La heredera, de William Wyler (1949, The heiress)
Tenido durante mucho tiempo como un director
académico – en el más peyorativo de los sentidos – el paso de los años y las
oportunas revisiones de sus films ha venido a hacer justicia a uno de los más
serenos e inteligentes artistas que tuvo el cine americano en los treinta,
cuarenta y aún en los cincuenta (piénsese en el majestuoso western “Horizontes
de grandeza”). Al repasar los distintos estilos de melodrama observamos que
Wyler está en todos ellos y siempre con excelentes películas cuando no obras
maestras. Así en el melodrama romántico Wyler es el artífice de dos logros de
la envergadura de “Cumbres borrascosas” y “La heredera”, en el melodrama de
actrices Wyler es el máximo oficiante de las películas de Bette Davis –
“Jezabel”, “La carta” (otra obra maestra), “La loba” (idem) -, en el melodrama
familiar pocos ejemplos tan bien terminados como “La señora Miniver” o “La gran
prueba” y en el melodrama social “Los mejores años de nuestra vida” se erige en
memorable paradigma de una época, de unas intenciones, de un criticismo, de un
realismo, de unas componendas, de unas convenciones de género y, enfin, de una
manera de ver y crear el melo que es la marca de fábrica de Wyler, quién
vendría a demostrar que si el ruido y la furia convienen y mucho al melodrama,
la armonía y el perfeccionismo tambien pueden producir inolvidables películas.
El quid de la cuestión consiste en que esa serenidad y esa extrema pulcritud no
desemboquen en blandenguería y pudibundez. De Wyler procede tambien un tipo de
melodrama que sería dominante en los cincuenta y agonizaría en los sesenta. El
melodrama literario y social, teñido de un romanticismo tardío, que en sus
excesos nunca alcanzó la temeridad de King Vidor. “Esos tres” (a pesar de la
impudicia de mr. Hays), “Dodsworth”, “Little foxes”, “Carrie” y también “La
heredera” que es el melodrama más ambiguo de ese maestro que fue mr. Wyler.
Cuenta la leyenda, a saber la realidad, que fue Olivia
de Havilland quien convenció al director para rodar La heredera, después
de asistir entusiasmada a la representación de la obra teatral Washington
Square, inspirada en la novela homónima de Henry James.
No diré nada de su argumento pero sí que aquí no hay ruido y furia sino
pequeños gestos y manifestaciones sutiles que terminarán por componer el
íntimo retrato interno de sus personajes. Wyler admiraba a James, como todo
amante de la gran literatura, y describió La heredera de este
modo: "La emoción y el conflicto entre dos personas en un salón
puede ser tan excitante como en un campo de batalla. Posiblemente más excitante".
Sin embargo, esta obra maestra es
asimismo un film amargo y cruel. El perfeccionista Wyler – que incluso llegó a
efectuar hasta 60 tomas de una misma escena, en “La heredera”. solo llegó a 30
hasta que Olivia ya no pudo resistirlo más – cuando se rodó “La heredera”
asimismo era productor de sus propios films y controlaba minuciosamente incluso
el montaje. Nadie le imponía nada, pero es obvio que se encontraba a sus anchas
en este universo victoriano en……Nueva York. Se rodeó de reparto de auténtico lujo.
Jamás estuvo mejor Olivia de Havilland en el papel de su vida, su oscar es
merecidísimo, mucho más que el que obtuvo dos años antes por “La vida íntima de
Julie Norris”, excelente film de Mitchel Leisen. Es obvio que si Wyler la
eligió era porque había sido la Melania Wilkes de “Lo que el viento se llevó”.
Si en el supermelodrama por excelencia interpretaba a una mujer apocada y medio
boba, en la primera parte de “La heredera” sucede lo mismo – maravillosa
secuencia de baile en la que la pobre Catherine muestra hasta qué extremo es
torpe -, pero en la segunda su transformación en una mujer vengativa y dura es
prodigiosa y todo ello con una economía de gestos admirable.
Montgomery Clift era un recién llegado, pero su
composición del misterioso Morris es una lección de sobriedad, de personalidad,
de talento. Nadie como sir Ralph Richardson para dar vida al monstruoso padre
de Catherine. Lo había interpretado en teatro y verdaderamente da miedo el odio
a su hija y su necrófilo amor por su fallecida esposa. Es un hombre tan
inteligente como perverso. Finalmente, Miriam Hopkins está soberbia como la tía
Lavinia, una verdadera lianta en el fondo, y pese a la diferencia de edad, tan
enamorada del deshonesto Morris como su sobrina. El quinto personaje no es otro
que el decorado. Sin un solo exterior, Wyler utiliza la casa de la plaza
Washington con un virtuosismo que roza lo increíble. Una escalera, un espejo,
un piano….son tan indispensables en esta magna obra como los personajes de
carne y hueso. La partitura
musical se dejó con acierto en las manos de Aaron Copland, que no podía negar
su sólida formación y trayectoria como compositor de música clásica, aunque por
entonces ya contara con dos nominaciones al Oscar por sendas
bandas sonoras. Por cierto, que, hablando de música, hay un momento del
largometraje donde Montgomery Clift le canta a Olivia de Havilland el tema
"Plaisir d'amour", una antigua canción atribuida nada menos que a
Enrique VIII que no solo cortaba cabezas femeninas. “La heredera” es película para
ver más de una vez. La sutileza de la puesta en imágenes de Wyler, el doble
sentido de sus diálogos, la apariencia y la realidad, el romanticismo y su
negación. Todo ello forma parte de un film plenamente reivindicable como
auténtica obra de arte.
Luis Betrán
Este texto ha consultado
someramente el de K. Dickson, gran valedor de Wiliam Wyler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario