Entre los múltiples aniversarios de este año tambien se cumple el 70 de la horrenda matanza del bosque de Katyn en la que los soldados del ejericto soviético ejecutaron a más de 22.000 oficiales de las cautivas tropas polacas. Era 1940 un año en el que Rusia estaba aliada con Alemania a través del eje Berlín-Moscú-Tokyo. Stalin, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, acusó a los nazis de tamaña brutalidad. Los polacos sabían la verdad pero se veían obligados a callar por su pertenencia al Pacto de Varsovia. Habrían de pasar muchísimos años, el informe de Kruschev, Gorbachov, la perestroika...hasta llegar a Putin, para que los rusos admitieran su culpabilidad. Cuando se cumplió hace pocos días la fecha trágica, rusos y polacos acudieron al siniestro bosque para depositar las coronas de flores correspondientes. El avión en el que viajaban el Presidente de Polonia, su esposa y varios miembros de su gabinete se estrelló sin que hubiera supervivientes. Una vez más el funesto destino de esta nación - dividida, cuarteada, troceada, invadida, destruida una y otra vez a lo largo de su desventurada historia - tambien acudió a la triste efeméride. Entre las víctimas de la atroz massacre se hallaba el padre del más celebre cinasta polaco, clásico por excelencia: Andrzej Wajda que dos años antes había realizado una notable película sobre el tema titulada lógicamente "Katyn". Los 20 minutos finales de esta obra en la que el director muestra con escalofriante realismo los disparos con pistolas a las nucas de los arrodillados polacos, constituyen una larga y extraordinaria secuencia destinada a fijarse para siempre en las emociones y las retinas de los pobladores de la actual Polonia. Y no solo de ellos. Yo mismo confieso haber salido del cine absolutamente conmocionado.
La Gran Polonesa
No parece existir en el cine contemporáneo un director cuyas raíces culturales procedan tan claramente del siglo XIX como este romántico violento, como él mismo ha gustado definirse, llamado Andrzej Wajda. Presa de un nacionalismo exacerbado que se presenta trascendido por el romanticismo (en la primera etapa de la larga filmografía del director), sus obras emergen del subconsciente colectivo de un pueblo que, como el polaco, ha tenido una historia que ha sido una constante invitación a la rebelión, a la lucha por la independencia trás los continuos repartos de que ese país ha sido objeto. El apogeo de los nacionalismos es coincidente, en pleno siglo XIX, con otros dos sucesos que tendrían importancia capital en el cine de Wajda: el movimiento romántico y la revolución industrial soportada por un capitalismo que se había venido acumulando desde el siglo XVI y que entonces encontraba la justificación de su existencia. Exactamente igual que en el depredador mundo globalizado que hoy soportamos indignándose algunos y por supuesto sin añadidos poéticos.
Las luchas nacionalistas que invadieron Europa durante la segunda mital del mentado XIX trajeron en el Arte nuevas olas (siempre las ha habido) de grandes talentos que se agruparon en Escuelas de fuerte sentido patriótico. El folklore nacional alcanzó carta de nobleza y se identificó el ideal romántico con la palabra independencia. Polonia no se abstuvo de una cosa ni otra: el espiritu nacionalista se arrastra con fuerza - como antes hemos dicho - hasta nuestros días y el artista polaco que ha trascendido márgenes temporales e incluso ideologías ha portado siempre una carga emocional bajo el signo del más intenso patriotismo, empezando por el más grande que no ha sido otro que Federico Chopin. Para Wajda las luchas sociales son el nivel más sofisticado de la acción. El entramado sobre el que se asientan éstas o cualquier otra actividad humana. Todo es un nacionalismo romántico desarrollado dramáticamente, pleno de grandeza en sus mejores momentos, en el que se halla la razón final de la lucha. Escribo sobre Wajda, no sobre Kawalerowicz, Has, Munk, Skolimovski.......o Polanski que fue alumno de él y al que nuestro crápula favorito (Fernando Solsona dixit) y víctima de la hipocresía americana y suiza es completamente ajeno aunque siempre le ha manifestado su respeto.
