sábado, 12 de enero de 2019

F.W. MURNAU, EL POETA DEL CINE MUDO


Friedrich Wilhem Murnau

Nada resulta tan atractivo como el escándalo, sobre todo si se trata de Hollywood, y los rumores sobre las circunstancias exactas del fatal accidente de coche ocurrido el 11 de mazo de 1931, en la carretera entre Los Angeles y Carmel, no dudaron en cebarse en las más sugestivas imágenes de orgías sobre cuatro ruedas que quepa imaginar. De hecho lo que ocurrió fue simplemente que F.W.Murnau, que iba en un Packard con conductor, cedió a las peticiones de su joven ayudante de cámara, un chico filipino, para que le dejara ponerse al volante. Al conducir demasiado rápido y efectuar un brusco giro para evitar un camión, el coche se salió de la carretera. Ninguno de sus ocupantes se vio gravemente herido, menos Murnau que sufrió una fractura de cráneo y murió poco después en el hospital. Esa es, al parecer, la prosaica verdad; pero, curiosamente, las fantasías y especulaciones tejidas sobre el desgraciado suceso han logrado que el nombre de Murnau sea conocido por muchas personas que no han visto jamás sus películas. Y, por supuesto, su figura debería ser conocida por otras razones. Entre otras de que se trata del cineasta alemán más importante de todos los tiempos y que las especulaciones sobre su muerte deberían ceñirse al hecho de que, acaso, hubiese llegado a ser el genio nº 1 de la Historia del Cine. Tal vez si, tal vez no. Murnau era ya un director fundamental en su Alemania natal, pudiendo considerársele el más distinguido y de mayor talento de todos los importados por Hollywood durante la década de los 20. Además, la primera película dirigida por él en Estados Unidos, “Amanecer” (Sunrise, 1927) sigue siendo considerada entre las diez mejores del mundo en cualquier época por buena parte de los críticos e historiadores del cine. No digamos de los cinéfilos: entre algunos de los que conozco es incluso la obra suprema del arte cinematográfico.

Resulta difícil seguir la pista de su ascenso a la fama y el éxito en Alemania ya que se han perdido la mayoría de sus films gestados en ese país antes de su primera obra maestra indiscutible, “Nosferatu, eine synphonie des Grauens (1922). Conocemos “Schlöss vogelod” (1921, excelente) y, desde hace pocos años, “Phantom” (incompleta y sugestiva), “Der brennende acker” (1921, gran melodrama), “Die finanzen des Grossherzogs” (1924, ingeniosa comedia) e incluso algunas imágenes de “Marizza (1922). Murnau se llamaba en realidad Friedrich Wilhelm Plumpe y había nacido en 1888. De joven destacó por su carácter tranquilo (ello nos ha llegado vía Greta Garbo, única celebridad que asistió a su entierro y que ansiaba trabajar con él) y afición al estudio del Arte y la Literatura en la universidad de Heidelberg en la que formó parte de algunas representaciones estudiantiles que impresionaron al gran director teatral Max Reinhardt, quién le ofreció una beca de seis años de duración para trabajar con él en su teatro de Berlin. Murnau aceptó y trabajó como actor, y ayudante de dirección de Reinhardt. Esa relación duró hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial y durante la misma sirvió a su país como piloto de combate, pero su avión se vio obligado a aterrizar en la neutral Suiza. Allí fue inmediatamente internado, más poco después conseguía montar sus primeras producciones teatrales independientes y trabajar para el cine por primera vez, recopilando materiales de propaganda para la embajada alemana (ver textos de Roman Gubern).

Al terminar la guerra, entró en la industria del cine y empezó dirigiendo “Der knabe in Blau” (1919). Durante los dos años siguientes rodó siete películas más que abordaban una amplia variedad de temas, y, por lo que hemos llegado a saber, fueron filmadas en estilos diferentes. Luego, a finales de 1921, se lanzó al proyecto de “Nosferatu”, su adaptación de la gran novela de Bram Stoker “Drácula” (tuvo que cambiar el título por problemas de copyright) pero, en realidad, la versión de Murnau se acerca mucho más al original que el “Drácula” sonoro rodado por Tod Browning y que parte de una obra teatral. Con “Nosferatu”, Murnau demostró que era un maestro en la creación de esa atmósfera onírica y de terror que bañaba tantas películas expresionistas mudas. Tambien demostró que poseía un maravilloso sentido visual y, aunque ninguno de los planos del film retrasa o impide el avance lógico de la historia, todos ellos se caracterizan por su enorme belleza y capacidad de sugerencia.

En apariencia, la siguiente obra maestra de Murnau, “El último” (Der letze mann, 1925), no podía ser más distinta. “Nosferatu” es un ejemplo perfecto del pesimista y angustiado cine mudo alemán, de lo que la escritora Lotte Eisner denomina “la pantalla hechizada”. “El último” simula pertenecer a una tradición opuesta, a la de los estudios minuciosamente realistas y detallados sobre la vida cotidiana que toman como base producciones teatrales a pequeña escala, llamadas “Kammerspiel”, y que Reinhardt había ido creando junto a sus grandes espectáculos. Lupu Pick sería el cineasta más representativo de este estilo, pero hubo otros muchos lamentablemente olvidados. No obstante, la historia que cuenta Murnau de un portero de hotel espléndidamente uniformado que desciende de categoría y se ve obligado a convertirse en encargado de los lavabos, resulta tan evocadora y llena de tristeza como “Nosferatu”. Y la interpretación de Emil Jannings en el papel protagonista (con la que dejó, por primera vez, asombrado al público internacional mostrando lo que era capaz de expresar aún en un plano de espaldas a la cámara, contribuyó a convertir esta película en otra de las más grandes de la historia y en una joya resplandeciente del cine mudo. De hecho fue el enorme éxito de “El último” en Estados Unidos, lo que hizo que, eventualmente, tanto Murnau como Jannings fueran llamados a Hollywood.

Sin embargo, antes de ceder a los cantos de sirena del productor William Fox, Murnau rodó dos películas más en Alemania, ambas adaptaciones de grandes obras clásicas y las dos con Jannings de protagonista. “Tartufo” (1925) estaba basada en la pieza de Molière y fue un ingenioso y conseguido intento de actualizar un texto teatral, aunque reteniendo la concepción original del gran comediógrafo francés. “Fausto” (1926), el de Goethe naturalmente, aprovechaba, por el contrario, todos los medios del cine para convertir el famoso mito en algo puramente cinematográfico y, con las aportaciones de Berriatúa, se erige en otra obra maestra en la que la habilidad de Murnau para utilizar la sintaxis básica del cine en su propio beneficio era tanta que resulta difícil cual de las dos películas es más auténticamente cinematográfica. Yo me quedo con la fantasía onírica de “Fausto” que no es tan revolucionaria en las sobreimpresiones y la escasez de rótulos como la inconmensurable “El último”.

Murnau fue recibido en Hollywood con todos los honores. Los estudios Fox pusieron a su disposición todos sus recursos. Pudo llevarse consigo a su guionista favorito, Carl Mayer, para que trabajase en la adaptación de “Viaje a Tilsit” novela muy celebrada entonces de Hermann Sudermann sobre una pareja campesina. Murnau rodó sin ninguna interferencia, construyendo decorados gigantescos, repitiendo una y otra vez las mismas escenas para lograr el efecto que buscaba este exquisito teutón. El resultado, “Amanecer”, es, en realidad, una película totalmente alemana rodada en U.S.A. y con actores americanos (Janet Gaynor y George O,Brien), una obra visualmente asombrosa y dramáticamente sublime. El tratamiento que le otorga Murnau a su leve argumento es como una sinfonía, alcanzando su crescendo en la escena de la tormenta en el lago en la que el marido y la mujer se ven casi separados para siempre. “Amanecer” fue acogida entusiásticamente por la crítica y consiguió toda clase de premios. Pero el gran público no fue a verla y ese fracaso relativo ensombreció los dos siguientes films de Murnau para la Fox.

Quedan pocas imágenes del drama circense “Four devils” (1928) por lo que no debemos emitir juicio de valor alguno. “El pan nuestro de cada día” (hoy conocida como “City girl”, 1930) es una historia sobre las comarcas cerealistas del Midwest americano en la que una muchacha de ciudad se enfrenta a un entorno hostil. Resta como una excelente obra y contiene algunas de las mejores secuencias jamás filmadas por su autor. El, otra vez, tremendo fracaso en taquilla terminó con la carrera de Murnau en Hollywood. Pero todavía habría de conseguir rodar su postrera obra maestra. Una película con recursos financieros privados y sin fines comerciales: “Tabú” (1930), que comenzó en colaboración con el eximio documentalista Robert Flaherty y se rodó íntegramente en escenarios naturales de los Mares del sur y un reparto de polinesios, estaba concebida como una obra semidocumental. Murnau insistió tanto en hacer una especie de rapsodia sobre el tema del amor juvenil condenado al fracaso por el fatum y la estructuró con tanta meticulosidad y cuidado como cualquiera de sus grandes producciones rodadas en estudio. “Tabú” fue el perfecto canto de cisne de esta extraordinario cineasta y artista, un himno a las bellezas de la Naturaleza, de la gente y del paisaje, una apoteosis del cine estético y y una tragedia de impecable clasicismo. No se estrenó hasta después de su muerte.

Murnau, lo que pudo ser y lo que fue. A estas alturas no importa nada. El cine, en su vertiente más hermosamente artística, siempre volverá a este poeta para el que el olvido ni existe ni existirá.
  Luis Betrán

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