planteamiento de su actividad desde un
punto de vista eminentemente industrial, con una recepción comercial que, en
cierta medida, se aproxima a los métodos imperantes en Hollywood. Sus proyectos
eran abordados tras una minuciosa planificación
que iba desde la toma en consideración del elemento humano (técnicos,
actores, realizadores, etc..) que intervendrían en una película, hasta la
posterior comercialización de la misma as través de de empresas filiales de
distribución que daban salida al film a los mercados nacionales e incluso a los
internacionales como luego se verá.
La política esencial de CIFESA era la
programación a largo plazo. Cualquiera de sus producciones no era el resultado
de los beneficios obtenidos por la producción anterior, sino el fruto de un
estudio en el que se contenían varios proyectos simultáneos. Cada uno de ellos
respondía a unos intereses determinados, a un género específico, según las
exigencias del momento, de manera que era fácil cubrir la demanda
cinematográfica con garantías. En consecuencia, CIFESA consigue alcanzar y
mantener un estimable volumen de producción que, durante la década de los 40,
se sitúa ya en un promedio de cuatro películas por año. Siempre por delante de
sus competidoras: Suevia Films y Emisora Films. Otra de las características que
definen el modo de hacer de CIFESA era sus sistema de contratación, asimismo
muy de acorde con los gustos americanos. A la usanza de Hollywood, la empresa
española mantiene a su cargo toda una plantilla integrada por un amplio grupo
de profesionales indispensables en la confección de una película. La
contratación es fija lo que explica esa
facilidad suya de producción que, con otro modelo distinto de organización,
hubiera sido inalcanzable. De cara a su promoción exterior CIFESA es la primera
en imponer un sistema de exclusiva, por el cual ciertos actores y actrices de
relevancia quedan ligados únicamente a ella, sin que les sea posible – mientras
dure su contrato – su participación en en otra producciones ajenas. La fórmula,
no obstante, será tambien de recibo en el resto de la competencia,
fundamentalmente en los años 40. Tal fue el caso de Suevia Films que incluye en
su nómina a Jorge Mistral y Lola Flores o Emisora Films que se hace con los
servicios de Conrado Sanmartín y Tomás Blanco entre otros. Pero, sin duda, los
artistas más destacados del cine español se adhieren a CIFESA: Manuel Luna,
Rafael Durán, Luis Peña, Aurora Bautista, Amparo Rivelles y Alfredo Mayo…Es
decir, las grandes estrellas que llenaban de admiración y esplendor las pantallas de aquellos años y
que ofrecían de la empresa productora una imagen dorada y mítica. Era lo que
podía definirse como un “star-system” a la española.
La firmeza con la que CIFESA consiguió mantenerse
no era solamente consecuencia de su bien planificada estructura. Existían otras
razones al margen que favorecían notablemente su actividad productiva. Sin
lugar a duda, la más importante de ellas la constituía su vinculante sentido
patriótico, su enorme carga ideológica que hacían de su cine una bandera
ondeando los profundos ideales de la Dictadura Franquista.
Las películas de CIFESA, en su mayor parte, preconizaban los más puros
sentimientos de la patria, el imperio y la voluntad católica. Con ello conseguía que sus films fueran objeto de un claro favoritismo por parte de la Administración,
cuya protección le sirvió de creciente
fortalecimiento. Es preciso no olvidar, sin embargo, que a pesar de esa
voluntaria y beneficiosa imposición ideológica, CIFESA logró que de su seno
surgiera un cine de plausible dignidad para la época. No fue el caso, pero el
público entendió que sí, de “Locura de amor”, realizada en 1948 por Juan de
Orduña y que marcó el cénit de su producción.Durante sus largos años de activa
presencia en el panorama cinematográfico español, CIFESA cuenta en su historial
con una extensa filmografía en la que pueden encontrarse los títulos más
diversos y las más heterogéneas producciones. Así, en la década de los 30, a las ya citadas de Imperio
Argentina-Florián Rey pueden añadirse del mismo director “La hermana San
Sulpicio” (1934, horrorosa ella); “La verbena de la Paloma” (estupenda, por
cierto) y “Es mi hombre”, ambas de Benito Perojo y en 1935; la escalofriante
(por mala) “La reina mora” (1936) de Eusebio Fernández Ardavín. A finales de
estos años y comienzos de la década siguiente merece resaltarse su inquieta
incursión en el cortometraje: “Mariñeiros”, “la ciudad de las flores”, “Romería
del Rocío”, “Costas vascas”, “Viejos palacios”, “La albufera”, “Pueblos
singulares de España” y “España en Tánger”. Los creo perdidos y ya
inencontrables. En cualquier caso yo no
he logrado ver ni uno solo y, leyendo los títulos, se me antojan temibles.
Los años 40, a su vez, los inaugura CIFESA con films
tales como “El último húsar” (1940) de
Luis Marquina, “La gitanilla” de Fernando Delgado, y “Boy” (1940), de Antonio
Calvache. A éstos seguirán la interesante “El hombre que se quiso matar” 1942)
de Rafael Gil, “La culpa del otro”
(1942) película dirigida por Ignacio F. Iquino con la que se inicia una larga
serie de producciones confiadas al mismo realizador, y la ya comentada y
excelente “El clavo” (1944) de Rafael Gil, que sigue a distancia el éxito
precedente de “El escándalo” (1943) de José Luis Sáenz de Heredia, menos
conseguida pero para nada mediocre. Finalmente la década queda cubierta con la referida y engoladísima – y no poco
divertida – “Locura de amor” de Juan de Orduña con la primera estrellísima – con
permiso de Imperio Argentina – del cine español: la recientemente fallecida y
grandilocuente (no siempre, recuérdese “La tía Tula” de Miguel Picazo) Aurora
Bautista. Injusto no citar algún que otro título como “Don Quijote de la Mancha” (1947) de Rafael
Gil, para muchos – yo entre ellos – la más destacada versión española de la
novela de novelas de Miguel de Cervantes. El Ingenioso Hidalgo estaba
magníficamente interpretado por el gran actor teatral Rafael Rivelles, esposo
de la no menos renombrada María Fernanda Ladrón de Guevara. La pareja regia del
teatro español en los 40 y aun parte de los 50, papás de la muy querida Amparo
Rivelles, otra estrella sobresaliente de aquel cine de la España una, grande y
libre. Con la llegada de los 50 se inicia la decadencia productiva y financiera
de Cifesa. A éste período pertenecen la muy reivindicable “Don Juan” (1950) de
José Luis Sáenz de Heredia con Antonio Vilar, Annabella y Maria Rosa Salgado,
la épica y explosiva “Agustina de Aragón” (1950) con Aurora Bautista disparando
el cañón (pareado) y la en todo fallida “Alba de América” (1951), ambas de Juan
de Orduña. El estrepitoso fracaso en taquilla de la del descubrimiento del
Nuevo Mundo por el españolísimo Cristobal Colón (Antonio Vilar, portugués)
refleja claramente que el espíritu productor se hallaba a las puertas de la
extinción.
Las causas que motivaron la desaparición de
CIFESA no están aún suficientemente esclarecidas. En principio se especula con
el hecho de que la empresa valenciana no fue sino víctima de su propia
ambición, de su afán de poder, de su denodado esfuerzo por monopolizar al
máximo la producción nacional aprovechando el claro apoyo del Régimen. No
obstante, una nueva circunstancia parece jugar en el silencioso hundimiento de
CIFESA. Se trata del paulatino crecimiento de Suevia Films-Cesáreo González que
fue desarrollándose a la sombra de CIFESA, pero con una política de
afianzamiento progresivo, por medio de la cual conseguía poco a poco ir
arañando para si misma trozos del Imperio de CIFESA. Nacida al abrigo de la más pura fidelidad
al franquismo, Suevia Films–Cesáreo
González comenzó pronto a convertirse en
la más directa rival de CIFESA, primero en el ámbito nacional y posteriormente
en la conquista de los mercados exteriores, especialmente el Latinoamericano,
hecho éste, que resultará decisivo en el desenlace de los futuros
acontecimientos. De este modo va produciéndose un lento y callado traspaso de
poder que culminará finalmente con la
sorprendente desaparición de CIFESA, de quién Suevia Films-Casáreo González
herederá todos sus más significativos privilegios, entre ellos naturalmente el
apoyo del Régimen Dictatorial y su Admnistración que vio en la nueva empresa un
renaciente y eficaz aliado. En la bastante aburrida y poco recordada revista
Cinestudio (donde vino al mundo del cine José Luis Garci, más tarde factótum
inicial de “Dirigido por”), su director, el falangista José María Pérez Lozano,
escribió un cruel epitafio: “si CIFESA ha muerto, crisantemos”. Los de la
camisa azul nunca le tuvieron cariño a la productora valenciana.
Luis
Betrán
Chascarrillos: yo nací en 1947 y tuve una madre
enormemente aficionada al cine y que mas allá de los 80 años aún suspiraba por
Gregory Peck (ella pronunciaba Gregory Pi). Siempre había revistas en mi
infancia del tipo Cine Mundo o Primer Plano y mi progenitora, cuando uno ya fue
algo mayorcito, no vayáis a creer, me contaba que las folklóricas o “las de mi
arma” que siempre trabajaron para Cesáreo González tenían que abonarle al
productor el derecho de pernada. Y tambien cantaba una copla verdusca que
rezaba: “debajo de la capa de Alfredo Mayo, Amparito Rivelles monta a caballo”.
Estés donde estés te recuerdo y te dedico este texto, Doña María Josefa Colás
de Betrán.
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