Autor de ardientes "polonesas", Wajda no se circunscribe únicamente a una visión anclada en el tiempo - bien que como insisto su raíz sea decimonónica y el arranque para un análisis válido de sus films deba hacerse desde este supuesto -. Sobre todo sus primeras películas se ven marcadas por una nota existencial propia de una cultura de postguerra. A Wajda la Segunda Guerra Mundial le sirve de armazón político perfecto. De un lado le permite un discurso lleno de pasión acerca del espiritú de de independencia de su país trás la invasión alemana, de otro le deja hablar de las nuevas generaciones. Asi precisamente; "Generación" (Pokolenie, 1955) se tituló su primer y magnífico film. El, como ningún otro director europeo, centra su cine sobre las generaciones del relevo, machacadas por la guerra, despistadas en el mundo dificil de la postguerra. que cerrará amargamente las puertas a aquella esperanza tan intensamente vivida en las distintas Resistencias. Este tema de la frustración de los resistentes ha sido un problema que ha subyacido en Europa desde el el final de aquella monstruosa contienda. Para unos fue la imposibilidad de imponer el modelo de sociedad por el que habían peleado. Para otros los nuevos repartos de las cancillerías de zonas de influencia, cuando no lisa y llanamente de los mismos territorios. En el caso de Wajda reencuentran en la guerra el viejo espiritú de libertad, aletargado pero nunca perdido. Los jóvenes, de aspecto externo y comportamiento cercano a la moda James Dean, no tuvieron nada que ver con el icono americano en cuanto que la ética de actuación y el ideal que entreveían eran bien distintos del chico de Salinas. Los jóvenes de la formidable "Kanal" (1957), pero sobre todo los de la obra maestra "Cenizas y diamantes" ( Popiol i diament, 1958 suma y compendio de la obra de Wajda hasta fines de los 60) acaban luchando en el vacío una vez terminada la guerra, cuando contemplan ya sin remedio que lo han estado haciendo con objetivos cruzados. La nueva Polonia, con una reforma social en marcha de caracter prometedor, no entusiasma a estos desclasados de mala readaptación a un nuevo orden social que no parece tener en cuenta los sentimientos de estos poetas de la metralleta y la polonesa.
Wajda acude a un lenguaje barroco de construcción complicada pero de resultados intensos y emotivos. Utilizando toda clase de símbolos - y entre ellos destacan sobremanera los de carácter cristiano - sus películas de entonces producen una tensión que no está en relación directa con la variedad y características de los acontecimientos. Este paroxismo, fruto de una fuerza interior mal contenida y siempre a punto de desbordarse, alcanza todos los perfiles a lo largo de su dilatada obra. Las escenas de amor, pero tambien las de violencia. Un expresionismo tardío juega con las luces y las sombras que alcanzan resonancias premonitoriamente trágicas.
A partir de los 70, Wajda se concentra en un análisis de los males de su patria desde la perspectiva del pasado siglo. Realiza costosas superproducciones - la más enzalzada por la crítica "Cenizas" (Popioly, 1965) nunca conseguimos verla acaso porque su duración superaba las 4 horas - en las que su tenmperamento romántico se expresa bien a través del colosalismo. Reconstruye atmósferas, retuerce el tiempo de los sueños y lo onírico pasa a primer plano. Busca en un pasado imposible los sueños frustrados de todo un pueblo. El análisis de las convulsiones sociales carece de poder de convicción y desaparece en la confrontración con el ideal nacionalista, sin que quepa decir que antes existiese una ligazón. "La Tierra de la gran promesa" (Ziemia obiecana, 1975), obra desigual y fracasada en tantos aspectos, ilustra bien a este respecto como el fervor que inspira la causa de la Patria - prufundamente interclasista según la óptica del cineasta - da lugar sin embargo a un análisis lúcido y coherente, mientras que la segunda lectura del film, un análisis del crecimiento capitalista al amparo de la revolución industrial con la consiguiente secuela de explotación (pequeños campesinos arruinados y desplazados a las fábricas engullidas, algunas literalmente, por la era del maquinismo), no alcanza cotas de claridad y significación salvo en lo que se refiere a pervivencia y desarrollo - más o menos afortunado - de la causa nacionalista.
