miércoles, 4 de septiembre de 2013

DECÍAMOS AYER

Más de un año “vergerus” en paro. No tiene importancia porque hoy el paro es lo más habitual en la bochornosa España pepera. Yo, en mi condición de jubilado, aguardo con expectación el recorte inevitable de la pensión que sustenta económicamente mi vida y mis pupas. Porqué, ¿de salud, que tal?. No muy bien, gracias. Volvieron los tambores aunque su estruendo es casi un susurro, asi que espero que con una dosis del acostumbrado veneno diga adiós al enemigo. Bueno, tampoco nos pasemos de optimismo. En justica sería un “hasta la vista”. “vergerus” vuelve y traerá a Lucky de la mano tan lenguaraz y grosero como otrora. Y tras este prefacio, exordio o prólogo, vayamos sin dilación al primer texto de esta segunda etapa. Solo cinematográfico. Aviso a navegantes que va a ser – y los que le sigan – a mi estilo. Siempre he odiado las estrellitas o numeritos para decir si una película es buena, mala a regular. Dígase de esa manía cahierista consistente en poner entre paréntesis el título original y la fecha de producción. En la rentrée todavía perdurarán, luego, poco a poco, escribiré al estilo de mi añorada Nuestro Cine o de la francesa Positif. Se han imaginado por casualidad, mis abundantísimos lectores, lo que supondría para la dama o el caballero que hace una recensión de una obra literaria colocar al lado de su título en castellano el original y la fecha en que fue escrito. Dejando volar la fantasía resultaría más bien improbable que si el crítico/a literario comenta un texto de un autor ruso o griego colocara pegaditos los paréntesis, la fecha, y el título original que tendría que ser en ¡caracteres cirílicos!
  
   Aniversarios, siempre muy socorridos, vienen de p….madre para esta reinauguración. Comencemos por el centenario de JOHN FORD
   
JOHN FORD

 
El clásico por excelencia del cine estadounidense falleció el 31 de agosto de 1973. Asi que muy poco no redacto en el 40 aniversario de su defección. Me gusta Jon Ford, naturalmente, pero no es uno de mis cineastas  esenciales. Leo en facebook algo así como que aquel que dijo “me llamo John Ford y hago películas del Oeste”, filmó una sesenta películas y todas ellas fueron obras maestras. ¡Qué barbaridad¡ . Fueron muchas más las que surgieron de la cámara del yanqui de origen irlandés y en cuanto a que todas fueron obras maestras….hum. Veamos. John Ford es  indiscutible. De acuerdo. Pero ni mucho menos todas las películas de su inmensa filmografía fueron buenas. Como escribió hace muuuuchos años François Truffaut "babeaba ante los uniformes". No me interesa, por ejemplo, su trilogía de la caballería con la excepción de "Fort Apache". Filmó bodrios insalvables como "Bill, que grande eres", "Maria Estuardo", "Madre Macrheee"....No me parecen obras maestras para nada ni "La diligencia" ni "Pasión de los fuertes", si películas entretenidas y agradables. Ni a eso llegan las disparatadas "Misión de audaces" o "Dos cabalgan juntos". "La taberna del irlandés" me parece simplemente vergonzante.....y de su época de "qualité" literaria, ni "El delator" ni "El fugitivo" han resistido el paso del tiempo. Y, con todo, jamás discutiré que John Ford es un nombre imprescindible en la Historia del Cine. ¿Porqué?". Por "Hombres intrépidos", por "Las uvas de la ira", por "Young mr. Lincoln", por "Wagonmaster", por "El hombre tranquilo", por "Centauros del desierto", por "They were expendable",por “The last hurrah” ...........y, sobre todo, por las para mí obras maestrísimas "Que verde era mi valle" y "El hombre que mató a Liberty Valance". Fue un hombre contradictorio a tenor de lo que nos han contado de él. Pero tampoco debe olvidarse que la notable "Siete mujeres" no fue su última película. Tras ella Ford filmó un falso documental titulado "Vietnam, Vietnam" en la línea de "Las boinas verdes" de su amigo John Wayne.

EL TESTAMENTO DE JOHN FORD 
Pienso que algo arrepentido de haber matado tantos pieles rojas….
     
  
EL GRAN COMBATE (Cheyenne autumn, 1964), de John Ford.-

Más que cualquier otra obra suya, “Cheyenne autumn” es un calidoscopio fordiano – con mejores intenciones que resultados – de viejas figuras que poblaron su cine a las que une una súbita vitalidad, convenientemente amarilleada por el halo nostálgico. “Cheyenne autumn”  es un paisaje a cuyo fondo se arrimarán algunos mitos del cine de John Ford. Es una línea de horizonte en que pudieran dibujarse oscuras figuras recortadas ante el cielo, a las que un imaginario movimiento de la cámara  nos permitiese sorprender en unas actividades que creíamos fuera de nuestro mundo. Pero que en la cercanía de una pantalla de infinitos 70mm. se revelan como eternas. Ante esa imaginaria línea de horizonte citada podíamos volver a ver a Wyatt Earp jugar su última partida de poker, a los indios peleando por su dignidad y a todos, en fin, moviéndose en un torbellino de vida y violencia. Ahora bien, presentados bajo los entonces modernos apuntes de magia que el show-biz creó para fines de susto y recreo de concurrencias: el color, el sonido estereofónico y la película de 70 mm.

Estas viejas siluetas pueden seguir dictando su lección para los amantes del cine, y su grito de dignidad y dolor ante tanta injusticia para ser oídos por las gentes de bien. Su pelea bajo un sol que desaparece, la agonía de una raza  y una concepción de la vida que sólo empezamos a comprender y apreciar cuando hacen mutis por el foro. Porque únicamente cuando el género de “indios” desaparece se le dedican los últimos segundos de la historia del cine de aventuras clásico. Antes, su papel fue siempre de comparsas, con derecho a muerte anónima y racismo de unos espectadores que vieron en ellos la bestia negra de sus vidas de ficción.
  
Lamentablemente “Cheyenne autumn” (bello título “Otoño de los cheyennes” y no el espantoso que le pusieron en España) llegó al final de la vida activa de John Ford, le cogió un poco como a quién al ponerse a la altura de los tiempos pudiese ver  que los héroes de su cine lo habían sido gracias a tanto crimen y a tantos expolios perpetrados sobre aquellos que, consumiendo sus postreros días, llegaban a los albores del siglo diecinueve viejos, cansados y con un bagaje cultural absolutamente despreciado. Los arcos y las flechas  hablaban un lenguaje  que probablemente jamás entendieron los que el cine – y solo el cine - creó como héroes de la nueva frontera. Más esos arcos y esas flechas  fueron usados por Hollywood cien años después como punto de partida, base y excusa  para utilizar el Winchester 73. Su avatar se ha repetido tanto en la vida real como en el cine. El siglo veintiuno no podrá desmentirlo.
  
Entonces John Ford detiene su ritmo habitual, y de forma lúcida, dolorida y nostálgica cuenta su film con dulzura y serenidad. El poder del sentimiento de la dignidad parece sustituir la furia de la venganza. Obra lírica, rodada con la facilidad de quién domina todos los resortes, no ya de su propio estilo, sino de toda su generación. “Cheyenne autumn” pertenece a la categoría de las obras de punto y final pero no a las testamentarias. Películas que ligan los universos crepusculares de quienes todavía tienen algo que decir, aunque las circunstancias les son por entero adversas. Ejemplos: “Eldorado” de Hawks, “My fair lady” de Cukor, “Un ganster para un milagro” de Capra, “Dos semanas en otra ciudad” de Minnelli, “Identificación de una mujer” de Antonioni, “Confidencias” de Visconti, “Les tricheurs” de Carné, “La puerta de las lilas” de Clair, “La calle de la vergüenza” de Mizoguchi, “El sabor del sake” de Ozu, “Agantuk” de Satyajit Ray, “Pasaje a la India” de Lean, “Ese oscuro objeto de deseo” de Buñuel, “Lola Montes” de Ophuls, “La saga de Anathan” de Von Sternberg, “Dublineses” de Huston, “Saraband” de Bergman y varias más que podrían venirme a la memoria.
  
Película de itinerario en la mejor tradición americana, “Cheyenne autumn” cuenta la historia de un viaje sin historia, porque los hechos que allí ocurren no proceden de una peripecia argumental sino que surgen, en número variable, del desarrollo de un problema latente en el fondo de los corazones de los hombres y mujeres que recorren un Oeste en un viaje del que ni siquiera podrán decir que fue en busca de su dignidad perdida. Porque la Historia les era tambien adversa. Porque los cineastas que vinieron despues siguieron sin hacerles justicia.
  
Toda esta poesía se viene abajo cuando observamos los desajustes varios de la película. Su estreno en USA fue un fracaso tremendo y la productora (Warner) redujo el metraje en más de treinta minutos. Ello redunda en que la obra quede deslavazada, con episodios que no llegan a comprenderse bien (el del político encarnado por Edward G. Robinson) y diversas fricciones en el guión que se traducen en “elipsis” ciertamente no deseadas por Ford. Tampoco el multiestelar reparto (Richard Widmark, Carrol Baker, Edward G. Robinson, James Stewart, Karl Malden, Dolores del Río, Sal Mineo, Ricardo Montalbán, Gilbert Roland, Arthur Kennedy…) raya a gran altura. Antes al contrario: Widmark y Baker están menos que discretos, Malden está sobreactuado, Del Río, Mineo, Montalbán y Roland en sus papeles de líderes cheyennes no aportan más que presencia física, Robinson despistado y tan solo Stewart en su breve intervención como Wyatt Earp (que, dicho sea de paso, no se sabe muy bien que pinta en el argumento)aporta ironía, clase y sentido del humor.
  
Asi pues “Cheyenne autumn”, que pudo y debió ser una posible obra maestra y el mejor colofón imaginable para la larguísima carrera del gran Ford, devino un fracaso tan bello y tan digno como el otoño de los cheyennes.
   
LuisB
  

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