Wajda ha conjugado el estilo barroco procedente del expresionismo, común a tantos directores europeos, con las novedades de planificación, rodaje y montaje impuesto tambien en Europa casi a la vez que el gran cineasta había concluido sus primeras obras. Llegó a colaborar con la "nouvelle vague" (L'amour á vingt ans, 1962 un episodio) adquieriendo tics franceses tales como la ligereza de la cámara, el rodaje en planos largos, la búsqueda de un tempo musical dando por resultado una simbiosis afortunada con aquella escenografía del claroscuro que llega hasta "Lady Macbeth en Siberia" (1962, Sibirrska Ledi Magbet).
Lo barroco halla buen campo de actuación en la libertad del movimiento. Su cine se hace más fluído a la vez que pierde majestuosidad. Wajda enloquece con la cámara y a veces se deja llevar por una cierta facilidad que momentáneamente se confunde con la chapucería. Los travellings recorren la Polonia del XIX en gestas heroícas o decadentes novelas de gran belleza como en "El bosque de los abedules" (Brzenina, 1970) o "Las señoritas de Wilko" (Panny z Wilka, 1979). De vez en cuando se complace en la hermosura de los mundos perdidos - las mansiones, las soirées de "Lotna" (1959), "La tierra de la gran promesa", "Pan Tadeusz" . En otras ocasiones su cámara trata de ser invisible y penetrar en el espiritu de los campesinos a traves de la enloquecedera fiesta de la excepcional "La boda" ( Wesele 1972 ), aún a riesgo de que los árboles dificulten la visión del bosque. Intermitentemente Wajda siente el ramalazo intelectual - siempre fue un hombre culto y un afamado director teatral - y trata de hablar de la contemporaneidad desde niveles distintos, política y estilisticamente, del resto de su obra. Y surgen fiascos tan desencajados de su mundo como "La caza de las moscas" (Polowanie na muchty, 1969, "La línea de sombra" (Smuga cienia, 1976), "Los endemoniados" ( Les possedés, 1988 ), "Danton" (1982). Despues, el autor de la inmortal "Cenizas y diamantes" vuelve los ojos a los tiempos del nacimiento de las azucareras y se sumerge, de la mano de una juventud eterna que casi siempre protagonizó sus películas y desde unos colores tan patéticos como imposibles, otra vez en el recuerdo de una época de su país (el lírico caballo blanco llamado Polonia) llena de dolor y esperanza. Abre nuevos capítulos que jamás se cierran sino que se suspenden en el aire, en alguna atmósfera brumosa que cubrirá, bajo un interrogante histórico nunca despejado, a sus tiernos muchachos sobre cuyas andaduras históricas dirá su creador que no solo son verdad los sucesos en que se vieron envueltas sino tambien sus sueños.
Los grandes frescos históricos y las elegías darán paso a la rabiosa crónica del momento cunado surge "Solidaridad". Wajda, muy consecuentemente, se convierte en el cronista oficioso del sindicato católico y anticomunista que lidera Walesa, afirmando tajantemente - ¡¡¡otra vez¡¡¡ - su nacionalismo con una serie de películas urgentes que proporcionan una imagen no precisamente cordial de la Polonia socialista. Con ellas alcanzó su mayor fama (Palma de Oro en Cannes en 1982, Oscar Honorífico en Hollywood en 2000) situándose en el punto de mayor interés del cine de los ochenta. Sería injusto no añadir que obras como "El hombre de mármol" (Czlowiek z marmaru, 1977 ), "Sin anestesia" ( Biez zniezculenia 1978) y "El director de orquesta" ( Dyrigent, 1980) son tan fundamentales, y tan radicalmente opuestas, como la mismísima "Cenizas y diamantes" aunque las habite un molesto histerismo igualmente en las antipodas del esplendor visual de su obra cumbre.
Finalmente, el decive, la vejez, la estética del telefilm y hasta el olvido del que ha sido rescatado justamente con "Katyn", a los 84 años de edad.
Luis Betrán
Apostilla: "La línea de sombra" y "Los endemoniados" se basan en las respectivas y extraordinarias novelas de Joseph Conrad (que era polaco) y Feodor Dostoievski.
Wajda ha conjugado el estilo barroco procedente del expresionismo, común a tantos directores europeos, con las novedades de planificación, rodaje y montaje impuesto tambien en Europa casi a la vez que el gran cineasta había concluido sus primeras obras. Llegó a colaborar con la "nouvelle vague" (L'amour á vingt ans, 1962 un episodio) adquieriendo tics franceses tales como la ligereza de la cámara, el rodaje en planos largos, la búsqueda de un tempo musical dando por resultado una simbiosis afortunada con aquella escenografía del claroscuro que llega hasta "Lady Macbeth en Siberia" (1962, Sibirrska Ledi Magbet).
Lo barroco halla buen campo de actuación en la libertad del movimiento. Su cine se hace más fluído a la vez que pierde majestuosidad. Wajda enloquece con la cámara y a veces se deja llevar por una cierta facilidad que momentáneamente se confunde con la chapucería. Los travellings recorren la Polonia del XIX en gestas heroícas o decadentes novelas de gran belleza como en "El bosque de los abedules" (Brzenina, 1970) o "Las señoritas de Wilko" (Panny z Wilka, 1979). De vez en cuando se complace en la hermosura de los mundos perdidos - las mansiones, las soirées de "Lotna" (1959), "La tierra de la gran promesa", "Pan Tadeusz" . En otras ocasiones su cámara trata de ser invisible y penetrar en el espiritu de los campesinos a traves de la enloquecedera fiesta de la excepcional "La boda" ( Wesele 1972 ), aún a riesgo de que los árboles dificulten la visión del bosque. Intermitentemente Wajda siente el ramalazo intelectual - siempre fue un hombre culto y un afamado director teatral - y trata de hablar de la contemporaneidad desde niveles distintos, política y estilisticamente, del resto de su obra. Y surgen fiascos tan desencajados de su mundo como "La caza de las moscas" (Polowanie na muchty, 1969, "La línea de sombra" (Smuga cienia, 1976), "Los endemoniados" ( Les possedés, 1988 ), "Danton" (1982). Despues, el autor de la inmortal "Cenizas y diamantes" vuelve los ojos a los tiempos del nacimiento de las azucareras y se sumerge, de la mano de una juventud eterna que casi siempre protagonizó sus películas y desde unos colores tan patéticos como imposibles, otra vez en el recuerdo de una época de su país (el lírico caballo blanco llamado Polonia) llena de dolor y esperanza. Abre nuevos capítulos que jamás se cierran sino que se suspenden en el aire, en alguna atmósfera brumosa que cubrirá, bajo un interrogante histórico nunca despejado, a sus tiernos muchachos sobre cuyas andaduras históricas dirá su creador que no solo son verdad los sucesos en que se vieron envueltas sino tambien sus sueños.
Los grandes frescos históricos y las elegías darán paso a la rabiosa crónica del momento cunado surge "Solidaridad". Wajda, muy consecuentemente, se convierte en el cronista oficioso del sindicato católico y anticomunista que lidera Walesa, afirmando tajantemente - ¡¡¡otra vez¡¡¡ - su nacionalismo con una serie de películas urgentes que proporcionan una imagen no precisamente cordial de la Polonia socialista. Con ellas alcanzó su mayor fama (Palma de Oro en Cannes en 1982, Oscar Honorífico en Hollywood en 2000) situándose en el punto de mayor interés del cine de los ochenta. Sería injusto no añadir que obras como "El hombre de mármol" (Czlowiek z marmaru, 1977 ), "Sin anestesia" ( Biez zniezculenia 1978) y "El director de orquesta" ( Dyrigent, 1980) son tan fundamentales, y tan radicalmente opuestas, como la mismísima "Cenizas y diamantes" aunque las habite un molesto histerismo igualmente en las antipodas del esplendor visual de su obra cumbre.
Finalmente, el decive, la vejez, la estética del telefilm y hasta el olvido del que ha sido rescatado justamente con "Katyn", a los 84 años de edad.
Luis Betrán
Apostilla: "La línea de sombra" y "Los endemoniados" se basan en las respectivas y extraordinarias novelas de Joseph Conrad (que era polaco) y Feodor Dostoievski.
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